<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 13/09/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La observación de uno mismo.
<SUBTÍTULO>: Visión del lugar en el que nos encontramos psicológicamente.
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Solo somos sombras que ascienden hacia la Luz.
<SUMARIO>: No solo tenemos cuerpo, también tenemos psicología.
<CUERPO DEL TEXTO>:
En las leyendas de los
caballeros de la Tabla
Redonda, se decía que el caballero que partía en busca del
Grial No debía obedecer a su madre.
¿Qué quiere decir esto?
(...)
La madre, además de ser la fuente y origen de nuestra realidad biológica,
es también la fuente de nuestra realidad psíquica. En ella y desde ella se
generan nuestras acciones, sentimientos y pensamientos futuros. Luego, otras madres -la cultura, las
instituciones, la escuela, la iglesia, etc.-, siguen moldeando nuestra
personalidad y conformando la matriz de nuestra estructura psicológica.
Esa matriz psíquica es la Madre
a la que el caballero que partía en busca de sí mismo no debía obedecer. Para
ello, debía observar desde que lugar de si mismo surgían las respuestas que daba
a los eventos de la vida, debía ver como esas respuestas estaban condicionadas
por esas madres y como este
condicionamiento era el origen de sus miedos, sus angustias y sus conflictos
internos; debía ver como, a esas respuestas, les daba siempre el nombre de yo, confundiendo este yo con el Yo Real.
¿Qué quiere decir observarse uno mismo?
Quiere decir que
debemos observar lo que somos psicológicamente.
Quiere decir que
debemos observar ciertos aspectos de nuestra realidad psíquica, sin espíritu de
crítica -sin juzgar, decía Jesús-, y sin justificar nuestras respuestas a la
vida.
Quiere decir que
debemos ver la verdad que tomamos por nosotros
mismos: las respuestas y comportamientos condicionados, los prejuicios
desde los que explicamos lo que creemos que es la realidad y los sentimientos
desde los que la sentimos.
La finalidad de este
trabajo es simplemente esa: la de observarnos. Sin esa observación no podremos
descubrir donde están los cordones umbilicales que nos anclan a las madres internas. Si no los cortamos, si
no nacemos a nuestra propia realidad individuada, nada podremos cambiar en
nosotros, ni ser nosotros mismos.
El hombre no sólo tiene
cuerpo, también tiene psicología (Psijé
decían los griegos, alma). El
contenido de esta psique es diferente para cada ser humano, y este contenido es
el lugar donde estamos psicológicamente. Ese lugar psíquico en el que vivimos
suele ser generalmente un lugar negativo. Nos preocupamos por vivir físicamente
en un lugar armónico y agradable, pero no le damos importancia ni nos
preocupamos de como es el lugar en que vivimos, psicológicamente, en nosotros
mismos.
Cualquier ser humano,
en cada momento de su vida, vive, simultáneamente, física y psicológicamente,
en un lugar. La observación de uno mismo nos permite conocer como es nuestro
campo psicológico. Este campo psicológico debe ser observado para descubrir que
la vida ha establecido en nosotros innumerables actitudes, topes,
comportamientos, imágenes fijas, discos de gramófono, modelos asociativos... Y
cuando no los seguimos o los desobedecemos, nos sentimos incómodos y
enfermamos.
¿Cómo tomamos la vida?
Cada ser humano se pone
en contacto con la vida de acuerdo con su propia manera, con su propia actitud:
anticuada, literal, racionalista, egoísta, emotiva, sentimental, temerosa,
cauta... Y a través de dicha actitud juzga la vida. Esta actitud desde la que
tomamos contacto con la vida es la madre,
es decir, la fuente de nuestras acciones, de nuestros sentimientos y
pensamientos. Es en este lugar psicológico donde escogemos o rechazamos.
La observación de
nosotros mismos y el abandono de la madre
es un intento de poner fin a la base sobre la que descansa nuestra personalidad
y desde la que nos relacionamos con la vida, con los demás seres humanos, con
la naturaleza y con el universo todo, generalmente en forma conflictiva. No se
trata de destruirla o cambiarla, se trata de verla, comprender que eso es así en nosotros y esforzarnos por
desviar nuestra energía de esa planta hasta que se seque.
La observación de
nuestra realidad psicológica, del lugar desde donde actuamos, permite descubrir
nuestras sombras, esas partes de
nosotros mismos que no son aceptadas por la conciencia de la personalidad.
Descubrirlas y aceptarlas. Es así como alcanzamos la integridad.
La integridad que el Caballero
del Grial desea alcanzar no es otra cosa que la suma de sus imperfecciones, y
que por mucho tiempo ha tratado de esconder. Cuando por mucho tiempo se ha
tratado de esconder algo de uno mismo, no se es uno mismo. Cuando uno se acepta
a sí mismo completamente, en toda su verdad, uno se hace íntegro, se transforma
en un ser completo. Si el Caballero que, en la búsqueda de su totalidad, el
Grial, ha luchado y comprendido lo que es el dragón, y logra no tener miedo a lo que él es, entonces puede seguir
adelante su camino para vestir su armadura
de Luz.
Buscar una nueva
orientación no es nada fácil. Las leyendas de los Caballeros del Grial y los
héroes míticos nos hablan de esa dificultad. Generalmente, cuando intentamos
desarrollar nuestro ser espiritual, intentamos hacerlo haciendo cosas desde nuestra personalidad, de la que tenemos un
sentimiento sagrado. De este sentimiento sagrado de nosotros mismos surge la
autoestima, el creer que siempre tenemos razón, y la autolástima. Es necesario remover ese sentimiento, ir más allá de
él y cambiarlo. Cambiar nuestra manera de tomarlo todo con arreglo a un modelo,
a las ideas preestablecidas de lo que consideramos justo o injusto, a los
patrones culturales.
¿La dificultad?
¿Acaso no estamos
convencido de que nuestros puntos de vista, nuestros juicios, nuestra manera de
ver las cosas, son las correctas?
¿Cómo podemos cambiar
lo que creemos que es correcto?
Necesitamos mirar
nuestro interior, no una sino mil veces, ver a que se asemeja esa persona a la
que llamamos yo y que, a pesar de lo
que crea de si misma, suele ser
mezquina, violenta, desagradable, etc., ya que en este punto, ¡faltaría más!,
todos estamos convencidos de no ser esas cosas.
Un ejemplo: Supongamos
que la palabra y el comportamiento de alguien provoca en mí un violento resentimiento.
Yo estoy seguro de no tener resentimiento contra nadie, así que en forma
inconsciente abro un sinnúmero de armarios repletos de amargos recuerdos cuidadosamente conservados y le replico con
amargura culpándole de ser él el resentido.
El Trabajo de la
observación de lo que acontece en mi realidad interna, psíquica, me permite ver
esa violencia y ese resentimiento. Esta visión es como un puñetazo en la
mandíbula. La observación ha de ser sin emitir juicio, sin justificarla, sin
sentir autolástima. Ello deja penetras un rayo de luz en las sombras.
¿Qué quiere decir esto?
Que mientras antes, por ser inconsciente de esa sombra, me identificaba con ese
estado negativo, ahora, al tener una ligera conciencia de el, noto y recuerdo
que mi reacción forma parte de la costumbre. La Luz me
descubre que carece de importancia quién tiene la culpa. El único culpable
conmigo mismo soy yo por ser negativo. La causa está en el habitual sentimiento
que tengo de mi mismo.
Necesitamos de los
demás para desarrollarnos. Son nuestros espejos. La Observación nos hace
comprender que las armonía en las relaciones humanas solo son posibles a través
de nuestros mundos internos. Que
para comprender a otro ser humano es preciso entrar en su mundo interior, y
esto no es posible si antes no se ha entrado en el propio.
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