domingo, 1 de febrero de 2015

La observación de uno mismo


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 13/09/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La observación de uno mismo.
<SUBTÍTULO>: Visión del lugar en el que nos encontramos psicológicamente.
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Solo somos sombras que ascienden hacia la Luz.
<SUMARIO>: No solo tenemos cuerpo, también tenemos psicología.
<CUERPO DEL TEXTO>:


En las leyendas de los caballeros de la Tabla Redonda, se decía que el caballero que partía en busca del Grial No debía obedecer a su madre.
¿Qué quiere decir esto?
(...)

La madre, además de ser la fuente y origen de nuestra realidad biológica, es también la fuente de nuestra realidad psíquica. En ella y desde ella se generan nuestras acciones, sentimientos y pensamientos futuros. Luego, otras madres -la cultura, las instituciones, la escuela, la iglesia, etc.-, siguen moldeando nuestra personalidad y conformando la matriz de nuestra estructura psicológica.
Esa matriz psíquica es la Madre a la que el caballero que partía en busca de sí mismo no debía obedecer. Para ello, debía observar desde que lugar de si mismo surgían las respuestas que daba a los eventos de la vida, debía ver como esas respuestas estaban condicionadas por esas madres y como este condicionamiento era el origen de sus miedos, sus angustias y sus conflictos internos; debía ver como, a esas respuestas, les daba siempre el nombre de yo, confundiendo este yo con el Yo Real.
¿Qué quiere decir observarse uno mismo?
Quiere decir que debemos observar lo que somos psicológicamente.
Quiere decir que debemos observar ciertos aspectos de nuestra realidad psíquica, sin espíritu de crítica -sin juzgar, decía Jesús-, y sin justificar nuestras respuestas a la vida.
Quiere decir que debemos ver la verdad que tomamos por nosotros mismos: las respuestas y comportamientos condicionados, los prejuicios desde los que explicamos lo que creemos que es la realidad y los sentimientos desde los que la sentimos.
La finalidad de este trabajo es simplemente esa: la de observarnos. Sin esa observación no podremos descubrir donde están los cordones umbilicales que nos anclan a las madres internas. Si no los cortamos, si no nacemos a nuestra propia realidad individuada, nada podremos cambiar en nosotros, ni ser nosotros mismos.
El hombre no sólo tiene cuerpo, también tiene psicología (Psijé decían los griegos, alma). El contenido de esta psique es diferente para cada ser humano, y este contenido es el lugar donde estamos psicológicamente. Ese lugar psíquico en el que vivimos suele ser generalmente un lugar negativo. Nos preocupamos por vivir físicamente en un lugar armónico y agradable, pero no le damos importancia ni nos preocupamos de como es el lugar en que vivimos, psicológicamente, en nosotros mismos.
Cualquier ser humano, en cada momento de su vida, vive, simultáneamente, física y psicológicamente, en un lugar. La observación de uno mismo nos permite conocer como es nuestro campo psicológico. Este campo psicológico debe ser observado para descubrir que la vida ha establecido en nosotros innumerables actitudes, topes, comportamientos, imágenes fijas, discos de gramófono, modelos asociativos... Y cuando no los seguimos o los desobedecemos, nos sentimos incómodos y enfermamos.
¿Cómo tomamos la vida?
Cada ser humano se pone en contacto con la vida de acuerdo con su propia manera, con su propia actitud: anticuada, literal, racionalista, egoísta, emotiva, sentimental, temerosa, cauta... Y a través de dicha actitud juzga la vida. Esta actitud desde la que tomamos contacto con la vida es la madre, es decir, la fuente de nuestras acciones, de nuestros sentimientos y pensamientos. Es en este lugar psicológico donde escogemos o rechazamos.
La observación de nosotros mismos y el abandono de la madre es un intento de poner fin a la base sobre la que descansa nuestra personalidad y desde la que nos relacionamos con la vida, con los demás seres humanos, con la naturaleza y con el universo todo, generalmente en forma conflictiva. No se trata de destruirla o cambiarla, se trata de verla, comprender que eso es así en nosotros y esforzarnos por desviar nuestra energía de esa planta hasta que se seque.
La observación de nuestra realidad psicológica, del lugar desde donde actuamos, permite descubrir nuestras sombras, esas partes de nosotros mismos que no son aceptadas por la conciencia de la personalidad. Descubrirlas y aceptarlas. Es así como alcanzamos la integridad.
La integridad que el Caballero del Grial desea alcanzar no es otra cosa que la suma de sus imperfecciones, y que por mucho tiempo ha tratado de esconder. Cuando por mucho tiempo se ha tratado de esconder algo de uno mismo, no se es uno mismo. Cuando uno se acepta a sí mismo completamente, en toda su verdad, uno se hace íntegro, se transforma en un ser completo. Si el Caballero que, en la búsqueda de su totalidad, el Grial, ha luchado y comprendido lo que es el dragón, y logra no tener miedo a lo que él es, entonces puede seguir adelante su camino para vestir su armadura de Luz.
Buscar una nueva orientación no es nada fácil. Las leyendas de los Caballeros del Grial y los héroes míticos nos hablan de esa dificultad. Generalmente, cuando intentamos desarrollar nuestro ser espiritual, intentamos hacerlo haciendo cosas desde nuestra personalidad, de la que tenemos un sentimiento sagrado. De este sentimiento sagrado de nosotros mismos surge la autoestima, el creer que siempre tenemos razón, y la autolástima. Es necesario remover ese sentimiento, ir más allá de él y cambiarlo. Cambiar nuestra manera de tomarlo todo con arreglo a un modelo, a las ideas preestablecidas de lo que consideramos justo o injusto, a los patrones culturales.
¿La dificultad?
¿Acaso no estamos convencido de que nuestros puntos de vista, nuestros juicios, nuestra manera de ver las cosas, son las correctas?
¿Cómo podemos cambiar lo que creemos que es correcto?
Necesitamos mirar nuestro interior, no una sino mil veces, ver a que se asemeja esa persona a la que llamamos yo y que, a pesar de lo que crea de si misma, suele ser mezquina, violenta, desagradable, etc., ya que en este punto, ¡faltaría más!, todos estamos convencidos de no ser esas cosas.
Un ejemplo: Supongamos que la palabra y el comportamiento de alguien provoca en mí un violento resentimiento. Yo estoy seguro de no tener resentimiento contra nadie, así que en forma inconsciente abro un sinnúmero de armarios repletos de amargos recuerdos cuidadosamente conservados y le replico con amargura culpándole de ser él el resentido.
El Trabajo de la observación de lo que acontece en mi realidad interna, psíquica, me permite ver esa violencia y ese resentimiento. Esta visión es como un puñetazo en la mandíbula. La observación ha de ser sin emitir juicio, sin justificarla, sin sentir autolástima. Ello deja penetras un rayo de luz en las sombras.
¿Qué quiere decir esto? Que mientras antes, por ser inconsciente de esa sombra, me identificaba con ese estado negativo, ahora, al tener una ligera conciencia de el, noto y recuerdo que mi reacción forma parte de la costumbre. La Luz me descubre que carece de importancia quién tiene la culpa. El único culpable conmigo mismo soy yo por ser negativo. La causa está en el habitual sentimiento que tengo de mi mismo.
Necesitamos de los demás para desarrollarnos. Son nuestros espejos. La Observación nos hace comprender que las armonía en las relaciones humanas solo son posibles a través de nuestros mundos internos. Que para comprender a otro ser humano es preciso entrar en su mundo interior, y esto no es posible si antes no se ha entrado en el propio.

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