domingo, 12 de febrero de 2017

La Singladura de Occidente 55

La Singladura de Occidente
Capítulo 55
El retorno de los dioses
 
Se nos ha olvidado un hecho, o tal vez nunca nos lo dijeron: cuando los hielos cubrieron la Tierra, todos esos Dioses ya existían y su recuerdo permaneció vivo en la memoria de los hombres que sobrevivieron a frío. Los Dioses de la Fundación (el ancestral Escorpión) y los Dioses de la Confrontación (la Cabra-Pez) ya habían creado la noción de Isla que surge en medio de las aguas, de donde nacerán los Dioses Solares.
 (...)

Pero antes, cuando los hielos solo eran un oscuro presentimiento, hace más de 13.000 años, la idea de preservación alumbró a aquellos espíritus. Esta no es una idea simple, requiere de otras nociones: previsión, protección, anticipación. Su forma aparece representada por Nuestra Señora de los Mamut, o por las Venus Paleolíticas. Es cierto que 30.000 años atrás ya habían aparecido los glaciares, ¿quedaba algún recuerdo en la memoria? Cuando llegó la última Era del Frío, o volvió, el mamut no tuvo si quiera tiempo de digerir la hierba que rumiaba, pero si sobrevivió la tortuga, y el escorpión, y los mariscos, y el hombre que había escuchado los avisos de la Diosa, la Preservadora, la Guardiana, la Contingente.
Dos cosas se adivinan en esta alternancia de las corrientes contrarias de la Evolución humana: Orden-Organización (Neguentropía) y Desorden-Desorganización (Entropía). Esta realidad ha podido presentarse, durante milenios, bajo los trágicos aspectos de una fatalidad, un olvido renovado, un renacimiento. Porque lo mismo que cada mañana aparece el sol para desaparecer por la tarde, lo mismo que cada Primavera la naturaleza reverdece para secarse en el Estío, los depositarios de la Ciencia del Tiempo, los que sabía codificar los mitos, los chamanes, los sacerdotes-astrónomos, sabían que aproximadamente cada 2.000 años nacen nuevos mitos y se reordena una nueva evolución creadora. Y que, por el contrario, por el mismo tiempo, desaparecen viejos mitos-dioses y se aniquilan las culturas.
Los griegos fueron muy sensibles al horror de esta alternancia, sensibilidad que también se manifiesta en la angustia del cristiano, en el fundamentalismo del pueblo islámico, en el sacrificio del bonzo, en el sentimiento de los "pueblos tradicionales" que esperan el fin de la era actual y, con ello, el fin de una era de "Ausencia de Dios". Y, a pesar de todo su racionalismo, en el sentimiento del "fin del mundo" del hombre blanco, es decir, de su civilización, de su técnica y de su ciencia. En esta visión no es de extrañar que los ritos fundamentales de los cultos aún vivos se mezclen con costumbres altamente arcaicas. Basta echar una mirada a los movimientos New Age. En realidad, los primeros solo sirven para actualizar los segundos y prolongarlos hasta el regreso del nuevo dios, era o ciclo. Desde siempre, chamanes y sacerdotes-astrónomos, sacerdotes de iglesias formalmente constituidas, brujos, sanadores y curanderos, adivinos y gurúes de toda índole, han contribuido a mantener despierta la memoria de las tradiciones muertas o adormecidas, a fin de un viejo dios desaparecido (Quetzalcóatl, Viracocha, Cristo…), presentado como nuevo avatar, pueda  renacer cuando su noche y su sueño se acabe.
Pero, ¿renacerán tal y como fueron hace 8.000 o 6.000, o 4.000… años?
Todos los mitos conocidos, se engarzan en ese gran ciclo que es la Precesión de los Equinoccios, un ciclo de 25.960 años. Este gran ciclo, se encuentra inscrito en ciclos mayores. Hace 30.000 años, a finales del ultimo periodo glacial, los artistas de Lespugne habían creado representaciones de Diosas Madres. 25.000 años más tarde, en el 4.000 a.d.C.-, las veremos reaparecer en el culto a Isis y otros 5.000 años después en el culto a María. ¿Existe un Eterno Retorno de los Mitos, aunque Isis o María ya no sean la Venus de Lespugne?
Platón veía en el surgimiento de las catástrofes la acción de los Dioses; Ptolomeo y Kepler un ejemplo del trastorno periódico de la inclinación del Eje Terrestre. Fueron los sumerios y los egipcios los que sintetizaron este fluir del tiempo precesional en una circulación mítica de dioses y eras llamada Zodiaco.
Esta exigencia del Símbolo Mítico se encuentra tanto en nuestros antepasados como en nosotros: es nuestro caminar por la rampa ascendente, aunque desconozcamos la causa de ello y aunque tampoco sepamos su fin. Tal vez, este fin sea el de llevar al Hombre a obrar para cumplir la necesidad del Cosmos identificándose con esa Potencia Invisible, que el místico llama Espíritu Puro y el físico Energía.
Tenemos la sensación de que todo está  ligado al tiempo. Hasta el sentido profundo de las palabras. A través de nuestras sensaciones, proyectamos sobre el universo la realidad de una tierra física, de un espacio geométrico o de un tiempo que se nos escapa entre los dedos. La mayoría de las grandes leyes de la Física, derivan de la interpretación de estas informaciones que nos comunican (directa o indirectamente) nuestros ojos o nuestros músculos, almacenadas en la memoria después (o antes) de pasar por el filtro de nuestras palabras. El ojo es un instrumento que se encuentra bien adaptado, especialmente, para reconocer las formas, detectar los cambios y percibir un movimiento. Pero solamente dentro de una determinada frecuencia. El Músculo nos permite evaluar y comparar pesos y esfuerzos. La memoria acumula y concentra el tiempo cuyo discurrir se inscribe en la trama de nuestra conciencia.
Usamos cuatro coordenadas para describir cualquier suceso: tres son espaciales (allí donde se produce el suceso); la cuarta, es el tiempo que nos señala cuando se produce. Y de la misma manera que no podemos concebir el mundo exterior sin apelar a sus propiedades geométricas, tampoco podemos describirlo sin referirlo al fluir del tiempo. Dado que el espacio-tiempo es una realidad inseparable, una imagen imaginada por Einstein para describir lo que no tiene descripción, ¿de dónde hemos sacado entonces la noción de antes y después? ¿Por qué nuestra conciencia percibe estos dos conceptos como disimétricos y opuestos?
La Gran Madre Galaxia o Galatea

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