Desde el 20 de Noviembre de 2013 vengo publicando en La Opinión de Tenerife una serie de artículos que, bajo ese título genérico, pretenden llamar la atención sobre algunos aspectos importantes de nuestra cultura Occidental. Aquí los iré publicando como si fueran pequeños capítulos de un libro, porque a eso estaban destinados en un principio, a formar parte de un libro.
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Ulises y las sirenas. Mosaico. Museo Nacional de El Bardo. Túnez |
LA SIMGLADURA DE OCCIDENTE
Capítulo 1
En el principio...
La
finalidad de estos artículos (este y los que espero que sigan) es intentar mostrar
cual es el estado de conciencia de la mayor parte del “hombre occidental” y de su civilización, es decir, del hombre que
integra, desarrolla y expande por el mundo la Cultura Occidental.
Para
llegar a saber cual es ese estado, hemos de recordar primero de donde ha
surgido y, segundo, como se ha desarrollado eso que ha venido en llamarse
Occidente. Occidente es una identidad que tiene muchas caras. Los rostros que
aquí os ofrezco os podrán parecer tal vez los más sombríos, los que no queremos
ver; los que hemos arrinconado en lo más profundo de nuestra memoria, allí
donde no se puedan recordar. Aunque podemos hacer el esfuerzo de sacarlos a la
superficie y mirarlos cara a cara. Solo así comprenderemos.
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Inauguración Juegos Olímpicos barcelona 92 |
Muchos son
los que aún recuerdan como en la inauguración de los Juegos Olímpicos de
Barcelona 92, se representó la odisea de nuestro mundo occidental; un mundo
que, los que creen en él, dicen que comenzó en el Mediterráneo Oriental; un
mundo que trata de esfuerzo, de conquista y de racionalidad, donde Hércules,
separando las columnas que supuestamente hoy forman el Estrecho de Gibraltar,
es el modelo a imitar, aunque un Hércules adulterado porque no fue solo su
fuerza lo que le hizo famoso, sino su sabiduría y su conciencia, que se fue
incrementando en cada uno de los 12 Trabajos que llevó a cabo.
Pero con
anterioridad a este mundo regido por el Padre, reinaba Gaia, la
Gran Madre Tierra. El mito evoca su origen:
en el vacío primigenio la diosa Gaia inició una danza, giró y se dobló sobre si
misma hasta formar una esfera y en sus espaldas se levantaron montañas. Su
cuerpo sudó y sus efluvios se evaporaron para convertirse en la fecunda lluvia
de la Vida. De
los pliegues de su cuerpo nacieron los valles y de sus poros brotaron las
primeras plantas; sus entrañas parieron las formas de la vida que corrieron por
su piel. Luego, hizo nacer de su seno a los hombres y a las mujeres.
Todo esto
fue mucho antes de Homero. Cuando Grecia alcanzó su etapa Clásica, Gaia había
perdido su poder y había pasado a ocupar un lugar secundario; aunque en tiempos
de Homero aún la llamaban la "Madre
de Todo" y "La más
Antigua". Era el último recuerdo de un tiempo en el que sólo había
diosas vinculadas a los ciclos de la Naturaleza y a la celebración de la Vida. Diosas y Reinas (sus
representantes) que permitían que la semilla de un hombre las fecundara para
que la naturaleza volviera a dar frutos al año siguiente. Un año era el tiempo
que tenía este rey consorte para reinar pues, necesariamente, debería morir al
año siguiente a manos del que le sustituiría en el trono y en el lecho de la Reina, la representante de la Diosa. De esta manera se
cumplía el ciclo de la
Naturaleza. Luego llegó Apolo, el Sol, y dio comienzo a lo
que en un tiempo no muy lejano sería la larga singladura de Occidente, su
Odisea para llegar a una Ítaca nunca encontrada.
En cuanto
a nosotros, hijos de Occidente, seres apolíneos,
llenos de racionalidad, de modernidad y de Idea de Progreso, que miramos el pasado con los ojos del presente y
a través de nuestra Voluntad de Poder
(no tiene aquí esta expresión el significado que le dio Nieztsche, sino el de “Voluntad de deseo de Poder”, (un deseo patológico y enfermizo), nos cuesta
trabajo creer que alguna vez haya existido una cultura floreciente que no sea
la nuestra y, para colmo, que esa cultura floreciente fuera una cultura femenina.
Todo el
mundo ha escuchado alguna vez (al menos eso creo) el mito en el que Zeus, el
Padre de los dioses, se enamoró de Europa, hija de Agenor; también sabrá como,
para seducirla, se transformó en un hermoso toro blanco que, saliendo del mar,
se presentó en la playa donde Europa jugaba. Seducida por la belleza del
animal, Europa montó en su lomo y Zeus se la llevó, según cuenta la leyenda, a
la isla de Creta. De estos amores nació Minos, futuro rey de la isla y nombre
que heredaron todos los sucesivos reyes que la gobernaron. Con Minos, la
historia vuelve a repetirse. Pasifae, esposa de Minos, se enamora de un toro
blanco que Poseidón, dios del Océano, había regalado a Minos. De ese idilio
nace el Minotauro, un híbrido en forma de hombre con cabeza de toro para el que
Dédalo construyó el Laberinto.
El toro
era un símbolo de Poseidón, el primer rey-dios de la Atlántida. Así que
Poseidón-Zeus-Toro raptó a Europa. ¿Designaba ya esta palabra a todo el
continente? Que yo sepa, nadie, excepto Jorge Mª Ribero Meneses ha explicado el
por qué, en cuatro mil años de Historia europea, el nombre de Europa solamente
aparece en el norte de la
Península Ibérica, designando un topónimo: los Picos de
Europa.
Lo que el
mito narra, en realidad, no son las hazañas de los guerreros solares, sino como
una antigua civilización, joven, agrícola y femenina, fue forzada por pueblos
guerreros y patriarcales que pusieron fin a un estado de cosas. Tal vez fueron
Creta y Troya las últimas descendientes de aquella cultura en que Gaia
detentaba el poder sobre los destinos de los hombres.