lunes, 5 de enero de 2015

La singladura de Occidente 07

LA SIMGLADURA DE OCCIDENTE

Capítulo 7


"Del hermano Francisco al Doctor Fausto"
Trasladémonos a Asís en la primavera de 1.225. Allí está el Hermano Francisco, escribiendo su cántico al hermano Sol y a la hermana Luna, al hermano viento y a la hermana agua, al hermano fuego y a la hermana Tierra, al hermano lobo y al hermano hombre. Francisco, hermano de todo lo que está vivo, inicia sus cantos con el masculino Sol y termina con la femenina Tierra. Un matrimonio, una Hierogamia sagrada, que reconcilia la dualidad y revela la belleza y el misterio del fluir de la vida.
(...)

Un siglo antes, San Bernardo también había dicho que “se encuentran muchas más cosas en los bosques que en los libros, y que los árboles y piedras te enseñan lo que ningún maestro te permite oír.”
Aún 250 años más tarde que Francisco, el Humanista Pico de la Mirandolla intenta defender públicamente sus 900 tesis sobre la concordia de las diferentes religiones y filosofías y, como apoyo a sus tesis, escribe su "Discurso sobre la dignidad del hombre", que llena también de dignidad a la Naturaleza.
Retrato de Nicolás Maquiavelo por Santi di Tito
Luego, llegó Maquiavelo para decirnos: “todos los hombres son malos, siempre dispuestos a emplear la maldad de su ánimo...”, o que un buen príncipe: “no debe tener otro pensamiento, objeto ni ocupación que no sea la guerra y sus leyes y disciplinas”.
Terminado el S. XVI, aparece en Alemania una obra anónima, "Faustbuch", el primer texto que recoge el mito de Fausto, y que con posterioridad, Marlowe, Goethe y Tomas Mann, nos presentarán como la quintaesencia del hombre moderno. El Dr. Fausto quiere saberlo todo, anhela un poder sobrehumano, no reconoce límites, siempre está insatisfecho, inquieto, insaciable e irascible. Rodeado por un mundo preñado de posibilidades, se ve privado del sentido de la vida, lo que le lleva a transgredir su condición humana para terminar perdiendo su alma.
Más tarde, el Dr. Frankenstein creará, con la ayuda de la técnica, un monstruo que habría de aniquilarlo. Hoy, un Fausto desacralizado impulsa nuestro afán de crecimiento económico ilimitado, el culto al Progreso, la Ciencia y la Técnica, así como la compulsión de producir y consumir y, con ello, la destrucción del planeta.
 El fausto de Goethe es un Fausto con un individualismo desaforado, lleno de ansias de saber, siempre insatisfecho, dispuesto a cualquier cosa por conseguir una pizca de conocimiento, aún a costa de la destrucción de otros. Sus logros y fracasos, también sus yerros, son los que impregnan el camino del hombre y de la Ciencia a lo largo del siglo XIX hasta el presente. No le importa pactar con el mismísimo diablo, aunque éste sea luterano, para satisfacer su deseo. El deseo de un “yo” que nace a comienzos del siglo XVIII, para el que todo es justificable, deseoso de “saber”, se constituye en la piedra fundamental del nuevo hombre. Mientras, en un tiempo anterior donde la corte celestial cantaba las glorias de la Creación de Dios, Mefistófeles se entretiene poniéndole pegas y mostrándole las desgracias que padecen los humanos. Opina que el hombre es un error de su Creación.
Este es el tema que ocupa las discusiones de teólogos y filósofos de la época y que se encuentra en la base de los enfrentamientos entre Leibniz y Pierre Bayle. De hecho, Mefistófeles defiende la postura de Bayle que opina que la Creación si canta la gloria de Dios, siendo el hombre la única criatura que cuestiona dicha obra. Leibniz le responde que si el hombre no escucha la “música de las esferas” es porque las desconoce.
 Como Fausto, la burguesía del siglo XVIII, mientras se construye la individualidad moderna, somete el discurso de Fausto a su pega fundamental: ¿Puede establecerse una armonía entre el yo y la sociedad? Goethe utilizó a Fausto para mostrar todos los problemas que esta relación planteaba. Ellos marcaron con sangre nuestra herencia y nuestra memoria.
Proceso a Giordano Bruno. Bronce de Ettore Ferrari. Campo dei Fiori, Roma.
Pero un siglo antes, cuando el 17 de Febrero del año de Nuestro Señor de 1.600 Giordano Bruno ardía en la Hoguera de la Inquisición, con aquel fuego purificador desaparecía un espíritu mezclado, agitado ya por ideas fáusticas y anhelos de reconciliar a la Humanidad con el Cosmos, aunque se topó con un muro. Como decía Don Quijote: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Su contribución al Progreso fue desbancar a la Madre Tierra del centro del Universo y poner al Padre Sol, aunque para él, y esto ha sido escamoteado de los libros de Historia, el Universo era infinito e impregnado de infinita divinidad; también la Tierra era aún un ser con Alma y vida.
Veinticinco años después, Francis Bacon escribe "La Nueva Atlántida" y esboza una teoría social patriarcal, jerárquica y tecnocrática, regida por un centro de investigaciones en el que se inspiró la Royal Siciety y otros templos del saber (todos de origen naglosajón). Es el profeta del Progreso, el creador del primer método científico y el que sin remilgos estableció que la femenina Naturaleza ha de ser sometida a la masculina Razón. En una obra inédita "El nacimiento masculino del tiempo", nos dice que: “he llegado a la verdad misma al traerte a la naturaleza con todas sus criaturas para someterlas a tu servicio y hacerla tu esclava.” También nos anima a “vencer a la naturaleza, a capturarla, a constreñirla, a arrancarla de su estado natural y exprimirla y moldearla, a extraerle sus secretos, penetrando en sus agujeros y rincones.” Devoto de la nueva religión que nace y que contribuye a crear, describe a los científicos como nuevos sacerdotes. Rindió culto al progreso técnico y amó tanto el dinero y el poder que sólo un escándalo de corrupción truncó su brillante carrera política.



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