lunes, 22 de agosto de 2016

El Yo y la cultura


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 20/06/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El Yo y la Cultura
<SUBTÍTULO>: Proceso evolutivo de dos centros de integración
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El Yo se prolonga a través de un organismo vivo, una unidad de comportamiento organizado, llamado Cultura.
<ILUSTRACIÓN>: "Espíritu-muchacha". Simboliza la bondad, la ternura y la belleza. Nigerian Museum de Lagos.

<CUERPO DEL TEXTO>:
 

"Espíritu-muchacha". Simboliza la bondad, la ternura y la belleza.
Nigerian Museum de Lagos.

Influencias procedentes de otras culturas han infiltrado en el ámbito de muchos grupos con inquietudes espirituales, la idea de que el "yo" es un terrible enemigo al que hay que combatir y destruir. Pero, ¿se ha entendido a qué se refieren esas otras culturas, respecto a esa supuesta actitud? Incluso, ¿estamos seguros de que ellas tienen el mismo concepto de "yo" que nosotros?Analicemos el problema desde nuestra visión cultural.
(...)

La posición erecta, la locomoción bípeda, el enorme desarrollo del cerebro y su compleja coordinación con la mano, el desarrollo de la inteligencia, el desenvolvimiento del lenguaje, la capacidad de pensar simbólicamente, han hecho del hombre un ser plástico y moldeable en relación con su medio físico. De todo ello resulta un mayor control del medio.
Esto ha sido el resultado de ese impulso -llámese Dios, Mente Divina, Evolución, Campo Origen o como quiera llamársele- existente en el Cosmos y en la Vida, y por el que los organismos, para evolucionar y permanecer, deben establecer una relación con el medio a la vez que una mayor independencia de él. Por evolución entendemos cambio y complejización, al margen de la dirección que tome.
En el curso de la evolución, junto a los órganos de respiración, digestión, locomoción, etc., se ha desarrollado una estructura que permite al individuo interactuar con el medio ambiente: la mente. Para la Ciencia, su desarrollo significa la evolución del control nervioso como mecanismo de obtener y procesar la información para organizar esa relación.
Para la Ciencia Esotérica, la Mente es previa a la evolución de la estructura nerviosa. Lo que llamamos Mente Universal sería ese algo que impulsa al Cosmos y a la Vida a complejizar las estructuras nerviosas y las formas, con la finalidad de expresarse por ella en una acción cada vez más consciente.
Al evolucionar la mente y la acción que se expresa por ella, también lo ha hecho la naturaleza de nuestra experiencia; ésta ha ido cambiando desde el ser unicelular, sin sistema nervioso diferenciado, hasta el hombre, cuya complejidad nerviosa permite a la mente un mayor grado de control. De ello resulta algo llamado conciencia; y con ella, la capacidad para simbolizar las experiencias, almacenarlas en forma de memoria no genética y comunicarlas.
Este salto cuántico, se ha manifestado a través de un proceso de evolución cultural y de configuración psíquica.
La capacidad desarrollada por el hombre para almacenar información por medios no genéticos, el poder transmitir y perpetuar sus experiencias a través de la tradición, junto con su habilidad para aplicar su inteligencia al dominio del medio, le han permitido crear a su alrededor un organismo vivo, una continuidad de comportamiento organizado, llamado Cultura.
La cultura es el resultado y la expresión de un proceso de adaptación en relación a tres factores:
FISICOS, que se resuelven en eso que llamamos economía, que toma un aspecto particular en cada cultura, como resultado de la interacción entre el hombre y su medio. Tiene como finalidad la supervivencia.
SOCIALES, que regulan y organizan las relaciones interpersonales entre los miembros de una cultura en estructuras familiares, jerarquías sociales, gobierno etc.
PSICOLOGICOS, de cuyo resultado surgen los productos del esfuerzo humano para integrar y dar expresión a conceptos verbales que se resuelven en formas religiosas, mitos, leyendas, rituales, arte, lenguaje escrito y todo lo que constituye la mentalidad colectiva de una cultura.
La interacción de estos tres factores entre si influyen en la evolución de la propia cultura, y son a la vez influidos por ella y por la relación del conjunto con el medio, al igual que lo hace un organismo vivo. En este proceso, la representación psicológica interna de la psique del hombre ha sufrido y sufre, a causa de la proyección de símbolos verbales hacia la forma de lenguaje escrito, un proceso de evolución propia.
Este proceso de evolución psicológica peculiar para cada cultura, hace que la diferencia entre un miembro de la cultura de los yanomamis y uno de la nuestra, no sea sólo una diferencia de conocimientos. Si sólo fuera eso, no habría diferencias culturales.
La divergencia y dispersión cultural no sigue un proceso diferente a la dispersión de las galaxias. Ambas tienen su origen en el mismo Origen o supuesto Big Ban. La diferencia está en que la visión del mundo de uno y otro es distinta, lo que no quiere decir mejor ni peor.
Una visión del mundo es un fenómeno interno de la psique, un fenómeno psicológico. Entre los yanomamis y nosotros se ha producido una evolución psicológica, un modo de percibir y comprender el mundo exterior e interior y de integrar estas percepciones en una forma peculiar de visión interna.
Cuando esta visión cambia, se produce un cambio correspondiente en la concepción de la propia identidad del Yo. La manera en que entendemos el mundo que nos rodea y a nosotros mismos en relación a él, influye inevitablemente en el modo como nos vemos en él.
Los test proyectivos evidencian que lo que existe dentro de nosotros como estado psicológico influye en nuestra percepción exterior y, por lo tanto, la percepción exterior viene a ser la medida de nuestra condición interna. De ahí que el paso dado entre los yanomamis y nosotros, no es solo un salto cultural y psicológico en el sentido de un entendimiento del mundo, sino un diferente modo de concebirse así mismo.
Cuando la conciencia humana emergió como la más alta expresión del control nervioso (lo que no quiere decir que fuera creada por este), se hizo inevitable que un centro integrador emergiera conjuntamente con ella. El hombre no habría podido experimentar la conciencia sin ese centro como medio de organizar, integrar y coordinar las diversas experiencias. De no ser así, su estado psicológico hubiera sido un caos.
Ese centro organizador de los procesos conscientes e inconscientes es el "yo". Desde el inconsciente Caos del origen, la conciencia y el "yo", como estructuras simbólicas y psicológicas, han evolucionado biológica y neuropsicológicamente. Con ellas, lo que se ha producido desde la visión del mundo desde los homínidos a nosotros, no es una mayor capacidad para adquirir conocimiento y comprensión, sino una mayor complejización del "yo".
Lo que tenemos en común con otras culturas es la capacidad de organizar e integrar percepciones y experiencias. Pero esta misma capacidad, al residir en el "yo" como centro más consciente, vino a quedar, en el curso de la evolución humana, sujeta a un proceso de cambio no genético, un cambio cultural y psicológico. Ello hace que nuestra visión del mundo y de nosotros mismos sea, simplemente, distinta a la de otros pueblos y culturas.
Cuando contemplamos a un ser humano a la luz de su historia biológica, nos anonadamos ante la complejidad de su herencia genética y sus infinitas posibilidades de combinación, que han hecho de él lo que ahora es. Esta complejidad se prolonga en su herencia cultural acumulada. Todo ello ha configurado al "yo".
Esta doble herencia ha hecho del hombre particular un ser altamente individualizado, aunque no por ello es algo aislado en el carácter específico de su "yo", ya que a través de ese "yo" se refleja, con una cierta intensidad, la tendencia a desenvolverse en niveles de organización cada vez más inclusivos y convergentes, también más amorosos.
¿Por qué entonces destruirlo, cuando lo que habría que hacer es simplemente limpiarlo de las adherencias que quedaron pegadas a el por el proceso de su nacimiento y crecimiento?
 Respetémosle, pues; lo mismo que a ese "yo colectivo", la Cultura. Ambos obedecen a ese impulso que, allá en la profundidad, aún inconsciente para nosotros, parece no saber aún donde dirigir su mirada.

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