domingo, 25 de septiembre de 2016

La Singladura de Occicente 45

La Singladura de Occidente
Capítulo 45

Las sociedades históricas


Como señala E. Morin, el paso de las sociedades arcaicas a las sociedades históricas supuso una auténtica metamorfosis, aunque el núcleo de aquella sociedad permanece vigente en las sociedades históricas. Podría decirse que la sociedad histórica comporta realidades nuevas llamadas: Estado, ciudad, agricultura, clases sociales, instituciones religiosas… Es a partir de este momento cuando al devenir humano se le ha llamado Historia. Dos elementos se configuran con la aparición del Estado: el Imperio y la Ciudad.
(...)

El primero surge a partir del enfrentamiento entre pequeños reinos cuya actividad principal es la guerra, de la soberanía de uno de ellos sobre los otros y de la extensión de sus conquistas. Podemos conocer sus proceso en Eurasia y América precolombina. Así se constituyeron Egipto, Asiria, el Imperio Chino, el Imperio Persa, el Romano, el Azteca y el Inca. Una de sus principales características es que aglutina en su territorio a una inmensa población, centenares, miles e incluso millones de individuos.

Por su parte la Ciudad es una Ciudad-Estado que, como el Imperio, dispone de clases sociales, recursos agrícolas, colonias terrestres o marítimas y están gobernadas por reyes, tiranos u oligarquías aristocráticas. Con el tiempo, estas Ciudades-Estado fueron absorbidas por los Imperios o, como en el caso de Roma, una Ciudad-Estado que se convirtió en Imperio.

 El elemento organizador de las sociedades histórica es precisamente el Estado; en Europa, a partir del siglo XV, las sociedades se metamorfosean en naciones, pero el Estado sigue siendo su núcleo organizador.

Dado que ni en la ciencia política ni en las distintas concepciones de Estado (liberal o marxista) no existe una noción que lo defina, Morin ha acuñado un término: “aparato, al que define como:
dispositivo de mando y control que capitaliza la información, forma programas, y por ello domina la energía material y humana; un aparato introduce su determinación en un medio amorfo o heterogéneo (y por ello el aparato de Estado puede controlar poblaciones muy diversas); en el sentido cibernético del término, sojuzga a un sistema sin experimentar su reacción, pero recibiendo información de él.” (Morin. “El Método 5 La Humanidad de la Humanidad. La identidad humana”. o.c.).

Desde los antiguos Imperios hasta las modernas naciones, el Estado ha constituido el centro de control y mando de la sociedad. Su poder se basa en el conocimiento, su capacidad para decidir, su autoridad y su capacidad para reprimir. Se rodea de una administración que centraliza la información y el saber a través de la cual imparte las instrucciones y programas. Al generar sus propios códigos (leyes y decretos) estos pasan a formar parte del patrimonio de la cultura. Él es la fuente del Orden porque se ha apropiado del monopolio de la violencia. No solo controla los poderes temporales, sino también los poderes religiosos (ecepto en los estados laicos modernos); aunque como señala Toynbee ello no es óbice para que ellos instituyan su propia sacralizad.

Todo Estado pervive por el sojuzgamiento del medio en el que opera. Su autoridad “se introduce en la mente del individuo beneficiándose del principio de inclusión que permite que todo sujete se integre en un Nosotros; inscribe sus finalidades en el punto mismo de la autonomía del sujeto” (Morin). Aunque el sujeto permanece relativamente autónomo al conservar competencias y autonomía privada, siempre que obedezca al Estado. De esta manera el sujeto es alienado bajo el imperio de la Ley que regula el funcionamiento del Estado. Y aunque la inteligencia del sojuzgado continua siendo, en una forma paradójica, libre, pudiendo incluso pensar en rebelarse, la presión de la culpa a hacerlo le incita a creer que trabaja para su Dios, su Patria, la Verdad o el Bien. Fue este sujetamiento a través de la culpa el que permitió abolir la esclavitud. Una parte de la rebelión de los sujetos (ciudadanos) ante la crisis que nos afecta, es porque las barreras de la culpa se han debilitado. Basta analizar las acusaciones de los que defienden la forma de Estado imperante contra los que se “rebelan”.
Un hecho debe quedar claro, y esa es una pretensión de este artículo: el Estado nació de la dominación y la violencia (guerra). No existe Estado si no se posee un poder militar. Incluso los grandes Estados actuales lo son porque disponen de un inmenso poder militar, aunque mientras más grande sea este poder, más paranoide se vuelve el Estado. Pero precisamente por que posee este poder militar, el Estado, sea laico o religioso, tanto ayer como hoy, es un “aparato” predador respecto a los Estados más débiles.
 Tanto antiguos como modernos, los Estados han ejercido y ejercen un dominio despiadado tanto en el interior de su ecumene, como fuera de ella. Podríamos decir que poseen una personalidad arrogante, narcisista, dados a los lujos desproporcionados, arbitrario respecto a las elite que lo controlan que no dudan ejercer la tortura y el sojuzgamiento de las clase inferiores ante en menor atisbo de protesta. Por todo ello, desde los antiguos Imperios ya desaparecidos (el único que permanece aún vivo es el Chino) hasta los Estados modernos, eso que llamamos Estado es la más formidable potencia de dominación, subyugación, agresión y predación que jamás haya existido. Para los lectores que le interesen profundizar en todo esto, les recomiendo leer el libro de Edgar Morin anteriormente citado.

No he querido considerar aquí ni el despotismo, ni la divinización de los jefes de Estado, ni la idea un Estado “civilizado”, trasmisor de Democracia. Señalar solo que los Estados llamados democráticos en lo interior, fueron (y subrepticiamente aún lo siguen siendo), guerreros y opresores en lo exterior. Ejemplos recientes lo tenemos en la Inglaterra de las libertades cívicas y el habeas corpus, en la Francia y los EEUU de Norteamérica de los Derechos del Hombre, o en la actual Unión Rusa que acaba de anexionarse Crimea.

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