domingo, 2 de octubre de 2016

El conflicto del "yo personal"


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 11/07/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El conflicto del yo personal
<SUBTÍTULO>: Consideración al problema de la angustia
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El yo personal es el campo de batalla donde acuden a enfrentarse el medio social y la evolución cósmica.
<CUERPO DEL TEXTO>:

 

Decía el director de cine Marcel Camus que el hombre es un animal que segrega amor. En un manifiesto conmovedor afirmaba que quería dedicar toda la vida a buscar actos de amor, como único modo de comprender y hacer algo por los hombres.
(...)
El problema es que el hombre de hoy no logra encontrar el amor que le permita salir indemne de los atentados que se cometen contra su individualidad. La llamada del prójimo a su prójimo queda sin eco, y el silencio se hace entre los hombres. Los entendidos le han dado un nombre a este silencio: incomunicación.
El hombre vive cada vez más en pequeños círculos en los que encierra sus limitados afectos, sus pequeños intereses y su horizonte.
Moralistas, entre los que debemos de incluir a políticos, sociólogos, psicólogos, economistas e intelectuales, discrepan sobre el origen de esta incomunicación desde sus particulares puntos de vista. Nos demuestran así su propia incomunicación. Todos en conjunto son incapaces de lograr un reparto justo de los bienes temporales a escala planetaria, condición última e indispensable para tener derecho a hablar de acercamiento entre los hombres.
Porque, después de un acto de acercamiento a un semejante de distinta condición intelectual, social, cultural, racial..., después de un regalo o una palabra afectuosa, después de enviar alimentos y ayuda humanitaria a los que se mueren en Somalia o en lo que queda de Yugoslavia, ¿qué se puede hacer o decir, qué conversación amigal sobre temas comunes se puede seguir, para que el regalo y la palabra no parezcan forzados por el impulso paternalista o de pretendida hermandad?
Por mucho tiempo, en lo del amor al prójimo, hemos confundido prójimo con próximo. De pronto, percibimos que el prójimo puede estar lejos. La lejanía puede ser geográfica, cultural, mental o racial y, a pesar de ello, es preciso seguir amándolo. ¿Encontraría Marcel Camus sus actos de amor?
En el otro extremo, otro Camus, Albert, decía: "Es muy dificil amar a los hombres y vivir con ellos". Ciertamente, entre solitario y solidario solo existe la diferencia de una consonante. La "d" de solidario, la Daleth del alfabeto hebreo es, en el Árbol de la Vida, la Puerta del Conocimiento que abre o cierra el paso al "Reino de los Cielos". Situada al nivel de la garganta, allí donde está el centro generador del habla, a mitad de camino entre el cerebro y el corazón, es el medio de comunicación con nuestro prójimo, es la segregadora de actos de amor.
Siempre he tenido la impresión de que para poder segregar amor, deberíamos estudiar biología. Cuando el individuo entra en conflicto con su medio ambiente, la angustia hace su aparición, especialmente al nivel del sistema nervioso cerebro espinal. Si el conflicto es entre el individuo y lo colectivo universal, la angustia parece situarse más bien en la psique inconsciente del hombre con su soporte en el sistema que regula la vida vegetativa.
En el primer caso, la voluntad y ciertas terapias ayudan a resolver el problema. Pero cuando la angustia está arraigada en el sistema vegetativo, no depende de la voluntad consciente del sujeto, ya que el individuo no puede, en principio, actuar por medio de su voluntad consciente sobre el desarreglo de los órganos que dependen de él.
Ambos conflicto están relacionados. El esfuerzo de conciliación del yo personal con el medio social, puede conducir a un cambio de ese yo personal que se colorea de los imperativos del medio social. Igualmente, el esfuerzo de conciliación del yo personal con el medio cósmico, tiende a colorear ese yo con los símbolos procedentes del inconsciente colectivo. En ambos casos, el yo personal se convierte en el campo de batalla donde acuden a enfrentarse, si sus imperativos no son compartidos, el inconsciente colectivo y el medio social.
¿Cómo esperar que el individuo se libere de las consecuencias -la angustia-, en primer lugar en el plano psíquico y luego en el físico, de este conflicto permanente, más o menos consciente, en el que la sociedad (lo colectivo) viene a chocar con el Cosmos?
Si fuéramos objetivos tendríamos que admitir que los fines y medios de la evolución social, se hallan muy lejos de estar alineados con los ejes de la evolución cósmica. La evolución en el plano cósmico parece haber escogido para el hombre una vocación que, traducida a símbolos humanos, consisten esencialmente en Conocimiento y Amor.
Si haciendo uso de su libertad de elección, el hombre elige lo que el Cosmos eligió para él, llevará a cabo su propósito de individuación, y se colocará dentro de la corriente cósmica. Pero a la vista de lo que nos ofrece la vida, pocos parecen haber hecho la elección correcta. Esto causa desarreglo en nuestro sistema nervioso provocando angustia.
¿No es precisamente porque estos imperativos han emergido a la conciencia y se han encontrado en abierta oposición con lo que el medio social demanda del yo personal, por lo que ha sobrevenido esta angustia colectiva que padecemos todos?
¿No es acaso un esfuerzo para el yo personal, identificado con el medio social, acudir a ocupar su lugar en la evolución cósmica? ¿No es la resistencia a realizar este esfuerzo lo que origina nuestra angustia?
Se nos repite hasta la saciedad que es la vida moderna, con su ruido, agitación, desorden, inseguridad, la causa de esa angustia. Pero, ¿de verdad creemos que el hombre del pasado era más feliz y gozaba de mayor seguridad que hoy en día? Toda la Historia está ante nosotros para mostrarnos la falsedad de esta creencia. Y es que el mal, no parece proceder del hecho de que las condiciones de vida sean hoy más agotadoras para el sistema nervioso. El mal procede de las profundidades de nuestro ser; parece deberse al hecho de que, en los últimos decenios, el hombre ha tomando conciencia de la existencia de una divergencia entre lo que le pide su medio social y la evolución en el plano cósmico, que demanda de él una actuación psíquica más consciente.
El medio social parece querer, desde hace milenios, que queden estancados ciertos imperativos fundamentales. Esta matriz social no es ni mucho mejor ni peor que la de hace algunos siglos o algunos milenios: la guerra no ha dejado de estar entre nosotros, tan salvaje como siempre. Las persecuciones también siguen presentes. Se sigue dejando morir de hambre a millones de individuos cada año, en tanto que otros viven en la abundancia. El odio, la envidia, las riquezas y los honores, como hitos de la existencia, son sentimientos que apenas han evolucionado.
Lo que parece haber de nuevo es el hecho de que el hombre ha abierto una ventana en las profundidades del tejido del Universo; y esta ventana le ha permitido percibir mejor las divergencias entre su comportamiento ancestral y lo que el Cosmos espera de él. Aunque es cierto que no todo es malo, algunas estructuras, de pensamiento y de acción, se han hecho insoportables a la luz de esta nueva visión más universal.
Son estas falsas rutas, en la que el medio social quiere mantenernos por la fuerza, las que están en el origen de estos conflictos psíquicos de los que tanto sufrimos todos.
Esta visión de la evolución a escala Cósmica no es nueva. Algunos hombres en el pasado tuvieron el privilegio de hablar de ello y mostrarla: Krisna, Buda, Cristo, Mahoma y algunos más. También en el presente, pero no tienen nombre.


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