<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 25/07/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La salida del egoísmo instintivo
<SUBTÍTULO No basta con proclamar la libertad
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIÓN>: Se aprende pronto a no dejarse aplastar, pero se necesitan siglos de aprendizaje para perder la voluntad de aplastar a los demás.
<SUMARIO>: Reformar el medio social, es reformar a los individuos que lo componen. Esto debe hacerlo el propio individuo.
<CUERPO DEL TEXTO>:
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Se aprende pronto a no dejarse aplastar, pero se necesitan siglos de aprendizaje para perder la voluntad de aplastar a los demás. |
Hasta el presente, los grupos sociales han intentado hacer salir al
hombre de su egoísmo instintivo, unas veces por la coerción, y otras como una
obligación, pero sin explicarles por qué. La sociedad, les propone un sacrificio
individual en nombre de un humanismo basado en los grandes sentimientos, en los
grandes ideales, a pesar de que a nuestro alrededor asistamos, cada vez más, a
una lucha despiadada por el dominio y control de los individuos, de los grupos, de las
clases sociales, de las naciones y las razas.
(...)
¿Cómo podría ser de otra manera, en tanto subsistan en nosotros
estructuras de nuestro pasado biológico de las que lo ignoramos todo?
La sociedad tiene cada vez más dificultades en convencer al individuo
para que sacrifique su egoísmo instintivo por el bien de un conjunto cuyo
límite el individuo no ve; lo que observa a su alrededor son grupos, clases,
partidos, instituciones, unos que se aprovechan y otros que son explotados.
Entonces, la sociedad recurre a la coerción invocando el poder de la mayoría.
Una mayoría que está automatizada, no importa la ideología política que
detente, y que usa ese poder para la conservación de esos automatismos y esa
sociedad.
Juntar el egoísmo instintivo del individuo al egoísmo también
instintivo del grupo, de la clase, puede entenderse, en un principio, como un
progreso, puesto que responde al llamamiento de un conjunto mayor. Pero, ¿por
qué presentar este egoísmo de grupo como un ideal, cuando la historia de la
evolución de la humanidad nos muestra otra cosa y la dirección a la que tiende
esta evolución es la contraria?
En todo el tiempo que abarca desde la más remota prehistoria hasta el
final de lo que llamamos Historia Antigua, la Humanidad y los
distintos grupos sociales que la conforman, pusieron lo colectivo como
prioritario y como más importante que lo individual. Un acto individual en
detrimento de lo colectivo era inconcebible; si tal cosa se producía, ello era considerado
como un acto criminal. El perfeccionamiento y el orden de esa conciencia
colectiva llega a su cumbre a fines de la Edad Antigua. Las
leyes y los códigos de conducta de los pueblos perseguían todo intento de
acción individual, egoísta.
No es hasta Roma y el Derecho
Romano que el Estado crea leyes que defiendan al individuo, al ciudadano
romano, sobre las coerciones que sobre él ejerce el colectivo. Un acto
individual no tiene por que ir, necesariamente, en contra de la sociedad. Los
dos mil años de historia que siguieron a Roma, han representado en Occidente la
lucha por esta defensa inalienable del individuo frente a otros individuos o
frente al Estado, el cual, por otra parte, sigue exigiéndonos el sacrificio de
nuestra individualidad en su favor.
En nuestros días, toda planificación autoritaria, todo concepto
impuesto por la fuerza o por la acción de crearnos automatismos a través de la
propaganda, son considerados como atentados contra las posibilidades de
desarrollo de la conciencia personal del hombre que se cree cada vez más individualizado.
La visión de todo el proceso, nos permite ver qué dirección quiere
seguir la vida consciente; vida que se expresa ya en las conciencias más
individualizadas: la de volver a tomar conciencia del Todo, sin por ello perder la
individualidad de la parte. La de integrar en el Todo la parte a través de un acto consciente
y voluntario, en una forma de expresión en la que ninguno de ellas sea anulada.
Es necesario dejar expresar la diversidad, procurando que los elementos
diversos sean conscientes de la unidad que subyace entre ellos.
Esto es imposible a menos que hagamos consciente en nosotros, no elcontenido del inconsciente,
sino las pulsiones fundamentales que mantienen y sustentan nuestros estados emotivos. Saber
que cada uno de nuestros pensamientos, de nuestros actos, es motivado por
pulsiones instintivas.
El trabajo que debe afrontarse para alcanzar este objetivo, parece
escapar a toda posibilidad de tipo práctico. Porque no se trata tan sólo de
pedirle al Estado que rechace la guerra, la injusticia, las atrocidades, el
odio, el racismo... Esto, salvo excepciones, está ya admitido por nuestros
contemporáneos y, por ello, está admitido por el medio social mismo.
La dificultad es mucho más sutil, ya que el Estado y el medio social
que éste defiende, nos dicen lo siguiente:
Yo rechazo la guerra, pero llego a practicarla, si la justifican imperativos de tipo social, político y sobre todo económico.
Yo rechazo la injusticia, pero me creo capacitado para legislar en términos de "absoluto", para juzgar lo que considero atentados contra el medio social representado por el Estado.
Yo rechazo las atrocidades, pero estoy dispuesto a admitir voluntariamente que debe responderse a la violencia bruta mediante un tipo de violencia tan odiosa como la primera.
Yo rechazo el odio, pero me siento autorizado a odiar al que creo me ha causado un daño del tipo que sea.
Yo rechazo el que se deje morir a millones de mis hermanos de hambre, pero en caso de que me reclamen con demasiada insistencia su derecho a comer, no duraría, ni por un momento, en responder por medios violentos.
Yo rechazo el crimen, pero mato a millones de seres humanos cuando se trata de defender una causa que creo justa.
Yo rechazo...
El medio social fabrica así para el individuo toda una estructura de
pensamiento, que parece apoyarse en la lógica y el la objetividad, ya que se
toma buen cuidado en definir una serie de justificantes para cada uno de los
elementos de esta estructura. La guerra no resulta reprobable en sí misma,
mientras pueda justificarse de una forma u otra.
Desgraciadamente, dos naciones que entrar en conflicto bélico siempre encuentran sendos motivos
válidos para destruirse. Observemos a este respecto la pasada guerra del Golfo,
o lo que actualmente ocurre en la antigua Yugoslavia.
Se sigue hablando de la reforma del medio social y natural. Todas las
reformas sociales no han hecho otra cosa que modificar las situaciones en que la Naturaleza se enfrenta
al medio social en nuestro yo personal, pero no nos han liberado de las
guerras, el crimen, la pobreza y la explotación de los unos por los otros.
Mi experiencia y mi visión de la Historia, también mi conocimiento y comprensión
personal, me permiten generalizar la idea de que reformar el medio, es ante
todo, reformar los individuos que lo componen tomados aisladamente. No otra
cosa es lo que dice Buda, Laot-tsé, o el Evangelio. Este tipo de reforma nada
tiene que ver con la Revolución. Es tan sólo
un cambio de actitud de cada individuo en particular ante los problemas del
mundo, y no una acción colectiva. Esta actitud nueva es imposible si cada uno
no toma conciencia de lo que le ata aún a la naturaleza y cual es su papel a escala
del cosmos.
En otras palabras: no se
requiere tanto una modificación del medio social, como la necesidad de que el
individuo se separe, en sí mismo, cada vez más, de las pulsiones instintivas
que el medio social mueve en nosotros. Debe aprender a discernir por sí mismo
los falsos prejuicios que ese medio intenta imponer a su yo personal.
Es necesario que cada individuo emerja a la superficie de los
conocimientos de su época, y no dejar que se ahogue en las profundidades de sus
impulsos. Por ello, reformar el medio social, salir del egoísmo instintivo,
puede ser ante todo, informar a los individuos del estado actual de los
conocimientos que se disponen, para permitirles situarse en una posición más
cercana a la evolución cósmica.
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