domingo, 20 de noviembre de 2016

La Singladura de Occidente 49

La Singladura de Occidente
Capítulo 49
El conocimiento del concepto de ciclo.
 
Visualicemos una imagen: Un niño sale de su casa en la mañana para ir al colegio, donde se supone que aprende cosas sobre la realidad de su existencia. Por la tarde, cuando el día termina, el niño sale del colegio y vuelve a su casa donde hace las tareas sobre lo que ha aprendido en el colegio, amén de jugar, convivir con sus padres, etc. Al día siguiente la historia se repite, pero tanto a la salida o a la entrada de su casa o del colegio, el niño atraviesa una puerta que cierra el ciclo de un día y abre el del siguiente. En esta etapa de su vida, ésta discurre dentro de este ciclo. Si cambiamos los términos Colegio y Casa por “Vida” y “Antes de la Vida”, siendo el nacimiento y la muerte las puertas que hemos de atravesar, tal vez no encontráramos muchas diferencias entre ambos procesos. Es solo una observación.
(...)
Ahora, hagámonos esta pregunta: ¿El niño que se dirige de su casa al colegio, es el mismo niño que regresa, por idéntico (o por distinto) camino, de nuevo a su casa? Y no me refiero solo al camino físico, sino al camino psicológico que en su interioridad ha recorrido. ¿Podemos decir que, psicológicamente, el camino de ida es el mismo que el de la vuelta? ¿Podemos asegurar que el nivel de existencia del niño es el mismo a la ida que a la vuelta? Si el camino por el que va al colegio o regresa a su casa es siempre el mismo, el niño se mueve en una recurrencia; pero si lo hace por distintos caminos, ello amplia su conciencia de lo que hay dentro del ciclo. Pero esto no es lo habitual. Pensemos que durante su estancia en el colegio ha aprendido ciertas cosas que antes no sabía; pensemos también que durante su estancia en su casa ha experimentado otras cosas, muchas en relación con lo aprendido o con lo que ha experimentado en el camino y que antes no había experimentado. Así, ciclo diario, tras ciclo diario.
La respuesta a las preguntas que antes nos hacíamos es que el niño que vuelve del colegio a su casa ya no es el mismo niño que por la mañana salió de su casa para ir al colegio. Lo que el niño hace en realidad es recorrer un ciclo: el ciclo de su etapa de estudiante que comprende parte de su infancia y de su juventud, estando cada uno de ellos, a su vez, compuesto de muchos ciclos más pequeñitos (rutinas de la vida diaria, las llamamos). Antes hubo otros ciclos y después habrá otros. Psicológicamente, en cada ciclo, la experiencia y el conocimiento aprendido en él nos posibilita nuevos niveles de existencia, con nuevas experiencias, configurando en nosotros nuevas estructuras psicológicas, pero sin que la estructura niño desaparezca. Estructura que ahora se encuentra integrada en un nivel de existencia más amplio y complejo.
Son varias las ideas que, implícitamente, se encuentras encerradas en el ciclo: la idea de espacio, la idea de movimiento, la idea de tiempo y la idea de trabajo. Consideremos de momento la idea de tiempo, ya que el tiempo es lo que creemos que nos afecta para ir de un lugar a otro. Aparentemente, el tiempo por donde creemos ir es un vector de dirección única ya que, psicológicamente, el pasado que dejamos se eleva como un muro opaco que parece seguirnos de cerca, asido a nuestra espalda, intentando aferrarse a nuestros actos; así, continuamos nuestra marcha impulsados por ese pasado sin fisuras que nos impide retornar; y así, creemos que construimos nuestra historia personal y colectiva.
Aparentemente hemos seguido una secuencia lineal (casa-colegio-casa-colegio-casa…). Física y también espacialmente parece que el niño ha recorrido una línea recta temporal que ha discurrido siempre desde el pasado al futuro. Pero, ¿qué ha hecho el niño en realidad? Aunque el no tenga conciencia de ello ha recorrido un círculo (ciclo) en el que se insertan otros muchos círculos que, aparentemente también, se cierran sobre si mismos pero que en realidad, si no se producen recurrencias, conforman una espiral.
Su nivel de existencia de ese momento, es decir, su conciencia, desde que nació, esta siendo marcada a fuego por una creencia (la creencia que se mueve desde un pasado a un futuro), y no por una realidad objetiva (que en realidad se mueve dentro de ciclos). Y así se marca en su interioridad esta creencia que aprende en la escuela, en el instituto, en la universidad y en la calle. Esa creencia le lleva a entender que una cosa sucede después de la otra, una está en el ayer y otra está en el hoy, o en el ahora y otra estará en el luego. Pero su creencia le impide entender que la acción de su hoy se repetirá (recurrirá) en su acción de mañana ya que se mueve en un ciclo. Así, camina, psicológicamente, por la vida, impulsado por un pasado que le impide retornar, hacia un futuro que desconoce. Por ello, la vuelta a casa no es un retorno para su conciencia, es un antes, porque luego tendrá que ir de nuevo al colegio y ello, en su creencia, se encuentra en el futuro. A pesar de todo, psicológicamente, en su interior, queda una extraña sensación que no logra comprender y tiene relación con algo que generalmente ignora.
Es cierto que, también psicológicamente, parece haber un antes y un después, un pasado en el que se acumulan los recuerdos y un futuro lleno de expectativas y connotaciones psicológicas y emocionales apoyadas por esos recuerdos. Pero desconocemos la manera en que nuestras creencias modelan internamente nuestra visión de lo que llamamos realidad. Ello hace que carezcamos de la conciencia de que nos movemos en un ciclo y de lo que sucede dentro de él.
En la Escuela, el niño estudia las edades de la Historia que constituyen el Tiempo Histórico desde nuestro pasado hasta el presente: Prehistoria, Edad Antigua, Edad media, Edad Moderna, Edad Contemporánea…, donde seguimos yendo siempre desde el pasado al futuro, reforzándose así nuestra creencia. Aprendemos incluso que las civilizaciones son mortales y que en algún momento acaban por desaparecer en el agujero del lo porvenir. Una concepción reduccionista del concepto de entropía nos lo asegura taxativamente. Y de esta manera, el proceso que creemos ver en el discurrir de nuestra vida es que todo va del nacimiento a la muerte. Dos puertas que solamente se pueden atravesar en una sola dirección. Esto es lo que formula la creencia reduccionista de nuestro “saber”, al que hemos dado el valor de Ciencia Objetiva y de Verdad Absoluta.
Pero, ¿esto es así verdaderamente? ¿Mueren los pueblos o los hombres? ¿Es el final de toda vida, aunque las murallas se derrumben? ¿Existe otra visión que nos pueda revelar, contrariamente al camino de la entropía y la destrucción, otra vía formadora y organizadora, una no-entropía? ¿Nuestra visión del construir, se excluye o se complementa con la del destruir? ¿La noche excluye al día, o la noche complementa al día configurando así un ciclo natural? ¿La muerte excluye a la vida o la complementa como la otra mitad del ciclo?

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