LA ENSEÑANZA
ESOTÉRICA
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Es tanta y tan grande la ignorancia y el desconocimiento
que las gentes tienen sobre lo que en el pasado fueron las Escuelas Inicíaticas y cuyas “Enseñanzas”
se confunden con lo que hoy se llaman “mancias”,
que he pensado que alguien debería decir algo para mostrar un átomo de verdad
sobre ellas. Así que me he propuesto a escribir una serie de artículos para
exponer lo que yo conozco sobre algunas. No voy a hablar sobre su historia ni
sobre como han ido apareciendo a lo largo del tiempo, desde Egipto o Sumer, y
seguramente antes si aceptamos que la Atlántida fue una civilización anterior al
Diluvio (habría que preguntarse a cuál y que se entiende por tal), pues sobre
ello existe una amplísima bibliografía que puede encontrarse en bibliotecas,
Internet, etc., y que es asequible a quién quiera buscar sobre ellas. Lo que yo
pretendo es hablar sobre lo que esas Escuelas enseñaban y por qué lo hacían,
algo que nada tiene que ver con lo que los difamadores de turno arguyen.
(...)
Solo señalar, de entrada, que lo que esas Escuelas
pretendían era enseñar, a aquellos seres humanos que se creyeran dispuestos
para ello, a “pensar por ellos mismos”
y no a través de los pensamiento de otros, pues en cada ser humano, no importa
al nivel que sea, se encuentra depositada una fracción de la “Verdad” como “su verdad”. Esto es algo que no gusta a aquellos que quieren
controlar a la “grey” desde el poder
político o religioso, confabulados muchas veces, o desde cualquier otro poder.
Alguien que es dueño de sus propios pensamientos y de “su verdad”, la suya, la que le hace sentirse “hombre”, aunque no sea la “verdad
oficial”, no encaja en los criterios de control y dominio de los que
pretenden esclavizar a los hombres imponiéndoles sus propias verdades, mostrándolas
como verdades absolutas. Por ello, ya desde las antiguas civilizaciones, estas
escuelas y estos “buscadores” de su
propia verdad han sido perseguidos por papas, reyes, caudillos y dictadores de
toda caterva.
Una de las acusaciones mas simples y vulgares que se les
adjudica es que practican “ritos” e
“iniciaciones”. ¿Cómo llamar
entonces a lo que hacen -solo es un ejemplo- los estudiantes de las universidades
americanas al constituir sociedades, o “hermandades”,
o “fraternidades”, de las que luego
salen las elites que controlan los poderes económicos y políticos, en su
mayoría constituidas por “blancos”?
Solamente, antes de explicar de que va todo esto, señalar
que en el pasado, el contenido de esta “Enseñanza”
era transmitido en forma oral, contenido que nunca salía de los centros donde
se impartía y solamente se le proporcionada a aquellos que “después de llamar a la puerta”,
solicitaban “libremente” su deseo de
querer recibir dicha enseñanza. Aunque estos eran “otros tiempos” y, como en este Universo todo se encuentra en
permanente cambio y transformación -nada hay que sea fijo para siempre-, también
a la “Enseñanza Esotérica” y a las “Escuelas” que impartían dicha enseñanza
les llegó el momento del cambio, aunque algunas aún deseen permanecer bajo los
antiguos “velos”; por ello, se
encuentran en procesos de decadencia y están en camino de desaparecer, como ya
lo hicieron muchas de ellas.
Bien, ya que mi propósito no es confrontar nada, echaré
mano de mis recursos de profesor de historia, que un día fui, y comenzaremos
por los cimientos intentando averiguar cuales son los significados de estas
cosas. Acabo de hacer mención a dos conceptos: “ritos” e “iniciaciones”.
¿Sabemos en realidad lo que estos conceptos significan y a qué se refieren esos
significados? Veámoslo.
Un “rito” no es
otra cosa que una “apertura”. Se
trata de “abrir” un “pasaje” a “otro lugar”, a “otra
dimensión”, de nuestra conciencia, que se encuentra fuera de donde nos
encontramos habitualmente.
¿Dónde nos encontramos?
Nos encontramos en un mundo y en un tiempo (en una
realidad) que ha sido llamada “profana”
en una época histórica relativamente reciente. Etimológicamente, “pro-fano” significa “fuera del templo”; “pro-fanum”, en latín, “ante el, en el exterior del templo”. El “rito” es la “apertura”
que lleva al “interior”, hacia
aquella otra realidad que por su propia naturaleza se encuentra “cerrada” y es “secreta”.
Las Escuelas
Iniciáticas se encuentran sustentadas sobre dos principios:
1) Un espacio “no-profano”,
no exterior, en el que unas personas que han sido “iniciadas” (puestas en el “umbral”
de un camino de conocimiento y desarrollo interior), se reúnen durante un
determinado periodo de tiempo;
2) Este “tiempo”,
tampoco es un tiempo “profano”, ya
que a causa del “ritual” se ha separado
del tiempo y del mundo “profano”.
Dicha “apertura” permanecerá abierta
hasta que terminen los “trabajos
interiores” (en un espacio y un tiempo no profano), después de los cuales,
otro ritual “cerrará” la “apertura” indicando que ese espacio y
tiempo “sagrado” -un término para
designar lo no-profano- ha concluido.
Rituales e iniciaciones solo pueden existir dentro
de los límites de una percepción
sincrónica del tiempo. Todo restablecimiento del tiempo diacrónico implica una regreso al mundo de fuera (exotérico).
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El Dios Fanes |
Hay dos palabras cuyas raíces y su parentesco nos “revelan” sobre qué estamos hablando.
Son las palabras griegas “phaenosis” (manifestación), o “phainô”
(hacer aparecer, manifestar, revelar) y la palabra latina “Fanum”
(templo o lugar consagrado). Siendo el lugar o espacio consagrado aquel en que se encuentra la Luz.
“Fanes”, el “Manifestado”, aquel que está en el tiempo, es el dios de la Luz entre los órficos.
Así que el “templo”
es el lugar de la “fanía” (el lugar
donde se manifiesta la luz interior),
el lugar de la manifestación o revelación de los “secretos”. Por ello, este es el lugar donde se “hace” (“fa-cere”) el “ritual”.
La raíz “Fa” de “Fa-nes” o “Fa-num” nos deja entrever que no es un lugar cualquiera. Ese lugar
es un “espacio” y un “tiempo interior” (esotético), no-profano.
A este lugar donde se manifiesta la
Luz (del Conocimiento)
se le llama “Logia”.
Así que las antiguas Sociedades Iniciáticas, mal llamadas
secretas, se fundamentan, como el Cosmos Solar lo hace en dos Solsticios y dos
Equinoccios, el cuatro pilares: la “iniciación”,
el “ritual”, el “templo” (el exterior o profano es una
proyección simbólica del interior o sagrado) y el “tiempo”.
Hagámonos una pregunta: ¿podemos improvisar un ritual?
Julian Huxley y otros, ya advirtieron la sorprendente
analogía que existe entre el comportamiento ritual del hombre, que responde a
necesidades, y los rituales de los animales en la naturaleza: rituales
amorosos, rituales de ataque y defensa, rituales jerárquicos, rituales
individuales y colectivos… Konrad Lorenz,
el “Evolución de la ritualización en los
dominios de la biología y de la cultura” hace un amplio estudio sobre ello.
La conclusión es que somos seres rituales.
Lo que se hace evidente es que un ritual no es algo que se
improvisa, sino que responde a
necesidades, a esquemas de impulsos ¿nerviosos?; aunque sobre todo responden
a arquetipos que establecen las
pautas de separación, de diferenciación, entre los grupos étnicos. Cada grupo,
cada cultura, tiene sus rituales
diferenciadores. Jung le decía a R. Wilhelm (el sinólogo que trajo el libro
fundamental de la alquimia china, “El
Secreto de la Flor
de Oro”, a Occidente) que sería causa de dolor y sufrimiento psicológico
que un occidental buscara la “luz” (iniciática)
en un ritual chino o tibetano, por muy bello y sublime que este nos parezca.
Los rituales responde a nuestras necesidades funcionales, emotivas, pasionales,
o a un deseo de protección, que registran un cierto número de elementos que se
adecuan a los pueblos y a las épocas.
Un ritual no se fabrica artificialmente, sino que se “impone” por si mismo a los hombres en
algún momento dado, como si fuera una manifestación completamente funcional. Poco
a poco, al paso del acontecer, las batallas, los siglos, las ruinas, las
invasiones y migraciones, los rituales se
realizan por si mismos en el hombre, y lo hacen de forma “secreta” a través de signos, gestos,
palabras, que el tiempo convierte en códigos,
los cuales permiten reconocernos como miembros de un mismo grupo, del mundo, de
la naturaleza, del cosmos, como algo distinto y diferenciado. Esta
diferenciación no tiene por qué tener una significación negativa; solo es el
reconocimiento de un determinado tipo de comportamiento, no diferente a otros
comportamientos sociales, tales como las relaciones entre empresas, o los
niveles jerárquicos de, por ejemplo, una logia masónica. Todos son respuestas
instintivas cuya finalidad los biólogos aún desconocen, pero que no son diferentes
a los que establecen las relaciones en el comportamiento de los animales, desde
la tarántula hasta el mono aullador o el chimpancé.
Y, ¿qué tiene que ver el “secreto” con estos rituales?
El “Zohar”,
libro base de la Cábala
hebrea dice: “el mundo no subsiste más
que por el secreto”. Hace referencia a que ese “secreto” es una necesidad orgánica de nuestro ser. Podemos
comprobar, a través de la
Historia, como una sociedad que tendiera o a la que se le
impusiera (lo corriente cuando se quiere destruirla) a una supresión de esta
necesidad, con todo lo que ello comporta -jerarquía, orden, relaciones humanas
altamente ritualizadas, etc.-, se vería abocada a la anarquía y a la
desaparición. Es lo que hizo la
Iglesia de Roma con los pueblos a los que cristianizó. Ocurre
igual con cualquier organismo vivo, sea este microscópico o macroscópico,
cuando en su “campo” se introduce
una imposición o supresión equivalente, provocando que, por ejemplo, dos
glóbulos rojos ya no reconozcan la “cortesía
recíproca” de un “ritual químico”
que establezca entre ellos una relación recíproca y ordenada.
Si ya tenemos una ligera idea de lo que es un “ritual”, pasemos a la “Iniciación”.
Iniciación significa
“adquirir conciencia”.
La “personalidad”,
eso que llamamos el “yo”, está
integrada por numerosos elementos no coordinados entre sí y, a menudo, el
flagrante contradicción, cuando no enfrentados entre ellos. Esto hace que la
parte conciente de la personalidad se encuentre desorientada por “oscuras fuerzas” que provienen de la
parte inconciente. En un gran número de personas, estos conflictos psicológicos
conducen a estados neuróticos. Otras, eluden estas “angustias metafísicas” manteniéndose en un estado robotizado. Solamente
una minoría de humanos puede enfrentarse al proyecto de resolver armónicamente
el desorden del “yo”. Este proyecto
se inicia cuando se entra en el “Sendero
de la Iniciación”.
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Horus conduce a quien va a ser iniciado al lugar de la Iniciación. |
Si han llegado hasta el comienzo de ese sendero es porque
“presienten”, que en el centro de
todos esos elementos complejos y confusos de lo que llaman “yo”, se encuentra un “Ello” (por usar un término de la Psicología), un “Centro”, un “Corazón”, una “Rosa”,
algo que el la India
llaman “Atman” y que es una “chispa divina” (sea lo que fuere que
esto signifique), un símbolo de algo que nuestra conciencia aún desconoce.
Ser “Iniciado”
es tener la posibilidad de alcanzar ese “Ello”,
es “despertar” ese “Corazón”, coger esa “Flor de Oro” como proclama la alquimia
china. Todas estas metáforas deben ser transmutadas en un conocimiento
conciente. No es un conocimiento intelectual, es un conocimiento experiencial.
El dios Jano decía: “Yo no enseño,
despierto”. ¿Qué significa entonces el “despertar”? Que se ha de “trabajar”
solo. Al principio uno está ocupado en darse cuenta de lo complejo que es su “yo” mientras descubre que ni la razón,
ni la voluntad, ni la erudición, le prestaran alguna ayuda. Solo le queda
espacio para mirar de frente sus “sombras”,
mientras se confronta con cada elemento de los que integran su “yo” en un combate interior (una “Yihad”, una “Guerra Santa”). También se combate contra “monstruos interiores”. A veces se gana, a veces se pierde. Cuando
se vence, no es para “eliminar”,
sino para integrar, para equilibrar. Victorias y derrotas se
suceden, hasta que por fin de alcanza el “ello”.
Entonces se produce una transmutación alquímica. Los “metales se convierten en oro”. Lo que se encontraba disperso se
reordena y se jerarquiza, aunque mejor decir “holarquiza” (de “Holon”).
El “yo” y el “Ello”, el “Rey” y la “Reina”, se matrimonian en una hierogamia sagrada y el estado “profano” se trasciende.
¿Qué significa esto?
El Iniciado se
ha reconciliado consigo mismo. Esta reconciliación ha tenido lugar en torno a
ese “centro” o Atman que habita en cada ser humano. Solo, en absoluta soledad, ha recorrido el camino, aunque no
siempre ha combatido solo. “Agentes
desconocidos” (vírgenes, guerreros, monstruos, sabios, dragones, ogros…,
junto con círculos, triángulos, números…) le han acompañado (remito al proceso
de individuación de Jung para que entiendan de que se trata). Los ha sentido a
veces, pasaron desapercibidos otras. Se encontraban “más allá” de las premisas racionales.
El “camino iniciático” no está exento de riesgos y dificultades. Cualquier “sacudida” al “yo” sirve para poner en cuestión falsos valores. Se está tentado en abandonar. Hay sacudidas más fuertes, pero más sutiles, como engañarse y tomar un elemento del “yo” por el “Ello”; o cuando uno se introduce en caminos sin salida buscando “ventajas” secundarias, “poderes” de videncia, de curación, etc., en lugar de tener fija la mirada en la finalidad última.
El “camino iniciático” no está exento de riesgos y dificultades. Cualquier “sacudida” al “yo” sirve para poner en cuestión falsos valores. Se está tentado en abandonar. Hay sacudidas más fuertes, pero más sutiles, como engañarse y tomar un elemento del “yo” por el “Ello”; o cuando uno se introduce en caminos sin salida buscando “ventajas” secundarias, “poderes” de videncia, de curación, etc., en lugar de tener fija la mirada en la finalidad última.
¿Qué sucede al final del camino?
Se ES. Tu intuición te lo dice. Al igual que te dice que existe una “unión”, no ya entre todos los
Iniciados, sino entre todos los seres. Una “unión” que no es “administrativa”,
una unión que no es comunicable a los hombres dormidos, de ahí que permanezca “secreta”. Aunque no lo será siempre.
Rimbbaud lo había intuido: “Mi Yo es un Otro”.
Los antiguos mayas decían al saludar “In
lak´ech” (“Yo soy otro tú”) a lo
que se contestaba “Hala K´in” (“Tú eres otro yo”)
Al comienzo, se posee conciencia de un determinado nivel
que se corresponde con la capacidad de “conocer”
que posee cada mente, lo cual depende, a su vez, de múltiples factores que
afectan al cuerpo, a las glándulas y al sistema nervioso, para poder recibir una
mayor energía. Cuando se adquiere conciencia de un nivel superior,
automáticamente se proyectan a nuestros cuerpos energías más elevadas y
penetrantes que nos permiten alcanzar mayores conocimientos y significados.
Esto conlleva un peligro: si no hemos adecuado nuestra
cuerpo físico para ser el receptor de esas frecuencias más elevadas, estas
pueden destruir nuestro sistema nervioso si son dirigidas hacia los centros que
se encuentran por debajo del diafragma. Por eso la adquisición de conciencia debe comenzar desde la armonización de los centros, desde
abajo hacia arriba.
Pero antes hay que entender
y comprender “algo”: cuales son los dos
lados de la realidad. Cómo los percibimos y cómo nos relacionamos con ellos.
Al contemplar la superficie de una hoja. ¿Qué se ve sobre
su superficie blanca?
R. Nada.
¿Y qué puedo escribir o dibujar en ella?
R. Todo.
Entonces esa Nada
puede contener dentro de sí al Todo.
Y ese estado llamado “Nada” y el “Todo” forman una Unidad
completa.
Aquello que forma parte de la Unidad
solo se hace visible y reconocible cuando se separa de esta Unidad, se aísla, y
deja de pertenecer a la
Unidad.
Imaginemos que una hoja de trébol rojo emerge hacia la
superficie de la hoja de papel blanco y se hace visible. Esa hoja verde de
trébol ya se encontraba ahí, en el interior del blanco de la hoja de papel,
pero nadie podía verla y reconocerla de forma “positiva” porque descansaba sobre fu forma “negativa”, una dentro de la otra. Las dos aspectos de la hoja de
trébol, el “aspecto positivo” y el “aspecto negativo”, descansaban en ese Todo que es la Nada
de la Hoja en blanco. La física del color
(vibraciones) nos dice que Todos los
colores se resuelven en el Blanco
(Nada).
Consideremos ahora algo muy importante: si la hoja de
trébol aparece en la superficie blanca con un color “rojo”, eso quiere decir que ha dejado en el “Todo” el “negativo” de su
imagen invisible, o sea su forma de color complementario, en este caso el “verde”. Cualquier cosa que uno pueda
ver, es perceptible solo porque se ha separado
de su mitad complementaria, y esta se ha quedado oculta en lo “invisible”, en estado no manifestado. Solo
podemos conocer algo a través de la comparación de sus dos caras separadas: la positiva y la negativa. Mientras estas dos caras descansan una dentro de la otra,
fundidas en una unidad, no podemos percibir nada ni reconocer nada.
La Creación solo es
perceptible porque lo “positivo”
aparece separado de lo “negativo”; de este modo podremos
compararlos entre sí. No existe ningún “conocimiento”
mientras la Unidad no se divide
en dos mitades, una no manifestada y otra, su reflejo, manifestada, de modo que ambas se hagan
perceptibles mediante la comparación. Siempre que se manifiesta algo en el
mundo del “conocimiento”, la parte
complementaria se encuentra en lo no
manifestado. Cuando “callas”, el
lado positivo del “callar”, el “hablar”, se encuentra en lo no manifestado; y cuando “hablas”, el lado negativo del hablar, el “callar”,
se encuentra en lo no manifestado. Cuando surge una montaña, un valle debe
surgir como su parte negativa. Sin valle
no existiría la montaña.
Nunca algo se podrá manifestar, ni se podrá hacer
perceptible si, al mismo tiempo, lo opuesto complementario, no esté presente en
lo no manifestado. Cuando algo “positivo”
se manifiesta, lo “negativo” se
encuentra no manifestado, y viceversa. Donde algo aparece, debe estar también
su parte complementaria, aunque sea solo en estado no manifestado. El hecho de ser complementarios los ata el uno al otro eternamente.
Así, pues, esta
separación es solo aparente, pues las dos mitades complementarias, aunque
separadas y escindidas de la
Unidad, del Todo, no se alejan ni pueden abandonar la una a
la otra. Por consiguiente, la Unidad inseparable, se manifiesta siempre y
en todas partes, pues incluso en esta aparente separación continúa actuando
como la omnipresente fuerza de atracción
establecida entre lo positivo y lo negativo. Ambos, positivo y negativo, se
esfuerzan por volver a su estado
original, la Unidad.
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El Árbol de la Creación entre los Aztecas |
Es solo por esta escisión que el bien y el mal, que no son Principios Absolutos, surgen de la unidad que no es ni buena ni mala, solo ES. Las cosas
toman el carácter “bueno” o “malo” cuando nuestras bajas conciencias
se posicionan en uno de los polos y se radicalizan en el. Solo por esta escisión es posible el conocimiento. En consecuencia, el mundo cognoscible está compuesto de
cosas buenas y malas, de lo contrario no sería cognoscible, ni siquiera sería posible.
Toda la
Creación es el Árbol
de la Ciencia
del Bien y el Mal, pero el Ser Uno
no es una mitad escindida y separada de su propia Unidad; constituye una Unidad
consigo mismo. Él es la “Nada”, ante
la cual se levanta y se manifiesta el “Todo”;
pero en Él, Nada y Todo constituye una Unidad no separada.
Creación significa: una
mitad escindida de su Totalidad y cognoscible a través de la comparación con la
mitad complementaria, que permanece en lo no manifestado. Esta es la causa
de que nunca se pueda encontrar ni reconocer al Ser Uno, el Creador, en la “creación”, pues aunque es “no-nata”, no nacida, carece de una mitad
complementaria con la que pueda ser comparada. No existe ninguna posibilidad de
compararlo con algo y, por tanto, tampoco existe ninguna posibilidad de “conocerlo”. ¡Solo se puede llegar a serlo!
El Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal
es un Árbol de la Muerte (de lo perecedero)
ya que está en continua transformación de las formas, y el Ser Uno que habita en él, es el Árbol de la Vida
que vive en todo lo creado. Todos los seres vivos, todos los planetas y galaxias,
el propio ser humano, son los frutos
del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal
y, si viven, es porque la savia del Árbol de la Vida
fluye por sus venas, porque el Árbol de la Vida fluye en ellos, y en
nosotros.
Salimos de la
Unidad para entrar
en la Multiplicidad y en la
diferenciación y nos convertimos en una creación manifestada. Todo lo que nos
rodea no son más que manifestaciones perceptibles, mitades “buenas” y mitades “malas”, de cada unidad manifestada.
Nuestra conciencia
ha entrado en estos cuerpos haciéndose idéntica con ellos. Comimos de la “fruta” del Árbol. “Comer” significa “hacerse
idéntico” a lo que se come, eres aquello que comes. Y al identificarse nuestra conciencia con nuestro cuerpo, hemos
comido del Árbol de la Dualidad. Con ello hemos entrado en el reino de la Muerte, en el Reino de lo perecedero, la “manifestación”.
Nuestros cuerpos son la consecuencia y el resultado de una
escisión, son solo la mitad visible del verdadero “Yo”. La otra mitad permanece en la
parte no manifestada e inconsciente de nuestro ser. Es completamente imposible vivir la Unidad “físicamente”; es imposible hacer que
también la mitad invisible e inconsciente de nuestro ser se convierta en
visible y corpórea. El que la mitad
visible de vuestro ser se haya hecho visible es porque, aparentemente, se ha
separado de la mitad invisible y complementaria. Pero a través de la Iniciación
se puede llegar a vivir en nuestro cuerpo la Unidad
con la mitad complementaria y alcanzar un estado “consciente”, un estado de mayor conciencia.
La tendencia hacia esta reunificación se encuentra presente
en todo lo que ha sido creado. Toda criatura viviente busca instintivamente su
parte complementaria, por esos las manifestaciones positivas o masculinas
buscan a las manifestaciones negativas
o femeninas. Y viceversa. El
problema es que esta parte complementaria la buscamos “fuera”, no “dentro”, no
en nuestro interior. Esta tendencia de las dos fuerzas es magnética y la encontramos en la más profunda estructura de la
materia; sin ella no existiría la materia. Todos estamos “construidos” a partir de estas fuerzas
atractivas que nos impulsan hacia la Unidad.
Esta Fuerza es la
fuente de todas las fuerzas que existen en el Universo manifestado. La Naturaleza aprovecha
esta tendencia, proyectándola en los cuerpos. Su expresión es la energía
sexual.
Mientras busquemos nuestra mitad complementaria fuera de
nosotros, en la realidad perceptible, nunca alcanzaremos la Unidad, pues nuestra mitad complementaria no se
encuentra fuera, en lo manifestado, ilusoriamente separada de él, sino en
nuestro propio interior, del que no somos conscientes.
Observarse a
uno mismo es el Trabajo que lleva a la Unidad.
Al hacerlo, podremos llevar
a nuestra conciencia la parte inconsciente de nuestro verdadero YO. Esta unión que tiene lugar en
nuestra conciencia, pone fin a nuestras ansias externas y nos conduce a comer los frutos unificadores del Árbol
de la Vida. El Árbol de la
Ciencia siempre tendrá dos lados que se manifiestan polarmente.
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