A
modo de prólogo
No hace mucho, impartí un seminario en el que hablamos cómo
creamos nuestra realidad. Una realidad “literal” proyectada desde nuestros
lenguajes, a los que nunca se nos ocurre considerar “simbólicamente”. Advertir, que un símbolo, una metáfora, una parábola,
un mito o un cuento de hadas constituyen lenguajes simbólicos que no se pueden
tomar ni interpretar literalmente. Referente a esto hay en el Génesis una “advertencia” para el hombre que se ha
quedado “dormido”. Se la dice Yahwé (un símbolo de algo que se desconoce desde
la literalidad) a Eva (otro símbolo) en el Paraíso: “Tu deseo te llevará a tu esposo y él dominará sobre ti” (Génesis,
III,16). Interpretada al pie de la letra, esta admonición lanzada sobre ambos
(Adán y Eva) al ser expulsados del Paraíso, ha institucionalizado una “ética” social y religiosa de lo
más aberrante: la de la indisolubilidad
matrimonial. Pero esa admonición, llevada al “plano ontológico”, al plano de los significados profundos,
significa lo siguiente:
“HUMANIDAD, AQUELLO QUE SEA OBJETO DE TU DESEO,
TODA IDEA CON LA CUAL TE CASARAS,
TODO VALOR CON EL CUAL HAGAS ALIANZA, TE
DOMINARÁ,
PORQUE SOLO EL HOMBRE INTERNO ES EL
ESPOSO”.
(...)