¿Cómo se convierte uno en “uno mismo”?
Dice la Enseñanza que el Hombre está compuesto por cuatro elementos: cuerpo, alma, esencia y personalidad. Aquí habría que entender
que esta “personalidad” no se
refiere únicamente a la personalidad
que adquirimos a partir de nuestro nacimiento y que se va formando a lo largo
de la vida, sino a la “personalidad”
que acompaña a la “Esencia” y que se
va también formando a lo largo de sus encarnaciones. Otras tradiciones dicen
que los elementos que integran un ser humano son: cuerpo, alma y espíritu. ¿Podemos decir entonces que
lo que esas tradiciones llaman espíritu sería algo equivalente a la personalidad y la esencia consideradas como una unidad? Toda la información que
transmiten esas Enseñanza nos lleva
a pensar que “Esencia” y “personalidad” pudieran ser los dos
polos o extremos de una única entidad.
(...)
En un
remoto pasado, cuando todo comienza de nuevo, por ejemplo, en lo que nosotros
llamamos Prehistoria, existía un rito al que luego fue llamado “iniciación”. Este rito se producía
cuando en los y las jóvenes iba a acontecer un cambio de estado, no solo biológico, sino psíquico y de conciencia.
Ritos (no vamos a entrar aquí en ellos) los hubo, y aún los hay, de muchas
variedades y formas que pueden encontrar en innumerables libros de etnología y
antropología e Internet. Cuando un niño nace, su cuerpo de bebé, es la
expresión de su “Esencia”; ambos son
una y la misma sola cosa: un “individuo”,
que quiere decir “no dividido”, “indiviso”. Luego, dejamos de ser “individuos”, pues para encontramos “divididos” en nosotros mismos. Así que
el bebé recién nacido y durante los dos o tres primeros años, es “Esencia” (por ello n os atraen tanto),
ya que ésta no se encuentra separada de su cuerpo físico. El bebé ha nacido
como una unidad integrada. Esta “Esencia” ha ido formando, a través de
sus encarnaciones, una “Personalidad”,
la cual tiene como centro de expresión un “yo”
que recibe distintos nombres según las tradiciones, y que le permite a esa “Esencia” o “alma”, poder relacionarse con lo que, aparentemente, es exterior a
ella. Luego, generalmente a partir del segundo o tercer año, la “matriz colectiva” comienza, poco a
poco, a “entrar” en él, o a “cubrirle”. En la medida que el
contenido de esta “matriz social”
recubre a la “Esencia”, va surgiendo
una nueva personalidad, una “falsa personalidad”, que también tiene
un “falso yo”, vulgarmente llamado “ego”. Este “ego” de la “falsa
personalidad” se encuentra “desconectado”
del “yo” de la “Esencia”. Este “falso ego”
se encuentra inscrito en lo que Jung llamo “complejo del ego”. Esta “falsa
personalidad” y su “falso ego”,
a medida que adquiere las formas externas
de la “matriz colectiva” comienza a llenarse
de “contradicciones”. Cada época ha
desarrollado su propia matriz colectiva
y sus propias contradicciones. En el
nuestra, por ejemplo, el rol social
entra en conflicto con el rol político,
y estos con el rol económico, y todos
con el rol ético o moral, etc. Así
que no somos una unidad, no somos un
“individuo”.
Las
investigaciones y los trabajos de Jung descubrieron que, desde la propia
psique, si se le permite, existe un proceso proyectado por la “Esencia”, y que él llamo “proceso de individuación”, y cuya
finalidad es la de volver a ser un “individuo”,
un ser integrado. Volver a estar en
sintonía con la naturaleza de la que henos sido escindidos y con el Universo al
que consideramos como algo ajeno a nosotros.
En
las antiguas sociedades, el “rito de la
iniciación”, tenía como finalidad volver a renacer a la conciencia de la vida; renacer psíquicamente, transformarse,
no desde el punto de vista de la “falsa
personalidad”, sino desde el punto de vista de la “Esencia”, permitiendo que ésta vuelva a “crecer” y continuar su desarrollo. En la antigüedad se hablaba de tres nacimientos
o renacimientos: el nacimiento a la
realidad física; el nacimiento (llamado “despertar”)
al conocimiento de lo que realmente somos, un “renacimiento” a la conciencia del “yo” de la “Esencia”; y
el nacimiento o renacer a la conciencia
unificada que las tradiciones han denominado conciencia búdica, conciencia
Crística, etc.
Sobre
este término “Conciencia” habría
algo que aclarar, sobre todo para saber sobre qué estamos hablando. La
generalidad de las gentes suele confundir conciencia
con consciencia, y aunque la
etimología hace derivar una de la otra, no son lo mismo. Mientras el
diccionario de la RAE
considera a ambos sustantivos de la siguiente manera.
Consciencia: (Del lat. conscientĭa).
1. f . conciencia. 2. f . Conocimiento
inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3. f . Capacidad de los seres humanos de verse y
reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.
Conciencia: (Del lat. conscientĭa,
y este del griego συνείδησις – “sineydesis”). 1. f . Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos
esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. 2. f . Conocimiento interior del bien y del mal. 3. f . Conocimiento reflexivo de las cosas. 4. f . Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto.
5. f . Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.
Sin embargo, cuando se pretende
utilizar el término consciencia en
el sentido de tener la percepción o el conocimiento de algo, el “Diccionario panhispánico de dudas”
prescribe que es posible emplear indistintamente ambas formas de escritura. Los
términos conciencia y consciencia no son
intercambiables en todos los contextos. En sentido moral, como ‘capacidad de distinguir entre el bien y el
mal’, solo se usa la forma conciencia: «Mi conciencia fue
la más cruel de mis jueces... ¡nunca me perdonó!»; con este sentido forma
parte de numerosas locuciones: como tener mala conciencia, remorderle [a
alguien] la conciencia, no tener conciencia (‘no tener escrúpulos’), tener
cargo de conciencia, etc. Con el sentido general de ‘percepción o conocimiento’, (consciencia) se usan ambas formas,
aunque normalmente se prefiere la grafía más simple: «Tengo conciencia de
mis limitaciones»”.
En lo que yo conozco de esta “Enseñanza”, la Consciencia
es algo que pertenece al “lado externo”
del hombre, y que ha
ido surgiendo a lo largo de la evolución, desde los homínidos, o quizás desde
antes. Es la facultad que nos ha llevado a ser conscientes de nosotros mismos,
poder decir, “yo”, y al irnos
diferenciándonos de lo que llamamos “mundo
externo”. Mientras que la Conciencia,
sería un atributo intrínseco de la “Esencia”,
realidad que pertenece al “mundo interno”.
Aquí hemos de enfrentarnos con un problema: la Ciencia , al no dar
realidad nada más que al “mundo externo”,
considera que todo lo que llamamos “mundo
interno” es un subproducto de la realidad objetiva que constituye nuestra máquina físico-biológica y sus procesos
bioquímicos. En cambio, la Tradición
Esotérica, viene señalando, desde hace milenios, que es al revés, que lo externo tiene su origen en lo interno, y es un producto de su
manifestación. Por ello, todo en la Naturaleza crece
desde lo más interior hacia lo más exterior. Y dado que la Esencia
es la que posee la conciencia, es
esta, la conciencia interior, la que
cuando nuestra máquina biológica ha alcanzado un cierto nivel de desarrollo,
posibilita la aparición de la consciencia
exterior. En esto, el lenguaje y el Diccionario, tienen razón,
aunque la Ciencia
no “crea” en ello, o carezca de “pruebas” para aceptarlo. Carecer de pruebas no es negar que esto
sea así.
![]() |
Hombres salvajes. Fachada del Colegio de San Gregorio, Valladolid. |
Debido
a la ignorancia que nos cubre como un pesado manto, la generalidad de las
gentes no se acuerda, o mejor sería decir que nada saben, de las distintas
tesis que se confrontaron en la Junta de
Valladolid de 1550-51 en la que fray Bartolomé de las Casas, representantes
de las ideas abiertas de Erasmo, se enfrentó a los círculos más retrógrados y
cerrados del alto clero español de la época, en la consideración sobre si los
indios y negros tenía o no tenían Alma.
Juan Ginés de Sepúlveda, partidario de la guerra justa contra los indios fue su máximo oponente. Platón, que había sido dejado de lado por la escolástica medieval, y su idea de que todos los seres vivos tienen “alma”, y por ello hablaba del “Alma del Mundo”, había quedado en el olvido. El tan admirado por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, el dominico Francisco de Vitoria, considerado padre del Derecho Internacional español, decía cosas como ésta:
Juan Ginés de Sepúlveda, partidario de la guerra justa contra los indios fue su máximo oponente. Platón, que había sido dejado de lado por la escolástica medieval, y su idea de que todos los seres vivos tienen “alma”, y por ello hablaba del “Alma del Mundo”, había quedado en el olvido. El tan admirado por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, el dominico Francisco de Vitoria, considerado padre del Derecho Internacional español, decía cosas como ésta:
“Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos. Por lo cual no tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia. Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana.”
Aunque
más radical es fray Ginés de Sepúlveda, quien en su “Tratado sobre las justas
causas de la guerra contra los indios”, no se cansa de buscar
motivos para justificar el sometimiento de los indígenas americanos. Deposita
sobre ellos, además de la manida falta de
razón, todos los vicios y defectos que es capaz de imaginar. Les llama hombrecillos
con apenas vestigios de humanidad.
Para todo ello, se apoya en Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de
Aquino y pasajes sacados de la Biblia. De muestra, un párrafo:
“Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales, en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuánto los monos a los hombres.
La justa guerra es causa de la justa esclavitud, la cual, contraída por el derecho de gentes, lleva consigo la pérdida de la libertad y de los bienes.”
Ante
tales cerrazones mentales, a las que tanto somos dados los españoles, el Papa
Pablo III publicó, el 2 de junio de 1537, una Bula, la “Siblimis Deus”, prohibiendo la esclavización de los indios, en
cuanto que son hombres. También
declaró que tenían derecho a su libertad,
a disponer se sus posesiones y, a la vez, tenían derecho a abrazar la fe, que debería serles
predicada con métodos pacíficos,
evitando todo tipo de crueldad. Lo del “derecho
a abrazar la fe” seguramente fue porque aquellos cerriles y retrógrados de
la Junta de Valladolid, predicaban que,
puesto que no tenían alma, para que iban a ser evangelizados y que, como
animales que eran, solo cabía esclavizarlos.
Que
la conciencia es algo que forma parte del Alma o de la “Esencia” y que todos los seres vivos la poseen, desde la célula al
hombre, es algo que ya ha sido expresado por numerosos investigadores. No el alma,
sino que los animales poseen conciencia.
Aunque yo intuyo que lo piensan desde la perspectiva de que ésta, la conciencia, sigue siendo el resultado
del metabolismo de un ser vivo. Hace
algunos años, el 7 de julio de 2.012, científicos destacados en diferentes
ramas de las Neurociencias, se reunieron en la Universidad de Cambridge para
celebrar la “Francis Crack Memorial
Conference 2.012” ,
la cual trató sobre Conciencia en Animales Humanos y no Humanos. Al acabar la Conferencia se firmó, en presencia de Stephen
Hawking, la “Cambridge Declaración On
Consciusness (Declaración de Cambridge sobre la Conciencia )”, la
cual resumió lo que en ella se discutió y se acordó. En ella se dice:
“…decidimos
llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es
científico. Es obvio para todo este salón que los animales tienen conciencia,
pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el
resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para
la sociedad” (El
subrayado es mío.)
Philip
Low, en la presentación de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, 7
de julio de 2.112
Si
les digo la verdad, me quedé impresionado por esta declaración, aunque no me
dejé engañar. Cuando estudiaba Historia de la Ciencia descubrí que hacia 1932,
solo eran conocidas estas partículas elementales: el protón, el neutrón, el
electrón y el fotón. Después de detectar un déficit de energía en la
desintegración beta (b) del radón, Bohr se encontraba dispuesto a “sacrificar” algo tan fundamental para
la Física de entonces, como era el Principio
de Conservación de la Energía, en la realidad subatómica, con tal que la “teoría” cuadrase. Pauli se negó y su
paciencia le llevó a descubrir el neutrino en 1956. Esta “postura” de Bohr no es algo aislado, solo ilustra como los “científicos” “ajustan” sus teorías con los experimentos que pretenden
demostrarlas, para que las cosas concuerden con lo esperado o lo expuesto en la
teoría.
Todo
el mundo da por supuesta la “excelsitud”
de la Ciencia a la hora de proclamar sus ventajas. Su “superioridad” es considerada como un artículo de fe, hasta el punto de no diferenciarse, sus dogmas científicos, de los preceptos dogmáticos de una religión. Si
intentamos hablar de magia, astrología o mitos en una clase de Física, seremos
vilipendiados. Aceptamos, copernicanamente, la cosmología científica, tal como un creyente acepta la virginidad de María, literalmente. Es
cierto que, en el siglo XVII, la ciencia fue una fuerza liberadora que permitió
que nos sacudiéramos de encima las “pulgas”
de los dogmas eclesiásticos, pero ello no se debió a que estuvieran en posesión
de la “verdad”, sino porque era la ideología dominante de ese momento, como
nueva religión del nuevo Estado que se estaba fraguando. Hoy día, la antropología cuestiona todas las concepciones
del mundo, menos la científica. De la misma manera cuestiona todo lo que se
refiere a una evolución de la conciencia.
Ya se
ha señalado que “Individuación”
significa “hacerse individuo, en tanto
que por individualidad entendemos nuestra más íntima, última en incomparable
particularidad” hasta alcanzar lo que Jung llamó “si-mismo.” “Individuación”
no significa individualismo es un
sentido egocéntrico y limitado de esa
palabra. Individuación convierte al
hombre en un ser “Uno”, y no solo
una vez. También significa que lleva a cabo su “particularidad”, como ser individual
y colectivo con los que se relaciona
a través de la conciencia y el inconsciente. Como asume su “saber propio” en contra del “saber del colectivo”, constituye un
peligro pala la “matriz colectiva”.
Son
varios los rasgos que nos identifican como seres “dormidos”. El primero de
ellos es que no somos una entidad única,
sino muchas. Por ello se nos insta a que unifiquemos nuestro ser. Luego, nos define
la ausencia de un “yo”
permanente. Normalmente pasamos la vida poniéndolos y quitándonos caretas
según sea el rol que queremos representar y que imagen pretendemos ofrecer en
cada momento. También nos caracteriza el hecho de pasarnos la vida imaginando lo que queremos ser, en vez
de ser lo que realmente somos. Tampoco hay que olvidar nuestras emociones negativas y nuestra obstinación, siempre en lucha contra la voluntad. Pero el principal y más
inconsciente de nuestros rasgos es nuestro comportamiento
mecánico, sobre el carecemos de la más mínima conciencia. Estos rasgos, y muchos otros, definen el estado de nuestro ser y
explican por qué nunca somos Uno y nunca somos el mismo.
Cada uno de estos rasgos pueden y deben ser cambiado si queremos que nuestra “Esencia” o Conciencia evolucione. Debemos saber que un pequeño cambio en un
rasgo significa también un cambio en los demás.
La Tradición
dice que somos nosotros, después de conocernos, los que debemos cambiarnos a
nosotros mismo. Nadie puede hacerlo por nosotros. Esto se logra cuando logramos
llevar a cabo una división interna
entre lo que “yo” soy realmente y
todo lo demás llamado, en mi caso, Alfiar. Mientras siga creyendo e imaginando que
“yo” soy Alfiar, nada cambiará. Ese “yo” pertenece a la “Esencia”,
es aquello con lo que nacemos, y ella contiene nuestras capacidades e
incapacidades. Tiene que ver con el “tipo”
de ser que somos, y también con el cuerpo físico que hemos desarrollado.
No es
posible trabajar directamente sobre la “Esencia”.
Hemos de comenzar a hacerlo por aquello que la recubre: nuestra personalidad más externa. La Esencia o Alma también tiene su “personalidad”, la cual va modificándose
conforme incrementa su conciencia. El
problema es que esta personalidad del
alma es, enseguida, sustituida por una “falsa personalidad”, creada por la “matriz colectiva” a partir de nuestra realidad exterior con su consciencia
exterior. Cuando comenzamos a trabajar sobre nosotros mismos, nuestro “centro
magnético”, un “atractor”, que puede estar ya en la Esencia (o si no habrá que crearlo) atrae, hacia el ser que realmente somos, a lo que la Enseñanza llama “yo
observador”. Un delegado del yo esencial. Al principio, él será el
encargado de “enseñar” al resto de
la personalidad y, también, a la Esencia.
Este aprendizaje no depende tanto del “peso” que tenga esta personalidad, como de su propio estado de ser, de si su nivel de ser. Dado que “conocimiento” y “ser”
son las dos caras de una misma realidad, son inseparables, por lo que deben
funcionar juntas en nuestro desarrollo, han de trabajar con el otro par de
opuestos que son la Esencia y la personalidad (generalmente secuestrada
por la falsa personalidad, el falso yo). Estas dos monedas o estos dos pares de opuestos
funcionan en escalas diferentes.
Jung
señala que el “proceso de individuación”
es algo espontáneo, natural y autónomo y, potencialmente, se encuentra dentro
la psique humana. Pero advierte que ese “camino”
no puede ser seguido por todos, pues requiere, frente a la pulsión de los
contenidos del inconsciente, de integridad
y de control. Jolande Jacobi
(1890-1973), psicóloga suiza-alemana que trabajó con Jung, comenta sobre esto:
“El curso de la individuación ha sido descrito a grandes rasgos y muestra unas leyes formales. Consiste en dos grandes estadios que llevan signos opuestos y se condicionan y complementan recíprocamente: el de la primera y el de la segunda mitad de la vida. El primero tiene como tarea la <<iniciación de la realidad externa>>, y se cierra con la firme configuración de yo, la diferenciación de la función principal, el modo de enfoque dominante y el desarrollo de una persona correspondiente; en definitiva, tiene como objetivo la adaptación y ordenación del hombre en su mundo. El segundo conduce a una <<iniciación en la realidad interna>>, a un profundo conocimiento del <<sí mismo>> y a un conocimiento del hombre, una <<reflexión>> sobre los rasgos del ser, que hasta entonces habían quedado o se habían hecho inconscientes; a su concienciación y, por ello, a una ligazón consciente interna y externa del hombre con la estructura del mundo, telúrica y cósmica.” (La Psicología de C.G.Jung, pg., 165)
Cuanto
más grande es una comunidad, y las actuales son descomunales, y cuanta más
influencia tienen los factores colectivos, sustentados generalmente por
prejuicios conservadores (lo común a todo organismo que tiende a sobrevivir),
en detrimento del “individuo”, tanto
más queda éste anulado y constreñido en su proceso
psíquico “natural”. Con ello, “lo individual” cae en el inconsciente,
donde, por ley psicológica, se convierte en lo “malo”, “destructivo” o “anárquico”. En una sociedad como la
nuestra, el “individuo” está
condenado a sucumbir. El proceso de “erradicar” lo “individual” por parte de la “matriz
colectiva”, comienza en la escuela, continua en la universidad e inunda (en
palabras de Jung) “todo aquello donde
mete mano el Estado.” En las comunidades tribales indígenas, la libertad
individual estaba garantizada de forma relativa, y con ello la existencia de una responsabilidad
consciente.
“[…]un ser
humano de hoy [mediados del siglo pasado] que responda más o menos al ideal
moral colectivo ha hecho de su corazón una cueva de asesinos, lo que puede
mostrarse sin dificultad por el análisis de su inconsciente, aun cuando él
mismo no experimente por ello molestia alguna. Y, en la medida en que se
<<acomoda>> de modo normal a su ambiente, tampoco experimentará
molestia antes las máximas sevicia [crueldad excesiva, malos tratos] de su
sociedad, con tal que la mayoría de sus semejantes crea en la alta moralidad de
su organización social. Ahora bien; lo mismo que he dicho acerca del influjo de
la sociedad sobre el individuo vale también para el influjo del inconsciente
colectivo sobre la psique individual. (…) este último influjo resulta tan
imperceptible como perceptible es el primero.” (Jung. Las relaciones entre el yo y el inconsciente, pag. 45).
Si “individuación” es el proceso a través
del cual nuestra “personalidad
individual” (la que pertenece a la “Esencia”)
se diferencia y separa de la “personalidad
colectiva”, es evidente que necesitamos de una profunda reflexión para darnos cuenta de lo sumamente difícil que
es “descubrir” nuestra verdadera “individualidad”.
La “máscara” con la que se recubre la “falsa personalidad”, no es real, “finge individualidad” haciendo creer a
los demás, incluso a sí misma, que es un individuo.
Comenta Jung, desde su comprensión, pues el mismo pasó por ese estado, que el “derrumbe de la actitud consciente no es algo
insignificante”, pues “constituye una
destrucción” del mundo interior de la “falsa
personalidad”. Por ello, “uno se
siente abandonado, desorientado, un barco a la deriva…” Uno a caído en el inconsciente colectivo y éste, por lo
general, toma el mando.
También
puede ser que el “derrumbe” suponga
una catástrofe que destruya nuestra vida. Aunque, a veces, una “idea salvadora”, o una “visión interior”, incluso una “voz interior” nos proporciona una
orientación nueva. Jung señala que la primera posibilidad “significa paranoia o esquizofrenia”; la segunda nos lleva a una “excentricidad con aires proféticos o a un
infantilismo que se escinde empero de la comunidad cultural.” El tercer
caso significa “la restauración regresiva
de la persona.” De ahí que la “individuación”,
solo pueda significar “un proceso de
evolución psicológica que realiza las determinaciones individuales dadas, o, en
otras palabras, constituye al ser humano como ese ente singular que es.
(o.c., pg., 65 y ss)”.
Los
arquetipos que, según Jung, marcan el “proceso
de individuación” vienen ilustrados por una serie de “imágenes”. El primero de ellos es la “Sombra”, esa parte de uno mismo que ha sido rechazada desde la
consciencia. Su desarrollo ha ido paralelo al desarrollo del “yo”; cualidades que éste ha dejado de
lado o ha reprimido y que ya no forman parte de la vida consciente. “Todo individuo es seguido de una sombra,
pero cuanto menos es ésta incorporada a la vida consciente de aquel, tanto más
negra y espesa es.” (Jung, Psicología
y religión, pg.,112).
La
segunda etapa del “proceso de
individuación” viene marcada por el encuentro con la “imagen del alma”, imagen a la Jung llama “Ánima” y “Ánimus”. Estas
imágenes corresponden a la parte sexual complementaria de nuestra psique. Ambas
imágenes nos muestran como como se encuentra formada nuestra relación personal
con el sexo contrario. Un dicho popular nos recuerda que todo hombre lleva
dentro de si su Eva y que toda mujer lleva interiormente su Adán. La “imagen del alma” no es unívoca, sino
que puede manifestarse como dulce
doncella, diosa, bruja, ángel, demonio, mendiga, prostituta, compañera, mujer fatal, etc.; aunque la primera
portadora de la imagen del alma es la
madre. También, esta imagen se encuentra en una relación
directa con la condición de la “persona”
del individuo. Si, por ejemplo, la “persona”,
como mediadora entre el “yo” y el “mundo exterior”, es un intelectual, la imagen del alma será sentimental.
![]() |
Antigua Sabiduría |
La
tercera etapa se manifiesta a través de los arquetipos del principio espiritual
y material.
“Cuando todos los peligros de la confrontación con la imagen del alma se han salvado, asciende entonces al inconsciente nuevos arquetipos, que obligan al individuo a nuevos acuerdos y actitudes. […] El inconsciente es pura naturaleza, desprovista de propósito, tan solo con una <<capacidad potencial de dirección>>, pero, por una organización interna invisible para nosotros, posee un saber a dónde va, latente.” (J.Jacobi, o.c., pg., 186).
La
imagen, pintada por un paciente de Jung, nos muestra el arquetipo de la “Antigua Sabiduría”, la personificación
del “principio espiritual”. Su
contrafigura, en la mujer, es la “Magna
Mater”, representante de la Madre Tierra, la “fría y objetiva verdad de la na naturaleza.” De lo que se trata es
de llegar a entrar en relación, no la parte de otro sexo de la psique (ánima y
ánimus), sino con aquello que da forma al propio ser. La “Antigua Sabiduría”, representada por una imagen “masculina”, nos ofrece una mirada
vuelta hacia el interior; sus rasgos inmóviles, expresan la alta
espiritualidad, que se confunde con la naturaleza. Hombros y pecho se han
convertido en tierra, cubiertos de hierba y musgo, que alimentan a los pájaros
de Afrodita que simbolizan la dualidad del “bien” y el “mal”. Detrás
de la cabeza, el disco solar, apunta al “logos”
y en sus manos sostiene la joya del “si-mismo”,
pues este arquetipo de la Vieja Sabiduría se corresponde ya con las figuras del
“si-mismo” en su mitad masculina.
![]() |
Magna Mater |
La
“Magna Mater” (imagen arriba), representante del Universo, como
muestra su manto recubierto de estrellas e iluminada por la luna creciente,
contempla llena de compasión a la pobre criatura que estrecha con sus grandes
manos hasta hacerla sangrar por sus profundas heridas.
“El sufrimiento producido por el desgarramiento originado por los pares de opuestos de contrarios de la esfera superior e inferior de su ser y el sufrimiento de la tensión así engendrada presenta la vida, en efecto, como un martirio, pero también como una condición previa para renacer en el hijo como símbolo de <<si misma>> e iluminar con los rayos del sol las profundidades insondables del fondo primitivo en el seno del mundo. La tensión contraria, y que como todo arquetipo entraña también, se representa aquí con toda claridad.” (J. Jacobi, o.c., pg., 187. Las dos imágenes anteriores pertenecen a esta obra).
Llegar hasta aquí significa que la “sombra” se ha hecho conciente, lo sexual contrario se ha diferenciado en nosotros, igualmente ha quedado clara nuestra relación con la naturaleza más primitiva y con el espíritu. La doble faz de lo profundo del alma ha sido conocida, y el engreimiento del espíritu ha sido extirpado. Nos encontramos en las capas más profundas del inconsciente tal y como nos muestran estas imágenes arquetípicas en las que la unión entre ambos sistemas psíquicos parciales, el consciente y el inconsciente, en un punto central común llamado “si-mismo”. Para Jung, solamente cuando ha sido encontrado e integrado este punto central es cuando se puede hablar de un hombre “completo”.
“Cuando
más consciente es uno de sí mismo merced al conocimiento de sí propio y de la
conducta correspondiente, tanto más se reduce aquella capa del inconsciente
personal localizada en el inconsciente colectivo. De este modo nace una
conciencia que ya no se halla intimidada en un mezquino y personalmente
sensible yo-mundo, sino que participa de un mundo más amplio, el mundo de
los objetos. Esta conciencia amplificada ya no es tampoco aquella madeja de
ambiciones personales, deseos, temores y esperanzas que tiene que ser
compensada por tendencias contrarias personales inconscientes o acaso
corregida, sino que es una función de relación vinculada al objeto, al mundo
exterior, que pone al individuo en relación indispensable, obligatoria e
indisoluble con el mundo exterior.”
(Citado por J. Jacobi. O.c., pg., 191).
Tal “renovación de la
personalidad es un estado subjetivo, cuya existencia real no puede ser
certificada por ningún criterio exterior; resiste a todo intento de descripción
y explicación, y tal solo el que ha realizado esta experiencia es capaz de
comprender y atestiguar su realidad”. (Jung, Psicología y Alquimia, pg.209).
Este esquema pretende ofrecer una idea de la totalidad de la psique. Sitúa
el “si-mismo” en el centro, entre la
conciencia y el inconsciente, participando de ambos, pero engloba a los dos con
su corona radiada, pues, el “si-mismo”
no es solo el punto central, sino también la circunferencia que incluye la
conciencia y el inconsciente; es el centro de la totalidad psíquica, al igual
que el “yo” es el centro de la conciencia.
El dibujo anterior, elaborado por una paciente de Jung, es un reflejo de la totalidad psíquica tal
y como se manifestó en el curso de su tratamiento analítico. El
pájaro azul simboliza la esfera de la conciencia;
el fuego con la serpiente, el dominio del inconsciente;
el pequeño círculo amarillo del medio es el centro del “si-mismo”, situado entre la parte femenina del alma (el campo negro
con el huevo blanco) y la parte masculina (el campo blanco con el huevo negro),
rodeado de la corriente de la vida, que une y baña todos los círculos. El “si-mismo” solo tiene un contenido que
nosotros podamos conocer: el “yo”. “El yo individualizado se percibe a sí mismo
como objeto de un sujeto desconocido y superior.” (Jung). El resto de los
contenidos del “si-mismo” se
encuentran más allá de nuestras capacidades de conocimiento, por ello solo
podemos “vivirlos”. Jung lo
caracteriza como “una especie de
compensación del conflicto existente entre lo interior y lo exterior”,
siendo éste conflicto un “objetivo” en nuestra vida, “porque es la más completa expresión de la combinación del destino que
se llama individuo, y no solo un hombre aislado, sino de un grupo entero, en el
cual uno completa al otro formando la imagen total.” (Jung, El yo y el inconsciente. pg. 229).
Este
proceso no es accesible a la conciencia a no ser que se tenga una técnica y un
conocimiento psicológico específico, así como una especial actitud. El “proceso
de individuación” es el método que descubrió Jung para acceder al conocimiento
y regulación de uno mismo. Igualmente constituye un camino para la formación
del “carácter” que sostenga una conciencia superior y una nueva visión del
mundo.
La
imagen arquetípica de este acontecimiento ya era conocida por los alquimistas,
que ellos llamaron “coincidentia
opositaron” o unión de los opuestos.
El símbolo de la Conniutio o Conjunción aparece cuando lo
intrapsíquico, es experimentado como real
en el mundo exterior.
Lo que tanto la imagen de una
paciente de Jung como la alquimista nos muestran es el hecho de se ha
alcanzado el equilibrio entre el “yo”
y el “inconsciente”. Las
representaciones simbólicas con las que, en Oriente, aluden a este equilibrio
se llaman “Mandalas” o “círculos mágicos”.
Nuestro
Trabajo, un trabajo interior y psicológico, es con nuestra personalidad. Cuando ésta llega a
hacerse más pasiva, el Trabajo alcanzará a la Esencia.
Nuestra personalidad, la “falsa personalidad” es un “artificio” que hemos ido construyendo a
lo largo de nuestra vida; pero la Esencia
es algo real. No toda la personalidad
es un artificio, recordemos que la Esencia ya posee una personalidad, por ello no todos los “yoes” pertenecen a la falsa personalidad, algunos pertenecen
a la Esencia. Lo que es común a
ambos es que todos los “yoes” se
encuentran conectados a los mismos Centros,
por ello también en la Esencia hay “yoes” mentales, motores, instintivos… Un “falso yo” es, simplemente, un deseo. Todos los yoes desean algo.
La Esencia procede de “otro
nivel” simbolizado metafóricamente como “lo alto”, “arriba”, “el Cielo”. Para encarnar, se “viste”
con un cuerpo que ha sido construido
con los materiales y la información que han aportado sus padres
humanos. Ello ya impone un límite a la Esencia. A
través de ese cuerpo, la Esencia se pone en
contacto con el mundo y con la
Vida. El cuerpo
posee una herencia biológica, no solo de sus padres sino de todo el “fylum” humano que se remonta a los
primeros seres unicelulares. Ese cuerpo
se desarrolla en tres dimensiones y la herencia biológica recibida lo hace en
una cuarta dimensión: el tiempo, la
línea de los ancestros.
Aunque la Esencia se encuentre íntimamente compenetrada con el cuerpo físico,
ella no es “cuerpo”. El cuerpo muere, la Esencia
no. Es la mente de nuestros sentidos externos la que hace que nos tomemos a
nosotros mismos solamente como un cuerpo visible, y es ella la que “imagina” que cuando este cuerpo muere,
todo termina y ya no hay nada más. También es la que “impide” que nos recordemos, que recordemos lo que realmente somos:
un ser complejo formado por cuerpo, alma, Esencia y personalidad. Para la mente sensorial todo esto solamente son
tonterías, idioteces, insensateces, niñerías, fantasías, cuentos de hadas,
cosas que carecen de sentido…,
porque, ¿alguien ha visto (sentido externo de la vista) alguna vez el Alma o la Esencia ?
La Esencia es algo que se mueve
entre las dimensiones.
La “mente sensorial”, para relacionarse con lo que llamamos el mundo exterior, ha creado los lenguajes
que conocemos, incluso los sofisticados lenguajes de la Ciencia. Pero estos
lenguajes no sirven para describir ninguna de las realidades internas que configuran al hombre ya sus
manifestaciones. De ahí que desde la Antigüedad se haya creado un “lenguaje híbrido”, un lenguaje que usa el
“lenguaje literal” para intentar
transmitir, a través de parábolas y símbolos, otro tipo de realidad, puesto
que esa mente enfocada hacia lo exterior, solo puede captar ese otro lenguaje
de forma “psicológicamente”, no
racionalmente. "Por eso les hablo en
parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden." ¿Qué
sucede si el hombre no quiere cambiar? En principio, nada. Pero si él cambia,
el Universo cambia y también lo hará su sentimiento de “Yo”.
Escuchar, por ejemplo, escuchar esta enseñanza,
es una cosa y Pensar, pensar sobre lo
que ella contiene, es otra muy distinta. Escuchar
es algo externo, pensar es algo interno. Y
este Trabajo,
que es algo mental, sirve para conectarnos con nuestra realidad interna. Solo
desde la mente podemos modificar
nuestro pensar. Nuestra mente es la
primera puerta que hemos de atravesar. Aquí si somos verdaderamente libres para
elegir, y todos deberían respetar esa elección.
Pero el hecho de que algo como la Enseñanza Esotérica haya existido, es una
señal de que también existe la posibilidad que el hombre, cada uno de nosotros,
si quiere y esa es su voluntad, pueda “despertar”,
pueda “nacer de nuevo” o “renacer”, o “nacer por segunda vez”, pueda “volverse
como un niño”. Y si, simbólicamente, “niño”
es igual a Esencia, hemos de nacer o renacer a lo que en verdad somos, Esencia. Lo que significa que, si el “niño” es la Esencia , debemos
convertirnos en “Esencia”. Cualquier
Enseñanza Esotérica, por muy
deteriorada que esté, siempre trata de éste desarrollo
interior que le es posible realizar al hombre. Las Parábolas dicen también
que la Esencia no podrá crecer a no ser que sea fertilizada por el Verbo, la Enseñanza o la
Palabra que proviene de un lugar más
conciente y que debe ser sembrada en el hombre.
Cuando, atravesando capa tras capa
de la Falsa Personalidad, el Trabajo
llega hasta la Esencia, ésta se
vuelve activa. La "palabra” se hace espermática y la impregna; entonces comienza a crecer y desarrollarse.
Si comparamos la Esencia con la
galladura en el huevo, la personalidad
sería la yema y la clara. Cuando el huevo es fertilizado la galladura crece y
consume la yema y la clara. El resultado es un ser vivo.
Señala el Trabajo que, si somos como Narciso, si nos encontramos prendados de
nosotros mismos, nunca cuestionamos nuestra propia importancia, nunca seremos
capaces de ascender por la Escala del
Ser hasta un nivel superior de desarrollo. La Enseñanza también señala el siguiente hecho: si un número
suficiente de seres humanos se desarrollan a sí mismos, más allá de lo que es
necesario para existir y sobrevivir en la tierra como “vida orgánica”, elevándose en la Escala de Ser, hasta el nivel simbolizado como “cielo”, entonces recibirá
“algo”. Y con ese fin, una cierta
clase de instrucciones o Enseñanza, fue “sembrada” en la
Tierra , el lugares y épocas diferentes. Algo que aún se sigue
produciendo. El problema es que el “hombre
dormido” no puede alcanzar esas “influencias”.
Nuestro nivel de inteligencia normal
no es suficiente; tampoco el nivel de nuestra conciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario