<TÍTULO>: "Masculino-Femenino". Los dos polos del Amor.
<SUBTÍTULO>: Historia de como El Gran Espíritu generó el Universo de Si Mismo.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Alumbrándola, la Gran Madre Universo confiere a la Obra creada textura, tono y luz.
<CUERPO DEL TEXTO>:
El Gran Espíritu decidió crear, y para
ello eligió un punto en el infinito océano de su Esencia y allí trazó una línea
a la que llamó Tiempo. Con ella creó una demarcación entre todo lo que era
antes de lo que sería a partir de ese instante en el que se daba origen al
Tiempo. En el desarrollo de ese Tiempo, el Gran Espíritu creó estructuras para
identificar situaciones concretas. Algunas de esas estructuras fueron los
átomos, portadores de intención, y con la finalidad de formar un sistema
consciente que permitiese regular el desarrollo de su creación.
(...)
A un lado
de esta línea-Tiempo, éste se desarrolló a través de una Esencia Femenina, material, creadora de formas y estructuras que se
iban actualizando progresivamente. Ahí existía todo lo creado: galaxias,
estrellas, planetas... A toda esta realidad creada en el Tiempo se le han dado
diversos nombres: Naturaleza, Tonal, Eva, Isis, María, Gran Diosa Universo. En su esencia se aúnan todos los seres
creados, los astros y los mundos.
Del otro
lado de la Línea ,
permanece el Inmanente, el Sin Nombre, el Nagual, el impulso que
lleva el poder de la Fuente
a manifestarse. Ahí residen las pautas de todas las creaciones, la Potencia de lo Uno que se
revela continuamente a través de lo múltiple. Es lo Masculino del Gran Espíritu.
Sin
embargo, esta Línea que el Gran Espíritu ha trazado para delimitar
en si mismo sus dos Naturalezas, no es una rígida frontera entre ellas. Es algo
vivo que se mueve en espiral, entrando y saliendo, interconectando lo Inmanente y lo Creado, girando en torno a los círculos de creación como la huella
diáfana de una red invisible.
En cada
punto de contacto de esa red con el Universo dimensional, tiene lugar una
creación: se crean galaxias, se solidifican estrellas, aparecen cuásares y
agujeros negros. De esta manera, toda la multiplicidad de asombrosas formas de lo Femenino, de la Gran Madre Universo,
son impulsadas por las vibraciones energéticas de la Esencia Masculina del Gran Espíritu.
A través
de este acto amoroso es como Crea el
Gran Espíritu Uno. Con él, el Universo Creado se convierte en un viaje
a través del Amor, en una aventura a través de la Gran
Madre Universo.
El propósito de esta Cópula es que Ella de a Luz, en forma visible, lo que sólo era Amor y Belleza
invisible. Alumbrándolo, la
Gran Madre Universo confiere a la Obra
Creada : Textura,
Tono y Luz.
Por este
proceso las criaturas adquieren forma, éstas conforman paisajes más amplios que
reposan en marcos planetarios, encuadrados en agrupaciones astrales que se
engarzan a las espirales de una galaxia como diamantes vivos. Éstas flotan entre
otros cien millones de galaxias a este lado de la Línea de la que fluye el
Tiempo.
De ésta
manera, cada criatura dispone de un ambiente, cada cuadro de un marco, cada
obra de un fondo sobre el que hacer resaltar su Belleza. Y en toda esta compleja relación, nada hay que esté
separado de las otras cosas, nada hay que sea independiente. Todo está
unificado con Todo.
El
mecanismo físico de esta creación es la división que el Gran Espíritu realiza sobre su propia Esencia, constituyendo con ella dos polaridades a través de las
cuales se despliega Su Infinito Poder de
Creación. Esas dos polaridades no son contrarias ni opuestas, sino los
extremos complementarios de una Única Esencia,
de un único continuo de vibraciones unificadas que comienzan, espalda contra espalda,
en un punto centrado de la
Gran Semilla.
Luego se separan, aunque no totalmente, para completar cada polo los 180º de
sus respectivas mitades. Durante éste trayecto, parecen enfrentadas.
Un poco
antes de producirse el encuentro en el interior de su propio espacio, las dos
polaridades dejan de enfrentarse, permitiendo que entre ellas se forme y
aumente una carga útil, una densidad energética que producirá la chispa
necesaria para completar el círculo completo de la Rueda ,
dando origen a una creación. En una Iluminación
así se visten de carne los espíritus que encarnan.
El Amor, la energía creadora, hace que la esencia masculina desde el interior de
la esencia femenina donde se encuentra, libera un proyecto codificado en el
interior de la materia. De la misma manera que existe un código genético en el
espermatozoide que activa el del óvulo al penetrar en él, existe un proyecto
que penetra en el óvulo-semilla de un planeta a través del espermatozoide de la
radiación de un sol, activando el potencial contenido en el núcleo planetario.
A través
del acto de amor que surge en el juego de entrelazarse ambas polaridades del Gran Espíritu, la información contenida en las formas elementales del planeta Tierra
es activada por la información contenida en el esperma solar. En lo profundo de
la matriz oceánica, Sol y Tierra intercambian sus mensajes. El fruto de ese
intercambio, el Hijo de la Tierra , toda la Biosfera ,
se cristaliza y comienza su ciclo de gestación, hasta que el impulso emergente
del fruto de tan encendido amor, hace nacer a las criaturas que abren sus ojos
a la Luz. Cada uno según su pauta. Con este parto, el
giro de la Tierra
ofrece al Sol una nueva imagen de si misma.
El diálogo
amoroso de las polaridades masculina
y femenina del Gran Espíritu, en las infinitas frecuencias a lo largo de la Línea del Tiempo, ha tenido lugar en el
Universo durante billones de años. Lo que llamamos la Creación
es el resultado de ese Acto de Amor.
Cada
aspecto de la polaridad Divina se
manifiesta alternativamente en cada frecuencia de vibraciones. Es el alterno y
eterno fluir del Yin y el Yang. Esta alternancia ha producido las
representaciones personificadas del lado
masculino y del lado femenino
del Gran Espíritu. Al tomar forma
según la frecuencia en que se manifiestan, se convierten en los vehículos primarios
de futuras creaciones.
Entre los
representantes humanos, hombre-mujer,
de las polaridades divinas, existe
la misma carga creativa, la misma división de la Unidad
Eterna. Cuando el estado de los Espíritus humanos que proyecta esta energía es sano, el potencial
de esa energía Amor es inmenso. Cada hombre y mujer que se encuentran en la Rueda de la Vida , llevan una carga creativa distinta. La
propia Divinidad se encarna en la Tierra para enfrentarse así
misma a través de la polaridad sexual
con que se atraen sus dos formas encarnadas.
La mujer
nada en una corriente de energía distinta a la del hombre. Por ello, aunque
vivan bajo el mismo cielo y posen sus pies en la misma tierra, aunque duerman
bajo las mismas ilusiones, se encuentran en polos distintos de la Rueda de la Creación.
A pesar de ser
diferentes, esas dos polaridades son perfectamente compatibles, ya que fueron
concebidas con el fin de estimular al máximo su creatividad.
En el
nivel humano, hombre y mujer, es que la Divinidad se encuentra a sí misma y se conoce
como Divinidad. Por ello, nuestro
destino humano no estará cumplido hasta que comprendamos y expresemos el
profundo Amor que existe entre Dios-Padre
y Dios-Madre en una sola Unidad.
La misión
de lo femenino del Universo es
revelar lo masculino depositado en
su seno. Y el único propósito de lo masculino
es servir a lo femenino en su
proceso de gestación, celebrando y alentando la belleza que se oculta en su
corazón. En la más pura manifestación amorosa del hombre y la mujer, y en las chispas
de espíritu gemelas, las polaridades están equilibradas, pero sus
potencialidades polares de creación se encuentran a su máxima tensión.
Esta
comprensión física y técnica del Universo, no tiene porque estar separada de la
comprensión de un Espíritu Eterno
que se expresa por esas polaridades. Los hombres y mujeres del Universo, somos
los instrumentos a través de los cuales la Creación
se hace consciente y, con ello, se hace posible el despertar de todo el mundo
material. Cada ser humano hombre-mujer
es un órgano de la Conciencia del Gran Espíritu que despierta del
sueño a que se le había sometido a causa de su entrada en la materia.
Ese
despertar nos permite reconocer nuestra auténtica identidad. Ese conocimiento
es el de que nuestra realidad espiritual, masculina
y femenina, no es algo diferente de
los aspectos Padre-Madre del Gran
Espíritu.
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