La Enseñanza
(2)
Un
libro es hijo del papel y de la tinta, la “luz” y la “sombra”
creadoras, fecundados por el amor de un corazón
pensante que puso allí palabras
con sentido y significado, palabras
metafóricas. La negrura de la tinta es el vehículo que expresa el sentir de un corazón y la claridad y la sabiduría de una inteligencia. Todo un acto de creación. Así debió
salir el Cosmos del Caos. En el otro extremo de la distancia, la lectura
involucra un proceso, otro pensar y sentir que se acerca a abrazar al
hermano desconocido del que solo ves su jardín: un jardín de palabras, flores e ideas, perfumes y sentimientos, paisajes y colores pensados.
(...)
Muchos desprecian los libros, o no los aman
lo suficiente. Y el perfume que
contienen permanece encerrado en ellos. Y es que leer, el proceso de aprender a leer, requiere de aquello que más
nos cuesta dar, nuestro tiempo,
nuestra dedicación, nuestro esfuerzo, además de paciencia y práctica. Leer no es articular sonidos
representados gráficamente. Leer es “comprender”. Un acto mágico de la
conciencia que abre las puertas de lo maravilloso, cuando el amor se involucra
en el proceso.
El libro
también tiene enemigos. Uno de los más peligrosos es ese enemigo de la Inteligencia,
tal vez porque no ha logrado “comprender”,
que esgrime la idea de que la “Verdad”
no está en los libros. ¡La Verdad! ¿Qué verdad? ¿No se tratará de
suprimir a la Inteligencia porque
esta es discernidora de la Verdad? Porque se necesita de la Inteligencia y de su hermana la Sabiduría para poner en las páginas de
un libro las palabras llenas de significado en las que se soportan los pensamientos, los sentimientos, los sueños,
las ideas esenciales del alma humana.
Y nada de esto es “ficción”.
Leer no es fácil. Requiere de método, de disciplina. Pero, sobre todo, requiere de una consideración: la consideración
de que el trazo negro de cada palabra
impresa en el libro, se nos hace inteligible,
gracias al blanco de la página en la
que se escribe o inscribe ese trazo. Ese blanco
del que la palabra brota y en el que, cuando su tiempo se cumpla, acabará por
desaparecer. Ese blanco que es símbolo del Océano Primordial, principio y fin de toda criatura, es del que
surge la Palabra. En él se encuentra
también lo fundamental de toda escritura, pues constituye la otra mitad de ese
círculo de misterio que envuelve nuestra existencia. Por ello, cualquier escritura
puede tener mayor o menor calidad, en la medida en que transmite ese Misterio, ese Silencio que ella, la Palabra,
no es.
Cada escritura exige de nosotros y permite un
tipo de lectura diferente. Cuando la palabra es portadora de “misterio”, cuando es parabólica o metafórica, nos demanda una lectura lenta, una lectura que exige
ser interrumpida frecuentemente para meditar, para tratar de absorber lo
inconmensurable. Nos pide que consideremos, en la meditación, el blanco de la hoja. Y esto es así porque
esta palabra portadora de “misterio”
es siempre una metáfora. Y la Tradición dice que toda palabra metafórica es sagrada.
Atribuir el calificativo de sagrada a una palabra, quiere
significar que ella abarca, o puede abarcar, según se la use, más o menos mundo, más o menos realidad, que lo que se ha convenido que abarca. Cuando alguien
dice: el rey marchó a su casa, es
evidente que casa sustituye a castillo, porque hemos dado en convenir
que los reyes vivían, o viven, en los castillos
y en los palacios. Aquí la metáfora reduce la realidad del significado. En
cambio, cuando digo de alguien que es mi
casa (mi refugio), casa está
sustituyendo a un ser humano, con lo que su significado se amplifica. Este
extraño fenómeno a que da lugar la metáfora, ha inquietado siempre a los
hombres. Estos no logran entender muy bien que aquello que les hace humanos,
aquello que les muestra su realidad, la palabra,
sea algo tan impreciso, tan difuso. Tal vez por ello, el hombre tuvo que
inventar los lenguajes matemáticos, aunque sin darse cuenta que también eran
metafóricos. Ya Aristóteles le reprochaba a Platón el uso que este hacía de la
metáfora, pues decía que "todo lo
que se expresa por metáforas, es oscuro."
Al hombre le asusta la oscuridad. Le asusta lo impreciso.
Quiere que el “Pan”, sea pan y el “Vino”, vino. No entiende que el pan y el vino puedan ser
también carne y sangre. Es como si el hombre (colectivo), o su metáfora Adán, al comer del Árbol de la Ciencia, hubiera dado con ello origen al lenguaje de la
palabra precisa, de la palabra de un solo significado, de la palabra
utilitaria. Y tal vez por ello, el “hombre
caído”, no ha entendido todavía esa metáfora
con la que fue expulsado del Paraíso: "Ganarás el pan con el sudor de tu
frente".
El hombre ha entendido que esta admonición hacía referencia a un trabajo físico, porque en su
significación única y literal, para él la única realidad es física y, ganar el pan físico, requiere de trabajo. Pero el "Pan"
que hay que ganar, es el pan del que
hablan las Escrituras, llenas de parábolas y lenguaje metafórico, el alimento espiritual que permite al hombre
acceder a un lugar “más alto” y, a
la vez, más profundo en sí mismo.
Ese pan ha de ser ganado con el
"sudor de la frente", es
decir, con la secreción del pensamiento,
con la elaboración de nuevas ideas,
de ideas metafóricas, que nos
permitan acceder al Reino de los Cielos.
Otra impresionante metáfora.
La poesía
es el lenguaje que usa la metáfora
como forma de expresión. Es sencilla
y humilde cuando realiza ese gesto osado de captar la multivocidad de cada
palabra, la imprecisión del misterio humano. La poesía sabe que esa precisión con la que el científico, el antropólogo, el médico,
el psicólogo, el sociólogo, el historiador
y el hombre de la calle quieren
definir al hombre, no sólo es imposible,
sino que ese lenguaje utilitario y preciso solo
sirve para recordarnos, como un eco, que alguna vez, allá en el Paraíso, nosotros éramos una metáfora, nosotros éramos “ángeles”. ¿Y qué es un ángel? Nadie lo sabe. ¿Existen? “¡Claro que
no!” Exclama la razón y la lógica.
La poesía, al usar la metáfora, no se detiene
en la aceptación de que “casa”
signifique casa, sino que pretende ir
más allá, buscar una salida, encontrar una puerta por donde la ambigüedad se
resuelva, y dice de pronto: "El Sol,
Capitán redondo". La realidad se ha duplicado. El Sol cobra la esencia del Capitán,
y el Capitán la del Sol. Allí donde el lenguaje preciso, por insistir en la Ciencia del Árbol, desmembra, separa el “bien” del “mal”, lo “alto” de lo “bajo”, el “yo” del “tú”, el “Sol” del “Capitán”, la metáfora reúne lo aparentemente disperso. Restaura la unidad, nos devuelve
al estado paradisíaco anterior a la “Caída”.
La metáfora resuelve esa paradoja
que es la vida y nos enseña cuál es su misión
y su finalidad: nos dice que ella
está ahí para que, con su uso, llevando una vida metafórica, derribemos las barreras racionales levantadas por el lenguaje preciso y
utilitario.
Alguien dijo una vez que la operación de la metáfora era una operación de fe.
Porque se necesita fe para creer que el Sol es un Capitán; o que alguien, una criatura humana, pueda ser mi casa. Nada se puede demostrar en el
territorio de la metáfora. Ella misma es su propia realidad. Se muestra así
misma y eso es todo. De ahí que la fe
sea ese espacio de nuestra realidad interior en las que las cosas han sido
mostradas y aceptadas. Aunque la fe y su ausencia es un misterio; pero su ausencia
nos impide ver los
"Los
ojos de una estrella".
Huyen. Se ve que huyen
vueltas de espaldas a la
tierra.
Nosotros no hemos visto
todavía
los ojos de una estrella.
Para buscar lo que buscamos
(¿dónde está mi sortija?)
una cerilla es buena,
y la luz del gas,
y la maravillosa luz
eléctrica...
Nosotros no hemos visto
todavía
los ojos de una estrella.
León Felipe
Una tradición islámica dice que Adán hablaba en verso en el
Paraíso. La imagen puede tener muchos sentidos: unos afectan al habla, pues
el estigma de la Caída (otra metáfora) se manifiesta en las palabras. Aunque quedan
vestigios del lenguaje anterior, sobre todo en la mirada y en la caricia,
cuando en ellos está el amor unificador. Porque la palabra que nos legó la serpiente
del Árbol de la Ciencia del Bien y del
Mal, la palabra precisa, la
palabra unívoca en su dualidad, es
una palabra juzgadora, opresora. Una palabra que limita, constriñe, ahoga hasta la
muerte a todo lo existente. Pero la imagen puede tener un sentido poético y metafórico, ya que la poesía
es ese lugar, ese espacio vibrante y sonoro, en el que la Palabra
Caída puede volver a hacerse adámica
y paradisíaca.
Para los cabalistas, el "Mal" y el "Bien" del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal son Uno, son los dos polos
de la misma realidad. Pero lo asombroso es que el "Mal” (Ve-Ra en hebreo), contiene la palabra
"Luz” (Ra en hebreo), viniendo a significar "No-Luz". Y es que, a nivel de la Creación, la Luz, no puede ser mantenida, en el
equilibrio que representa un ser vivo, más que en la tensión que existe entre
estas dos realidades que no son más que una. Y nadie podrá dominar la antinomia, mientras no haya pasado por
la experiencia vivida de un ir “más allá”,
en una realización metafórica de sí mismo,
en esa marcha hacia el núcleo de sí mismo, núcleo que liga los dos polos
antinómicos.
¿Qué es la metáfora?
‑ “META” ........ "más allá"
. . . "llevar más allá"
‑ “FERO” ........ "llevar"
En la metáfora llevamos “más allá”
el significado de los elementos concretos, las palabras que hemos empleado en
su construcción. Llevamos “más allá”
de lo sensible y lo mundano a lo que esas palabras hacen
referencia. Pero al hacer esto, traemos ese “más allá” más cerca de nosotros. Y este malabarismo, este juego de
magia que trastorna al común de los mortales, se hace posible porque la metáfora saca de su marco habitual los
materiales con los que se construye así misma. Y allí, en su íntima realidad metafórica, los cuestiona de
tal manera, en lo que suponemos que era su estado de ser convencional que, por
un segundo, los vuelven traslúcidos,
como inexistentes a la realidad “de acá”. Y gracias a esa fascinación, a ese juego malabar, nos es permitido ver, como por un catalejo
inexistente, la posibilidad de una infinitud
de unidad. Luego, de este estremecimiento
que es la metáfora, queda, venido de un “más
allá” imposible, en el “más acá”,
un vestigio cristalizado al que a
veces llamamos obra de arte, experiencia numinosa, inspiración, iluminación.
He
aquí uno de esos vestigios, una de
esas cristalizaciones del Espíritu, una de esas obras de arte: he aquí una metáfora.
Es un poema y está preñado de esperanzas luminosas. Se llama:
La Máquina
No es un dragón
ni un juguete, Marta.
Es un regalo religioso,
el último regalo del Señor.
Para que no te pierdas demasiado
en el trajín de la casa;
para que no digas ya más,
"es primero la obligación que la
devoción",
y para que no te distraigas en el templo
pensando en el horno, en la rueca
y en el esclavo perezoso.
León Felipe
Aquí
la metáfora nos lleva “más allá” de
la realidad mundana expresada por el trajín
de la casa, el horno, la rueca y el esclavo perezoso. Y cuando ese ir “más allá” de la realidad mundana se produce, nos es posible ver que eso de lo que tanto abominan
algunos, y se suele abominar de lo que no se comprende, la Máquina, es un regalo
religioso. Que la máquina no es
un dragón, ni es un juguete; sino que es algo que, por esa cristalización metafórica, está llena
de Espíritu. Y por este hecho mismo,
la antinomia "luz-no luz",
queda resuelta; y lo que para muchas conciencias es abominación, se convierte en un regalo
religioso, en un regalo del Señor, el último que Dios le hace al hombre
para que de una vez por todas se deje de excusas que le lleven a eludir su auténtica obligación, la
necesidad de buscar su sortija.
Producida
la pérdida, la separación de lo esencial,
el deseo (lo femenino en el contexto
del símbolo), ese sentimiento esencial en el corazón del hombre, le ha llevado
a desviarse de su meta ontológica y a desposar un fin existencial. La dualidad, la pareja, la antinomia,
separada en si misma de su realidad polar, ha seguido el mismo camino y se ha
desviado de su ruta, la vuelta a su Unidad, porque ha querido realizar la
experiencia de las apariencias. Pero de esta elección, el mito resalta el castigo
jurídico y las leyes nos informan a este respecto de ese aspecto ontológico
oculto en el corazón humano: tu deseo te
llevara a tu esposo y el dominara sobre ti (Génesis. III, 16). Esta
maldición, interpretada al pie de la
letra por el hombre dormido, se
ha convertido, en la práctica social, influenciada por un fuerte control de la
tradición religiosa en occidente, en un código de ética social de lo más
aberrante. Pero esta sentencia, llevada al plano
ontológico, llevada “más allá”
por la magia metafórica, significa: Humanidad,
aquello que sea objeto de tu deseo, cualquier idea con la cual te desposes,
cualquier valor con el cual establezcas alianza, todo ello, te dominará.
Este dominio de lo no esencial,
constituye una forma de esclavitud,
constituye la pérdida de esa piedra luminosa que engarza nuestra
sortija. Ya el Buda comprendió este deseo como el germen de la “maldad”, es decir, de la ignorancia, de la ausencia se conocimiento y sabiduría,
en que había “caído” la Humanidad.
Adán, deseando a la “Creación” (la Biblioteca)
y no más al “Creador” (el
bibliotecario), da a esta creación
entera poder sobre él. Y en lo
sucesivo, los dos polos de la dualidad, que en el origen realizaban la Obra en
común, se ignoran el uno al otro. "Tov-Bien"
y "Vera-Mal" han roto la
tensión dinámica que les permitía realizar su obra conjuntamente, dando origen,
en la separación, a la aparición del
Mal como realidad existencial.
La
realidad metafórica es la realidad
del Espíritus operando, mostrándose a
través de la súbita ausencia de materialización; ausencia que se produjo en un
punto de la existencia cuando “algo”
se desplazó por la magia de la metáfora.
Y en este sentido, nosotros, el hombre, la Palabra
Perdida, somos metáfora. Y lo somos,
porque hemos sido llevados “más allá”; es decir, traídos “más acá”.
La
metáfora, con su artilugio mágico, recurre a la semejanza. Y ser semejanza, es ser “algo”
que no se es en totalidad, que sólo se es como reflejo de aquello a lo que nos asemejamos.
Así que, por ello, somos imagen y
semejanza de “algo” a lo que se ha llamado Dios, Espíritu Infinito, Conciencia
Cósmica, Campo Fuente…, es decir, somos su metáfora,
su sentido y esencia desplazados “más acá”,
su imagen especular. Y si el hombre como metáfora es el enunciado de “algo” no presente, ausente, la comprensión de que somos nuncios, enviados, señales de una
Ausencia, debería movernos a llevar una vida acorde con lo que somos; una vida metafórica, una vida que sirva,
como señal visible en el “más acá”, imagen de un Misterio, de una Ausencia.
¿Qué
hacer para llevar una vida metafórica?
Nadie
parece saberlo. No entendemos esa Ausencia
de la cual somos imagen, esa Señal de “algo” que por nosotros mismos se anuncia. Entonces queremos que
alguien nos traduzca la metáfora, que alguien nos explique lo
que es esa “señal”, y que lo haga en
un lenguaje claro, conciso, preciso.
Para
Adán, la ausencia de ese “algo” era una
sospecha infinitamente lejana y, a la
vez, infinitamente próxima. Hacer de
tal lejanía una proximidad es captar la vida metafórica. No creer que lo más lejano es
a la vez lo más próximo, fue “comer
de la manzana” y creer que el hombre
era real en su reflejo. Llevar una vida
metafórica es aceptar que nuestra existencia es “algo” misterioso donde,
ese amor que nos conmueve, esa desdicha que nos estremece, ese encuentro en apariencia fortuito con
alguien no esperado, o que estaba lejano, esa pobreza o esa riqueza que de improviso nos ofrece la fortuna, significan “otra cosa”, además de lo que suponemos que significan en la
pretendida precisión de nuestro lenguaje
caído. Es ver que ese otro
significado, escenificado en nuestra realidad cotidiana por el acontecer de
cada día, compone otra figura: la figura de nuestra imagen, de la metáfora
que somos.
Es
lo ultramundano de nuestra vida, aquello que nos duplica, lo que señala que
esos aconteceres han sido traídos “acá”
y presentados a nosotros mismos como signos,
como señales de un lenguaje cuyo
código nos es desconocido. Es entonces cuando pedimos que nos traduzcan las señales, creyendo que así
adecuaremos la visión a nuestra realidad de “acá” en la que el destino parece jugar con nosotros.
¿Qué
es traducir? Dice el Diccionario que
es verter una lengua en otra.
‑ “TRANS” .... "al otro
lado"
. "llevar
al otro lado"
‑
“DUCCO” .... "llevar"
Toda
traducción no es otra cosa que una metáfora. Nuestra pretensión de un lenguaje preciso, que nos explique la imagen, es imposible. La sortija sigue perdida. Las estrellas huyen y nos dan la espalda. Y
la metáfora, el hombre caído, la señal,
la imagen y semejanza del Misterio,
es el artilugio que nos permite disolvernos de nuevo en el blanco de la página, de donde surgió y
tomó realidad por un breve instante.
Nada
distinto es la vida. Un abismo separado por dos montañas sobre las que tiende
un puente ese solitario vuelo de la fe,
de la metáfora. Por ello también,
todos los caminos conducen, aunque todo depende de cómo vuele sobre ellos el
que los recorre. Pero tiene que recorrerlos con aquello que él es: la Palabra Perdida que cada hombre o mujer
es. Ella misma es la promesa con la que el hombre debe realizar la traducción de su vida.
¿Cómo
solucionar este problema de la traducción
en el lenguaje caído? Por la metáfora,
por la consideración del blanco que
hay entre los trazos negros de la
escritura. En ese blanco se sitúa la
expresión del acto, ese por el cual
los justos serán reconocidos. El acto
saca hacia afuera, acerca “más acá”,
comunica, cristaliza, ese mensaje del que la palabra es portadora.
Dice
Mario Satz en su "Poética de la
Cábala" que, entre el silencio del pensamiento y el sonido de
la palabra, está la garganta; y que allí se encuentra el
núcleo del sonido mágico, el grano
generador, pero que aún no se ha hecho palabra. El aire callado ha de pasar por la puerta del conocimiento, las cuerdas
vocales; puerta de la que la palabra
es la llave, puerta que da paso
al acto. Esa puerta es también la puerta de la conciencia. Por ello, los actos por los cuales los justos deben ser
reconocidos son actos conscientes,
actos misteriosos. Su misterio
radica en que generan metáforas de
desplazamiento, y como al hombre le aterra este hecho, no es capaz siquiera
de verlos. No los reconoce como tales. No
ve sus señales.
León
Felipe decía:
“... para mí, la poesía no es más que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos aquí abajo, entre tinieblas..., para que alguien nos vea, para que no nos olviden. ¡Aquí estamos Señor!
Y todo lo que hay en el mundo es mío para entrar en un poema, para alimentar una fogata. Todo con tal de que arda y se queme.Y no vale menos un proverbio..., un versículo de la Revelación, que el último slogan de las alcantarillas. Todo buen combustible es material poético excelente.”
Y es que todos los caminos conducen. Conducen al Camino, porque es uno sólo el Camino,
aunque todo depende de cómo vuele sobre él el pájaro solitario. Pero se han
preguntado ¿a dónde conduce realmente ese Camino?
Pues conduce al interior de la Biblioteca,
allí donde se encuentra toda la información y el conocimiento almacenado,
individual y colectiva, conciente e inconsciente, tridimensional y
multidimensional. A la entrada de esta Biblioteca hay un letrero que dice. “Biblioteca del Ser”. Los seres humanos
interesados en conocer lo que son, tiene acceso, por ellos mismos, a las partes
de la Biblioteca que se encuentra en tercera dimensión, un armario hexagonal en
el que, de hecho, se encuentran encerrados sin que sean concientes de ello ni
lo perciban. De las otras salas, el ser humano tridimensional no puede abrir la
puerta, tiene que llamar a alguien que se la abra y luego le acompañe y le muestre
lo que ese “ser humano” quiere “ver” o “conocer”, todo lo cual le parecerá rodeado de misterio.
“Un guía le abre la puerta”.
¿No perciben que esto también es una metáfora? El guía no es otro que esa parte de nuestro ser que está escapando de
la tercera dimensión en la que se encuentra encerrado. La “puerta”, al abrirse, chirría, pues lleva mucho tiempo cerrada. El
interior se encuentra oscuro, pero basta que introduzca un pie en el interior
para que éste se ilumine. Hay algo extraño, no se perciben estantes repletos de
“libros”; la “puerta” se ha abierto a un corredor lleno de “puertas” a ambos lados. En una puerta hay un letrero que dice: “Cómo funcionan las cosas”. En otras
puertas sus carteles dicen: “Pasado”,
“Historias”, “Relaciones”. Nuestro ser humano se siente atraído por la puerta que
lleva a saber cómo funcionan las cosas. Mira al guía que está a su lado, y le
señala la puerta a la vez que esta se abre.
He tomado esta metáfora de la Biblioteca del Ser de Kryon (canalización
del 20 Enero 2.017, en Bradenton, Florida).
“[…] Como funciona; literalmente son todos los procesos del universo. Toda la Física, toda la Química, incluso la multidimensionalidad del entrelazamiento y más aún. La conciencia que se vuelve física. Planetas graduados. Cómo funciona. ¡Miles de libros! Galerías con libros, escaleras que parecen llegar hasta el cielo, con la luz, y él se da cuenta: “¡Nunca terminaré con esto! …” La reacción es interesante en el humano que dice: “Esto es abrumador, no creo que empezaré.” Sin embargo, las cosas que están más cercanas, en el piso bajo, parecen ser pertinentes, o sean relevantes para su vida. Cómo funcionan las cosas para él (o ella). Y el humano empieza a leer ciertas cosas y descubre: “¡Oh, vaya, nunca supe de esto! Aquello explica esto, ¡vaya! Pensar todo lo que hay en esta sala; ¡si solo pudiera quedarme aquí!”.
En la visión, se asume un tiempo; un tiempo que va
a terminar. En otras palabras, un reloj marca el tiempo de la visión, y no
podrá quedarse mucho tiempo. Entonces el humano sabe que no hay tiempo para
estudiar todo eso, pero la visión dice que está todo allí.
El humano quiere ir a alguna de las otras salas.
“Si alcanza el tiempo volveré. Esta es absolutamente fascinante. Habla de como
funcionan las cosas, y algunas de ellas explican lo que me ha pasado a mí. Cómo
funcionan las cosas no tiene que ver solo con Física y Química, ¡vaya! Está
entretejido con mi vida y con las cosas que me sucedieron físicamente en esta
vida.”
¿Pueden imaginar una biblioteca así? Toca con lo
central de lo que te ha pasado desde que naciste hasta ahora. Es abrumador que
todo sea conocido y esté en un libro. […]
Ahora bien, aquí hay un simbolismo que dice que al
humano solo se le permite mirar una biblioteca por vez. Ese simbolismo
significa que el humano es lineal. Todavía es lineal en esta visión; todavía es
lineal. Pero a medida que el humano consigue que se vayan abriendo las puertas,
se da cuenta que incluso eso empieza a cambiar. ¿Podría ser que el humano esté
cambiando a medida que va examinando la Biblioteca? Eso es algo en que pensar.
Espía otra puerta que dice Historia. No está muy al tanto de la Historia, pero
sabe que detrás de esa puerta hay cosas que nadie sabe, cosas que siempre han
sido un misterio. Mira el cartel de la puerta y el gruía se la abre.
[…] civilizaciones de las que nunca oyó hablar…
Nombres que no conoce… ¡Nunca aprendí esto en la escuela! [...]”
Ya se ha señalado que esa Biblioteca se encuentra dentro de nosotros, somos nosotros, es
nuestro ADN que, en realidad, tiene
12 niveles. Kryon habla de civilizaciones.
Creemos que la nuestra es la única civilización que ha existido sobre este
planeta. Y lo “creemos” porque así
nos lo han enseñado, algo que se repite machaconamente, generación tras
generación. ¿Por qué? No es el momento de responder a este interrogante, pero
deberían preguntárselo. Nuestros mitos hablan de una, a lo sumo dos: La
Atlántida y Lemuria (anterior). Pero claro, el mito solo es ficción, leyenda…
En realidad, la nuestra ha sido la única. El mito de la Atlántica cuenta que
esta civilización fue destruida a causa de lo que los seres humanos hicieron
allí, que fue un “castigo”. Esto es
incorrecto, y su final se encuentra “mezclado”
con lo que ocurrió en otras partes. ¿Sabían que el movimiento de la Precesión (26.000 años para redondear),
marca el tiempo de desarrollo de una humanidad, y que si al cabo de ese tiempo,
si esa humanidad no ha “despertado”
a la conciencia de lo que realmente es, ella misma termina autodestruyéndose, y
todo vuelve a comenzar? Una nueva humanidad es “sembrada”, y una nueva civilización comienza desde cero. Seguimos
hablando en un lenguaje metafórico.
La civilización, llamémosla la Nº 1 duró unos 5.100 años, y no estaba constituida por muchos
humanos, si se la compara con la actual. Aquello humanos se “movieron” hacia otra forma de
civilización, la Nº 2, en la cual se
produjo un “descubrimiento” que
cambiaría el orden de las cosas: el descubrimiento de la dualidad. Esta civilización se autodestruyó. Cuando comenzó de
nuevo, la Nª 3 se convirtió en una
civilización catalizadora de lo que
sucedió a continuación con las civilizaciones 4ª, 5ª y 6ª. ¿Qué actuó como “catalizador” de las siguientes, sobre
todo en la 4ª? Hubo una alianza con
lo que hoy llamaos Gaia, pero en 5ª esta alianza se rompió. El
descubrimiento de que la Tierra se encuentra entrelazada con el sistema
Universo, y que nosotros formamos parte de ella. Ese conocimiento se conservó
en los “indígenas” de la nuestra.
Nosotros formamos la 5ª. Como la nuestra no se ha autodestruido (aunque estuvo
a punto de hacerlo) y pasamos el “marcador”
que representa el calendario maya (una cuenta de los días que se encuentra
coordinada con el movimiento de la Precesión, y un ciclo fractal del gran ciclo
galáctico), nuestra humanidad y nuestra civilización se desliza lentamente
hacia una 6ª. Una entidad llamada “Seth”, canalizada por Jane Roberts a
mediados del siglo XX, cuenta en los libros de “Habla Seth” sobre una de esas civilizaciones. Si hablo de esto es
por algo muy concreto que expondré seguidamente y que tiene que ver con la “Enseñanza”.
Hace unos 200.000 años se produjo, en los que se
convertirían en humanos, una “Siembra”:
la consecuencia fue la evolución de la
conciencia humana. No fue el azar como se nos dice; aunque alguna verdad
hay en las metáforas y leyendas del Jardín del Edén, los mitos de creación,
etc. El “sembrador”, según la
parábola, ¿sembró la semilla y se
marchó luego, dejándonos solos? Es como poner a un niño al poco de nacer dentro
de una gran biblioteca, diciéndole: “¡Apáñatelas como puedas!”. Los que
pusieron o las que pusieron esa “semilla”
en nuestro ADN procedían de la Pléyades, y no se fueron, se quedaron para “enseñar” a sus vástagos: primero a “aprender a leer”; luego, a “buscar el conocimiento” encerrado en la
biblioteca a través de una secuencia de (-) a (+). Les dijeron: “Ahora tiene ustedes lo mismo que nosotros
tenemos.” Desarróllenlo.
Nosotros (as) les ayudaremos. Pero cuando se descubrió la dualidad, la “Luz” y la “Sombra” rompieron su equilibrio y se separaron. Y como existía el “libre albedrío” los humanos se
separaron también y se enfrentaron. Algunas civilizaciones se autodestruyeron,
aunque siempre hubo quienes intentaron mantener un equilibrio entre “Luz” y “Oscuridad”.
Los “sembradores”
fueron sustituidos pos los “maestros”
e “instructores”, y en cada
civilización surgió un grupo que “enseñaba”
el conocimiento de cómo estaba constituida la realidad del Universo y del Ser
Humano. En nuestra civilización, se han llamado a esos grupos que transmitía un
conocimiento de cómo desarrollar la
conciencia, “Sociedades Secretas”. Y
como en nuestra civilización, que comenzó hace unos 5.000 años (prescindiremos
de los albores), la “Oscuridad” ha
ido imponiéndose sobre la “Luz”
(sigo hablando metafóricamente), al señalar a una “sociedad secreta” se decía: hacen
cosas malas; hacen brujería; ¡persíganlas!; ¡destrúyanlas!; son obra del diablo.
Hasta los primero chamanes de la Prehistoria, que fueron los que primero
tuvieron una relación directa con Gaia, comenzaron, poco a poco, a tener
problemas.
Toda la información, a la que se puede acceder y nos ha
sido transmitida, señala que las primeras “maestras”
fueron pleyadianas, ya que fueron “humanos”
de la Pléyades los que “sembraron” a
nuestros antepasados. Cada civilización ha alcanzado un “corpus” de conocimiento, y ha intentado transmitirlo. La mayor
parte de ese “corpus” se perdió en
los cataclismos que hicieron desaparecer a esas civilizaciones. Pero alguno se
conservó y la “Enseñanza” comenzó de
nuevo. El hecho de repetir curso, no significa que no haya “maestros” en esta Escuela Planetaria llamada Tierra.
Siempre los hubo. Cuando alguien se gradúa en algún nivel, tiene nuevos
maestros en el nivel siguiente.
Como se ha dicho en otro capítulo, al nivel del alumno le corresponde un nivel de maestro. Esta Escuela Planetaria llamada Tierra
tiene muchos niveles, por lo que
también tiene muchos maestros, cada
uno adecuado a su nivel, unos encarnados y otros en otras densidades y
dimensiones. El nivel general alcanzado hace que ya no hagan falta “Escuelas Secretas”; si en el pasado se
ocultaron, fue porque eran perseguidas y sus miembros ejecutados por que la “Oscuridad”, es decir, la “Ignorancia”, se encontraba en el
interior de los que tenían el poder en cualquiera de los ámbitos de la vida
humana. Aquello que fue “enseñado”
para que desarrolláramos la conciencia fue transformado en “reglas” y en “reglamentos”, en “preceptos
disfuncionales” y en “prohibiciones”,
en “obediencias ciegas”, en “solo yo tengo la verdad”, en “solo el conocimiento que yo transmito es el
válido”, y así hasta el infinito. Por todo ello y más, y esto no gustará a
las Escuelas o Sociedades Esotéricas que aún sobreviven, la mayoría corrompidas
por los deseos de poder y ambición de
sus dirigentes, están destinadas a desaparecer.
Puede que surjan otras, bajo nuevas premisas, o puede que no, aunque ya no
serán como las de antes, pues todo se transforma y cambia en el Universo. Hasta
las “ideas” que se transmiten, aún
siendo las mismas que siempre se han transmitido, serán ofrecidas con ropajes nuevos; de hecho, así ha sido
siempre. Pero también, siempre ha habido “ideas
nuevas” necesarias para seguir el progreso en los nuevos niveles
alcanzados. Todo está en un círculo
que se desarrolla en espiral,
también la “Enseñanza Esotérica”,
también el “aprendizaje esotérico”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario