domingo, 10 de febrero de 2019

El Amor. Energía de la Creación

<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El Amor. Energía de la Creación.
<SUBTÍTULO>: El yo y el ser espiritual, las dos mitades de la ecuación humana.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: La retención de la energía creadora llamada Amor, genera enfermedad, dolor, sufrimiento y muerte.
<ILUSTRACIÓN>: Psique reanimada por el beso del Amor. Canova. Museo del Louvre.
<CUERPO DEL TEXTO>:



 Ningún acto creador, tengamos o no conciencia de ello, puede ser realizado sin la energía que ha de introducirse en la su creación. Tampoco puede realizarse si esa energía se derrocha o dispersa. Todo acto creador requiere de una acumulación y de una concentración de esa energía en un lugar que, expresado simbólicamente, se podría representar por un círculo cerrado, una esfera, una semilla, un huevo, el útero o el Vaso Hermético del matrimonio sagrado de las hierogámias alquimistas realizado en el , un Grial.
(...)

Sin este aro sagrado que encierra toda unidad -el anillo de compromiso que se entregan los novios es también un símbolo del proceso de este acto creador-, no puede producirse ninguna creación: sea un hijo, un árbol, una galaxia, la felicidad o cualquier obra creada por el hombre.
En el interior del cálido ambiente de ese recinto sagrado, las fuerzas, las energías de creación -una masculina y otra femenina- el Amor, alimentadas por un fuego de fricción, crecen y se acumulan hasta que todo el receptáculo se ha llenado de ellas y ha alcanzado la presión necesaria que haga saltar las paredes del receptáculo por la concepción de lo nuevo.
Nosotros mismos, en este sentido, somos la obra, aún inacabada, el acto de creación de un Gran Espíritu; y aún crecemos en el interior de ese receptáculo, de esa semilla planetaria llamada Tierra. Aún no hemos nacido, y no lo haremos, no romperemos las paredes del receptáculo en el que estamos siendo gestados, hasta que no desarrollemos el objetivo principal para el que fuimos proyectados: ser capaces de expresar Amor.
El pensamiento del hombre encerrado en su matriz planetaria es también creativo, porque comparte el mismo poder que el Gran Espíritu. Cuando concebimos una idea, esa idea adquiere realidad al ser moldeada por nuestro pensamiento y nuestra palabra en el Campo Etérico, convirtiéndose en parte de nuestra realidad al tomar forma material y hacerse visible. Pero como estas nuestras creaciones las hacemos desde una actitud egoísta, nuestras obras son meros espejismos. En ese espejismo creador desperdiciamos nuestro poder creativo. Al creer en esa ficción creada por el poder de nuestro pensamiento, generamos situaciones vitales angustiosas que hacen que vivamos atormentados. La visión de lo que hemos creado y que queremos retener es la causa de nuestros sufrimientos.
Hasta ahora se nos había hecho creer que, liberarse de esta ilusión, requería por nuestra parte de grandes esfuerzos y de técnicas complicadas. Tal vez estas técnicas y esos métodos complicados, muchos de los cuales nos exigen apartarnos del mundo de la vida cotidiana, hayan sido útiles en el pasado para algunos, aunque en la mayoría de los casos, y ahí está la historia para comprobarlo, sólo han contribuido a más diferenciaciones y separatividades entre los seres humanos, causa a su vez de nuevos conflictos y sufrimientos.
En realidad, hay un modo sencillo de liberarse de esta ilusión creada por la maraña de mentiras generadas por nuestro pasado personal y colectivo: ¡Fluir! Ya hemos hablado de ello otras veces. La retención de la energía creadora llamada Amor, genera enfermedad, dolor, sufrimiento y muerte. El espíritu sano es el que aprende a fluir en esa energía y en el fruto de sus creaciones.
Una inteligencia sana sabe que ella es, como expresión de un ser espiritual, un centro de energía creadora que se encuentra inmersa en un infinito océano de posibilidades que se extienden por siempre en todas las direcciones. Una inteligencia sana no se apoya en una concepción mental pensada por ella misma, porque sabe del carácter ilusorio y no permanente de su creación, sino que se apoya y sostiene en la Verdad de su Esencia Espiritual.
Aunque es necesario que despierte en la Humanidad una comprensión más exacta del Universo y el poder formular una descripción cada vez mejor de la Realidad, lo que es verdaderamente necesario en estos momentos de confusión por los que el mundo atraviesa, para devolverle al yo su primitivo sentido de unidad con el Espíritu.
Solemos creer que ese yo con el que nos designamos cuando realizamos nuestras acciones es lo único que existe, o bien que no tiene nada que ver con el ser espiritual que somos, bien porque creamos que él es todo lo que existe, o porque pensamos que el yo y el ser espiritual son dos cosas distintas. También pensamos que uno hace el papel de malo y el otro de bueno, porque hemos aceptado en forma dogmática y a priori, lo que se nos ha hecho creer como dogma de fe, desde distintas tradiciones religiosas. Pero la realidad es que forman una unidad en la que cada uno cumple su papel, y que, sin la conciencia de esa unidad, el ser creador que somos, queda preso en la ilusión de sus creaciones, sean estas materiales o espirituales.
El yo no es sino una mitad de la ecuación humana. El Hombre completo es una asociación libre y voluntaria de yo y Espíritu. La labor del yo es cuidar del cuerpo físico, pero no es el que nos proporciona el sentido de nuestra auténtica naturaleza. Su misión, que no es morir como pretenden algunos, es la de establecer relaciones apropiadas y armónicas con el Espíritu que quiere encarnarse, con aquello que somos en verdad, para hacer del cuerpo, la mente y el corazón una residencia del Espíritu y, de él mismo, un vehículo de expresión del propio Espíritu.
El yo es, por su naturaleza, un reflejo y, como tal, puede ser claro, nítido, adecuado o todo lo contrario, pero no es algo independiente del Espíritu. Cuando el yo cesa de actuar en forma independiente, invita al Espíritu que somos a penetrar en la conciencia humana y, cuando esto acontece, la ilusión se evapora y nos reconocemos como lo que somos, como miembros de una única familia de seres divinos que comparten el Verdadero Ser del Gran Espíritu.
Ya hemos dicho que la creencia no es el conocimiento ni el entendimiento. En el mejor de los casos solo es el vehículo de expresión de ese entendimiento. Y aunque a veces el vehículo puede ser necesario, no siempre ha de estar uno metido en él y menos aprisionado por él. Uno puede viajar a veces en automóvil, pero no nos pasamos años enteros encerrados en él. De igual manera que el entendimiento no es la creencia, la verdad espiritual de lo que somos no es el conocimiento o el entendimiento.
Al igual que a veces es necesario usar el automóvil de las creencias, también en ocasiones se puede usar el avión del entendimiento como vehículo para viajar por ciertas relaciones del mundo mental, e incluso para modificar esas estructuras mentales y sus relaciones en la medida en que aumenta nuestra comprensión del Universo. Sin la comprensión de estas estructuras mentales, no podríamos comunicarnos ni actuar como seres humanos encarnados.
Sin embargo, no somos ni nuestras creencias, ni nuestro entendimiento. Somos una Vida que se expresa, que crea, en una realidad multidimensional que está más allá del alcance de cualquier estructura de pensamiento creada por la mente humana. No somos nuestros sentimientos, ni nuestros pensamientos, ni nuestras ideas, ni la descripción del mundo, material o espiritual, con la que nos identificamos. Somos seres espirituales cuya esencia es energía consciente e inteligente, sabia y amorosa, que ha decidido voluntariamente manifestarse en el plano físico con el propósito de desarrollar sus potencialidades latentes, para lo cual hemos encarnado en un cuerpo físico-biológico que nos permite explorar el desarrollo de ese potencial. Así, el desarrollo de nuestras cualidades físicas es la expresión del desarrollo de nuestras potencialidades espirituales.
La finalidad del hecho de encarnar es poner de relieve, de desarrollar y a la vez disfrutar de los dominios creados por el Gran Espíritu, y también para embellecerlos con nuestras creaciones.
Somos nosotros, los seres espirituales encarnados, los que damos vida a esas cosmovisiones creadas por nuestras mentes. Nuestro problema es que nuestro yo queda atrapado por sus propios conceptos. Pero tenemos la libertad de desprendernos de esos esquemas y modelos, para buscar y participar de esos momentos de percepción de nosotros mismos: percepción de nuestro ser e intercomunicación con Todo lo que Es.



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