jueves, 28 de marzo de 2013

La llamada del despertador Crisálida 001



LA  LLAMADA  DEL  DESPERTADOR
                           
En un momento determinado de nuestra vida, unas veces sin que nos demos cuenta, otras a causa de los avatares de la propia existencia, "algo" nuevo comienza a resonar dentro de nosotros. Un sonido extraño nos llena de inquietud, de insatisfacción, de desasosiego. Y este estado nos lleva a buscar una respuesta, un significado, en esa nueva nota que resuena en nosotros y que no sabemos lo que es.

Por algún tiempo, permanecemos solos, observándonos a nosotros mismos, sin entender lo que nos pasa. Después, la vibración de esa insatisfacción se ha hecho tan grande que sentimos el impulso de llamar a alguna puerta. A veces, la puerta a la que llamamos es personal: un amigo, un pretendido gurú, o alguien que consideremos que puede servirnos, que puede darnos un significado a lo que nos sucede. A veces, la puerta a la llamamos es grupal: un grupo que se reúne a trabajar internamente, una nueva iglesia, una organización filosófica o filantrópica, una orden esotérica, una escuela iniciática...
(...)


Ante esas puertas ocurren distintas cosas, pero la más común es que el que llama, sea  conducido de las puertas individuales a las grupales y, en estas, de unas a otras. El recorrido puede variar  según lo que uno busque y lo que desee encontrar en lo que se refiere a su inquietud.

En este proceso, poco a poco, no importa por que medios, comienza a formarse un significado. Una idea va surgiendo a nuestra conciencia, por la que se va derramando nuestra insatisfacción, y por la que encuentra cauce nuestra angustia.

En respuesta a esa vibración desconocida que comenzó a sonar en nosotros, una idea, que generalmente adquiere un significado trascendente, insufla en nosotros una nueva energía por la que nuestra vida vuelve a tener sentido.

Cuando esto sucede, no importa el camino que se ha seguido, siempre surge en nuestro interior un mismo deseo: el deseo de hacer, el deseo de servir. Hacer algo, no importa qué, pero en relación a aquello que hemos ido comprendiendo. Entonces nos convertimos en servidores de esa idea a la que hemos elevado a la categoría de ideal. Y, empujados por esta especie de destino mesiánico, de mensajero divino, nos lanzamos a predicar y convencer a los demás de la bondad y ventajas de nuestro descubrimiento, sin haber profundizado en la comprensión interna del mensaje o la enseñanza, tomándola solo superficialmente, literalmente.

Esto es algo que pasa siempre. Es como esas crisis o enfermedades del desarrollo humano de todos los seres. Inevitablemente hay que pasar por ello.

No vamos a entrar aquí como y de qué manera ha comprendido cada uno, en relación a la idea convertida en ideal o en relación al impulso que le lleva a hacer. Cada uno deber  resolver ese problema por s¡ mismo, pues solo a el atañe. Y de igual manera, deber  resolver su propio conflicto referente a la opinión que emita sobre los que le han hecho llegar la idea. Lo que aquí nos importa descubrir y comprender es que junto a la idea que hemos convertido en ideal, convive otra más difícil de percibir, que dice: "Así, tal como somos, no podemos hacer".

En esta idea que no vemos está el quid de la cuestión. Porque si no lo descubrimos, si no comprendemos y entendemos su significado, por mucho que creamos hacer, la insatisfacción, la angustia y el desánimo volverán a anidar en nuestro corazón.

Si supiéramos leer en el "Libro de la Naturaleza", entenderíamos el problema. En la Naturaleza nadie hace nada. En ella todo sucede. Las cosas suceden allí porque los ciclos que la regulan hacen que según varíen las circunstancias, ocurra eso y no otra cosa.

Pero nosotros tenemos extrañas ideas sobre nosotros mismos; pensamos que ya somos el Hombre, y a la vez pensamos que somos algo separado de la Naturaleza. Por eso nos extrañamos y no entendemos nada cuando los aconteceres de nuestra propia existencia se van desarrollando ante nosotros. No nos damos cuenta de que estas cosas que sobrevienen en la vida de un hombre, también suceden. No nos damos cuenta que lo hacen de la misma manera que la lluvia cae, porque la temperatura se ha modificado en las regiones altas de la atmósfera, porque se ha producido un cambio en la presión, en la temperatura o en la humedad de la masa de aire que forma la atmósfera.
Nadie llueve. Nosotros, entre las extrañas ideas que tenemos de nosotros mismos, tenemos la idea de que podemos hacer. Por ello decimos que hacemos: hacemos obras de caridad, hacemos el bien al prójimo, hacemos de personas comprensivas, bondadosas y misericordiosas... Hasta que cambian las condiciones atmosféricas. Ese nuestro hacer no es diferente del acontecer que sucede cuando la nieve se derrite bajo el sol. La nieve no se derrite porque quiere, la lluvia no llueve porque quiere hacerlo. Nuestro pretendido hacer no sucede porque creamos que lo hacemos. Todo lo que acontece, todo lo que sucede, ocurre como resultado de influencias exteriores e interiores a nosotros y de las que no somos conscientes y sobre las cuales, en principio, no tenemos control y, por lo tanto, nada podemos hacer. No tenemos poder sobre ellas. Todo lo que creemos que es el resultado de nuestro hacer, todo eso, sucede. No es algo que hagamos nosotros.

El hombre, tal como es ahora, no importa lo que crea de s¡ mismo, no ama, no odia, no desea, no sirve, porque el quiere. Todo eso sucede. Sucede mecánicamente. Esta es una idea de las más difíciles de aceptar, porque está soportada por una de nuestras más fuertes ilusiones: la ilusión de que nosotros hacemos algo. Nadie comprende que lo que se hace de cierta manera, y sobre todo lo que ya ha sido hecho, no podía haber sido hecho de otra manera. Simplemente "algo" ha sucedido. Los acontecimientos han tomado el único camino que podían seguir, según las influencias externas e internas que regularon el acontecer. Y nosotros no tenemos, tal como somos, poder sobre ellas.

Si hemos logrado entender esto, entenderemos también que cuando en respuesta a la llamada que provoca nuestra insatisfacción, y comenzamos a caminar en otra dirección, quisimos hacerlo, haciendo lo que hacemos todos los días. Pensamos que ese movimiento era dentro de las ideas y pensamientos que mueven nuestro diario y doliente acontecer. Y como la mentalidad con la que abordamos el que creemos un nuevo camino no ha cambiado, como nuestras ideas siguen siendo las mismas ideas mecánicas, cuando nos hablan de que en el nuevo camino hay que servir, de que hay que hacer en la vida, seguimos pensando que ese hacer no es diferente a lo que siempre hemos llamado hacer.

¿Podemos hacer algo entonces? NADA. Esta respuesta enfurece a muchos. Hace que nuestro orgullo y vanidad se pongan en tensión. Pero esa es la respuesta que tendríamos que dar si fuéramos sinceros con nosotros mismos. El problema es que nuestra aparente sinceridad, que no es otra cosa que un arma arrojadiza, es algo que igualmente sucede. NADA. No tal como somos. Pero si hay algo que podemos hacer: cambiar nuestro estado de Ser. Porque solamente cuando seamos, solo entonces, podremos Hacer.

¿Qué significa Ser?

Ser no hay más que Uno. Ser es la Individualidad Absoluta. Cada uno de nosotros, en s¡ mismo, solo es Ser. La absoluta individualidad es solo Una, y Uno es el Todo. Solo hay Ser-Uno-Todo. Por ello se nos pide que seamos nosotros mismos: la única y absoluta individualidad del Universo. Y ah¡, en ese punto, en ese estado, en ese ser, el Ser que somos Hace. Hace fuera de las influencias que rigen los aconteceres del suceder, y sobre los que el Ser si tiene poder.

En el nivel del acontecer, creemos que somos una multiplicidad de seres que tiene que buscar la unidad, la hermandad, la fraternidad, la cooperación.... Y porque lo creemos desde nuestras ideas de siempre, pensamos que tenemos que hacer algo los unos por los otros, sobre todo algo llamado servicio en el que vamos por ahí solucionándole los problemas y las vidas a los demás.

En la Naturaleza, el animal no sabe lo que es" No tiene conciencia de s¡. Está dormido y preso de su nivel. Aunque tal vez sueñe en otra cosa. Tal vez esa otra cosa que sueña el animal seamos nosotros. Y aunque nosotros empezamos a tener conciencia de s¡, no somos algo distinto todavía; aún no hemos salido del sueño que soñamos mientras dormimos. Aún dormimos para nosotros mismos en la mente de nuestro Creador (sea lo que fuere que se esconde tras este símbolo), en la que tal vez soñemos que somos  ángeles (otro símbolo). ¿Soñarán los  ángeles que son arcángeles?

Estamos dormidos. Dormimos profundamente, y en ese estado tomamos la cotidianeidad del acontecer de nuestros sueños como algo real; y a eso le llamamos vida. Pero luego no nos despertamos, sino que seguimos soñando que lo hacemos, que estamos despiertos. A este nivel también existen diferencia entre los hombres: unos, duermen profundamente; otros, son despertados por algo brusco que sucede en sus vidas, aunque enseguida vuelven a quedar dormidos. Unos pocos logran permanecer despiertos el suficiente tiempo, aunque breve, para darse cuenta, comprender y tomar conciencia de que están dormidos, por ello hacen esfuerzos, trabajan por despertarse. Son estos los que, si tienen confianza y fe en lo que de s¡ mismo, los que algo han comprendido, y si no se sueltan de la guía de aquellos otros que ya han despertado y que desde el otro lado de nuestra realidad nos llaman para que despertemos, tendrán posibilidades para hacerlo. Despertar, no es un acto es un proceso.

Así que la única posibilidad que tenemos es la de despertar. Y eso es casi imposible; porque, ¿cómo un hombre que en su sueño cree que ya está despierto, que cree que puede hacer, puede despertarse as¡ mismo? No puede. Y si no nos damos cuenta de que estamos encerrados en la prisión de nuestros sueños creyendo ser ya libres, creyendo que somos, ¿qué posibilidades tenemos? Ninguna. Porque nadie puede hacer nada por quien no quiere, o no puede, darse cuenta de que no Es, de que no es un ser libre.

La liberación – que no es un acto, que no es un hacer algo y ya está, sino que es un proceso en el que los Maestro de Sabiduría están aún despertándose, aunque a otro nivel –, solo es posible como resultado de despertadores, es decir, del sonido producido por la llamada de aquellos que ya han despertado, de aquellos que ya Son. ¿Que es lo que son? Son Hombres, seres humanos plenamente despiertos. Ellos son ese sonido que resonó dentro de nosotros y que momentáneamente nos sacó del sueño y nos produjo desazón. Y es que el despertar, no se produce de pronto. Es un proceso paulatino por el que la conciencia va pasando por distintas fases que van del sueño profundo, al de vigilia consciente y al del estado de Ser. Ese despertar no se produce con el suceder mecánico dentro del sueño y regido por las influencias externas e internas de nuestros aconteceres. Ese despertar, una vez escuchada la llamada del despertador, allá en lo profundo, sólo es posible como resultado de prolongados trabajos, de grandes esfuerzos y, sobre todo, de esfuerzos conscientes. Sin ese esfuerzo consciente, sin ese esfuerzo individual, en la soledad del propio Ser, en la libertad del propio Ser, en la individualidad del propio Ser, en la Unidad toda del propio Ser, ni el amigo, ni el grupo, ni el gurú o el avatar, podrán hacer nada por nosotros. Ellos solo pueden, en la medida y grado que tengan de su propio proceso de despertar, hacer sonar el despertador.

Pero es de nosotros de quienes depende que despertemos realmente, o que sigamos dormidos porque soñamos que ya estamos despiertos. De nosotros depende que nuestro hacer no sea el resultado de lo que sucede. De nosotros depende Ser. Ese es nuestro único y exclusivo trabajo. No hay otro.

¿A qué se refiere este trabajo?

Este trabajo está destinado a aquellos que buscan algo, que no están satisfechos con lo que encontraron en la vida, que comienzan a darse cuenta de que están dormidos, y que sienten que debe haber algo más que el éxito o el fracaso; algo más que lo que aprendieron en la escuela o en la universidad, o en la sacrosanta y puñetera calle. ¿Qué más da, si todo ello aconteció?

Cuando una persona –una máscara que ha olvidado su propia identidad–, siente que la vida no puede ser explicada por s¡ misma, y que tomada as¡, en s¡ misma es algo carente de significado: un cuento contado por un idiota. Y, como decía mi maestro y amigo León Felipe (al que nunca conocí personalmente): me han dormido con cuentos, me han contado todos los cuentos, y vengo de muy lejos y ya me sé‚ todos los cuentos. Ya no quiero que me cuenten más cuentos. Ahora quiero hacer realidad el sueño de la oruga metamorfoseada en mariposa.

Cuando esa persona comienza a darse cuenta de todo eso, está entonces en la posición de buscar un nuevo significado y un nuevo conocimiento, convencido de que debe existir. Y cuando se empieza está búsqueda con espíritu sincero y con verdadera hondura de sentimiento, se tiene la sorpresa de encontrar que existen gran número de testimonios que apuntan a la existencia de otra clase de conocimiento que nos provee de nuevos significados. Al persistir, a veces se necesitan años, en nuestra búsqueda, descubrimos también que el tema de estos testimonios, de ese conocimiento, es siempre el mismo: la transformación que el hombre puede sufrir en s¡ mismo, el renacimiento que puede experimentar, cuando Conoce y Comprende lo que tiene que Ser y en lo que se ha de convertir.

Esos testimonios hacen referencia a que el hombre ha de morir, en una forma definida y específica para s¡ mismo, para ciertos aspectos de s¡ mismo. Y si muere de forma correcta, nace otra vez como hombre nuevo, como un hombre completo, como un hombre consciente, como un hombre despierto, como un hombre iluminado. Este nacimiento es solo el inicio de un nuevo proceso, y deja de estar sujeto a la mecanicidad del acontecer del hombre mecánico. Entonces, conoce o empieza a conocer el significado de su vida en la Tierra: se da  cuenta de que esta tierra no es un fin, sino un medio para un fin. Porque es a través de una lucha contra lo que la vida ha depositado en nosotros, con lo que se cumple el propósito o el fin de la existencia del hombre.

Esos testimonios hablan de la verdad de realizar un cierto trabajo llamado Trabajo interior, afí de poder entrar en ese nuevo significado que nos lleve a renacer en otro nivel en el que tendremos que empezar a desarrollarnos. Ese nacimiento a ese otro plano de realidad, es una muerte a este otro plano de realidad. Y esa muerte también es un proceso, una lucha. Pero esos testimonios se refieren también a que el hombre no puede renacer correctamente, ni tampoco morir correctamente -esto es, no puede ver en si mismo las cosas que deben morir-, a no ser que primero despierte.

Esos testimonios hablan de una Enseñanza que dice que primero el hombre ha de despertar; después ha de morir para s¡ de una forma correcta y, luego, si esto ocurre, podremos renacer, si en nosotros hay algo valioso y suficientemente genuino y fuerte. En definitiva, que todo depende de la calidad de la persona en su sentido profundo.

En esta búsqueda no bastan los testimonios. Es necesario acceder por uno mismo a la Enseñanza. Esta Enseñanza (constituida por nuevas ideas y técnicas de trabajo interior) no es algo arbitrario y externo, no es el resultado de un hacer mecánico; no es algo que ha sido inventado por gente común, por gente dormida. Sino que proviene de gentes que ya han despertado y que han dejado tras de s¡ instrucciones para los que aún están aprisionados por el sueño de la vida, y para los que desean liberarse de ese, sueño puedan hacerlo.

Por lo tanto, esas personas que desean despertar, tendrán que indagar, tendrán que buscar; y, aún cuando encuentren algo, no les será fácil establecer contacto con ello. Entrar en contacto con ello requiere superar algunas pruebas en uno mismo.

En algunas Escuelas del Despertar del pasado, una persona tenía que guardar silencio, por ejemplo, uno, dos, tres o cinco años; o hacer las tareas más serviles, o ejecutar trabajos que siempre llevaban al fracaso, antes de que se les enseñara algo. A veces se les trataba con dureza de tal modo que herían su orgullo, vanidad, o amor propio. En los Evangelios se dice que la gente era continuamente agraviada y que Jesús siempre atacaba la vanidad y el orgullo, la autoestima y la complacencia en si mismo, as¡ como la autosatisfacción ante el bien o el mal.

As¡ que, una persona debe indagar, debe buscar, para encontrar otros significados y otros conocimientos que aporten un nuevo sentido a la vida.

¿Qué significa buscar?

Hay una frase: Busca y encontrarás. A menos que uno mismo busque, no hallará. Alguien nos puede hablar de los nuevos significados, de nuevas ideas; alguien nos puede llevar a algún lugar donde está el Conocimiento y el Trabajo. Pero, a menos que uno mismo busque, aunque uno se encuentre en el mismo centro de la Otra Realidad, no la encontrar.

Quizás uno nunca haya pensado seriamente sobre el significado de su existencia, o tal vez ha indagado un poco y luego ha pensado que todo era demasiado desconcertante; o no fue capaz de distinguir la diferencia entre la Verdad y la Falsedad de lo que había encontrado.

Supongamos que alguien oye hablar de esta Enseñanza y ella despierta ligeramente su comprensión, no solamente sus dos oídos. Entonces da comienzo a la búsqueda de este Trabajo y tal vez sea capaz de hallarlo. Pero pueden pasar muchos años antes de que comience a aprehender un poco del nuevo significado.

La búsqueda, significa dos cosas. Una, que quizás tuvo que perder mucho tiempo tratando de encontrar una verdadera Enseñanza en el mundo; quizás tuvo que pasar por varias etapas de pensamiento y engaños y peligros antes de poder ponerse en contacto con el objeto de su búsqueda. La otra, fue que su contacto con esta Enseñanza se produjo de un modo accidental, repentino, y ello le lleva a imaginar que su búsqueda ha terminado, en vez de darse cuenta de que solo acaba de empezar.

Convendría Reflexionar sobre este punto: si se dice Busca y hallarás, para buscar y hallar, es preciso, primero, perder. Porque, ¿cómo es posible buscar, a no ser que se sienta haber perdido algo y, a no ser que se pierda tiempo, por ejemplo, tiempo dedicado a la búsqueda?

Por eso, cuando uno cree haber encontrado algo, uno debe regresar a la etapa anterior, al sentimiento de que se ha perdido algo, de que no se ha reparado en algo, de la falta de algo; o quizás el sentimiento de que uno mismo se ha perdido y desearía buscarse y encontrarse as¡ mismo.

Y esto nos lleva, o nos trae de vuelta, al comienzo, al sentimiento que la vida es inexplicable por si misma, y que debe tener otro sentido, otra interpretación.

Al comienzo, el movimiento de este trabajo se dirige psicológicamente hacia el exterior. Luego se orienta al mismo tiempo hacia el interior y hacia el exterior. Todas las personas tenemos un lado externo, y un lado interno. Pero el lado más interno suele estar por lo general gobernado por el lado externo. El lado externo es adquirido por la acción de vivir. A este lado externo le solemos llamar personalidad. El lado más profundo, más interior, le solemos llamar Esencia, Ser Espiritual. El Trabajo a que nos estamos refiriendo es el Trabajo para el desarrollo de este lado interno, para posibilitar su renacimiento y, con el tiempo, cuando crezca, pueda controlar al lado externo. Lo que en nosotros debe crecer es la Esencia, y lo que debe menguar es la personalidad. Pero esencia y personalidad son polaridades opuestas. En el hombre corriente, la personalidad es activa (+), y la esencia es pasiva (-). Se ha de producir un cambio. Y este cambio comporta un profundo desequilibrio en uno mismo. Este cambio es un proceso que tiene lugar gradualmente, hasta que se alcanza cierto periodo; y durante ese tiempo, al Trabajo actúa de mediador entre la personalidad y la Esencia. Poco a poco, la persona llega a conocerse as¡ misma y se da cuenta de que es por entero diferente de lo que imaginaba. Esto debilita a la personalidad o lado externo.

Es decir: el movimiento psicológico del Trabajo sigue una dirección interior al comienzo, porque nadie puede llegar a conocer su nivel de ser a menos que se interiorice por medio de la observación de si. Esta observación de s¡ nos permite pasar la mirada por esa cosa compleja llamada uno-mismo, y sobre la que tantas ilusiones nos hacemos. Pero para que se realice este propósito son necesarias varias condiciones, una de las cuales es elegir aquella forma de conocimiento capaz de servirnos de guía, y que debe ser aplicada a uno mismo con toda sinceridad. En otras palabras: se necesita una forma de Verdad en relación con la cual uno pueda estudiarse as¡ mismo. Esta Verdad es algo que se puede conseguir con duro esfuerzo, pero también es algo que se puede perder fácilmente. Más si nunca se la ha buscado, no hay razón para decir que se la ha perdido. Solo aquel que ha creado un vacío en si para esa Verdad, y se siente perdido, o siente que ha perdido algo valioso.

A medida que el Trabajo adquiere un mayor significado, y se convierte en algo importante, algo genuino y real, se desarrolla algo en la parte más interna de la persona. Y esto no tendría lugar si la actitud hacia el Trabajo no es la correcta o está equivocada. El lado interno de una persona solo puede crecer por medio de la Verdad, no de la falsedad. El lado externo, en cambio, puede crecer muy fácilmente por medio de lo que es irreal y falso. Por lo tanto, es de la mayor importancia darse cuenta de cual es la actitud propia hacia el Trabajo y la actitud de aquellos que están en relación en el Trabajo, as¡ como darse cuenta del empleo que se le da al Trabajo.

Usar el Trabajo para acrecentar la personalidad y sus ambiciones es tener una actitud equivocada. Cuando el Trabajo crea un centro emocional superior en nosotros (en realidad desarrolla la parte superior del centro emocional), entonces, es cuando dicha persona empieza a experimentar nuevas influencias. En muy fácil darse cuenta cuando esto sucede, pero para conservar este centro es preciso que la persona conserve la Verdad del Trabajo en ella misma. Es menester que la aplique a s¡ misma. Y si llega a perder este cntro, deberá  buscarlo otra vez.

En su búsqueda, uno puede encontrar la Enseñanza. La Enseñanza puede convertirse en Luz que alumbra las sombras de nuestros rincones oscuris. Pero esto solo es posible cuando se la comprende, cuando se la valora y cuando se la aplica. Es imposible lograr la Luz si no se la valora. No podemos hacer uso de la Enseñanza guiado solamente por razones personales. No podemos comprender las ideas del Trabajo de una manera interna, a no ser que trabajemos sobre nosotros mismos. Y esto es as¡, porque la comprensión es el resultado de un desarrollo de la conciencia y de un desarrollo del Ser. Cada uno de nosotros tiene un estado de Ser que es el quien le da su nivel. Y el Ser no cambia si la personalidad está completamente identificada consigo misma. Entonces no hay Luz. Se está en un estado de oscuridad. Y en ese estado, uno cree que todo es yo-mismo. Al no tener Luz, no se puede producir ningún cambio de Ser. Y si no hay cambio de Ser, tampoco se producirá un cambio en la comprensión del Trabajo. Se podrá recibir el Trabajo como conocimiento, pero no se le comprenderá. Y esto es debido a la falta de Luz. La observación de s¡, comienza por separarnos de nosotros-mismos. Esta separación deja penetrar la Luz. Esta Luz es conciencia mental. El objetivo que se propone el Trabajo, al principio, es acrecentar nuestra conciencia mental. Nuestra falta de conciencia hace que estemos a oscuras; somos los que en el Evangelio se dice que están en las tinieblas. Al estar en las tinieblas, dormimos. Y al hacer las cosas dormidos, hacemos cosas horribles. Si despertáramos se acabarían las guerras.

Al dormir, el hombre sueña. Su sueño está lleno de toda clase de ilusiones, de imágenes de todas las clases, con las cuales se identifica. Y la imagen más poderosa es la de vernos como una persona que ya tiene Voluntad y plena conciencia. Destruir esta imagen es una batalla horrible. Se requiere del Trabajo, de la Luz y de la Observación de s¡. Los que inician el Trabajo suelen decir que se observan, pero, en el principio, esta observación solo llega hasta un cierto punto porque: o bien se asustan de lo que ven y se alejan de ah¡; o se mienten y fingen observarse porque la visión bloquea la observación. Más si la observación es genuina, si está apoyada en la Luz de la Verdad y en el esfuerzo del Trabajo, se vera como poco a poco, aunque parezca que se haya retrocedido, uno es llevado de nuevo al mismo punto de donde se partió, pero por otro camino. El resultado es que uno ya no es el mismo. Solamente cuando la observación no ha sido realizada desde la actitud correcta, si solo ha sido una ligera dramatización en ese mismo punto en que observa lo que en realidad es uno mismo, se vuelve a caer en el sueño. Para que esto no suceda es preciso que cada día nos pongamos bajo la influencia del Trabajo, porque en nosotros debe haber estados de Trabajo y estados de vida.

Estar en un estado de trabajo, es estar protegido. A veces, en ese estado, uno puede alcanzar momentáneamente la posición central y se tiene la maravillosa experiencia de no estar identificado por un breve momento. Uno debe ponerse todos los días, durante el mayor tiempo posible, bajo este estado de trabajo. Claro que todo depende del esfuerzo que estemos dispuesto a realizar y de la calidad de este esfuerzo. Como estamos acostumbrados a nuestro olor, no nos damos cuenta de que vivimos confortablemente en la espesa y nauseabunda atmósfera de nosotros mismos. En ella, damos por supuesto que son los otros los que huelen. Es esa atmósfera la que nos hace que lo demos todo por supuesto, incluso a nosotros mismos.

¿Por qué es esto as¡? Tal vez sea porque nunca nos hemos preguntado que somos realmente y cual es el significado de todas las cosas. Nos limitamos a comer, dormir, luchar por la subsistencia, querellar, chismorrear y oír el parloteo propio y muy pocas veces el ajeno, ver y tocar, movernos y sentir, sobre todo sentir, un falso sentir vinculado a una emoción. Ninguna cosa tiene valor para nosotros si no nos proporciona una intensa emoción satisfactoria, aunque esta sea negativa. Y todo esto lo damos por supuesto, sin tener la menor idea de que puede ser de otra manera. A este respecto no nos cuesta mucho satisfacernos; basta moverse sobre la superficie de las cosas para tener simpatías y antipatías, amores y odios... Y eso es todo lo que nos concierne. Y ese todo lo damos por supuesto.

Ese es nuestro estado de durmientes soñadores. Y aunque la vida tiene choques que actúan de despertadores naturales, volvemos a quedarnos dormidos enseguida. Uno de esos choques es la muerte. El tener que enfrentar la muerte nos hace a veces pensar de un modo real. Pero el torrente de los sentidos y el griterío de la vida diaria embota y ensordece ese centro de pensamiento, de tal modo, que raramente emerge y se deja sentir. As¡ que nos sumergimos de nuevo en la vida, en el estado de sueño, esperando que nuestro deseos e ilusiones sean cumplidos por algún extrañó artilugio.

No obstante, todo esto, incluso el estado de sueño, es necesario mientras no comencemos a pensar de una nueva manera. ¿Se le ha ocurrido a alguien pensar que, as¡, en este estado de dormidos, también servimos a los propósitos de algo, y que es precisamente ese algo el que no quiere que despertemos?

Por ello, el objetivo de este trabajo es, en primer lugar, hacernos pensar; un pensar que no es pensar en ayudar a alguien para cumplir un propósito, propio o ajeno; un pensar, que no es pensar en desquitarnos de alguien que nos ha agredido, que no es pensar en lograr más poder, que no es pensar en como tener mas experiencias, ni pensar en ser mas espirituales. Lo que este Trabajo intenta hacernos pensar es precisamente que pensemos en todo este aspecto de nosotros, en todo este pensamiento que nos es habitual. Intenta hacernos pensar lo que pensamos de forma mecánica sobre nosotros mismos a través de la observación de s¡, de manera que comencemos a ver como somos y donde estamos en realidad.

Esto es un proceso que necesita mucho tiempo, largos años de la vida, solamente para darnos cuenta de esto, para adquirir esta pequeña Luz. Pero esa pequeñita Luz es suficiente para seguir, para fortalecer nuestra propia seguridad, para tener fe. Y aquí comienza un nuevo trabajo, porque los seres seguros de s¡ mismos, los seres con fe propia, resultan extraños y molestos a los ojos de los demás; no son comprendidos y son acusados y vituperados. Esto causa un gran dolor. En este punto, el Trabajo está en trascender, impulsado por la propia luz, por la propia comprensión de nuevos significados, la incomprensión de los demás, sin que ello nos afecte, sin que ello nos separe, sin que la unión interna con todo el género humano se rompa. Porque se necesita tiempo. Esto no debemos olvidarlo. Este proceso del despertar es algo que ocurre en el tiempo; y nada es peor que fingir que ya sabemos, o sentirnos dolidos en nuestra vanidad cuando nos enfrentamos a la fe de aquellos que han encontrado esa pequeñita llamita de Luz y que, en el Trabajo y en la vida, la preservan como su más precioso tesoro; y, en la medida que siguen comprendiendo, van vendiendo todo lo que tienen, van desvinculándose emocionalmente de la vida; y esa energía, el precio de esa venta, les permite adquirir más Luz.

Una persona que finge conocer, o que finge tener, ni tiene, ni conoce. Tal persona está dormida y en su sueño se ha forjado una imagen de s¡ mismo de que tiene y conoce. Y este fingimiento detiene todo lo que hay de genuino en todas las direcciones posibles de desarrollo. Las parábolas y los relatos hablan de la expulsión de los demonios: los demonios son las imágenes que tenemos de nosotros mismos y todos tenemos multitud de imágenes de nosotros mismos. Luego…, donde quiera que estén, el desarrollo se detiene, hasta que nos damos cuenta de que nos hemos salido del Trabajo. Solamente cuando se esta de forma verdadera en el Trabajo, si por casualidad uno se queda fuera por breve tiempo, la señal de que eso ha ocurrido, es un vacío, una nada insondable que se apodera de nosotros, y sentimos la necesidad de volver al Camino de nuevo.

Solemos pensar en la Imaginación como algo importante. Kundalini es la energía que crea la imaginación. Es una energía muy poderosa. Es la matriz donde se generan las imágenes y, bajo el control de la vanidad, del amor propio, del orgullo, del miedo, de la ambición, del poder... formuladas como pensamientos humanos, crea todas las formas que deseemos. De este poder y de la ley subsiguiente, el hombre ya fue advertido por Dios (esta palabra solo es un símbolo de algo que verdaderamente desconocemos); advertencia que el hombre ha olvidado cuando se quedó dormido: Tu deseo te llevará a tu esposo y el dominará sobre tí. (Génesis. III, 16). Interpretada al pie de la letra, esta maldición lanzada sobre el hombre al salir del Paraíso, ha codificado una ética social de lo más aberrante: por una lado la dominación de la mujer por el hombre; por otro, la indisolubilidad matrimonial. Pero llevada al plano ontológico, al plano de los significados profundos, significa lo siguiente: Humanidad, aquello que sea el objeto de tu deseo, toda idea con la cual te casares, Ttodo valor con el cual establezcas una alianza, te dominará. Porque sólo el Hombre Interno es el esposo. Nuestro problema sigue siendo la literalidad, la interperación literal del sinnificado de lo que nos ha sido presentado en forma simbólica.

En nosotros, la vanidad es una fuerza espantosa; y la imaginación es la terrible constructora que hecha los cimientos de la vanidad, pues construye imágenes de nosotros mismos, imágenes que nos aprisionan e impiden trasladarnos a nuevas etapas, a nuevas ideas, a nuevos significados que nos eleven a nuevos niveles. En la imagen que la imaginación nos presenta de nosotros mismos, no vemos ni la vanidad, ni todas esas cosas que son desagradables y que solo vemos en los demás. Y es que la imagen está tan cerca de nosotros, que la confundimos con nosotros mismos, porque nos sentimos idénticos a ella. Somos ella. Pero si estamos en el Trabajo, podremos ver los resultados de la vanidad, del orgullo, del amor propio, aunque no podamos ver estas cosas en s¡ mismas. Vemos los resultados de la vanidad, cuando somos insultados o cuando nos dan por supuesto. Todo lo más presuponemos su existencia, pero no nos gusta que otros lo hagan. Somos vanos y cuando somos vanos, somos ciegos para con nosotros mismos. Nadie piensa que él es vano, nadie cree realmente tener imágenes dominantes a cuyo servicio está el día entero. Imágenes que justifica con los presupuestos más nobles y bellos del mundo: el servicio, el servicio a los demás. Los demás siempre son la excusa de nuestras propias imágenes. Y es que estamos demasiado cerca... Son demasiado nosotros mismos...

El lado de lo que en realidad somos y que hay que hacer crecer, y el lado que presuponemos que somos y que hay que hacer decrecer, son opuestos y contradictorios. Por s¡ mismos no pueden solucionar el problema. Necesitan de un mediador. La acción del Trabajo, en cuanto se comienza a desearlo, nos hace percibir gradualmente esta contradicción. Entonces aparecen los vestigios del verdadero sufrimiento, enfrentándonos a toda clase de tentativas y tentaciones, de autojustificaciones, de excusas, de reacciones violentas y negativas. Hasta que llegamos a cansarnos de esta lucha inútil por el mal sabor interno que deja la justificación. Y esto señala una nueva etapa en el Trabajo.

Esta nueva etapa es un punto definido en el desarrollo de s¡. Aquí, las imágenes comienzan a debilitarse. Durante mucho tiempo, por muchos años quizás, el Trabajo fue o será para nosotros algo externo: se toman notas, se trazan diagramas, se hacen preguntas sobre el significado de las palabras, de los símbolos, de la Enseñanza, y sus contradicciones con lo que nuestras ideas dicen que es la realidad...; se asiste a rituales y a meditaciones, se entonan mantras, y se hace servicio. Pero todo esto no es aún nada interno.
Luego, comienza a penetrar en nosotros la Comprensión. O, no lo hace, si nuestra búsqueda no ha sido sincera y constante por mucho tiempo. Pero si hemos buscado con el suficiente deseo y con la suficiente dedicación, el Trabajo comienza a penetrar dentro de nosotros lentamente. Esta penetración que nos aporta un poco de más luz, nos lleva, en un principio, a considerar desde la propia Enseñanza, a señalarnos esto u aquello, a disentir de este o ese otro aspecto. El Trabajo nos hace sentir que algo anda mal, y entonces intentamos evitar el Trabajo. ¡Claro está! Pero una vez que el Trabajo ha penetrado a la suficiente profundidad dentro de nosotros, ese intento de evitarlo, solo acrecienta las propias dificultades interiores, hasta que se comprende que ya no es posible prescindir de el, y uno siente que verse privado de esa suave corriente de nuevas significaciones es peor que la muerte. Y se entiende, entonces, lo que significa estar muerto en el lenguaje de las parábolas y en el sentido del Trabajo.

Esta etapa aún puede ser fácilmente imitada, y ocurre a menudo que lo sea. Podemos imitarla inconscientemente, desde nuestro estado de sueño. El que imita habla mucho de las propias dificultades, de que las necesidades de la vida diaria y familiar le impiden ir más allá, prestar más dedicación y tiempo al Trabajo... Pero si permanecemos y persistimos, el Trabajo nos llevará más allá  y nos volvemos mas silenciosos, porque ya no nos importa convencer a nadie, ni demostrar nada de nosotros mismos. Nuestra aunténtica realidad interna, la pequeñísima Luz de comprensión que logramos encender en nosotros, nos sustenta.

Todas estas etapas son necesarias y todos debemos pasar por ellas, porque el Trabajo es una serie de etapas de comprensión cada vez más amplias. Si esta comprensión no penetra en nosotros, todo seguirán siendo palabras que actúan solamente en la superficie de las cosas y de nosotros mismos. Y desde ese nivel, lo discutiremos todo, no estaremos de acuerdo con nada. Pero si penetran –las ideas del Trabajo son espermáticas, es decir, son capaces de penetras aún más profundo–, fertilizan nuestra mente y el sentimiento con la Verdadera Enseñanza que, en realidad, siempre ha estado dentro de nosotros mismos. Nunca ha estado ahí fuera.
El fruto de esta fertilización corresponde a algo que hemos olvidado, a algo que nos esperaba desde hace mucho tiempo, a algo para lo cual habíamos estado dormidos desde hace mucho tiempo, a algo que ha estado cubierto por la vida incesante.

Más, todo despertar es desagradable. Y siempre estamos dispuestos a evitar lo desagradable recurriendo al prodigioso poder de la imaginación. Si percibimos que el Trabajo nos está diciendo en realidad algo difícil de aprehender, porque se opone a nuestra imagen de nosotros mismos, y advertimos que esto que nos dice de nosotros mismos es cierto, esto es algo muy penoso, cuesta mucho soportarlo. Pero al mismo tiempo se convierte en una experiencia maravillosa. Es penoso para nuestro lado externo. Es maravilloso para nuestro lado interno.

Esto es algo que parece extraño a aquellos que asisten a reuniones y grupos con la esperanza de que ello, el haber creído comprender algo de manera superficial, va a hacer realidad todo lo que nuestra ilusa imaginación ha deseado. Por ello es necesario un sentido, un significado más profundo que los que nos proporciona la vida para cambiar. Y desde luego, ese cambio nunca satisface las imágenes de los demás. Un sentido que incluye las tres líneas del Trabajo: el trabajo para y sobre s¡, el trabajo con y para otros y el trabajo en y para el trabajo mismo. Y también se necesita mucho tiempo para comprender lo que significan estas tres líneas de trabajo; y un poco mas para hacerlas coincidir en una unidad, como si fueran los tres cuerpos inseparables de una sola herramienta.

Decían los alquimistas que su trabajo consistía en trasmutar el plomo o el mercurio en ORO. Los imitadores pretendían realmente fabricar oro; pero los verdaderos alquimistas, aquellos que persistieron en su búsqueda y vencieron todas las dificultades que entraña dicha búsqueda, sabían que ellos mismos eran el objeto de esa transmutación alquímica. Pero también sabían que una persona debe tener ya oro, para poder hacer más oro. Esto quiere decir que una persona puede tener como principal punto de partida una especial comprensión, un centro en nosotros que, como un imán, atraiga a otra realidad. La creación de este centro es el signo de un ser diferente.

Pero, ¿como espera el hombre en general llegar a poseer en Gran Conocimiento, si no hace, ni siquiera, algún esfuerzo para, por ejemplo, lograr el conocimiento ordinario que es accesible a todos? ¿Si el único esfuerzo que generalmente se permite es decir: explícamelo que lo entienda? ¡Si el hombre se diera cuenta de que el Otro Conocimiento solo es una prolongación, hacia arriba y hacia dentro, de este.

Si separáramos el Trabajo de un hombre en dos líneas: un trabajo sobre la línea de su conocimiento y un trabajo sobre la línea de su ser, cabría la posibilidad de comprender que el trabajo sobre la línea del conocimiento incluye el conocimiento especial de este Trabajo y Enseñanza y el conocimiento ordinario, que aún nos domina, sobre su propia realidad física.

A veces, las gentes entran en el Trabajo poseyendo algunos rudimentos de conocimiento ordinario. Y entonces creen que pueden comparar el conocimiento especial de este Trabajo con lo que ocurre en la realidad física. Carecen de la capacidad, por ignorancia, de juzgar sin consideraciones internas; y as¡ confunden el conocimiento que se les enseña con el conocimiento ordinario. Esto crea una gran dificultad, pues al carecer del conocimiento de juicio para poder contrastar, toman el Trabajo como si fuera un conocimiento ordinario. Lo cual significa que es recibido superficialmente, mecánicamente. Cuanto más se estudie el conocimiento ordinario, y los iniciados y místicos de cada época lo hicieron con el de su época, más se podrá  ver que todo lo que el Trabajo enseña es un conocimiento extraordinario, un conocimiento muy por encima de las ideas y significados del conocimiento ordinario.

Lo que hay que comprender, es que no se puede emprender el Trabajo desde una base demasiado estrecha, sea ella emocional o intelectual. Y ello es as¡, porque el conocimiento ordinario sustenta directamente el Trabajo. En él todo es útil y por ello se dice que : en el Trabajo, toda la vida se convierte en Maestro.


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