miércoles, 27 de marzo de 2013

El Viento y la Luz. A un por qué de este título.


A un por qué de este título



Quisiera decir como me llamo. Mi verdadero nombre, no mi nombre de pila. Mi nombre legítimo, para así poder ahorrarle tiempo al psicoanalista, al confesor, al cronista, al portero – del Cielo y del Infierno – o a cualquier hijo o hija de vecino, así como a cualquier listillo de esos que creen saberlo todo y que tanto pululan por doquier, siempre preocupados por saber quién es cada quien, ya que creen que si saben el nombre y profesión de alguien ya lo saben todo de ese alguien. –“¡Ah!, si, Fulanito, ese es tal y cual.”– Con ello se permiten toda clase de maledicencias, con total impunidad.
Así que voy a decirles mi verdadero nombre, y no el nombre por el que me conocen en mi pueblo y que me pusieron cuando nací, para que no me confundan con cualquier otro de mis yoes.
Mi nombre auténtico, el legítimo, el nombre por el que tengo que recibir y por el que tengo que pagar, por el que tengo que responder y por el que tengo que exigir es Hombre. Me llamo Hombre. Y el Universo espera que yo diga mi nombre como señal para abrirme la puerta.



Maya saliendo de Caracol (Uaxactun)
También quiero decir qué soy para que tú me respondas lo que eres, no quien eres. Quiero decir lo que soy para afirmar lo que he sido y para prepararme a conseguir lo que he venido aquí a ser. El Hombre.
Mi “Yo esencial” está formado de un barro antiguo, de un pulso imperioso, de un resplandor lejano, perdido allá en alguna estrella, más allá de este Sol. Pero ahora me llamo Hombre.
Detrás de mí hay milenarias huellas que recorrieron las estrellas y un día ya lejano pisaron por vez primera este mundo para poder saber y conocer lo que era el Hombre. Delante de mí se abre el guiño de un relámpago en la sombra, el titilar de una Luz que me llama. Junto a mí – eso es algo que debe permanecer en el secreto de mi esencia – una llama que vibra con la misma cadencia que yo y de la que extraigo la fuerza que me ha sido dada hoy. Dentro de mi corazón, un deseo rabioso de volver a ese mundo estelar del que partí hace tanto tiempo y volver junto a ella.
Y ahora que ya saben que soy, les diré lo que esta Escuela Planetaria llamada Tierra, a través de sus maestros, pretende de nosotros; aquello para lo que fue creada. Esta Escuela pretende, desde hace muchos milenios, transmitir un conocimiento que nosotros conocemos como Tradición, un conocimiento iniciático que le fue dado a ese ser que tendría que convertirse en el Hombre, desde su origen, para que pudiera, por sí mismo, realizar la tarea de “convertir a un gusano en mariposa”.
Como en las Escuelas Iniciáticas que han existido desde la más remota antigüedad, los gusanos – como le duele ese nombre a nuestro engreído, inflado e ignorante yo particular, ese por el que somos conocidos diariamente –, procedentes de todos los lugares del Universo, acuden aquí para que se les enseñe, decía, como en las Escuelas Iniciáticas, ocultismo, hermetismo y esoterismo. Algo que, al parecer, algunos que se han enfermado con el virus de la ambición y el poder, parece que han aprendido muy bien, aunque demasiado literalmente, y por ello nos ocultan sus maquinaciones, son herméticos a nuestros interrogantes, y se expresan con un lenguaje esotérico, que nadie entiende, a fin de ocultar la realidad de sus almas corruptas y enfermas, porque poseen una conciencia que se ha negado a crecer y evolucionar. Han creído que en esta Escuela Planetaria llamada Tierra, solo podemos aprender Derecho, Economía, Ciencias, una Historia Manipulada, Religión, Derechos Humanos restringidos, Educación para la ciudadanía…, y cosas así.
Yo quisiera sacarles de ese error.
Ninguna Escuela, y menos una Escuela Iniciática, puede “enseñar” nada a nadie. Y, ningún maestro, ni siquiera Maestros como Krisna, Buda, Cristo y otros, pueden hacerlo. Ya se que habrá alguien que piense: ¿para qué estamos aquí entonces?
Dejen que les cuente algo: Cuando Buda regresó de su profundo Silencio, habló y pronunció su primer discurso ante el requerimiento de sus seguidores para que les explicara cual era su secreto. Lo que Buda dijo fue esto: cogió una flor de loto y la levanto sobre su cabeza enseñándosela a todos. Después se marchó dejándolos allí perplejos. De forma sutil e inteligente les dijo dos cosas: cual era la labor de todo maestro y cual era el trabajo de todo discípulo.
Buda les “enseñó” (mostró) la flor de loto, y eso es todo lo que cualquier maestro, de la clase que sea, puede hacer: mostrar. ¡Aquí esta! ¿Lo ves? Y eso es lo que puede hacer, al igual que hacían las antiguas Escuelas Iniciáticas y lo que hace esta Escuela Planetaria Llamada Tierra: mostrar. ¿Y qué nos muestran los maestros? Los Maestros como Buda y otros nos muestras símbolos. La flor de loto que mostró Buda es un símbolo. La vida toda de Cristo es un símbolo; la Leyenda toda de Osiris o Quetzalcóatl es un símbolo. La vida que nos ofrece el planeta Tierra para que la veamos es un símbolo.
¿Y qué es un símbolo? Aparte de las mil definiciones al uso que se pueden encontrar por ahí, un símbolo es “algo” que está constituido por dos partes: una física y material y otra que es mental y psicológica. También, como el signo lingüístico, posee un significante y un significado. El OM que dio origen a la Creación o el AMEN con el que se finaliza cualquier acto de creación son símbolos y, los símbolos, como la Palabra que pronunció Buda, proceden del Silencio. Todo símbolo, como toda palabra verdadera, procede del Silencio que, cuando es pronunciada, se convierte en Palabra de Verdad, todo lo demás es cháchara sin significado y parloteo inútil.
Pero los discípulos de Buda no le entendieron cuando éste les enseñó la flor de loto. No le entendieron porque les faltaba comprensión, les faltaba conocimiento, les faltaba conciencia. Es la misma razón por la que la mayoría de los cristianos nunca han llegado a comprender a su Maestro, ni la mayoría de los budistas al suyo. Lo mismo podríamos decir de otras tradiciones llamadas espirituales o religiosas. Y es que las gentes siguen esperando sentadas (o de pie, o de rodillas…) a que alguien, a que algún maestro, a que algún científico, a que alguien en quien han depositado la esperanza de que les explique el misterio de su vida, les resuelva dicho problema, les enseñe el por qué y les de la receta definitiva que les solvente todos sus problemas.
Pero este Conocimiento no puede ser enseñado de la misma manera que se enseña una doctrina religiosa, política, filosófica, económica o cualquier otra disciplina. Y aquí aparece el segundo aspecto del Símbolo-Palabra de Buda, ya que es tarea, obligación, trabajo, esfuerzo, dedicación, etc., del propio discípulo, del propio alumno, el Aprender. Y el aprendiz, aprende cuando Comprende. Y Comprender es algo que solo puede realizar uno por si mismo.
Nuestro trabajo, como aprendices de Hombres, es decir, el llegar a convertirnos en auténticos Seres Humanos, presenta estas características: requiere motivación, el querer y el desear aprender; requiere comprensión; requiere práctica y, sobre todo, requiere disciplina. Evidentemente, tienen que darse estas características, funcionando simultáneamente, para que eso que todos esperamos de nosotros mismos, evolucionar a estados superiores de conciencia, se produzca.
Las posibilidades de que esto pueda llegar a ocurrir de forma natural son escasas, o al menos necesitaría eones de tiempo.
Así que el Maestro muestra, enseña (solo eso), el símbolo. El discípulo es quien tiene que interpretar, trabajar, comprender y practicar, a partir del significado que haya comprendido, para así tomar conciencia de una realidad diferente hacia la que moverse y evolucionar. En la vida, todos somos maestros y discípulos, todos enseñamos algo y aprendemos algo, por ello, la interpretación de lo aprendido es algo personal. Le sea válido o no. Si cumpliéramos con este conocimiento, evolucionaríamos al incrementarse nuestro nivel de conciencia. Aquí, Evolución, significa “desarrollo de nuestra esencia humana”. Podemos llamarla como queramos. La Tradición la ha llamado Espíritu, León Felipe la llamó Viento.
Nuestra esencia, nuestro espíritu humano, nuestro Viento debe crecer en cantidad y calidad para llegar a convertirse en Humano, para que el gusano se convierta en mariposa. Somos símbolos de algo y nos movemos entre símbolos. Como consecuencia de nuestro Trabajo Interior (un trabajo psicológico, una especie de psicoanálisis de nosotros mismos), nuestro conocimiento y nuestra comprensión de lo que realmente somos comenzará a crecer en relación con el resto, lo que significa una evolución, un cambio respecto a lo que antes éramos.
Todo proceso evolutivo comienza con una Iniciación. Algo, una nueva idea en que pensar, una experiencia diferente que hemos tenido, una enfermedad que hemos padecido o que aún padecemos y que nos hace reflexionar, un viaje…, provoca en nosotros profundos cambios que modifican, en profundidad, la estructura psicológica de nuestra personalidad. Todo Iniciación Real no es un acto, sino un proceso (como nacer), es la valla que nunca atraviesan los que revolotean de escuela en escuela, sea esta material, ideológica o esotérica. Aquellos que no están dispuestos a realizar el Trabajo que requiere evolucionar y despojarse de su traje, de su cubierta de gusano.
En este proceso, aún siendo uno solo el Camino, pues lo Humano es una sola realidad, puede haber muchos caminos, de hecho, tantos como pretendido seres humanos. La Tradición los ha reducido a cuatro: el camino del monje; el camino del Yogui, el camino del faquir; y el camino interior. No es que tengamos que convertirnos es esas “cosas” al tomar sus significados literalmente, sino que ellas son símbolos, simbolizan los cuatro aspectos de nuestras infinita y variopinta realidad humana, exotérica y esotéricamente hablando. Y estos cuatro tipos de caminos no son iguales ni pretenden lo mismo. Por ejemplo, el camino del yogui. Es un camino mental, en él la mente es el vehículo a través del que se pretende evolucionar. Desde la infinita variedad de este significado, se pretende que el individuo se funda con una realidad indiferenciada a la que llaman Nirvana. Es el Camino del Huevo, pues lo que se pretende, como ponen de relieve los mitos, es volver a entrar en el Huevo Cósmico de los Orígenes. Y el yogui, a través de una práctica llamada yoga, intenta disolver su individualidad esencial para fundirse en él. Pero dado que las interpretaciones de su significado pueden ser muchas, materiales y espirituales -¡Como si fueran dos cosas distintas!- nos encontramos con yogas económicos, deportivos, políticos, académicos, científicos, espirituales, etc., etc.
Pero el Camino Interior tiene otro objetivo: alcanzar la Evolución Consciente de la Humanidad a partir de su individualidad humana, a fin de que ésta llegue a ser una sola entidad llamada Humanidad, una entidad compuesta de millones de células que se agrupan, concientemente, para cumplir distintas funciones dentro de un gran cuerpo Humano. Aquí no se trata de disolverse en el Huevo Cósmico, sino de integrarse en un nuevo cuerpo que las propias células humanas han desarrollado desde sus incrementos de conciencia y sin que por ello pierdan su individualidad. Con un cierto humor lo podríamos llamar el Camino del Espermatozoide. Un espermatozoide, individualizado en su esencia, y con plena conciencia de sí. ¿Y cual es la labor de esos espermatozoides? Evidentemente, no tiene más que una: fertilizar el huevo llamado Humanidad. Los egipcios, o aquellos pueblos que tuvieron al Sol como símbolo de una conciencia expandida, dirían que es el Sueño de Ra. Un proyecto en el que, éste, aún trabaja. Este proyecto tiene dos fases: la primera es que los espermatozoides tomen conciencia de sí mismos y de cual es la realidad de su yo esencial; la segunda, fertilizar el huevo llamado Humanidad.
Se necesitan muchos espermatozoides para fecundar un huevo de estas características. Tantos como células tiene su cuerpo.
Quiero… ¿Acaso no puedo yo querer? Mostraros un símbolo. Es un símbolo complejo y sobre el desarrolló una visión (puede tener muchas más) el poética León Felipe. Como poema, dice así:



EL GUSANO

         Soy un gusano que sueña… ¡Que quiere!
         - Contaré el sueño del gusano.
         Narradores de cuentos, el gusano
         no se chupa el caramelo de la cola. No es un cuento.
         En un sueño que camina.
         Repta.
         Y deja sobre la hierba oscura
         una secreción viscosa… y fosforescente;
         un hilo glutinoso… y lumínico…
        ¡Lumínico! La baba es una estela. Anotad esto bien.
        Cavad aquí para marcar una señal,
        clavar aquí una estaca, aquí, aquí;
        que aquí sobre esta tierra… sobre la Tierra,
        sobre este gran ovillo devanado con baba,
        sobre esta estela verde que segregó el gusano,
        sobre el sudor oscuro que vertieron sus glándulas,
        sobre su llanto ciego de semilla y feto,
        sobre los restos de su capullo y su sarcófago,
        sobre la ganga adámica de su morada mística,
        sobre el cascarón roto de su bóveda abierta
        y sobre los escombros de su Iglesia podrida
        levantaremos un día nuestra casa,
        nuestra ciudad
        y nuestro vuelo.
        ¡Dios nos guía!
        Porque el gusano no es un cuento,
        narradores de cuentos,
                                                es un signo… un sueño…
       Un sueño alegre que empezamos a descifrar.

                                                                      León Felipe.


La finalidad de este blog es que entre todos descifremos este sueño que somos y este sueño que sueña el gusano, a fin de incrementar nuestra conciencia, a fin de que, convertidos en Mariposas, abandonemos nuestra fase de crisálida en la que, encerrados en un capullo, soñemos una nueva realidad para nosotros mismos, una realidad plenamente humana. El mundo de la mariposa ya no es el mundo del gusano. Mientras el gusano se arrastra reptando, la mariposa dispone ahora de nuevas facultades, nuevos sentidos, nuevas posibilidades: alas para volar, antenas sensitivas, ojos facetados… Mientras el gusano se mueve en una realidad de dos dimensiones, la mariposa, a través de su metamorfosis, ha accedido a un mundo superior de tres dimensiones. Ha trascendido.
                                                                   

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