jueves, 3 de abril de 2014

El secrteto de los dioses.



El Secreto de los Dioses.

 [Lección de clausura de la parte práctica para la obtención del Certificado de Aptitud Pedagógica (en la Universidad de la Laguna) al 4º Curso de Bachillerato, que consistió en dar cinco meses de clases en el instituto Viera y Clavijo, en la asignatura de Filosofía.]
(...)


Se que a muchos, en estos meses, les he podido parecer exigente. Pienso que tan vez se deba, en lo que a la educación atañe y en lo que al saber se refiere, que es para lo que estamos aquí. Aunque, en realidad, solo he querido enseñaros una cosa: si uno quiere llagar a ser un ser humano  (lo cual implica que no lo somos del todo), uno debe ser exigente consigo mismo.
Por ese mismo motivo no quiero marcharme de aquí sin que me escuchéis una última vez. Deseo que nos despidamos académicamente. Es la hora en que el saber se recubra de la aureola que le es propia y deja de ser un simple mercado de compraventa. Por ello mismo quiero deciros, en esta última e informal clase de despedida, algo que, por varias razones, no he tenido ocasión de contaros a lo largo de estos meses. Así que quiero aprovechar esta última clase para contaros algunas historias.
Una mañana de agosto de 1957, un hombre pequeño de estatura, de unos 50 años, acompañado de su esposa, embarcaba en el puerto de Londres con rumbo a la India. Este hombre era el gran biólogo J. B. S. Haldane, el cual dejaba Inglaterra y la Civilización Occidental para siempre. Sus últimas palabras de despedida, al embarcar, fueron: “¡Ya estoy harto de este país y de muchas cosas de este país! Sobre todo del americanismo que nos invade. Voy a buscar ideas nuevas y a trabajar en libertad en un mundo nuevo.”
Así comenzaba una nueva etapa de uno de los hombres más extraordinarios del siglo XX.
Haldane:
  • Que había defendido Madrid, con el fusil en la mano, contra el ejército de Franco.
  • Que había estado afiliado al Partido Comunista Inglés y, luego, rompió su carné después del caso Lysenko (1).
  • Qué sabía más biología que nadie allá por los años 50, por lo que fue propuesto para el Premio Nobel. Y, todo ello, sin tener un título universitario, aunque había estudiado en el Eton College y en Oxford matemáticas y literatura.
  • Qué había realizado la mayor parte de sus experimentos biológicos sobre sí mismo –ya sea beber ácido clorhídrico para neutralizar el bicarbonato sódico de su cuerpo, o de estudiar las reacciones del organismo en una atmósfera de oxigeno a alta presión.
  • Qué en 1928 anuncia una teoría sobre los orígenes de la vida extraterrestre.
  • Qué estudió la interrelación entre los genes en las plantas, los animales y el hombre.
  • Que en 1931 midió la frecuencia de las mutaciones humanas, después de haber publicado en 1924 una teoría matemática sobre la selección natural y artificial, mejorando posteriormente los métodos estadísticos sobre la genética humana.
  • Que…
No sigamos. La lista es muy larga. Este hombre, a sus cincuenta años, abandona su país el busca de lo que el llama la Verdad y la Sabiduría.
     ¿Acaso no la poseía ya?
    En la India debió encontrar lo que fue a buscar, porque nunca más volvió a Inglaterra.
    Mi pregunta es: ¿qué pudo inducir a un hombre como Haldane, a un científico en la cumbre de su conocimiento sobre la vida, y lo suficientemente genial como para investigar “las aplicaciones del espacio de 18 dimensiones al estudio de los problemas esenciales de la Genética”, a abandonarlo todo?
     Quiero plantearos otro interrogante. Aunque creo conocer la respuesta de lo que Haldane fue a buscar a la India (y la guardaré para mi), prefiero que reflexionéis y no parloteéis. Preguntaros si, acaso, fue su ingenuidad, o la profundidad de su conocimiento, o tal vez su rebeldía contra la opresión del hombre -solía dirigirse al Ministro Inglés de la Guerra llamándole Vuestra Ferocidad-, o tal vez su espíritu profundo, la que hizo entrever esa esencia numinosa (sagrada) que los dioses, según una leyenda hindú, escondieron en el corazón del hombre.
Leyenda Hindú: La divinidad del hombre.
Cuenta una antigua leyenda que hubo un tiempo en el que todos los hombres que vivían sobre la Tierra eran dioses. Pero los hombres abusaron tanto de su divinidad que Brahma, el dios supremo, decidió privarlos del aliento divino que había en su interior y esconderlo en donde jamás pudieran encontrarlo y emplearlo nuevamente para el mal.
Entonces, Brahma convocó a todos los dioses menores para buscar un lugar adecuado donde poder esconder la divinidad del hombre y evitar que hiciesen un mal uso de el nuevamente.
El gran problema fue encontrar el lugar apropiado y los dioses menores propusieron:
- Escondamos la divinidad del hombre en lo profundo de la tierra. -Dijeron algunos dioses.
- No. -Les respondió Brahma.- Eso no será suficiente, porque el hombre cavará profundamente en la tierra y la encontrará.
Entonces otros dioses dijeron:
- En ese caso podemos sumergirla en lo más profundo de los océanos.
- Tampoco. -Les respondió Brahma.- Porque tarde o temprano el hombre aprenderá a sumergirse en el océano y también allí la encontrará.
Otros dioses menores argumentaron:
- Escondámosla en la montaña más alta.
- ¡No! -Volvió a replicar Brahma.- Porque un día el hombre subirá a todas las montañas de la tierra y capturará de nuevo su aliento divino.
Los dioses menores, desconcertados, dijeron:
- Entonces no sabemos dónde esconder la divinidad humana, ni tampoco sabemos de un lugar donde el hombre no pueda encontrarla algún día.
Brahma les dijo:
- Escondedla dentro del hombre mismo; jamás pensará en buscarla allí.
Y así lo hicieron. Oculto en el interior de cada ser humano hay un algo divino. Y desde la noche de los tiempos, dice la leyenda, que el hombre ha recorrido la tierra, ha bajado a los océanos, ha subido a las montañas buscando esa cualidad que lo hace semejante a la Divinidad y que durante todo el tiempo ha llevado siempre en su interior.
Por poco que miremos a nuestro alrededor veremos un mundo en el que lo numinoso no tiene cabida, un mundo que no presta ninguna facilidad para el que desee llegar hasta esa esencia de lo humano que los dioses escondieron en nuestro interior. Y, tal vez por ello, y sin abandonar sus conocimientos científicos -el siguió experimentando en Biología en una universidad de la India-, Haldane marchó a la India en busca de ese otro conocimiento. ¡Qué paradoja! Un científico racional abandona Occidente, la cuna de la Ciencia y el Conocimiento racional, para marcharse a la India en busca de otro Conocimiento y otra Verdad, en busca de lo numinoso.
Y es que nuestra Ciencia racional es una Ciencia partidista, porque solamente se apoya en la razón y en las piedras. Aunque no siempre fue así, no siempre la Ciencia fue partidista. Allá en los orígenes de nuestra civilización, en ese momento en que los griegos comenzaron a racionalizar el mundo, podemos encontrar a hombres que no solo cultivaban la razón.
Permitidme contaros otra historia.
Trasladémonos  hasta el año 590 a. d. C., hacia la 47 Olimpiada, y encontraremos a alguien muy conocido por vosotros: Pitágoras. De joven experimentó un vivo deseo de iniciarse en los más elevados conocimientos del Saber. A los 17 años marcho a Egipto donde permaneció durante 20 años en el Templo de Menfis pues allí existía un auténtico Colegio de Sabios. Recordemos de paso que también Platón fue iniciado en los Misterios Egipcios que se conservaban en sus templos.
Cuado el persa Cambises saqueó Egipto, se llevó a Pitágoras a Babilonia y, allí, Pitágoras aprendió toda la ciencia de los caldeos, principalmente la Astronomía y las Matemáticas. Después de 12 años de cautiverio, Cambises le deja volver a Grecia. A su vuelta, Pitágoras lleva consigo un precioso tesoro que consistía en la experiencia y en el saber acumulado durante milenios por las dos más grandes civilizaciones de la Antigüedad.
Pitágoras había observado durante sus estancia entre los distintos pueblos cual era el precario estado de las naciones, donde la autoridad de los gobernantes descansa sobre la ignorancia y la abyección de los gobernados; había asistido a revoluciones sangrientas y comprobado después cuantos frutos amargos se habían producido; comprendió que la vida social comporta problemas muy complejos que no podrán resolver los pueblos solos, embrutecidos por regímenes de crueldad y servidumbre al que estaban sometidos.
Pitágoras soñaba, desde entonces, en una revolución más profunda y de carácter muy distinto a las revoluciones por él presenciadas. Y es que el hombre está siempre haciendo la revolución, para volver siempre, igualmente, a la dictadura. ¡Es una desgracia! ¡No al que haya revoluciones! Sino el que haya que volver siempre a la dictadura, a ser los esclavos de la ambición de alguien. Aún seguimos siendo ignorantes. La ignorancia genera la esclavitud.
Pitágoras soñaba en un orden social que fuera estable y fructífero, que permitiera alcanzar la Sabiduría, aquella Sabiduría que se encuentra escrita en la Naturaleza. Pero para eso es necesario liberar a la verdadera Ciencia de la Vida, no del mito que la recubría y que los sacerdotes egipcios usaban para enseñar a un pueblo ignorante y sumiso, sino hacia una mayor veneración sobre las grandes Leyes de la Naturaleza (y quiero señalar que para Pitágoras la Naturaleza tenía la propiedad de manifestar lo sagrado, lo numinoso, a través de esas leyes).
Pitágoras pensaba que es mejor instruir a los hombres, aunque sea con mitos, a fin de enseñarles poco a poco los Misterios de la Vida, que engañarlos para esclavizarlos. Pero nuestro ilustre filósofo sabía también que hubiera sido profanar tal preciado tesoro de Ciencia y Sabiduría, el ponerlo entero en manos de hombres dominados por las pasiones y la ambición. El conocimiento, ayer como hoy, es poder.
Pensó entonces que para lograr más eficazmente la enseñanza de esas Leyes Naturales a los hombres, necesitaría fundar un Centro del Saber donde hombres y mujeres, elegidos solo por su inteligencia y sus virtudes, quisieran estudiar aquellas Leyes Universales, con el noble ideal de conformar su vida a dichas reglas de Sabiduría. Así creo el Museum, un Templo a las Musas (las diosas que inspiraban las distintas artes y saberes), un Instituto, que llegó a tener más de dos mil discípulos, hombres y mujeres que, convencidos del nuevo ideal, habían renunciado a su habitual vida convencional y rutinaria, para aprender las lecciones del filósofo.
Para ingresar en el Museum pitagórico solamente se requería una cosa: humildad. Y para comprobarlo, todo candidato era sometido a una prueba. El orgullo no tenía cabida entre los pitagóricos. La prueba era una prueba moral. El candidato a entrar el Museum era encerrado en una celda y se le pedía, usando su intuición, que encontrara el sentido de algunos de los símbolos enseñados por los pitagóricos, por ejemplo: ¿Qué significa el triángulo inscrito en un círculo? O, ¿por qué el dodecaedro comprendido en la esfera es la cifra del Universo?
Como podréis apreciar, las Matemáticas y la Geometría servían a Pitágoras para algo más que para hacer números. El candidato pasaba doce horas encerrado en una celda sin más compañía que un vaso de agua y un pedazo de pan seco. Luego era conducido ante la asamblea en la que todos los pitagóricos estaban reunidos a fin de que expusiera sus conclusiones. Allí, para calibrar su orgullo, era acosado a preguntas y, a veces, si su orgullo y vanidad eran grandes, ridiculizado y humillado. No era raro que el candidato que no había podido resolver el problema se sintiera humillado y herido en su orgullo, y tuviera que hacer un gran esfuerzo mental para controlarse. Pitágoras pensaba que el hombre que no era capaz de controlar su orgullo estaría siempre preso de ese factor de perturbación y de discordia que le haría incapaz de progresar en el camino de la Sabiduría.
Si el discípulo superaba las pruebas, comenzaba el estudio de las Matemáticas Trascendentales, de la Cosmogonía, de la Biología, de la Astronomía, de la Música, de los ejercicios físicos y de todo lo que contribuye a comprender las grandes Leyes de la Armonía que rigen el Cosmos, así como las Leyes que unen al hombre con el Gran Todo. Para Pitágoras, el hombre es un pequeño Kosmos -a él le debemos el vasto sentido que atribuimos a esta palabra- un Microkosmos.
Así, gracias a una instrucción competente y a la iniciación de los altos principios de la Sabiduría, la igualdad de los sexos había llegado en el Museum a alcanzar su más armoniosa perfección. El matrimonio revestía, en estas condiciones, un sentido muy particular y sublime. Consistía en la penetración de dos almas en el centro mismo de la Vida y de la Verdad. Pitágoras consiguió hacer de la mujer iniciada la digna compañera de un filósofo. Pitágoras enseñaba también que la salud es una condición fundamental de la filosofía, pues sin ella no hay serenidad completa del Espíritu.
El Museum constituía algo así como un pequeño estado independiente. Pero en lugar de gobernar a una multitud instintiva y disipada, representaba una escuela que pretendía emancipar a las inteligencias por medio de la Filosofía, de la Ciencia y el Arte. Era en realidad el embrión de la Gran República Humana, el sueño dorado de los idealistas.
El Museum engendró una profunda transformación en la sociedad Antigua. Hizo independientes a muchas ciudades gobernadas por pitagóricos y libertó a otras del yugo de la tiranía. Los pitagóricos llegaron así, durante un cuarto de siglo, a arbitrar entre pueblos y gobiernos y, por esencia, entre estados y naciones. Pero los celos de los ambiciosos comenzaron a actuar. Los pitagóricos fueron acusados de corruptores y su Museum incendiado. Sus miembros tuvieron que marchar al exilio.
¿Os habéis dado cuenta, en la Historia del Hombre, que el saber siempre está en el exilio? Pero esta filosofía espiritual, basada en la Ciencia y el Conocimiento, influyó en otras corrientes. La encontramos en los Gnósticos; en los místicos; en Giordiano Bruno... Podemos igualmente encontrar la huella de los pitagóricos en Junio Higinio, bibliotecario de Augusto; en Moderato de Cádiz, que escribió sobre el Número y la Trinidad; en Pomponio Mela, que nos transmitió la cosmogonía pitagórica; en Prisciliano, el gran heresiarca gallego y es quien realmente está enterrado en la catedral de Santiago de Compostela; en Osio, obispo de Córdoba, que hizo traducir el “Timeo”, la primera obra de Platón que circuló por Iberia y que está lleno de influencias pitagóricas; en Fray Luís de León, en sus “Nombres de Cristo”; en Fray Luís de Granada, en su “Guía de pecadores”; en Juan Huarte de San Juan con su “Examen de Ingenios”; en Raimundo Lulio, que también era alquimista; en el arquitecto de El Escoria, Juan de Herrera, con su “Diccionario de la forma cúbica”; en el arquitecto moderno Arturo Soria, creador de la Ciudad Lineal de Madrid y de su obra “Origen poliédrico de las especies”; en el teósofo Mario Roso de Luna… Y esto por no citar sino a españoles.
Como veis, a Pitágoras, además del teorema de su nombre, además de la teoría y mística de los números, de sus estudios sobre la escala musical, le debemos muchas cosas. Y aún podríamos aprender de su sistema pedagógico, que con casi tres mil años de antigüedad, era más moderno que el nuestro.
Y permitidme ahora que os cuente mi última historia, a la vez que os pido que no olvidéis las historias anteriores, pues estas tres historias tienen una estrecha relación. Esta tercera historia tiene algo que ver con la filosofía, así que permitidme que os inicie un poco en el discurso filosófico. Procuraré hacerlo fácil para que podáis entenderme, pero escuchar atentos, porque esta historia os afecta directamente en tanto que estudiantes de la asignatura de Filosofía.
Ya deberíais saber que Ciencia viene de Scire, que significa saber, conocimiento. Y científico es aquel que conoce o pretende conocer las leyes y principios que operan en el mundo. Desde el principio, el hombre ha sido científico. Sus primeras observaciones fueron toscas, al menos esos nos dicen los expertos; pero a medida que aumentó su conocimiento, comenzó a darse cuenta que su investigación sobre el sentido oculto de las Leyes de la Naturaleza se reducía a tres pasos.
  1.  Antes de descubrir esa leyes tenía que acumular hechos a través de la observación (información), para clasificarlos y sistematizarlos, extrayendo una conclusión a la vista de esos datos.
  2.  Después, debía buscar una respuesta a la pregunta ¿Por qué ocurren esos hechos? ¿Qué Ley de la Naturaleza permite que esos hechos se manifiesten?
  3. Conocer los hechos y sus causas no es aún suficiente para la inquisidora mente del hombre. Además, quiere saber el propósito en que se fundamenta la Creación. Necesitaba saber quién había creado esas Leyes.
Pero a medida que los hechos aumentaban y se acumulaba, el saber, se le hizo imposible al científico cubrir los tres pasos de la investigación; entonces recurrió a especializarse y limitó la Ciencia a un solo acto del proceso. La Ciencia debía limitarse, se dijo, a investigar la manera como ocurren los acontecimientos. Debe únicamente preguntar ¿cómo?, y dejar de lado el ¿por qué? Y el ¿con qué propósito? Así es que hoy día, la Ciencia se ha convertido en un departamento superespecializado del Saber. Interroga como operan las Leyes del Universo, pero deja de lado las otras dos interrogantes. Eugenio Trias, un filósofo español, dice que hoy en día, la Ciencia, se ha convertido en un departamento especializado del Saber ocupándose tan solo de averiguar como operan las Leyes del Universo.

En la Antigüedad -ya lo vimos en Pitágoras- el Sabio era a la vez un científico, un filósofo y un místico. Después, el científico apartó de sí al filósofo y al místico. ¿Por qué? Creemos saber quien es el científico, pero ¿quién es el filósofo? Mejor aún: ¿Qué es la Filosofía? ¿Cuál es su misión en la búsqueda del saber?
El filósofo que he citado antes, Eugenio Trias, nos proporciona la siguiente explicación. Supongamos un reglamento según el cual el discurso científico se distingue de otros discursos porque cumple algunos requisitos: precisión en su símbolos, consistencia lógica, y verificación de los resultados.  A partir de estas tres rasgos podremos entonces distinguir aquellos discursos en los que estos rasgos están presentes o ausentes.
Si llamemos a éste común denominador marca de cientificidad, e imaginamos un almacén con varios compartimentos (como el de la imagen siguiente). En el de la derecha aparecen ciertos discursos en los que la marca de cientificidad [discursos marcados con el signo (+)] está presente; en el de la izquierda, situamos aquellos discursos que carecen de dicha marca [discursos no marcados (-)]. Así podemos distinguir dos tipos de discursos: los discursos científicos y los discursos literarios o no científicos.
    Entre ambos compartimentos podemos situar aquello discursos híbridos en los que la ausencia o presencia de la marca de cientificidad coexisten provisionalmente. Serían los discursos correspondientes a las Ciencias Humanas que generalmente tratan de derivar hacia la Ciencia, y los discursos metafísicos y místicos que tienden a derivar hacia lo literario.

Si ahora vaciamos ese cuadro de todo contenido, si consideramos esos contenidos como variables, y si tomamos así mismo como variables el reglamento concreto según el cual se define la marca de la cientificidad, tendremos las variables (X), (Y) y (Z) distribuidas así.

Y el problema de la Filosofía, desde Parménides de Elea hasta Rudolf Carnap, consiste en llenar ese cuadro con unos contenidos concretos relativos al orden variable que cada filosofía adopta. Así, la Filosofía se plantea una tarea específica: marcar aquellos discursos en los que se hace visible la marca del Saber, y de-marcar los discursos en los que dicha marca está ausente.
La tarea del filósofo consiste entonces en repartir las diferentes marcas sobre los contenidos de los discursos. Esto convierte a la Filosofía en un semáforo, un Semáforo del Saber que daría, luz verde a los discursos marcados y considerados científicos, y luz roja para detener lo que se considera seudosaberes, e introducirlos en el departamento del no-saber; la luz ámbar retendría aquellos discursos ambiguos hasta averiguar su filiación.
Es así, según Trías, como la Filosofía, que la Ciencia dejó descolgada, se ha buscado una función en el universo del Saber,  dejando a su vez descolgada a la mística y a la metafísica consideradas seudosaberes. Su utilidad estaría en que añade algo al Saber; le añade un signo, una marca, en virtud de la cual el Saber queda marcado como tal y separado de lo que podemos denominar no-saber. Es decir, añade al Saber, dignamente, el nombre de Saber.
Esto quiere decir que la Ciencia, el Saber, al no poder abarcar las tres fases del proceso para llegar a conocer las Leyes de la Naturaleza, se desprende de la Filosofía y de la Metafísica (que solo es aquello que se encuentra más allá de lo que se considera Física; esto suele olvidarse), y se queda solo con la primera fase del proceso: la búsqueda de información y la acumulación de hechos para clasificarlos y sistematizarlos, dejando para más tarde, a la vista de los hechos, las conclusiones pertinente. Pero al quedar descolgada del Saber, la Filosofía se declara autónoma y se erige en semáforo del saber, demarcando aquello que es Ciencia de lo que no lo es, intentando establecer por qué ocurren esos hechos y que Leyes los regulan. Con ello, a su vez, la Filosofía se separa de la tercera fase del proceso, averiguar cual es el origen de las Leyes, y llama a esta tercera fase no-saber.  Con ello todo parece quedar muy bonito y explicado.
Lo primero que se me ocurre, si observamos bien, a pesar de lo que Eugenio Trías pretende mostrarnos, es que nuestro Saber, es un saber deficitario, no es un Saber completo pues, para que fuera auténtico Saber debería completarse con el no-saber, que representa a la Metafísica y a la Mística.
Es asombroso: el hombre que usa el Saber (la Ciencia) para conocer la realidad, nos desliga de ella, al separarnos de una parte de nosotros mismos, a la que llama no-saber. El problema es que el hombre solo puede ser objeto de Saber en la medida que va más allá de la Ciencia, entrando en su subjetividad. Porque el hombre es una Unidad constituida por una dualidad inseparable (objetivo/subjetivo) que irradia a partir de un centro autoconsciente; el Saber que el hombre tiene de sí mismo. Y ese centro no es un objeto, sino un sujeto trascendente.

Así, con la pregunta, ¿quién conoce?, se cruza la pregunta ¿qué es el hombre?, y la respuesta solo puede ser: solo el hombre conoce, pues solo el hombre en su totalidad es un ser autoconsciente. El hombre encierra dentro de si el secreto de todo su Saber y su tarea es, ante todo, la de conocerse. Una tarea que se despliega en varias direcciones:
  1. En tanto que el hombre es un sujeto autoconsciente, que tiene de si mismo un saber originario y no estrictamente objetivo, será preciso preguntar los modos y las maneras de investigar esa dimensión humana irreductible.
  2. En tanto que el hombre aparece ante sí mismo, en la reflexión, como objeto, debería ser investigado con medios y recursos habituales que la ciencia usa para conocer cualquier objeto, incluida su subjetividad.
  3. Y aún queda una faceta: la sensación subjetiva que tiene el hombre de Ser una Unidad. ¿Cómo investigarlo?
  4. Todo hombre posee como dato inicial, como objeto primero, su propia esencia humana. En ella estriba su diferencia con otros seres. Se reconoce así mismo como humano. Y esta reflexión primera debe ser la base de toda investigación posterior que debe partir del conocimiento de lo que constituye su esencia, lo que lo hace humano.
Y aquí, en esta idea, en esta impresión, es donde se incluye la enseñanza pitagórica y socrática, resumida en la grase: Hombre, conócete a ti mismo.

Hasta el siglo XVII, ese no-saber, ese otro conocimiento que el hombre posee de sí mismo y del Universo, y que había discurrido por múltiples caminos, aunque podemos encontrarlo en los Misterios de la Antigüedad -de Osiris, Isis, Mitra, etc.-; en la Gnosis grecolatina; en los constructores del Gótico, en la Orden del Temple; en los Cátaros; en la Alquimia; en la Kábala hebrea; en los místicos cristianos e islámicos; en los Humanistas que dieron origen el Renacimiento; en las Sociedades Secretas que, desde Egipto, ha existido en todos los tiempos.
Hasta el siglo XVII, ese otro conocimiento tachado de no-saber, impregnaba a toda la sociedad. Pero desde el siglo XVIII, el siglo de la Razón y de las Luces, con el nacimiento de la llamada Ciencia Moderna, todo ese cúmulo heterogéneo de saberes, es desterrado del lado de la Ciencia, incluso del lado de la Filosofía, es reprimido, encarcelado en los sótanos de la razón. Y todo el mundo sabe que al que se pone fuera de la razón se le llama loco, alienado. Y se le excluye. M. Foucoul nos dice que esa exclusión se reduplica aún con otra: al loco se le encierra. Y a partir del siglo XIX, no solo se le excluye y se le encierra, sino que se le somete a una tercera enajenación: la de las terapias psiquiátrica con la intención de devolverlo a la razón.
Desde el siglo XVIII el loco carece de lenguaje, pues su discurso carece de razón, es ininteligible para la razón, sobre todo para la llamada razón científica, excepto para el psicoanalista. Pero he aquí que con Sade, con el último Goya, con Artaud, con Nietzche, con Van Gog, con Raymon Russel, con los simbolistas, con los surrealistas, con Miró, con Picasso…, y tantos otros, el loco comienza a hablar de nuevo, comienza a expresarse y a inquietarnos con su mensaje insólito. Y, lo que es aún más peligroso (para la razón, claro), es que ese discurso comienza a ser escuchado de nuevo, es entendido y digerido. Y más insólito aún, lo que el loco dice, en alguna forma, se encontraba ya en los viejos mitos, en las antiguas religiones mistéricas, en las perdidas leyendas. Porque lo que el loco dice es la respuesta de la Enseñanza Pitagoríca y Socrática, enseñanza que antes fue de Confucio y del pensamiento tradicional de la India, del mensaje de Buda…; y, después, fue del mensaje de Jesús, de la religión de Quetzalcóatl, de la Gnosis…
¿Qué significado tienen esas obras de locura? ¿Qué mensaje transmiten? El loco, desde su distancia, nos descubre una dimensión insólita: la relación que existe entre las palabras y las cosas.
Cuando la Ciencia creía estar más segura de si misma, he aquí que aparece el loco para desbaratar su bello plan y poner una fea mancha allá donde todo era lógica, orden y número. Y el loco, rotas sus cadenas, aparece por una razón muy simple: porque la Ciencia no-sabe, es decir, no tiene conciencia que desde su pretendido saber es imposible averiguar la verdad última, terminal, del Saber. Porque la verdad del Saber, está fuera de su saber.
El loco ha vuelto para decirle a la razón, que su verdad se encuentra fuera de si misma; qué ese personaje no invitado al festín del Saber, por haber estado recluido en la hondura del abismo donde la razón le desterró, el inconsciente, si sabe donde se encuentra oculta la Unidad y la Totalidad del Hombre; esa Unidad que hace del hombre un ser trascendente, esa realidad que los dioses habían escondido en su interior.
Antes he hecho referencia a que el hombre tenía que atender, no solo a la búsqueda de un saber racional, sino también a la búsqueda de otro saber, al que la Filosofía llamó no-saber, para conocer su Totalidad. El hombre de nuestra sociedad occidental se halla comprometido con una de las dos zonas de su estructura suprema y se ha excluido así mismo del no-saber.
La exclusión se remonta a los orígenes de la Cultura Occidental. Ya Parmnides de Elea había dicho que el No-Ser, existe, pero que la razón no puede llegar a su conocimiento y, desde entonces, el Saber, ha ido ensanchando y profundizando la sima que hiende la totalidad del hombre.
Esta es la razón de que el incluido, el saber, y el excluido, el Loco, el no-saber, son los protagonistas del drama de nuestra cultura occidental. Y aunque ambos llenan todo el espacio de nuestra cultura, no se comunican. Entre ambos existe una inmensa falla que les impide reconocerse. Escisión entre razón y no-razón, entre locura y cordura, escisión entre Oriente y Occidente, entre masculino y femenino.
Y en la situación actual, para aquel que quiera realizar el intento de unificar ambos extremos, y de salir a las afueras del saber, solo le queda una tarea por hacer: enloquecer. Aquí se encuentra el origen de la Tragedia. Nietzche lo dijo: “la tragedia de Occidente ha consistido en el olvido, la ocultación de la tragedia”. Pero mucho tiempo atrás, allá a finales del siglo XV, los humanistas ya habían hecho un gran descubrimiento: La locura es Saber. Y Erasmo de Rótterdam había escrito un “Elogio a la locura”. Pero luego vino el Renacimiento y acabó con todo.
Después del Renacimiento, el loco será excluido y encerrado, pero ya no será como el leproso medieval, como el brujo, como el chaman, como el alquimista que llenó las catedrales con sus símbolos, simplemente serán excluidos sociales. Su exclusión se hace más profunda pues el loco no ha sido invitado al banquete de la Sabiduría. Y, sin embargo, aquella experiencia trágica de comunidad previa a la escisión, es recordada. Y es que toda ciencia, toda filosofía, tiene su Sombra, como toda conciencia tiene su inconsciente. Y, ambos, son la Unidad, la Totalidad del hombre.

Para Pico de la Mirándola estaba muy claro. La Humanidad del hombre pasa por el conocimiento de su Totalidad y, en ese camino, como en el de vivir y el de morir, no hay ayuda, es un camino que se ha de recorrer en solitario pues es un camino de hombre.
A vosotros, para los que este curso termina, yo quisiera pediros que si buscáis el Saber, el genuino saber humano no lo olvidéis luego. Sabed que la libertad para pensar es conocimiento, que el conocimiento puede transmutarse en experiencia, y que la experiencia es eso que usa el hombre para acceder a su humanidad; por eso, debéis preguntaros lo que vais a hacer con vuestras experiencias. Y, para que os ayuden en vuestro camino os dejo estas perlas de sabiduría del propio Pitágoras. Él se las enseñaba a sus discípulos:
  •  ¡Hombres! Dejar de constituir la plebe, o resignaos a vivir esclavos.”
  •  Las águilas son independientes porque no vuelan jamás en bandadas”.
  •  Los borregos que caminan en rebaño, han sido castrados y obedecen a los pastores…”
  •  El más grande de todos los escándalos es ver a un hombre mandar a los demás hombres.”
  •  ¡Pueblos! Haceos vosotros mismos vuestra felicidad sin esperarla del gobierno.”
  •  La naturaleza le dice al pájaro, vuela; al pez, nada; al hombre, sé un sabio.”
  •  ¡Hombre joven! Una vez en pleno goce de tu razón, haz un inventario de tus facultades, de tus fuerzas; toma tus medidas, estima lo que vales, y marcha con paso seguro en la vida.
  •  Ponte pronto en guardia contra la rutina. El imperio de la rutina es tal, que familiarizaría al hombre con la esclavitud misma.”
  • "Prefiere el bastón de la experiencia al carro rápido de la fortuna. El filósofo viaja de pie.”
  •  Ten pocos negocios; el hombre no ha nacido para tener muchos; el sabio no tiene más que uno. ¡Se un sabio!
  •  No te creas más sabio que otros, esto probaría que lo eres menos. No lleves nunca trajes hechos a la medida de otros hombres. Se hombre enteramente, antes que un semidiós.
  •  No desprecies a nadie, un átomo hace sombra.”
  •  “Se tu amo y tu servidor todo junto, y no lo seas más que de ti solamente.”
  •  No aspires jamás a la vanidad de ser rico; contribuirías a que hubiera pobres.”
  •  Entrégate al natural deseo de ser dichoso; hay felicidad para todo el mundo.”
  •  No seas tirano de nadie, ni siquiera de tu perro.”
  •  No seas esclavo de nadie, ni siquiera de tu amigo.”
  •  No reconozcas como superior más que a un hombre mejor que tú.”
  •  No desesperes de la especie humana; no te desanimes; con el tiempo la arcilla se convierte en mármol.”
  •  No temas morir, la muerte no es más que una parada.”
  •  Si os preguntan ¿qué es la muerte? Responded: la verdadera muerte es la ignorancia. ¡Cuantos muertos entre los vivos!
  •  Dios está en el Universo, el Universo está en Dios. El Mundo y Dios no son más que Uno.”
  •  Si se os pregunta, ¿qué es la naturaleza y qué es Dios? Responderles: Un círculo cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguno. Para representar a Dios el sabio escribe la unidad. Y, allí, está el hombre.”
Santa Cruz de Tenerife, 15 de Junio de 1975.
NOTAS
(1) Trofim Denísovich Lysenko (en ruso: Трофи́м Дени́сович Лысе́нко (29 de Septiembre de 1898 - 20 de Noviembre de 1976). Fue un ingeniero agrónomo siviético quien, durante la década de los años 30, condujo una campaña de ciencia agrícola, conocida como "lysenkoísmo", que explícitamente iba contra la agricultura génetica y duró hasta mediados de los años 60 en la Unión Soviética. Acaparó los medios de comunicación soviéticos desde 1927 hasta 1964 por sus sorprendentes como improbables éxitos en agricultura genética. La prensa le llamaba el "científico descalzo" y lo presentó como la encarnación del genio del campesino soviético. Su ciencia era un batiburrillo de lamarquismo y una confusa mezcla de darwinismo. De hecho su trabajo se limitó "instrucciones prácticas" para la agricultura, tales como enfriar el grano antes de plantarlo. Aunque científicamente incorrectas, las pretensiones de Lysenko deleitaban a los periodistas soviéticos y a los funcionarios agrícolas, ya que aceleraban el trabajo de laboratorio y lo abarataban considerablemente. Lysenko obtuvo en 1935 su propia revista, Vernalization, en la cual normalmente alardeaba de sus próximos éxitos.

Pero, a pesar de los de las primeras iniciativas de Lysenko, al final casi todas resultaran un fracaso. Sin embargo, lo que llamó la atención del gobierno soviético acerca de Lysenko era su éxito en la motivación de los campesinos. La agricultura soviética había sido dañada severamente por la colectivización forzada a comienzos de la década de los años 30, y muchos campesinos estaban, en el mejor de los casos, apáticos; en el peor, dispuestos a destruir sus cosechas con tal de no cederlas al gobierno soviético. Lysenko elevó el ánimo de los campesinos, haciéndolos sentirse partícipes y, en cierta medida, responsables del gran experimento revolucionario soviético. A finales de la década de los años 20, los dirigentes políticos soviéticos le habían dado su apoyo y el propio Lysenko invertía mucho tiempo en desacreditar a los científicos académicos y a los genetistas argumentando que sus experimentos aislados en laboratorios no ayudaban al pueblo soviético. Por su personalidad, entraba rápidamente en cólera y no toleraba críticas. Hacia 1920, loa que se mostraban escépticos hacia él eran censurados políticamente por criticar en vez de proponer nuevas soluciones. En diciembre de 1929, Stalin dio un famoso discurso colocando la práctica por encima de la teoría, y la opinión de los líderes políticos por encima del conocimiento de los científicos y especialistas técnicos. A partir de 1935, el poder se inclinó abruptamente hacia Lysenko y sus seguidores y Lysenko fue puesto a cargo de la Academia de Ciencias Agrícolas de la Unión Soviética, siendo responsable de poner fin a la propagación de ideas dañinas entre los científicos soviéticos. Lysenko cumplió este cometido fielmente expulsando, encarcelando y causando la muerte de cientos de científicos y el fin de la genética en toda la Unión Soviética. Particularmente, Lysenko es responsable de la muerte del gran biólogo soviético Nikolái Vavilov a manos de la NKVD (antecesora de la KGB).

Después de la muerte de Stalin en 1953, Lysenko conservó su puesto disfrutando de un relativo grado de confianza por parte de Nikita Jrushchov. Sin embargo, renombrados científicos tenían ahora la posibilidad de criticar a Lysenko por primera vez desde finales de la década de 1920. En 1962 tres de los más prominentes científicos soviéticos, Yákov Zeldóvich, Vitali Gínzburg y Piotr Kapitsa, organizaron una causa contra Lysenko, su falsa ciencia y su cruzada de exterminio político de científicos contrarios a sus teorías. Todo esto ocurrió en medio de una política general de lucha contra la influencia ideológica estalinista en la sociedad y ciencia soviéticas (la época conocida como desestalinización). En 1964 el físico Andréi Sájarov se expresó contra Lysenko en la Asamblea General de la Academia de las Ciencias en los siguientes términos:
«Es responsable del vergonzoso atraso de la biología y genética soviéticas en particular, por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurismo, por la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto y aún la muerte de muchos científicos genuinos.»
La prensa soviética se llenó rápidamente de artículos contra Lysenko y de llamadas a la restauración de métodos auténticamente científicos en todos los campos de la biología y la ciencia agrícola. Lysenko fue depuesto de su cargo como director del Instituto de Genética de la Academia de Ciencias y confinado a una granja experimental en las Colinas Lenin de Moscú (el Instituto mismo fue disuelto con rapidez). Después de la salida del poder de Jrushchov en 1964, el presidente de la Academia de las Ciencias declaró que la inmunidad a las críticas de Lysenko había terminado oficialmente, y se envió una comisión de expertos a la granja experimental de Lysenko. Meses más tarde, la comisión hizo pública una crítica demoledora, y la reputación de Lysenko fue destruida completamente en la Unión Soviética, aunque continuaría en China durante algunos años.



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