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Expulsión de los mercaderes del Templo. El Greco. 1600. |
<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 31/05/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: LOS MERCADERES DEL TEMPLO.
<SUBTÍTULO>: Ladrones de la voluntad y de la decisión propia.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Lo nuevo y satánico es la explotación de las necesidades y experiencias que son inherentes a la Vida.
<ILUSTRACIÓN 1>: No importa lo que se oferte, ni su materialidad o inmaterialidad, sea lo que fuere, siempre aparece velado por la idea de que su consumo lleva a la felicidad, sea ésta material o espiritual.
<CUERPO DEL TEXTO>:
(...)
LA MÁQUINA
No es un dragón
ni un juguete, Marta.
Es un regalo religioso,
el último regalo del Señor.
Para que no te pierdas
demasiado
en el trajín de la casa;
para que no digas ya más,
"es primero la obligación
que la devoción"
y para que no te distraigas en
el templo
pensando en el horno, en la
rueca
y en el esclavo perezoso.
León Felipe.
Cuando a mediados del S. XVIII se inicia en Inglaterra el proceso de la Revolución Industrial, una idea, que va a pervertir el empleo y el uso de la máquina, comienza a desarrollarse con rapidez: producir en gran escala bienes de consumo para obtener un mayor beneficio.
Estos bienes habían sido fabricados hasta ese momento en forma artesanal y, desde el
Neolítico, su producción estaba en función de la necesidad, puesto que el
símbolo de la riqueza era ostentado por la posesión de la tierra y su
usufructo.
Esa idea nueva, aplicada a la producción industrial, permitió
trastocar todo el sistema anterior; y después de miles de años de equilibrio,
en que la producción se ajustaba a la demanda, se comienza a producir en mayor
cantidad, no ya con la intención de cubrir la necesidad de un mayor número de
hombres, sino con la intención de OB-TENER
(tener lo que hay alrededor) BENE-FICIO (hacer el bien). Esta pretensión obliga a incrementar y estimular la demanda en forma
artificial. Surge así un círculo vicioso que se alimenta así mismo a costa del
entorno.
Las consecuencias de esta idea satánica apenas comenzamos a vislumbrarla.
Habría que preguntarse como se ha producido esa inversión del significado
original de la palabra beneficio (el proceso de hacer el bien), para
designar la riqueza que se obtiene por la explotación del prójimo a través de
una transacción comercial de compra-venta.
A ese primer paso en el desarrollo de la satánica idea, le siguieron
otros. Ya no fue suficiente con producir y vender bienes de consumo en gran
escala, sino que se pasó a venderlos como servicios.
¿Es que antes no cumplían un servicio? Esto representó un beneficio mayor que
su venta como simple producto manufacturado. Y obligó a estimular, no ya la
demanda del producto, sino el consumo de su servicio. Lo que se llevó a cabo
imponiendo esa necesidad como costumbre, haciendo de su uso algo vital y
necesario. Pero con ello, también, se estimuló el sufrimiento por su carencia.
Un paso más se dio cuando a la relación producto-servicio, se le añadió una nueva categoría: venderlo como objeto de experiencia, ya
que su uso y disfrute provocaría sensaciones y emociones gratificantes.
Así, un automóvil, no sólo es una máquina que presta el servicio de
transportarnos de un lugar a otro, sino que se oferta como un medio para
obtener una experiencia inolvidable.
Para mantener este nuevo tipo de mercado, la publicidad se encargó de
crearnos su necesidad estimulando nuestra demanda de sensaciones y emociones
que se nos presentaban como algo nuevo.
Que yo sepa, desde nuestros más remotos ancestros pitecantropidos, la
vida humana ha estado constituida por emociones y sensaciones: sexuales,
familiares, bélicas, religiosas, artísticas..., que el hombre experimentaba,
individual o colectivamente, sin ningún problema. ¿Por qué entonces se nos
presenta lo que forma parte de nuestra naturaleza como una novedad de la que
hemos de sentir necesidad? Lo nuevo y satánico es la explotación económica de
esas necesidades y experiencias que son inherentes a la Vida. Explotación que exige la renuncia al uso de
nuestra voluntad.
El proceso no se detiene ahí. Aún se dio un paso más: una vez que a la
persona se le ha quitado la posibilidad de sentir y experimentar en forma
espontánea y de pensar por si misma, se riza el rizo de la pirueta carnavalesca
y se pasa a vender la máquina-producto-servicio-experiencia
como feliz idea, que nosotros hemos
tenido al adquirirlo y poseerlo. Este último paso de la subversión ha
consistido en convencernos de que nuestro propio ser, nuestra propia realidad
existencial, depende de que tengamos la feliz
idea de poseer ese producto. El colmo de la audacia es alabar la
consistencia de esta feliz idea.
El ejemplo más burdo de esto, lo tenemos en la imagen que la
publicidad ofrece de la mujer: feliz, radiante, para quien el producto que
compra no solo le hace un servicio,
sino que también es una experiencia
porque con ella puede ser una mujer con decisión propia, que está a la moda,
que es libre y emancipada, todo lo cual puede incluso llevarla a
gratificaciones sexuales, ya que para seducir es necesario tener ese producto.
El llamado mundo espiritual
tampoco queda a salvo de esa idea. Toda su realidad ha sido convertida en
objeto de mercado. Aquí la idea que se vende junto al producto (máquina o
artilugio maravilloso, técnica para meditar, para respirar, para abrir y cerrar
chakras, para curar..., la lista es interminable; objetos presuntamente
sagrados, objetos de poder, piedras de las mil y una maravilla...) es la idea
de que no se puede ser espiritual, no se puede estar en la Nueva
Era, no se puede tener experiencias místicas, si no se adquiere
el correspondiente producto a un precio abusivo, ya que él es el medio de
experimentar la felicidad, el nirvana o el infierno que de todo hay en la Viña.
No importa lo que se oferte, ni su materialidad o inmaterialidad, sea
lo que fuere, siempre aparece velado por la idea de que su consumo lleva a la
felicidad, sea esta material o espiritual. De esta feliz idea hacen uso y abuso todos los que practican en el atrio
del Templo del Gran Teatro del Mundo el mercadeo de sus productos a cambio de
un beneficio justificado como bien.
Hablo de este tema porque he estado reflexionando acerca del relato
evangélico en el que los mercaderes son arrojados del templo. Y si lo hacen
ustedes -el reflexionar- encontrarán que lo que hoy acontece no es algo nuevo,
aunque haya cambiado de forma y escenario. Hasta tal punto los doctores de la ley moral y económica nos
han arrebatado la voluntad y la capacidad de decidir por nosotros mismos y
sobre nosotros mismos, que ya no podemos ni sabemos pensar, sentir y
experimentar con espontaneidad cual es la verdadera realidad de las cosas.
Por poner un ejemplo: se acusa a la máquina de ser culpable del
deterioro de nuestro hábitat ecológico. Y nosotros, que queremos ser todos
discípulos de la Nueva Era, coreamos tal aseveración porque así somos más
ecológicos y orientalistas. Que yo sepa aún no se ha construido una máquina que
tenga voluntad y decisión propia. Ni siquiera una réplica de Hall, el ordenador de la nave de "2001, una Odidea del espacio". Si ella es culpable, ¿qué culpabilidad habría
que atribuir al que roba o permite que le roben su capacidad de decidir?
Con estas argucias se pretende desviar nuestra atención del verdadero
problema: el problema es ¿Por qué que nos han robado, o porque hemos permitido que
nos roben, la voluntad y la propia decisión? Estamos en manos de los mercaderes del templo que siguen
ofreciéndonos soluciones a nuestra salvación a cualquier precio.
Pero si nos quitamos la venda porque hemos rescatado nuestra voluntad
y decisión, se hace evidente que la
Máquina es, como
dice León Felipe, un regalo religioso que Dios le hace al hombre para que encare
de una vez por todas su tarea esencial y no ponga como excusa el tener que
atender el trajín de la casa, la rueca, el horno, o el esclavo perezoso.
También se hace evidente cual fue la razón por la que el Cristo arrojó
a los mercaderes del Templo del Espíritu. Porque con su mercadeo pervirtieron
lo que le fue dado al hombre para su dicha y aquello que desde la Antigüedad ha sido
dicho: Ser dichoso es el fruto de un Saber. Saber ser uno mismo.
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