domingo, 15 de marzo de 2015

La Vida del Hombre como metáfora (I)


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 27/09/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La vida y el hombre como metáfora (I)
<SUBTÍTULO>: Los ojos de una estrella.
<AUTOR>: Alfiar.
<SUMARIO>: Llevando una vida metafórica derribamos las barreras racionales levantadas por el lenguaje utilitario.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Cada escritura exige de nosotros y permite un tipo de lectura diferente. Cuando la palabra es portadora de misterio, cuando es parabólica o metafórica, nos demanda una lectura lenta para tratar de absorber lo inconmensurable. Esto es así porque la palabra portadora de misterio es siempre una metáfora, y la Tradición dice que toda palabra metafórica es sagrada.
(...)

Atribuir el calificativo de sagrada a una palabra quiere significar que ella abarca, o puede abarcar, según se la use, más o menos mundo, más o menos realidad, que lo que se ha convenido que abarca. Cuando alguien dice: La casa del rey, es evidente que casa sustituye a castillo, porque hemos dado en convenir que los reyes vivían en los castillo y en los palacios. Aquí la metáfora reduce la realidad del significado. En cambio, cuando digo de alguien que es mi casa (mi refugio), casa está sustituyendo a un ser humano, con lo que su significado se amplifica. Este extraño fenómeno a que da lugar la metáfora ha inquietado siempre a los hombres. Estos no logran entender muy bien que aquello que les hace humanos -la palabra-, sea algo tan impreciso, tan difuso. Tal vez, por ello, el hombre tuvo que inventar los lenguajes matemáticos. Ya Aristóteles le reprochaba a Platón el uso que éste hacía de la metáfora, pues, "todo lo que se expresa por metáforas -decía- es oscuro".
Al hombre le asusta la oscuridad, le asusta lo impreciso. Quiere que el Pan sea pan y el Vino, vino. No entiende que el pan y el vino puedan ser también carne y sangre. Es como si el hombre, Adán, al comer del Árbol de la Ciencia, hubiera dado con ello origen al lenguaje de la palabra precisa, de un solo significado, la palabra utilitaria. Tal vez por ello también, el hombre caído no ha entendido aún esa metáfora con la que fue expulsado del Paraíso: Ganarás el pan con el sudor de tu frente.
El hombre entendió esta admonición como un trabajo físico para conseguir el pan físico. Pero la admonición se refiere a un alimento espiritual que permita al hombre acceder de nuevo a un lugar más alto y profundo dentro de sí. Se refiere a un Pan que ha de ser ganado con el sudor de la frente, es decir: con la secreción del pensamiento, con la elaboración de nuevas ideas, de ideas metafóricas, que nos permitan acceder al Reino de los Cielos.
La poesía, que es el lenguaje que usa la metáfora como forma de expresión, es sencilla y humilde cuando realiza ese gesto osado de captar la multivocidad de cada palabra, la imprecisión del misterio humano. La poesía sabe que esa precisión con la que el científico quiere definir al hombre, no sólo es imposible, sino que ese lenguaje sólo sirve para recordarnos, como un eco, que alguna vez, allá en el Paraíso, nosotros éramos una metáfora, éramos ángeles.
La poesía, al usar la metáfora, no se detiene en la aceptación de que casa signifique casa, sino que pretende ir más allá, buscar una salida, encontrar una puerta por donde la ambigüedad se resuelva, y dice de pronto: El Sol, capitán redondo.
La realidad se ha duplicado. El Sol cobra la esencia del capitán, y el capitán la del Sol. Allí donde el lenguaje preciso, por insistir en la Ciencia del Árbol, desmembra, separa, el Bien del Mal, lo alto de lo bajo, el yo del tú, el sol del capitán, la metáfora reúne lo aparentemente disperso. Restaura la unidad, nos devuelve al estado paradisiaco anterior a la Caída.
La metáfora resuelve esa paradoja que es la vida y nos enseña cual es su misión, su finalidad. Nos dice que si llevamos una vida metafórica, podremos derribar las barreras racionales levantadas por el lenguaje utilitario.
La metáfora es una operación de fe. Porque se necesita de la fe para creer que el Sol es un capitán, o que alguien, una criatura, pueda ser mi casa. Nada se puede demostrar en su territorio. Ella misma es su propia realidad. Se muestra así misma y eso es todo. De ahí que la fe sea ese espacio de nuestra realidad interior en el que las cosas han sido mostradas y aceptadas. La fe y su ausencia es un misterio, pero su ausencia nos impide ver...
LOS OJOS DE UNA ESTRELLA
Huyen. Se ve que huyen
vueltas de espaldas a la tierra.
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
Para buscar lo que buscamos
(¿dónde está mi sortija?)
una cerilla es buena,
y la luz del gas,
y la maravillosa luz eléctrica...
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
León Felipe
Huyen. Se ve. De espaldas. Dar la espalda es huir. No hemos visto los ojos de una estrella porque nos dan la espalda. Y lo hacen -el huir de nosotros-, porque buscamos en un lugar equivocado. ¿Qué buscamos? ¿Dónde está mi sortija? La sortija es símbolo de la Totalidad y de la Unidad. Hay sortijas que son de oro (perfección) y llevan engarzadas una piedra preciosa. La piedra es símbolo del hombre caído, que busca su transformación en piedra preciosa.
Hemos perdido la sortija. Nos hemos perdido a nosotros mismos. Hemos perdido nuestra realidad divina. Hemos perdido nuestra luz y el camino que nos lleve al centro de donde salimos, allí donde somos piedra preciosa y luminosa. Y como la sortija está perdida, las estrellas nos dan la espalda, huyen. Huyen de esas especie de monstruos ciegos en que nos hemos convertido, porque ya no somos una de ellas, ya no somos chispas de luz, y porque aún no somos soles. Somos una constelación de planetas ciegos, sin centro, peleándose unos con otros, porque ya no ven, porque no se reconocen así mismos a causa de la ausencia de Luz.
Y de pronto alguien pregunta: ¿dónde está mi sortija? ¿Dónde estoy yo? ¿Dónde está el Sol que soy? ¿Dónde está la Divinidad con la que nací? Y nos hemos puesto todos como desesperados a buscar. Pero seguimos sin ver. ¿Buscamos bien? ¿Buscamos con el instrumento adecuado? ¿Un instrumento para Ver?... -¡¿Dónde coño está mi sortija?!-, gritamos enfebrecidos.
Nadie se acuerda de la Luz. Porque vale cualquier luz: "la luz de una cerilla", "la luz del gas", "la maravillosa luz eléctrica"... Si, maravillosa. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez lo que ha significado para la expansión de la conciencia del hombre la luz eléctrica? ¡Cuantas sombras quedaron de pronto iluminadas! ¡Cuantos terrores desaparecieron de repente! ¡Cuantas supersticiones, ignorancias, tabúes..., se fueron para siempre al desaparecer la sombra con la llegada de la maravillosa luz eléctrica.
La Luz nos acerca un poco más al Sol. Ahora tenemos incluso la luz láser, el propio sol domesticado. E intuyo que está luz física nos traerá pronto la otra para que podamos ver de nuevo los ojos de una estrella, porque ya casi empezamos a saber que somos esas estrellas.
¡Sólo necesitamos Luz! Cualquier luz es buena, dice la metáfora, porque la luz llama a la luz. "Si en mis ojos no hubiera sol, yo no vería el sol", decían los egipcios. Y es así, con luz, como la piedra que somos, llegada a su centro, el centro de la sortija -nuestra totalidad-, se hace piedra preciosa, es decir luminosa, dadora de luz. Se hace ella misma luz. Cuando tal milagro ocurra, las estrellas ya no nos darán la espalda, ni huirán de nosotros; nos reconocerán como a una de ellas, y veremos nuestros ojos verdaderos al mirar, de frente, el reflejo de los nuestros en los suyos.

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