<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL
27/09/1992>
<PÁGINA>: LA
OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La vida y el hombre como metáfora (I)
<SUBTÍTULO>: Los ojos de una estrella.
<AUTOR>: Alfiar.
<SUMARIO>: Llevando una vida metafórica derribamos las
barreras racionales levantadas por el lenguaje utilitario.
<CUERPO DEL
TEXTO>:
Cada escritura exige de
nosotros y permite un tipo de lectura diferente. Cuando la palabra es portadora
de misterio, cuando es parabólica o metafórica, nos demanda una lectura lenta
para tratar de absorber lo inconmensurable. Esto es así porque la palabra
portadora de misterio es siempre una metáfora, y la Tradición dice que toda
palabra metafórica es sagrada.
(...)
Atribuir el
calificativo de sagrada a una palabra
quiere significar que ella abarca, o puede abarcar, según se la use, más o
menos mundo, más o menos realidad, que lo que se ha convenido que abarca.
Cuando alguien dice: La casa del rey,
es evidente que casa sustituye a castillo, porque hemos dado en convenir
que los reyes vivían en los castillo y en los palacios. Aquí la metáfora reduce
la realidad del significado. En cambio, cuando digo de alguien que es mi casa (mi refugio), casa está sustituyendo a un ser humano,
con lo que su significado se amplifica. Este extraño fenómeno a que da lugar la
metáfora ha inquietado siempre a los hombres. Estos no logran entender muy bien
que aquello que les hace humanos -la palabra-, sea algo tan impreciso, tan
difuso. Tal vez, por ello, el hombre tuvo que inventar los lenguajes
matemáticos. Ya Aristóteles le reprochaba a Platón el uso que éste hacía de la
metáfora, pues, "todo lo que se
expresa por metáforas -decía- es
oscuro".
Al hombre le asusta la
oscuridad, le asusta lo impreciso. Quiere que el Pan sea pan y el Vino, vino.
No entiende que el pan y el vino puedan ser también carne y sangre. Es como
si el hombre, Adán, al comer del Árbol de la Ciencia, hubiera dado con ello origen al lenguaje
de la palabra precisa, de un solo significado, la palabra utilitaria. Tal vez
por ello también, el hombre caído no ha entendido aún esa metáfora con la que
fue expulsado del Paraíso: Ganarás el
pan con el sudor de tu frente.
El hombre entendió esta
admonición como un trabajo físico para conseguir el pan físico. Pero la
admonición se refiere a un alimento espiritual que permita al hombre acceder de
nuevo a un lugar más alto y profundo dentro de sí. Se refiere a un Pan que ha
de ser ganado con el sudor de la frente,
es decir: con la secreción del pensamiento, con la elaboración de nuevas ideas,
de ideas metafóricas, que nos permitan acceder al Reino de los Cielos.
La poesía, que es el
lenguaje que usa la metáfora como forma de expresión, es sencilla y humilde
cuando realiza ese gesto osado de captar la multivocidad de cada palabra, la
imprecisión del misterio humano. La poesía sabe que esa precisión con la que el
científico quiere definir al hombre, no sólo es imposible, sino que ese
lenguaje sólo sirve para recordarnos, como un eco, que alguna vez, allá en el
Paraíso, nosotros éramos una metáfora, éramos ángeles.
La poesía, al usar la
metáfora, no se detiene en la aceptación de que casa signifique casa, sino que pretende ir más allá, buscar una
salida, encontrar una puerta por donde la ambigüedad se resuelva, y dice de
pronto: El Sol, capitán redondo.
La realidad se ha
duplicado. El Sol cobra la esencia del capitán, y el capitán la del Sol. Allí
donde el lenguaje preciso, por insistir en la Ciencia del Árbol,
desmembra, separa, el Bien del Mal, lo alto de lo bajo, el yo del tú, el sol
del capitán, la metáfora reúne lo aparentemente disperso. Restaura la unidad,
nos devuelve al estado paradisiaco anterior a la Caída.
La metáfora resuelve
esa paradoja que es la vida y nos enseña cual es su misión, su finalidad. Nos
dice que si llevamos una vida metafórica, podremos derribar las barreras
racionales levantadas por el lenguaje utilitario.
La metáfora es una
operación de fe. Porque se necesita de la fe para creer que el Sol es un
capitán, o que alguien, una criatura, pueda ser mi casa. Nada se puede demostrar
en su territorio. Ella misma es su propia realidad. Se muestra así misma y eso
es todo. De ahí que la fe sea ese espacio de nuestra realidad interior en el
que las cosas han sido mostradas y aceptadas. La fe y su ausencia es un
misterio, pero su ausencia nos impide ver...
LOS OJOS DE UNA
ESTRELLA
Huyen. Se ve que huyen
vueltas de espaldas a la tierra.
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
Para buscar lo que buscamos
(¿dónde está mi sortija?)
una cerilla es buena,
y la luz del gas,
y la maravillosa luz eléctrica...
Nosotros no hemos visto todavía
los ojos de una estrella.
León Felipe
Huyen. Se ve. De
espaldas. Dar la espalda es huir. No hemos visto los ojos de una estrella
porque nos dan la espalda. Y lo hacen -el huir de nosotros-, porque buscamos en
un lugar equivocado. ¿Qué buscamos? ¿Dónde está mi sortija? La sortija es
símbolo de la Totalidad
y de la Unidad. Hay
sortijas que son de oro (perfección) y llevan engarzadas una piedra preciosa.
La piedra es símbolo del hombre caído, que busca su transformación en piedra preciosa.
Hemos perdido la
sortija. Nos hemos perdido a nosotros mismos. Hemos perdido nuestra realidad
divina. Hemos perdido nuestra luz y el camino que nos lleve al centro de donde
salimos, allí donde somos piedra
preciosa y luminosa. Y como la sortija está perdida, las estrellas nos dan
la espalda, huyen. Huyen de esas especie de monstruos ciegos en que nos hemos
convertido, porque ya no somos una de ellas, ya no somos chispas de luz, y
porque aún no somos soles. Somos una constelación de planetas ciegos, sin
centro, peleándose unos con otros, porque ya no ven, porque no se reconocen así
mismos a causa de la ausencia de Luz.
Y de pronto alguien
pregunta: ¿dónde está mi sortija? ¿Dónde estoy yo? ¿Dónde está el Sol que soy?
¿Dónde está la Divinidad
con la que nací? Y nos hemos puesto todos como desesperados a buscar. Pero
seguimos sin ver. ¿Buscamos bien? ¿Buscamos con el instrumento adecuado? ¿Un
instrumento para Ver?... -¡¿Dónde
coño está mi sortija?!-, gritamos enfebrecidos.
Nadie se acuerda de la Luz. Porque vale
cualquier luz: "la luz de una
cerilla", "la luz del gas",
"la maravillosa luz eléctrica"...
Si, maravillosa. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez lo que ha significado
para la expansión de la conciencia del hombre la luz eléctrica? ¡Cuantas
sombras quedaron de pronto iluminadas! ¡Cuantos terrores desaparecieron de
repente! ¡Cuantas supersticiones, ignorancias, tabúes..., se fueron para
siempre al desaparecer la sombra con la llegada de la maravillosa luz
eléctrica.
La Luz nos acerca un poco más al Sol. Ahora tenemos incluso la luz láser, el
propio sol domesticado. E intuyo que está luz física nos traerá pronto la otra
para que podamos ver de nuevo los ojos
de una estrella, porque ya casi empezamos a saber que somos esas estrellas.
¡Sólo necesitamos Luz!
Cualquier luz es buena, dice la metáfora, porque la luz llama a la luz. "Si en mis ojos no hubiera sol, yo no vería
el sol", decían los egipcios. Y es así, con luz, como la piedra que
somos, llegada a su centro, el centro de la sortija -nuestra totalidad-, se
hace piedra preciosa, es decir
luminosa, dadora de luz. Se hace ella misma luz. Cuando tal milagro ocurra, las
estrellas ya no nos darán la espalda, ni huirán de nosotros; nos reconocerán
como a una de ellas, y veremos nuestros ojos verdaderos al mirar, de frente, el
reflejo de los nuestros en los suyos.
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