sábado, 21 de marzo de 2015

La vida y el hombre como metáfora (II)

<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 04/10/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: La vida y el hombre como metáfora (II).
<SUBTÍTULO>: El hombre, una metáfora del paraíso.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Llevar una vida metafórica es aceptar que nuestra existencia es algo misterioso.

Una tradición islámica dice que Adán hablaba en verso en el Paraíso. La imagen puede tener muchos sentidos: unos afectan al habla, pues el estigma de la Caída se manifiesta en la palabra. Aunque aún quedan vestigios del lenguaje anterior, sobre todo en la mirada y en la caricia, cuando en ellos está el amor unificador. Porque la palabra que nos legó la serpiente del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, la palabra precisa, unívoca en su dualidad, es una palabra juzgadora, opresora. Una palabra que limita, constriñe, ahoga hasta la muerte a todo lo existente. La imagen también puede tener un sentido poético y metafórico, ya que la poesía es ese espacio vibrante y sonoro, en que la palabra caída puede volver a hacerse adámica y paradisíaca.
(...)

Para los cabalistas, el Mal y el Bien del Árbol de la Ciencia son UNO, son los dos polos de una misma realidad. Pero lo asombroso es que en hebreo la palabra VERA (Mal), contiene a la palabra RA (Luz), viniendo a significar NO-LUZ. Y es que a nivel de la Creación, la Luz, no puede ser mantenida en el equilibrio que representa un ser vivo, más que en la tensión que existe entre esas dos polaridades, que son una en esencia. Y nadie podrá dominar la dualidad, mientras no haya pasado por la experiencia vivida de un ir más allá, en una realización metafórica de sí mismo, en esa marcha hacia el núcleo que liga los dos polos.
¿Qué es la metáfora?
META significa más allá. FERO es un verbo que significa llevar. Llevar más allá. En la metáfora llevamos más allá el significado de las palabras que hemos empleado en su construcción. Llevamos más allá lo sensible y lo mundano a que esas palabras hacen referencia. Pero al hacer esto, traemos ese más allá más cerca de nosotros. Y este malabarismo, este juego de magia que trastorna al común de los mortales, se hace posible porque la metáfora saca de su marco habitual los materiales con los que se construye a sí misma. Y allí, en su íntima realidad metafórica, los cuestiona de tal manera, en lo que suponemos que era su estado de ser convencional que, por un segundo, los vuelve traslúcidos, como inexistentes a la realidad de acá. Gracias a esa fascinación, nos es permitido ver, como por un catalejo inexistente, la posibilidad de una infinitud de unidad. Luego, de ese estremecimiento, queda, venido de un más allá imposible, en el más acá, un vestigio cristalizado al que a veces llamamos obra de arte, experiencia numinosa, inspiración, o iluminación.
La realidad metafórica es Dios (sea lo sea que esta palabra signifique) operando, Dios mostrándose a través de la súbita ausencia de materialización; ausencia que se produjo en un punto de la existencia cuando algo se desplazó por la magia de la metáfora. Y en este sentido, nosotros, el hombre, la Palabra Perdida, somos metáfora. Y lo somos porque hemos sido llevados más allá, es decir, traídos más acá.
La metáfora, con su artilugio mágico, recurre a la semejanza. Ser semejanza, es ser algo que no se es totalidad, que sólo se es como reflejo de aquello a lo que nos asemejamos. Y porque somos imagen y semejanza de Dios, somos su metáfora, su sentido y esencia desplazados más acá, su imagen especular.
Si el hombre como metáfora es el enunciado de algo no presente, ausente, la comprensión de que somos nuncios, enviados, señales de una Ausencia, debería movernos a llevar una vida acorde con lo que somos: una vida metafórica, una vida que sirva, como señal visible en el más acá, de imagen de un Misterio, de una Ausencia.
¿Qué hacer para llevar una vida metafórica?
Nadie parece saberlo. No entendemos esa Ausencia de la cual somos imagen, esa Señal de algo que nosotros mismos anunciamos. Entonces queremos que alguien nos traduzca la metáfora, que alguien nos explique lo que es esa señal, y que lo haga en un lenguaje claro, conciso y preciso.
Para Adán, la ausencia de Dios era algo infinitamente lejano y a la vez infinitamente próximo. Hacer de tal lejanía una proximidad es captar la vida metafórica. No creer que lo más lejano es a la vez lo más próximo, fue comer de la manzana y creer que el hombre era real en su reflejo. Llevar una vida metafórica es aceptar que nuestra existencia es algo misterioso donde, ese amor que nos conmueve, esa desdicha que nos estremece, ese encuentro en apariencia fortuito con alguien no esperado, o que estaba lejano, esa pobreza o esa riqueza que de improviso nos ofrece la fortuna, significan otra cosa además de lo que suponemos que significan en la pretendida precisión de nuestro lenguaje caído. Es ver que, ese otro significado, escenificado en nuestra realidad cotidiana por el acontecer de cada día, compone otra figura: la figura de nuestro destino.
Es lo ultramundano de nuestra vida, aquello que nos duplica, lo que señala que esos aconteceres han sido traídos acá y presentados a nosotros como signos, como señales de un lenguaje cuyo código nos es desconocido. Es entonces cuando pedimos que nos traduzcan las señales, creyendo que así adecuaremos la visión de nuestra realidad de acá en la que el destino juega con nosotros.
¿Qué es traducir?
Dice el Diccionario que es "verter una lengua en otra". TRANS = al otro lado, DUCCO = llevar. Llevar al otro lado.
Toda traducción no es otra cosa que una metáfora. Nuestra pretensión de un lenguaje preciso, que nos explique la imagen es imposible. La sortija sigue perdida. Las estrellas huyen y nos dan la espalda. Y la metáfora, el hombre caído, la señal, la imagen y semejanza del Misterio, es el artilugio que nos permite disolvernos de nuevo en el blanco de la página, de donde surgió y tomó realidad por un breve instante.
Nada distinto es la vida. Un abismo separado por dos montañas, sobre las que tiende un puente ese solitario vuelo de la fe.
¿Cómo solucionar este problema de la traducción en el lenguaje caído? Por la metáfora, por la consideración del blanco que hay entre los trazos negros de la escritura. En ese blanco se sitúa la expresión del acto. Ese por el cual los justos serán reconocidos. El acto saca hacia afuera, acerca más acá, comunica, cristaliza, ese mensaje del que toda palabra es portador.
Dice Mario Satz en su "Poética de la Cábala", que entre el silencio del pensamiento y el sonido de la palabra, está la garganta; y que allí se encuentra el núcleo del sonido mágico, el grano generador, aún no hecho palabra. El aire callado ha de pasar por la Puerta del Conocimiento, las cuerdas vocales; puerta de la que la palabra es la llave, puerta que da paso al acto. Esa puerta es también la puerta de la conciencia. Por ello, los actos por los cuales los justos deben ser reconocidos son actos conscientes, actos misteriosos. Su misterio radica en que generan metáforas de desplazamiento. Y como al hombre le asusta este hecho, no es capaz siquiera de verlos. No los reconoce como tales. No ve sus señales.


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