<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 17/01/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El Guerrero del Grial
<SUBTÍTULO>: La búsqueda del Alma
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Sólo un caballero de corazón inmaculado, alcanzará la Copa Sagrada que es la Fuente de la Vida.
<SUMARIO>: Ante nosotros, mirándonos desde el espejo, hay un hermoso y bello dragón: es la imagen de nuestra importancia.
<CUERPO DEL TEXTO>:
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Representación de Sir Lancelot en la capilla por Amy Thewamy. |
Todo ser humano, alcanzada la madurez, llega, en algún momento, a esa
zona crepuscular en la que ya no hay respuestas para el sentido que, hasta ese
momento, daba a su vida. Sin respuestas que le sostenga, el sentido se derrumba
y descubrimos que aquello que habíamos creído poder explicar con ese sentido,
se encuentr enraizado en el misterio.
(...)
Llegado a esa zona, cada cual tiene su peculiar estilo de afrontar esa
franja de realidad que causa vértigo.
Están los que deciden negarse así mismos la experiencia y regresan
presurosos a la seguridad del viejo sentido. A los que así actúan, su propia
renuncia se convierte en el veneno que, soterradamente, convertido en amargura,
corroerá sus entrañas.
También están aquellos que recorren la zona crepuscular creyendo que
se trata de la misma realidad de la que proceden, y se empeñan en adueñarse de
ella, no queriendo abandonar la intrincada red de prejuicios con los que, hasta
ese momento, daban sentido a sus vidas.
Están igualmente los que, aún estremecidos, tienden en algún modo a hacerse
dignos del misterio pero, carentes de la preparación y lucidez suficiente, se
dejan atrapar por la visión en forma ilusoria.
Y está el guerrero que, consciente de la visión, lucha contra el
dragón (su personaidad egoica y narcisista), rescata a la doncella prisionera de éste, su propia Alma, y con su
ayuda intenta llegar a la otra orilla del Gran Mar de su estructura emocional,
allí donde la Copa
del Grial guarda el misterio de su Espíritu.
Al llegar a la zona crepuscular, situada en los confines de la vida
sensible, allí donde existiendo, parece dejar de existir, todos sin excepción
experimentamos algo que surge de la
profundidad del lago, del otro lado del espejo, como un vago recuerdo. El
recuerdo de una orilla anterior, cuando aún no se existía. Orilla que, en
apariencia, habíamos olvidado antes de rozar esa franja.
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Oleo atribuido en 1913 a Caravaggio, pero de autoría incierta: Narciso en el lago (1595 - 1600). Palacio barberini. |
Y henos aquí ahora, como Narciso, mirándonos en las transparentes,
tranquilas y profundas aguas del lago.
Para llegar hasta aquí hemos cabalgado por largo tiempo, desfaciendo entuertos unas veces,
apaleados y manteados otras, mientras atravesábamos ese denso y profundo bosque
lleno de nuestros errores y horrores, a través del cual jugaban nuestra Luz y nuestra Sombra.
Ahora, en su profundidad, descansamos en un calvero. Es de noche. De
algún lugar lejano aún, el viento trae el sonido de doce campanadas. En lo alto,
perfilada en la negra noche, por encima de la copa de los árboles, la luna
llena proyecta fantasmagóricas sombras, mientras juega con las ramas y los
troncos de los árboles, sombras a las que nuestros miedos internos dan forma.
La luna y sus reflejos son el símbolo de nuestro subconsciente, más
allá del cual se encuentra nuestro pasado y tal vez nuestra eternidad. Su luz,
cuando no es atrapada por nuestras emociones negativas, levanta destellos
plateados en nuestra armadura cubriéndola, junto al escudo, la espada y la
lanza, con su mágico influjo. A la vez, intentando permanecer despiertos,
conscientes, velamos nuestras armas para el singular combate que tendrá lugar
al amanecer.
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Don Quijote velando sus aras. Gusvavo Doré |
No lejos de éste lugar hay un oscuro y profundo lago en el que la luna
riela su reflejo.
La vela de nuestras armas nos permite contemplar en el subconsciente lunar, en la luz astral, nuestra realidad pasada; nos permite conocer las sombras que nos retienen y aferran cuando percibimos que el futuro nos llama. No ser consciente de esta realidad es estar dormidos.
La vela de nuestras armas nos permite contemplar en el subconsciente lunar, en la luz astral, nuestra realidad pasada; nos permite conocer las sombras que nos retienen y aferran cuando percibimos que el futuro nos llama. No ser consciente de esta realidad es estar dormidos.
En medio de ese calvero, tratando de ver las fuerzas que se mueven en
nuestro interior, las de un pasado que nos retiene, las de un futuro que nos
llama, las de un presente que nos mantiene dormidos, intentamos, a lo largo de
esta noche oscura, velar nuestras armas para que las sombras no nos las
arrebaten.
Amanece. Los primeros rayos de sol del nuevo día se filtran entre los
árboles. Nos ponemos nuestra armadura y empuñamos nuestras armas. El sol asoma
rojo en el horizonte. Nos dirigimos al lago cercano y llegamos hasta sus
orillas. Allí, incamos la rodilla en tierra y nos inclinamos para mirarnos en
sus quietas aguas. En el espejo del lago contemplamos nuestro propio reflejo.
Lo que vemos nos deja maravillados, cautivados. ¡Es lo más hermoso que hayamos
visto nunca! Su poder fascinador nos atrapa.
Ante nosotros, mirándonos desde el otro lado de la superficie del
espejo, está el más hermoso y bello Dragón
que hayamos nunca soñado. Su hermosura nos roba la voluntad.
Sin que seamos capaces de percibirlo, ¡tan absortos en nuestra
contemplación estamos!, del fondo del lago, allá en la profunda oscuridad de
sus aguas, un reflejo comienza a tomar forma. Un reflejo que es a la vez un
sonido, mejor dicho, el Eco de un
sonido que se agita queriendo llamar nuestra atención. Suena como una risa
lejana que se riera de nosotros, al vernos cautivados por la hermosura de nuestro dragón.
Aunque incapaces de percibirlo, el reflejo del fondo del lago va
tomando la forma de un rostro presentido, como de un vago recuerdo, mientras el
eco de la risa, de la llamada de alerta que surge de la profundidad, se hace
más claro.
Si no estuviéramos atrapados por nuestra propia imagen, veríamos que
ese rostro es el complemento del nuestro. Es el de nuestra Alma que se ríe de
lo vano de ese enamoramiento de uno mismo, y que nos llama para que realicemos
con ella una hierogamia, un
matrimonio sagrado.
Pero, ¡es tan hermoso nuestro dragón!
¡Cómo abandonarlo por algo que
apenas se ve, que apenas se oye, qué sólo es un Eco...!
El rostro de Ella se agita, trémulo, en lo profundo. Su voz nos
llama... Nuestra mano izquierda sostiene el escudo, la derecha la lanza. El
proyecto era vencer al dragón y bajar al fondo del lago a rescatarla.
¿Venceremos al dragón? ¿Osaremos enfrentarnos a él para poner a su
poder el yugo de nuestro amor y nuestra voluntad? ¿Hay alguna posibilidad de
vencer algo tan hermoso? ¿Seremos derrotados por nosotros mismos? ¿Lograremos
escuchar el Eco de la voz que nos
llama e iremos a rescatar nuestra alma presa de la profundidad?
Sólo la propia conciencia sabrá cual es el resultado de este singular
combate que se libera dentro de nuestro ser.
Las leyendas nos dicen que el guerrero que fracasa es Narciso y que el
guerrero que triunfa es Lancelot del Lago. Si tenemos en cuenta que todo mito,
antes de ser narración fue revelación, Narciso es la alegoría de la imagen de sí, de la importancia de sí. Tan grande es su
ceguera-sordera, que cuando se mira en el espejo del lago es incapaz de ver y
de oír, allá en lo profundo, un rostro eterno. Sólo ve reflejado en la
superficie de su sensibilidad, la imagen de si mismo. Un enorme fantasma,
bello, importante, pero fantasma al fin. Al no ser escuchado el Eco que
reverbera en el Alma, el Amor Cósmico
le abandona, mientras el Alma languidece hasta morir.
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Obra del pintos Rossetti. |
En cambio, Lancelot del Lago es el guerrero que, aniquilada la
importancia del si por el golpe de su lanza, no queda atrapado por el reflejo
en el espejo de sus emociones. Llevando su propio escudo como espejo, disuelve
la imagen ilusoria y consigue contemplar y escuchar lo que el fondo del lago
oculta.
Por ello, Lancelot, es el Caballero del Grial que, llevando en su
corazón a su amada, el polo femenino del Rey, la imagen de su propia Alma,
puede hacerla suya, porque como dice la tradición alquimista, conocida ya por
los egipcios en sus matrimonios sagrados, él es el Hijo del Rey que se ha
convertido en su propio Rey.
Es éste un profundo misterio que algunos han experimentado, allá en la sustancia última del Alma, donde Dios-El acoge a Dios-Ella que sale a su encuentro, realizándose ese matrimonio sagrado en el que se opera la unión de los opuestos, matrimonio que el Amor ha hecho posible.
Es éste un profundo misterio que algunos han experimentado, allá en la sustancia última del Alma, donde Dios-El acoge a Dios-Ella que sale a su encuentro, realizándose ese matrimonio sagrado en el que se opera la unión de los opuestos, matrimonio que el Amor ha hecho posible.
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