<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Yo Soy Tu
<SUBTÍTULO>: Cuando puse mi rostro en el espejo
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: No se trata de renunciar al Yo. De lo que se trata es de unirlo a la persona y hacerlo eterno.
<CUERPO DEL TEXTO>:
Por aquellos años de mi juventud en que buscaba los secretos de la Alquimia, escribí un
corto poema al que llamé "El espejo
roto", y decía así:
(...)
Cuando puse mi rostro en el espejo
se empañó.
Para verme tuve que romperlo.
Siento que soy, pero no me veo
y los espejos caen rotos de mis manos.
Poco tiempo después tuve un largo y complejo sueño. En él mi rostro se
reflejaba en el espejo, pero mi reflejo era Ella. Su frente semejaba el disco
de la luna. Y la voz me habló desde el otro lado de mí mismo.
- Estoy en ti -decía la voz-.
Yo Soy Tu. Mi suerte va ligada a la tuya. Estaré siempre a tu lado. Únicamente
contigo podré entrar en la
Ciudad Sagrada. Cuando llegues a ella y puedas entrar en su
interior, descubrirás que estaba esperándote desde la Eternidad para ofrecerte
la Copa, llena
hasta los bordes, del Agua de la
Vida.
De mi corazón soñado brotaron palabras confusas.
- Buscaba una
puerta - dije.
- También yo recorría el sendero que lleva a la puerta -añadió el rostro de
luna reflejado en el espejo-. Pero soy mujer y no podré
conseguirlo por mí misma. Sólo en tus sueños podré lograrlo. ¡Y qué gran riesgo
corro si tu no vuelves a recrearme, soñándolo todo para nosotros dos! ¡Si no me
resucitas dentro de ti!
En ese momento del sueño algo de mí supo: "¡Tantas
veces! ¡Tantas veces que ha sucedido esto! Y hubo dolor dentro de mí."
Desde el otro lado del espejo Ella me tocó la frente. Quería consolarme.
- Debe haber pureza en las derrotas que conducen a
la victoria -dijo su reflejo. Por algún lugar escuché también la voz del Maestro
de los Alquimistas:
- No es una ilusión, ni un sueño -dijo la voz del
Maestro-. Si en el más profundo de los éxtasis no estuviera
presente el Yo, no habría nadie ahí para saber que hubo éxtasis. No es posible
escapar del Yo. La salida está en hacerlo Absoluto y Eterno.
Quedé pensativo dentro del sueño. Si Yo era Yo y Ella era Yo y Yo era
Ella y Ella era Ella, ¿quiénes éramos?, pensé.
La voz de Ella sonó dulce al otro lado del espejo:
- ¡Mírame! ¿No ves que la mitad de mi rostro es el
tuyo? Antes del Yo, ¿quién eras Tu? Cuando el Yo estaba encarnado, ¿dónde
estaba el Tu sin el Yo? ¿Cómo te sentías? ¿Eras o no persona? Sólo el Yo se
encarna. La persona permanece fuera, es exterior al Yo. En cada encarnación el
Yo se hace más fuerte y la persona más débil. Se debilita, se pierde en
lejanías, se esfuma, te deja sólo para que seas Yo, el Yo Soy Yo. Pero alguien
ha quedado esperándote en algún lugar, junto al borde de una fuente. Espera que
regreses. Soy Yo. Tu Ella que te espera, aún sin un rostro. Soñando con que Tu
le darás uno. Tu Alma tampoco lo tiene, porque Yo Soy el rostro de tu Alma.
Miré, lleno de confusión, a mi Ella en el espejo, sin comprender lo
que decía. Sus palabras seguían fluyendo dulces y embriagadoras intentando
explicarme eso que yo parecía no entender.
- No se trata de renunciar al Yo. De lo que se trata
es de unirlo a la persona y hacerlo Eterno. Al final, no sólo te habrás
individualizado, sino que le habrás dado un rostro al Alma. Esta es tu lucha,
una lucha solitaria, sin cuartel. Llevándome en tu mente y en tu corazón,
ayudándote y levantándote cuando caes herido en tus luchas con el Dragón.
- ¿Pero quién eres Tú realmente? -Pregunté desde la
imagen de mí mismo en mi sueño soñado.
- Soy la
Ella que un día saliera de ti -dijo mi reflejo en el espejo
con la más cálida de las sonrisas-, proyectándose fuera,
arriesgándolo todo, para que tu me resucites. Y aún cuando triunfes en las
duras pruebas de éste misterio, no podrás darme un rostro a mí que soy tu Alma,
si no me llevas contigo hasta el final, si no me resucitas dentro de ti. Tu
eres hombre y tendrás que librar las batallas como tal. Yo lucho como mujer, y
cómo tal muero para que tu me resucites y puedas darme un rostro.
- ¿Cómo podré hacerlo? -pregunté, desde mi sueño, a
mi reflejo en el espejo.
- Tendrás que buscarme, caminar hasta el día en que
logres encontrar la
Ciudad Sagrada en donde te aguardo. Cuando logres entrar en
ella, nos vestiremos la túnica de la personalidad absoluta y nos cubriremos con
el manto rojo del Espíritu y de la Resurrección. Sólo
así podremos salir del Círculo Fatal de los Retornos. Entonces seremos Uno.
¡Qué cálida era aquella voz de mi reflejo sin rostro en el espejo! En
mi corazón brotó un fuerte deseo de Amor y quise ver su rostro, aunque para
ello tuviera que morir también, combatiendo contra mí mismo. Un mantra de
batalla sonó dentro de mí junto al deseo; me ha acompañado desde entonces:
"La tierra me alimenta.
Soy fuerte.
Mi paso nunca vacila.
Mi destino es claro,
y no tiene más importancia
para el Universo,
que la hoja en el árbol.
Soy tranquilo.
Comparto la Vida.
Soy uno con ella.
Tengo la fuerza que necesito.
No tengo dueño.
Soy sagrado.
Nada puede tocarme.
Yo Soy Mi Único Señor."
Miré a mi Ella en el espejo y pensé: Es
cierto, sólo una mitad de tu rostro te pertenece. La otra es mía.
- ¡No caigas en la trampa! - Su voz parecía angustiada-.
Disociar la conciencia del cuerpo, dejar de identificarse con él,
saber que se vive la ilusión, sólo es una etapa más. ¡Y también es la trampa!
La trampa más sutil..., ya que aún es efectuar una diferencia, es separar, una
vez más, la Materia
del Espíritu.¡Y te digo que en verdad, por toda la eternidad, Todo es Uno, Todo
se funde!
Y mientras mi conciencia se alejaba del sueño, la voz de mi reflejo al
otro lado del espejo, también se alejaba de mí, haciendo un último intento de
grabar en mi mente y en mi corazón el recuerdo de mi compromiso.
- ¡No lo olvides, mi Amor! Sólo a través de ti yo
tendré Vida Eterna. No te importe si un combate, o muchos, o todos los combates
se han perdido. Lo que importa es combatir. Todo es un juego y una danza. Este
mito de AMOR tiene que ser librado sin claudicar, con honor y lealtad, hasta el
final, hasta la última derrota. Así habrás vencido.
Después de despertar, al alba, inicié la larga marcha de mi destino.
Partí hacia la batalla, hacia la
Gran Lucha en la que hay que destruir en uno mismo todo aquello
que sea perecedero. Aprendí a entrar en el silencio porque al final, los
guerreros siempre están solos, solos con las sombras de los héroes muertos,
pues son ellos los que mantienen la firmeza de nuestros viejos sueños; sueños
necesarios, para que el mundo no pierda la esperanza. Llevaba conmigo un enigma
que me dio el Maestro de los Alquimistas. Me dijo que en él estaba encerrado el
secreto:
" 7 espinas dentro de la
rosa,
convierten al hombre en luz
creadora.
7 Luces en torno al 3
hacen que la voz sea hecha
carne.
Y el 1 actúa de faro en las conciencias
de los que alcanzan la visión
de este proceso mágico."
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