La Singladura de Occidente
Capítulo 61
Capítulo 61
Divididos por la mitad (IV)
Nos despedimos en el artículo anterior con la inscripción que había
sobre el Oráculo de Apolo en Delfos: “Conócete
a ti mismo. Nada en exceso.”
La recomendación que daba el oráculo es que primero un hombre ha de
conocerse así mismo y para ello debe oscilar entre sus extremos (psicológicos)
para conocerlos. En las Antiguas Escuelas de Sabiduría este conocimiento se
alcanzaba después de largos años de aprendizaje. El hombre sabio era el que
había llegado a conocer los opuestos de sí mismo y era conciente de ellos.
(...)
Una vez, un hombre soñó que había descubierto el secreto del Universo.
Se despertó y escribió su sueño para recordarlo, luego volvió a dormirse. A la
mañana siguiente encontró lo que durante la noche había escrito: “Camina sobre ambas piernas”.
Cuando consideramos la verdad
como algo absoluto e invariable, cuando creemos conocer lo que es justo y lo que es injusto, cuando creemos saber lo que es el Bien y el Mal, o lo que
está bien o está mal, estamos caminando con
una sola pierna. Y debido a ello, no tenemos ni idea de lo que significa mantener el equilibrio en nosotros
mismos. Para mantener el equilibrio necesitamos de ambas piernas. Nuestro problema es que no vemos los opuestos en nosotros mismos, ni fuera de
nosotros, salvo en el sentido de que todo eso
es malo, o todo eso es bueno. Un
dicho cuenta que el Diablo también es necesario.
Puede que hallamos observado como somos llevados, constantemente, de un
lado para otro por los sucesos y eventos de la vida, que constantemente está
siempre cambiando. Y porque somos llevados de un lado para otro, no podemos
asimilar los opuestos en nosotros. Al
enfocar nuestra conciencia en el acontecer de la vida y al identificarlos con
un polo de lo que acontece, dejamos de lado todo lo que corresponde al otro
punto de vista, tomando el acontecer como bueno
o malo, nos quedamos con lo que
creemos que es bueno y rechazamos lo opuesto
identificándolo con el Mal o con el Diablo.
Así es como caminamos sobre una sola pierna.
Pero, ¿qué significan las palabras del Eclesiastés de que hay un tiempo
para cada cosa? Significa que si
buscamos un rígido código de la verdad, si consideramos la verdad como una
rígida serie de reglas o principios fijos, nunca
encontraremos la verdad, porque ninguna cosa
es la misma en el tiempo. El tiempo
es cambio y todo cambia en el tiempo entre
los opuestos. Hoy las cosas suceden de un modo y mañana de otro, es decir,
de un modo opuesto. Todo en el tiempo se encuentra regido por la Ley de los Opuestos y la Ley del Péndulo haciendo que las cosas
oscilen entre ellos: las cosas andan bien un momento y no andan bien el
próximo. Comenzamos a percibirlo en la alternancia de dos partidos políticos
predominantes en nuestros Estados.
La
Sabiduría consiste en
aceptar esta alternancia (mientra no tengamos conciencia de cómo ser
creativos), pero siempre esperamos que las cosas sigan siendo las mismas, las
mismas del polo considerado bueno sin
comprender que lo que hoy es considerado bueno,
mañana ha oscilado al polo contrario y se ha convertido en malo. Por ello, cuando las cosas no se corresponden a lo que se desea, somos incapaces de adaptarnos y
abrirnos para recibir las impresiones
de esta faceta de la vida que no corresponde a nuestros puntos de vista. “¡Yo no quiero saber nada de eso!” Decimos.
Nada es más difícil de comprender y aprender que el tiempo ya no es el mismo, ya que nos han
enseñado que el tiempo siempre es el mismo y transcurre linealmente, aunque
aquí también nos referimos al tiempo
psicológico, aunque seguimos deseando lo mismo y seguimos esperando lo
mismo. Nuestra incapacidad para asimilar los opuestos, para ver, simultáneamente, las cosas desde un punto de
vista contrario, para tomar conciencia de los dos extremos de la oscilación del
Péndulo, hace que seamos propensos a la monotonía.
La monotonía se asienta profundamente en nuestra actitud común hacia la
vida cuando no incluimos la idea de lo opuesto. De ello resulta nuestra falta
de flexibilidad: nos inclinamos a la derecha,
y nos negamos a inclinarnos hacia la izquierda
cuando el acontecer nos lo exige.
Cualquier cosa viviente está en equilibrio entre la Vida
(negentropía) y la Muerte (entropía).
Pero nos empeñamos en que todo quede fijo. Es como si quisiéramos congelar las cosas en un modelo,
identificando esas cosas con nuestras actitudes. Así, la superficie de la vida y la superficie
de nosotros mismos dejan de tener un intercambio normal. Todo organismo
viviente nace a la vida en tensión, como un resorte a punto de saltar
y luego fluye en la vida entre los opuestos.
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