LA
ENSEÑANZA
ESOTÉRICA
( I )
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Hombre y Cosmos. Hildegarda de Birden |
Me formé en esta “enseñanza”
y en su contenido en el seno de antiguas tradiciones y de “Escuelas Iniciáticas”, así como en obras que tienen su origen en
esas tradiciones. Mi experiencia (y no solo en este campo, pues he sido profesor
de Historia y otras asignaturas en un centro de enseñanza durante 35 años) me
fue mostrando la dificultad de transmitir, aunque sea a alguien que cree
conocernos y al que creemos conocer, la “comprensión”
que uno tiene sobre “algo”, aunque
ese algo sea el tema más simple y familiar.
(...)
(...)
A lo largo de mi travesía, y de mi trabajo interior (es decir: llevar a la experiencia el contenido
de esa “enseñanza” para extraer de
ella un “significado” y un “saber”), me fui dando cuenta de que
para ser comprendido por un otro, no solo era necesario para el que habla, “saber como hablar”, sino también para
en que escucha, “saber escuchar”.
Por ello, si yo les hablara según mi “comprensión” de lo que encierra esa “enseñanza esotérica”, puede que la mayoría de los que supuestamente
me escuchan o me leen, pensarían que estoy loco. De todas formas se que algunos
lo harán.
Dado que ahora me propongo hablar de lo que es la “enseñanza esotérica” y lo que se
encierra en ella, es por lo que (y teniendo en cuenta lo anteriormente dicho)
que ambos, ustedes y yo, establezcamos la posibilidad para que pueda haber un
entendimiento común. Establecer un puente a través del cual, lo que yo digo
pase hasta ustedes y lo que ustedes escuchan regrese hasta mí (y esto no tiene
por que ser tomado literalmente).
Por lo pronto, y para comenzar, señalaré que la “enseñanza esotérica” tiene dos caras,
dos lados: una cara señala hacia el “Hombre”
(consideremos este concepto en su forma genérica, que designa igualmente a
hombre y mujer entendidos como seres humanos) y la otra cara señala hacia el “Cosmos”. Cualquier elemento de lo que
consideramos realidad es un “cosmos”
que incluye en sí mismo otros cosmos y a su vez se encuentra incluido en otros
cosmos. Simbólicamente es como las dos caras del dios Jano. Comenzaremos por la
cara del Hombre. Y es sobre esto que
tenemos que ponernos de acuerdo.
Si les pido que se hagan así mismos la siguiente pregunta:
¿QUIÉN SOY YO? Estoy seguro, porque
esa es mi experiencia a lo largo de una gran cantidad de charlas y conferencia
(incluso en mis clases de Historia) que la mayoría, y seguramente todos, un
tanto perplejos, me dirían: ¿Qué quiere decir?
Seguramente también, muchos, pensarían que esa es una
pregunta estúpida. Y al margen de que puedan contestar que son Pepito o
Juanita, un dependiente de una zapatería o el médico de mejor reputación de la
ciudad, todo esto constituye la prueba de que han vivido toda su vida sin
hacerse esa pregunta, y que han dado por sentado, asiomátimanete, que son “algo” llamado “Hombre”; por supuesto, “algo
muy valioso”, pero que nunca han puesto en duda y que ni siquiera conocen.
Pero al mismo tiempo, han sido incapaces de explicar a
otra persona lo que es ese “algo”
llamado “Hombre”; incapaces de
transmitir, ni siquiera una simple idea de ello, ya que en si mismos no saben
lo que son. ¿Y no será que no lo saben porque ese supuesto “algo” que creen ser no existe aún como
tal? Que su existencia es una pura presunción. ¿No nos resulta extraño la
obtusa complacencia con la que cerramos los ojos a lo que realmente somos y
gastamos nuestras vidas en una plácida convicción de que representamos algo
valioso, pero que no sabemos lo que es?
Solamente para algunos filósofos tienen algún sentido
aquellas palabras del templo de Apolo en Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo”. Prácticamente desconocida es la segunda
parte de esa frase que dice: “nada en
exceso”.
La clave a este “conocimiento”
ya la había dado Parmenides. A la pregunta: ¿Qué soy yo? Había respondido, por boca de la Diosa que apareció ante él:
somos el “SER”. “Yo soy el Ser yo soy” dijeron otros Maestros.
Lo plantearé de otra manera: ¿Lo que piensan de sí mismos
se corresponde con lo que realmente “son”?
Veamos: aquí tenemos a nuestro reputado médico, allí al
dependiente de la zapatería, un poco más allá a un ingeniero, a su lado a una
ama de casa…, podemos poner también a un o una artista. ¿Son realmente lo que
cada uno piensa que son? ¿Podemos considerar la “personalidad” de cada uno de ellos como “algo idéntico” a su profesión adjunta al concepto “hombre”; incluso a la experiencia que
esa profesión le ha dado?
Nuestra Ciencia nos dice que llegamos al mundo, más o
menos, como siendo una hoja en blanco. Luego, nuestros padres, el colegio y las
circunstancias que nos rodean, comienzan a rivalizar entre sí para “ensuciar” nuestra blanca e inmaculada hoja y cubrirla con lo que piensan, quieren,
aconsejan, ordenan, etc., etc..., sobre nosotros. Abría que añadir aquí, la
educación, la formación de la moralidad, la información que llamamos conocimiento…
Y todos los sentimientos de deber, honor y conciencia, etc. Todos pretenden,
ante nuestra supuesta hoja en blanco,
ante esa supuesta “tierra virgen aún sin
labrar”, sembrar en ella sus propios “retoños”
que, con el tiempo, darán lugar a nuestra “personalidad”,
la “personalidad de lo que consideramos
hombre”. Así, día a día, poco a poco, gradualmente, nuestra inmaculada hoja se va ensuciando,
incluso por nosotros mismos; y mientras más sucia está, más importante nos
consideraremos y más importante nos considerarán.
Lo primero que se hace con esa “hoja en blanco” que simbólicamente somos es dividirla en dos
columnas: en una se pone la palabra “Haber”
y en la otra la palabra “Debe o Deber”.
Cuando ambas aparecen razonablemente equilibradas, nos consideran y nos
consideramos como hombres “honestos”.
También, cuanto más manchada y sucia se encuentra nuestra “hoja”, la gente considera esto como un mérito, como algo valioso,
incluso como muy valioso.
Esto es solo un simple ejemplo de lo que llamamos “hombre”, de lo que solemos creer que “somos”. Y a ese hombre, frecuentemente,
le agregamos términos tales como “de talento”, “genio”, “santo”, “magnánimo”…;
o “cruel”, “malvado", “corrupto”… Pero cualquiera de ellos se deprime y desalienta por la mañana al
despertar si no encuentra sus zapatillas junto a la cama.
Es cierto que el término “Hombre” puede ser “algo”
que nos llene de orgullo. Claro que tendríamos que preguntarnos: ¿Qué clase de hombre?
Y si no fuera necesario que nos hiciéramos esta pregunta,
si no tuviéramos que preguntarnos antes: ¿Qué
soy yo? Evidentemente, tampoco sería necesaria la máxima: “Hombre, conócete a ti mismo”. ¿O sí?
Porque, ¿qué significa esa máxima
que también lo es de Enseñanza Esotérica?
Significa conocer lo más íntimo de nuestro ser; significa
conocer nuestras carencias; significa conocer nuestras disposiciones; significa
conocer nuestras facultades; significa conocer nuestros miedos; significa
conocer nuestra vocación vital… La lista puede ser muy larga. Pero sobre todo,
significa conocer los dos lados que
nos constituyen, nuestro lado externo
y nuestro lado interno, nuestra “exterioridad” y nuestra “interioridad”, para hacerla aflorar a
la superficie, para someterla a la luz de nuestro propio entendimiento: el
nuestro, no el de otros.
¿Saben por qué
están aquí? Ustedes no son conscientes de ello, pero están aquí porque
tienen “hambre”. Hambre de conocimiento y hambre de saber. Un conocimiento que no sea meramente intelectivo y un saber que esté basado en la propia experiencia.
Es decir, que no proceda de “los otros”.
A éste respecto, hay una anécdota referida al Buda que
decía que si encuentras a alguien con “hambre”
junto a un río, no le regales un pez, sino que le enseñes a pescar. Esta es la
única forma en que los individuos y los pueblos pueden evolucionar, haciendo
las cosas por si mismos.
Aunque ustedes no lo crean, y ya que hablamos del Buda,
alcanzar la “iluminación” es un
problema de “educación”. “Educar” viene de “Educo, educere…” un verbo latino que significa “Sacar hacia fuera”, Sacar hacia fuera,
hacia la parte externa de cada ser humano, lo que cada “personalidad”, lleva dentro de sí como potencialidad, ya que no somos una “hoja en blanco”. Esto implica el más absoluto respeto por cada ser
humano e, incluso, por su “personalidad”,
aunque ésta haya sido formada en su mayor parte por “los otros”; porque ha de ser la “personalidad” la que logre su propio desarrollo y perfeccionamiento.
Esta “Educación”
debe abarcar la estructura completa
del ser humano. Esta estructura abarca no solo el campo físico, biológico,
emocional, mental y psíquico de nuestro “lado
externo”, en todas sus facetas, sino también nuestro “lado interno” llamado por algunas tradiciones “espiritual”, aunque la inmensa mayoría desconozca que realidad se
oculta tras esa palabra o de ese símbolo y que nada tiene que ver con lo
religioso.
Hasta ahora la educación ha tenido como finalidad, aunque no
en todos los casos, formar hombres moralmente mejores e intelectualmente más
ilustrados. Ciertamente un fin loable, pero no suficiente, ya que hay “algo” de una vital importancia que no ha sido enseñado. Nuestros sistemas
educativos no nos enseñan a “pensar”, solo enseñan la forma de
adquirir “conocimiento” (entiéndase
“información”); y tampoco se ha enseñado
la manera de combinar esos conocimientos para obtener “ideas nuevas”, o generarlas (esto es pensar). Se ha enseñado las
reglas del “pensamiento lógico”,
pero no se ha enseñado las reglas para producir “pensamientos nuevos y analógicos”. No es suficiente con “mostrar” (que es lo que significa la palabra "enseñar"); es necesario enseñar
también como adquirir una mayos capacidad mental para “entender mejor”, para “pensar
mejor”, y para “crear mejor”.
Existe una palabra clave sobre el desarrollo de la inteligencia: “relacionar”. La “inteligencia”
solo es una aptitud, una facultad de la mente para relacionar elementos aparentemente
dispersos, o contrarios, o enfrentados, como por ejemplo, nuestros dos lados. “Inteligencia” viene de “inter-ligare”, que significa “unir entre sí”, unir lo disperso o
separado, es decir: “relacionar”. La
“Inteligencia” es pues la facultad
de relacionar, por ejemplo: “ideas”,
“pensamientos”, a fin de crear ideas
y pensamientos nuevos. El “Cosmos”
(cualquier cosmos) es siempre algo inteligente porque sus elementos se
encuentran relacionados. En el “Cosmos”,
sea éste galáctico, solar o humano, todo es “relación”, y todo está relacionado con todo. Por eso señala la “enseñanza esotérica” que el secreto del
universo se encuentra “dentro de
nosotros”. Precisamente es esa capacidad para “relacionar” la que “crea formas”
nuevas.
La gente suele “creer”
que los pensamientos que tiene son “sus
pensamientos”. Pero esto no es cierto. Elaborar un pensamiento propio es
una tarea colosal que no está aún al alcance de la mayoría de los seres
humanos. Se necesita la capacidad de “crear”
(y solamente una mente consciente puede crear. Esto lo enseña también la “enseñanza esotérica”), pero antes se
necesita la capacidad de “relacionar”.
Quién es capaz de elaborar un solo pensamiento genuino, propio, es capaz de
elaborar cualquier pensamiento. La mayoría aún no puede. Claro que podemos
aprender, primero a ser “inteligentes”.
¿Cómo? Usando un modo, que a su vez es un medio, de “relación”. Y este carece de valor si no se practica, pues es su
práctica la que nos lleva a “crear”
(por ejemplo, a nosotros mismos como auténticos “Seres Humanos”).
Han de saber también que todo verdadero “creador” es un “creador de problemas” (no tiene una connotación negativa). Se dice
que algo mucho más importante que una respuesta correcta, es una pregunta
formulada antes de que alguien la haya pensado. Es la “intuición” de una respuesta la que suscita una pregunta. La “intuición” siempre precede a la
certeza, y por ello es necesario un alto grado de “ingenuidad”. Primero tenemos que “soñar”, tener sueños llenos de “magia” ; luego, “llevar a su
realización lo soñado”. Lo importante es concebir un cuadro, no pintarlo.
Con una pincel, mejor o peor, puede pintar cualquiera; pero con la mente solo
pintan los “creadores”. Tal vez por
ello, nosotros, el “ser humano”, solo
seamos un sueño que algún día será realidad y tomará “forma acabada” en la
Mente del “Hacedor de
Estrellas” (este es el título de una novela de Olaf Stapledon).
Podríamos decir que la “enseñanza esotérica” es el “manual”
que ese “Hacedor de Estrellas”, a
través de sus “agentes” (los cosmos
que hay por debajo de él, y tal vez también los cosmos que están por encima de
él) ha puesto en nuestras manos para que llevemos a la realidad “su sueño”.
Entrar en la “enseñanza
esotérica” y en su “trabajo” es
convertirse en un “pájaro solitario”;
y ser tal implica asumir las condiciones que lo hacen “SER”. Son cinco estas condiciones:
1ª.- “El pájaro solitario vuela hacia lo alto”.
Ir hacia lo alto significa el deseo de superar su propia
condición. Cuando era “profe” solía
leerles a mis alumnos la historia de una pájaro solitario. Se llamaba Juan Salvador
Gaviota (su autor, Richard Bach, había dedicado el cuento a toda gaviota que
llevamos dentro). “Ir hacia lo alto”
es aprender a “volar” (una metáfora
del vuelo de la mente); y “aprender a
volar”, “volar”, es situarse en
una más alta condición de “Ser”;
también es convertirse en un “desterrado”
para la “Bandada de la Comida” (otra metáfora
de la realidad de nuestra sociedad); vivir solo en los “lejanos y altos acantilados” y poder “ver” el mundo desde aquella “altura
de ser” desde la que todo se comprende.
2ª.- “El pájaro solitario no sufre compañía, ni
siquiera la de su propia naturaleza”.
Subir a esa altura implica soledad. “Abandona lo que tienes y sígueme” (esto no es literal, sino un desapego). Este camino hemos de recorrerlo
solos (aunque se esté rodeado de gente), por ello hay tan pocos que lo recorren.
“No sufre compañía”. Si “sufrimos” (tomen este sufrir literalmente)
por los demás, y éstos quieren que “suframos”
por ellos y con ellos, nunca llegaremos a “Ser”
nosotros mismos. La identificación
emocional implica sufrimiento. No hay que “sufrir”
por los que nos acompañan, ni siquiera por la compañía de aquellos que son de
nuestra propia naturaleza.
3ª.- “El pájaro solitario pone su pico al aire”.
Poner el pico al aire (hacia arriba) es recibir ese “otro alimento” que viene de “arriba”,
de un nivel más consciente que el que se encuentra “abajo”, a ras del suelo, y del que se alimenta la “Bandada de la Comida”. En la
simbología de las palabras “aire”
hace referencia a nuestra naturaleza mental, una dimensión más elevada que
nuestra naturaleza emocional simbolizada por el “agua”. Para poner el “pico
al aire” y recibir ese alimento, primero hemos de haber aprendido a “volar” (pensar) usando la intuición (la más alta condición de la mente) como herramienta.
Esto es después haber asumido esa “soledad”
(soledad interior) en relación a las compañías, a no sufrir por las que no
están a la “altura”. Cada criatura
sigue su propio camino según su propio ritmo. Y eso merece respeto. Es entonces
cuando el nuevo “alimento llega”. Y
este nuevo alimento nos “transmutará”.
4ª.- “El pájaro Solitario no tiene determinado
color”.
En China se cuenta una historia sobre los trabajos que un
campesino llevaba a cabo con su buey. La historia se llama “El blanqueamiento del buey”. El buey (un símbolo de nuestra “personalidad” y los tres cuerpos que la
soportan: físico, emocional y mental), como consecuencia del “trabajo” que el campesino (un símbolo de la parte más elevada de nuestra personalidad,
aquella que ha aprendido a volar y ascender hacia lo alto) ha realizado sobre
él, ha ido perdiendo su color hasta hacerse blanco transparente y desaparecer a
la vista de todos. Ya no tiene “más color”
por el que pueda ser identificado; se ha convertido en un cristal limpio y
transparente capaz de reflejar la “Luz”.
Así llegó a ser un “pájaro solitario”.
5ª.- “El Pájaro
Solitario canta suavemente”.
Esta quinta condición solo aparece cuando nuestro ser “crece”. Entonces su canto es dulce,
suave y armonioso. Es un canto de llamada, un canto de luz hacia aquellos que
aún caminan en la oscuridad, pero que son capaces de escucharlo. El canto es
sonido, que a través de la conciencia se convierte en palabra. Nuestra palabra
ha de ser suave, una palabra que no causa heridas, que no causa daño, aunque
sea enérgica.
Me gustaría que entendierais algo: lo que digo, lo que
estoy diciendo y lo que voy a decir, lo digo con mis palabras, aunque no hay
solo “palabras” en lo que digo, ya
que al decirlas, solo me mueve una intención, haceros un regalo, regalaros un anillo (un símbolo de la totalidad), y
lo haré a través de una bella historia. Por ello también, “Ningún lugar está lejos” para los que saben “cantar suavemente”, sin estridencias, sin demandar aplausos de los
que desean escucharle. Eso es lo que nos dice ese hermoso libro, “Ningún lugar está lejos”, también de
Richard Bach. El canto del pájaro solitario es un regalo, os leeré el fragmento
en el que va envuelto mi regalo.
“Ahora ha llegado el momento en que
abras tu regalo. Los regalos de vidrio y hojalata duran solo un día y luego
desaparecen. Yo tengo un regalo muchísimo mejor para ti. Es un anillo que llevarás.
Brilla con una luz especial y nadie te lo puede quitar, tampoco puede ser
destruido. Tú eras la única persona en el mundo que puedes ver el anillo que
hoy te entrego, así como yo era el único que podía verlo cuando era mío.
El anillo te da un nuevo poder.
Con él te elevarás hasta las alas de
todos los pájaros que vuelan, verás a través de sus ojos dorados, tocarás el
viento que estremece sus suaves plumas y conocerás el gozo de alejarte del
mundo y sus preocupaciones.
Podrás quedarte en el cielo todo el
tiempo que quieras, pasar allí la noche, contemplar el amanecer y, cuando
sientas deseos de regresar, tus preguntas tendrán respuestas y tus
preocupaciones habrán desaparecido.
Como todo lo que no puede ser tocado
con las manos o visto con los ojos, tu regalo adquiere mayor poder a medida que
lo usas.
Quizás al comienzo solo te lo pongas
al aire libre, mientras observas al pájaro con el que vuelas. Pero más tarde,
si lo sabes usar, te guiará hasta los pájaros a los que no puedes ver, y por
último descubrirás que no necesitas ni anillo, ni pájaro para volar sobre las
quietas nubes.
Y cuando te llegue ese día, deberás
dar tu regalo a alguien que sepas que lo usará bien, alguien capaz de aprender
que las únicas cosas importantes son las que están hechas de alegría y verdad,
y no de vidrio y hojalata.
. . . . . . . .
Todo regalo de un amigo es un deseo de
felicidad y lo mismo ocurre con este anillo. Viaja libre y feliz, más allá de
los cumpleaños, por encima de la palabra “siempre”, y nos encontraremos alguna
que otra vez, cuando así lo deseemos, en medio de la única celebración que no
puede terminar.”
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