domingo, 20 de agosto de 2017

Nacer por segunda vez


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 26/12/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Nacer por segunda vez.
<SUBTITULO>: La Navidad que celebramos.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El vientre de la "madre" es tumba. A él queremos regresar como "hijos", desde él queremos retener como "madres" el fluir de la Vida.
<ILUSTRACION>: Les grottes de la Balme (Isère) Grande Fontaine.
<CUERPO DEL TEXTO>:


La Navidad que celebramos es la de nuestro nacimiento a la Luz. Nacer no es algo que ocurra sin traumatismo. Una forma de desorden generada en el orden que hasta ahora nos albergaba, pero que nos constreñía.

En la Navidad el Verbo debe hacerse carne; los ojos del Espíritu deben identificarse con los del cuerpo, para observar que el hecho primordial de lo humano radica en la larga dependencia biológica y psíquica a la que el ser humano está sometido: la interdependencia simbolizada por el arquetipo hijo-madre/madre-hijo. Trazo de la vida grabado a fuego en el inconsciente de todos nosotros como la mayor dicha que jamás se haya alcanzado. Aún así, este trazo es el que todo ser humano está obligado a romper en la realidad interna de sus imágenes psíquicas para seguir creciendo.
(...)
El miedo, la angustia a nacer a la Luz, es siempre miedo y angustia a la separación de esta dependencia. Nos afecta a todos los seres humanos. Es la resistencia a romper esta relación arquetípica madre-hijo/hijo-madre.
En lo profundo se trata de dejar de lado la muerte para aceptar entrar en la Vida, ya que la pérdida del objeto, la pérdida del mundo, es el requisito previo para que el Verbo se haga carne y como "cuerpo de amor" sea el alimento de la fraternidad.

La fraternidad surge cuando los hijos han sido expulsados de la familia y forman, en el páramo yermo, su propio círculo, lejos del hogar, lejos de las madres. Cuando a Jesús le dicen "Mira que tu madre y tus hermanos están ahí fuera preguntando por ti", el replica "¿quién es mi madre y quienes mis hermanos?", y mostrando con sus manos a los que él había elegido en fraternidad, añade "estos son mi madre y mis hermanos".

Navidad es renacimiento. El inicio de un camino que anula el hecho de haber salido del vientre de una madre real, para encontrar el espíritu de la fraternidad. En ella termina el viaje iniciático. Un recorrido por el laberinto de las madres en el que la geografía es la de su cuerpo y la geometría la de su medida: Gea, Gaia, Isis, María, La Tierra. Lo que el hombre-niño hace en el laberinto, en el interior del cuerpo de la madre, es conocerlo para abrirse de nuevo una caverna en su interior, después de haber sido arrojado de la primera matriz. Aún no hemos nacido. Aún, como en el mito platónico, estamos en la caverna.

La historia del hombre comienza en la caverna y por tortuosos senderos, espirales, danzas y laberintos, intentamos regresar al fango primordial. ¿Es este proceso a lo que Freud llamó nacimiento anal? De la caverna natural a la caverna artificial, al claustro conventual, la pirámide, la tumba, el templo, el palacio... Estructuras cuyo arquetipo es el laberinto, las entrañas, las tripas, la matriz de las madres.

La danza del laberinto -la bailé en Amiens y en Chartres- es la historia de nuestro miedo. Vagar por la espesura del desierto: Israel. Eneas y su banda de hermanos a la búsqueda de Roma, otra madre, después de destruida la primera, Troya. Todos los peregrinos del dharma a la búsqueda de una madre-sol. Es la iniciación del éxodo que va de una madre a otra. Todo peregrinar tiene lugar en el cuerpo de la madre. ¡Cuánto dolor y sufrimiento!

Ese laberinto que hemos excavado en ella es el de Lucifer, el de la Luz caída y ensombrecida a su llegada al Hades, a la caverna de la vida cristalizada y ensombrecida en su belleza, apresada en su interior, dejando de fluir. Lo descubrí en La Balme, una inmensa gruta natural al este de Lyón (Francia). Allí, en el vientre de la madre, después de recorrer los laberintos de sus intestinos, encontré el Agua de la Vida que, como perla en su concha, permanecía inerte y apresada en su inmensa belleza. Tomé un poco de aquella Agua Viva detenida en su fluir y le elevé conmigo a la luz del sol, la vertí en dos manos hermanas, polares, macho y hembra, manos fraternales, para activar de nuevo su diferencia de potencial y hacer que fluyera de nuevo.

La caverna es sepultura. El vientre de la madre es tumba. A él queremos regresar todos como hijos, desde él queremos retener como madres el fluir de la Vida. Aún no hemos nacido ni resucitado. La caverna es el principio del yo, un molusco egoísta que quiere mantenerse en la separación. Lo que en él hay de egoísta es su renuncia a nacer, su renuncia a dejar de retener, a dejar de ser madre, a dejar de ser hijo, para convertirse en hermano-a. Todos somos hermanos por cuya unión, matrimonio sagrado del faraón con su hermana de alma polar, el propósito de la Vida Una continúa.

En la caverna de la separación el yo se enrosca en el sueño. Toda sesión psicoanalítica es un vientre materno perfeccionado para que el paciente incube su sueño. Una reacción contra la angustia de permanecer dormidos, es decir, muertos, no nacidos, separados del mundo, escindidos del hermano. Es la esquizofrenia.

Errar de madre en madre no nos lleva a ninguna parte. Al movernos (huir) creamos un nuevo receptáculo, puesto que el movimiento se da en el espacio. Para Platón este movimiento es una vasija, una matriz, la de la madre. ¿Han observado como nos invade la necesidad de huir, de trasladarnos a otra parte, a otra matriz-madre cada vez que sentimos la pulsión, en el sueño que dormimos, de transformar el arquetipo hijo-madre/madre-hijo en otra realidad representada por la fraternidad? ¿Y hacia dónde queremos huir? Hacia la madre, hacia el hijo. Siempre lo mismo.

En el sueño, el héroe fálico y el espacio femenino proceden del cuerpo mismo del durmiente. Eva surge de la costilla de Adán que duerme. Ella se separa de él. Pero ella no es sólo la madre, sino la mujer, la compañera, la emanación de la Vida, el Agua Viva que fluye y recrea el mundo constantemente de cópula en cópula. Una india cheroqui me dijo una vez que lo femenino estaba pervertido, pervertido por la madre, pervertido por el hijo.

Aún no hemos nacido. Todavía estamos en el vientre. Aún somos de la misma sustancia de la que se fabrican los sueños. La Vida Nueva, el segundo nacimiento, la Natividad, es el despertar, salir del sueño, abandonar la matriz, dejar de retener para ir más allá del psicoanálisis. Este aún no sabe nada de la regeneración, sólo de la generación. El psicoanálisis no cree que el hombre pueda nacer de nuevo, que pueda renacer. No del vientre de una mujer-madre, sino del vientre de una virgen. ¡Tremendo misterio!

Es la encarnación de Jesús-Melquisidec, rey de Salem, rey de Paz. Sin padre, sin madre, sin descendencia, sin genealogía, el final de las generaciones de la carne.

Sin padre porque en él terminan las cuarenta generaciones y porque el nuevo cuerpo no está organizado genitalmente. Sin madre: "Hoy la Virgen da nacimiento al Hacedor del Universo", dice la liturgia ortodoxa. Adán en la caverna despierta de su sueño y ya no hay ninguna Eva separada, ya no hay ninguna madre Eva, ninguna madre Naturaleza. No más nacimientos, no más descendencia. Más allá de la Naturaleza. Sobrenatural.

La resurrección es la resurrección del cuerpo, pero no del cuerpo separado del individuo, sino del cuerpo de la Humanidad como un sólo cuerpo. El primer hombre, Adán, fue, al dormirse, desmembrado y dividido en la especie humana por la Eva-Madre que surgió de él. El segundo hombre, Cristo, reintegra los miembros dispersos y reconstituye la fraternidad de las células humanas en la unidad perdida. De ahí que el verdadero misterio del acto sexual sea el de unificar ese cuerpo. Lo dice la Epístola a los Efesios: "hombres y mujeres deben amarse entre si como a sus propios cuerpos".

Observen como cuando estamos conflictuados con nuestros cuerpos, cuando no los amamos, también surgen conflictos con nuestros opuestos fraternales polares a los que dejamos de amar para seguir las pulsiones instintivas de volver a la caverna a seguir soñando falsos sosiegos, ante el rechazo que nos produce el tener que seguir escalando la montaña de nuestros miedos.

Si nuestro corazón está anclado en lo que cree ser su deseo, por muy sublime que nos parezca, no podremos nacer por segunda vez y convertirnos en canales y amplificadores de la Vida Una que debe fluir por nosotros. Nuestro trabajo es hacer desaparecer en nosotros toda resistencia al avance de la esperanza y la confianza. El mortero que une las piedras humanas separadas del cuerpo de la Humanidad está hecho de Confianza, Voluntad y Amor.



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