<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 26/12/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Nacer por segunda vez.
<SUBTITULO>: La Navidad que celebramos.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El vientre de la "madre" es tumba. A él queremos regresar como "hijos", desde él queremos retener como "madres" el fluir de la Vida.
<ILUSTRACION>: Les grottes de la Balme (Isère) Grande Fontaine.
<CUERPO DEL TEXTO>:
La Navidad que celebramos es la
de nuestro nacimiento a la
Luz. Nacer no es algo que ocurra sin traumatismo. Una forma
de desorden generada en el orden que hasta ahora nos albergaba, pero que nos constreñía.
En la Navidad
el Verbo debe hacerse carne; los ojos del Espíritu deben identificarse con los
del cuerpo, para observar que el hecho primordial de lo humano radica en la
larga dependencia biológica y psíquica a la que el ser humano está sometido: la
interdependencia simbolizada por el arquetipo hijo-madre/madre-hijo. Trazo de la vida grabado a fuego en el
inconsciente de todos nosotros como la mayor dicha que jamás se haya alcanzado.
Aún así, este trazo es el que todo ser humano está obligado a romper en la
realidad interna de sus imágenes psíquicas para seguir creciendo.
(...)
El miedo, la angustia a nacer a la Luz, es siempre miedo y angustia a la separación
de esta dependencia. Nos afecta a todos los seres humanos. Es la resistencia a
romper esta relación arquetípica madre-hijo/hijo-madre.
En lo profundo se trata de dejar de lado la muerte para aceptar entrar en la Vida, ya que la pérdida del
objeto, la pérdida del mundo, es el requisito previo para que el Verbo se haga
carne y como "cuerpo de amor" sea el alimento de la fraternidad.
La fraternidad surge cuando los hijos han sido expulsados de la
familia y forman, en el páramo yermo, su propio círculo, lejos del hogar, lejos
de las madres. Cuando a Jesús le dicen "Mira que tu madre y tus hermanos están ahí fuera preguntando por ti",
el replica "¿quién es mi madre y
quienes mis hermanos?", y mostrando con sus manos a los que él había
elegido en fraternidad, añade "estos
son mi madre y mis hermanos".
Navidad es renacimiento. El inicio de un camino que anula el hecho de
haber salido del vientre de una madre real, para encontrar el espíritu de la
fraternidad. En ella termina el viaje iniciático. Un recorrido por el laberinto
de las madres en el que la geografía es la de su cuerpo y la geometría la de su
medida: Gea, Gaia, Isis, María, La
Tierra. Lo que el hombre-niño
hace en el laberinto, en el interior del cuerpo de la madre, es conocerlo para
abrirse de nuevo una caverna en su interior, después de haber sido arrojado de
la primera matriz. Aún no hemos nacido. Aún, como en el mito platónico, estamos
en la caverna.
La historia del hombre comienza en la caverna y por tortuosos
senderos, espirales, danzas y laberintos, intentamos regresar al fango
primordial. ¿Es este proceso a lo que Freud llamó nacimiento anal? De la
caverna natural a la caverna artificial, al claustro conventual, la pirámide,
la tumba, el templo, el palacio... Estructuras cuyo arquetipo es el laberinto,
las entrañas, las tripas, la matriz de las madres.
La danza del laberinto -la bailé en Amiens y en Chartres- es la
historia de nuestro miedo. Vagar por la espesura del desierto: Israel. Eneas y
su banda de hermanos a la búsqueda de Roma, otra madre, después de destruida la
primera, Troya. Todos los peregrinos del
dharma a la búsqueda de una madre-sol.
Es la iniciación del éxodo que va de una madre a otra. Todo peregrinar tiene
lugar en el cuerpo de la madre. ¡Cuánto dolor y sufrimiento!
Ese laberinto que hemos excavado en ella es el de Lucifer, el de la Luz caída y ensombrecida a su
llegada al Hades, a la caverna de la vida cristalizada y ensombrecida en su
belleza, apresada en su interior, dejando de fluir. Lo descubrí en La Balme, una inmensa gruta
natural al este de Lyón (Francia). Allí, en el vientre de la madre, después de
recorrer los laberintos de sus intestinos, encontré el Agua de la Vida que, como perla en su
concha, permanecía inerte y apresada en su inmensa belleza. Tomé un poco de
aquella Agua Viva detenida en su fluir y le elevé conmigo a la luz del sol, la
vertí en dos manos hermanas, polares, macho y hembra, manos fraternales, para
activar de nuevo su diferencia de potencial y hacer que fluyera de nuevo.
La caverna es sepultura. El vientre de la madre es tumba. A él
queremos regresar todos como hijos,
desde él queremos retener como madres
el fluir de la Vida. Aún
no hemos nacido ni resucitado. La caverna es el principio del yo, un molusco
egoísta que quiere mantenerse en la separación. Lo que en él hay de egoísta es
su renuncia a nacer, su renuncia a dejar de retener, a dejar de ser madre, a dejar de ser hijo, para convertirse en hermano-a. Todos somos hermanos por
cuya unión, matrimonio sagrado del faraón con su hermana de alma polar, el
propósito de la Vida Una
continúa.
En la caverna de la separación el yo se enrosca en el sueño. Toda
sesión psicoanalítica es un vientre materno perfeccionado para que el paciente
incube su sueño. Una reacción contra la angustia de permanecer dormidos, es
decir, muertos, no nacidos, separados del mundo, escindidos del hermano. Es la
esquizofrenia.
Errar de madre en madre no nos lleva a ninguna parte. Al movernos
(huir) creamos un nuevo receptáculo, puesto que el movimiento se da en el
espacio. Para Platón este movimiento es una vasija, una matriz, la de la madre.
¿Han observado como nos invade la necesidad de huir, de trasladarnos a otra
parte, a otra matriz-madre cada vez que sentimos la pulsión, en el sueño que dormimos, de
transformar el arquetipo hijo-madre/madre-hijo
en otra realidad representada por la fraternidad? ¿Y hacia dónde queremos huir?
Hacia la madre, hacia el hijo. Siempre lo mismo.
En el sueño, el héroe fálico y el espacio femenino proceden del cuerpo
mismo del durmiente. Eva surge de la costilla de Adán que duerme. Ella se
separa de él. Pero ella no es sólo la madre, sino la mujer, la compañera, la
emanación de la Vida,
el Agua Viva que fluye y recrea el mundo constantemente de cópula en cópula.
Una india cheroqui me dijo una vez que lo femenino estaba pervertido, pervertido por la
madre, pervertido por el hijo.
Aún no hemos nacido. Todavía estamos en el vientre. Aún somos de la
misma sustancia de la que se fabrican los sueños. La Vida
Nueva, el segundo nacimiento, la Natividad, es el
despertar, salir del sueño, abandonar la matriz, dejar de retener para ir más
allá del psicoanálisis. Este aún no sabe nada de la regeneración, sólo de la
generación. El psicoanálisis no cree que el hombre pueda nacer de nuevo, que
pueda renacer. No del vientre de una mujer-madre, sino del vientre de una
virgen. ¡Tremendo misterio!
Es la encarnación de Jesús-Melquisidec, rey de Salem, rey de Paz. Sin
padre, sin madre, sin descendencia, sin genealogía, el final de las
generaciones de la carne.
Sin padre porque en él terminan las cuarenta generaciones y porque el
nuevo cuerpo no está organizado genitalmente. Sin madre: "Hoy la Virgen da nacimiento al Hacedor del Universo",
dice la liturgia ortodoxa. Adán en la caverna despierta de su sueño y ya no hay
ninguna Eva separada, ya no hay ninguna madre Eva, ninguna madre Naturaleza. No
más nacimientos, no más descendencia. Más allá de la Naturaleza. Sobrenatural.
La resurrección es la resurrección del cuerpo, pero no del cuerpo
separado del individuo, sino del cuerpo de la Humanidad como un sólo
cuerpo. El primer hombre, Adán, fue, al dormirse, desmembrado y dividido en la
especie humana por la Eva-Madre que surgió
de él. El segundo hombre, Cristo, reintegra los miembros dispersos y
reconstituye la fraternidad de las células humanas en la unidad perdida. De ahí
que el verdadero misterio del acto sexual sea el de unificar ese cuerpo. Lo
dice la Epístola
a los Efesios: "hombres y mujeres
deben amarse entre si como a sus propios cuerpos".
Observen como cuando estamos conflictuados con nuestros cuerpos, cuando
no los amamos, también surgen conflictos con nuestros opuestos fraternales
polares a los que dejamos de amar para seguir las pulsiones instintivas de
volver a la caverna a seguir soñando falsos sosiegos, ante el rechazo que nos
produce el tener que seguir escalando la montaña de nuestros miedos.
Si nuestro corazón está anclado en lo que cree ser su deseo, por muy sublime
que nos parezca, no podremos nacer por segunda vez y convertirnos en canales y
amplificadores de la Vida Una
que debe fluir por nosotros. Nuestro trabajo es hacer desaparecer en nosotros
toda resistencia al avance de la esperanza y la confianza. El mortero que une
las piedras humanas separadas del cuerpo de la Humanidad está hecho de
Confianza, Voluntad y Amor.
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