domingo, 13 de agosto de 2017

La Singladura de Occidente 67

La Singladura de Occidente
Capítulo 67

Consumir II

Si nos preguntamos que es lo que compone hoy nuestra existencia, solo hay una respuesta: ¡Tener! Yo “tengo”: yo tengo un hijo, yo tengo una esposa, yo tengo un amante, yo tengo un amigo, yo tengo una casa, yo tengo dinero, yo tengo títulos, yo tengo un coche, yo tengo un oficio, yo tengo relaciones sociales, yo tengo experiencia, yo tengo un físico agradable, yo tengo una idea, yo tengo influencia…, o yo no tengo esas cosas. El hombre de nuestra cultura “quiere tener” emociones, sensaciones, experiencias agradables; pero no quiere tener las desagradables. El problema es que no se puede permanecer sensible a las emociones, las experiencias y sensaciones agradables, sin experimentar al mismo tiempo las desagradables. Aunque la “matriz social” pretenda que consumamos para que nos mantengamos siempre en las, según ella, supuestamente agradables.
(...)
Ya hemos visto en artículos anteriores como la “dualidad” forma parte del universo, y mientras permanezcamos en él, “ambas cosas” nos pertenecen. Por ello, “tener” o “no tener” es una falsa relación de pertenencia. Una chica quiere conquistar a un chico y dice: a ese lo tendré. Nuestro lenguaje nos delata. Nunca estamos en una relación neutral con los objetos o las personas, sino con mis objetos, mis amigos, mi mujer, mi casa, mi oficina, mi bolígrafo… Y sobre todo, y esto es lo esencial e importante, ¿conozco la “esencia” de esos seres u objetos que conforman su realidad y de los que “soy” esposo, amigo, padre…? Naturaleza esencial que al igual que la nuestra, también es libre. Para las gentes,  Ser de…” es equivalente a “tener a…” o “me tienen”. Mi tren sale a las tres; mi partido ha ganado las elecciones; mi hijo ha suspendido; mis pobres…; mis enfermos…; o, su peluquero le aconseja; su panadero le sugiere; su farmacéutico le recomienda… No olvidemos que “MI” y “SU” son pronombres “posesivos”.
Podemos preguntarnos: ¿cómo puede evolucionar (evolucionar en su conciencia) el “Ser” desde la dinámica “tengo” o “no tengo”? ¿Cómo puede crecer y transformarse mientras el “yo” siga siendo el sujeto del verbo “tener”? Un “yo” que, por cierto, no deja de cambiar pues nada “permanente” hay en él: dichoso un día, triste otro; tranquilo por la mañana, irritado por la tarde y deprimido por la noche; aquello que ayer quería “tener”, ya no me hace feliz hoy. Allí donde no hay “estabilidad”, tampoco hay crecimiento, ni evolución, ni transformación.
¿Qué significa “trans-forma-ción”? No es un simple cambio de “forma”, sino un ir “más allá” de ella (“trans” = “al otro lado”), a través de una acción (que eso es lo que significa el sufijo “-ción”). Ir más allá de la “forma” de “consumidor” es una “liberación” de nuestra conciencia limitada por esa forma. Por ello, esa transformación afecta al “Ser” que en esencia somos.
En nuestra sociedad de consumo, nos encontramos tan impregnados, desde que nacemos, por esa “mentalidad consumista”, que el “consumir” se la hecho algo artificialmente natural en nosotros, hasta tal punto que casi no es imposible comprender que, alguna vez, esto no haya sido así. ¿Qué es lo que nos ha ocurrido con ese dramático cambio? Sencillamente: hemos perdido la relación natural que los seres humanos solían tener con las cosas, porque nos hemos “apropiado” de ellas.
Cuando se dice que las sociedades tradicionales están fundamentadas en el “ser”, se quiere decir que están basadas en la “relación”. En dichas sociedades, en lugar del individualismo y el egoísmo visceral que aqueja a nuestro mundo moderno, la vida, toda vida, se encuentra en “relación”. Relación no es “posesión”. Relación con los demás (sea esta comercial, familiar, cultural, o la que sea); relación con la naturaleza (equilibrio y cooperación) y relación con el universo. Hasta el habla de entonces expresaba estas relaciones. Por ello, “ser algo”, ser madre, ser carpintero, ser pariente, no es un deber ni una obligación es, como dice el budismo, “Darhma”. Esta palabra significa “sostener”, sostener el Ser.
Hay una gran diferencia entre “ser de alguien o algo” y “ser para alguien o algo”. “Ser de…” expresa esclavitud; “ser para…” manifiesta libertad. Porque en el camino del Darhma el Ser evoluciona y se transforma sosteniéndose a sí mismo a través de una relación sin apego, sin identificación, con aquello que encuentra en el camino. La acción, el actuar, es una expresión del Ser; y nadie puede hacerlo de una forma diferente o “más allá” de lo que es. Una persona tímida, no puede ser una persona audaz, a menos que se transforme y vaya más allá de su timidez.
Nuestra cultura solo ve “servidumbre” o “poder”, al cual llama “libertad”; pero es incapaz de ver el “camino” que conduce más allá. El “más allá” de nuestra cultura occidental es pura ilusión, pues su certeza no se apoya en ningún punto de partida, ni tiene en cuenta el “camino”, solo “imagina” un ilusorio punto de llegada.
Cuando preguntamos a un cocinero que prepara la masa de una tarta, ¿qué hace? Nunca contesta “estoy mezclando harina y agua” (poniéndolas en relación), sino que directamente dice “estoy haciendo una tarta”. Si el punto de partida es la harina y el agua, el punto de llegada es la tarta terminada y salida del horno. Nuestras respuestas está siempre en el final, nunca tenemos en cuenta de donde se parte, ni el camino necesario para conseguir algo. Por ello el origen de nuestro hacer y el recorrido de ese hacer no forman parte de nuestras consciencias. Así, los hospitales existen, no porque existan las enfermedades, sino porque la idea última es la “salud”; de igual modo la jardinería está basada, no en la semilla, sino en la planta que nacerá de ella después de un largo recorrido de “relaciones”. Un alpinista no emprende una acción más que porque existe una “cima”. La cual siempre significa “conquista”.
Ambos extremos, punto de partida y punto de llegada se confunden; el efecto de la acción se confunde con la causa de la misma y el “deseo” se confunde con la “sensación”. Cuando nació la Ciencia Moderna, ésta nos prometió que era para que tuviéramos todas las certezas y desaparecieran los misterios; y como su punto de partida era un universo mecánico, cuando la “máquina” naufragó devorada por un punto final imaginario, nos quedamos sin respuestas y el universo se nos aparece cada vez más incomprensible y lleno de “misterios”.
Todas nuestras actividades, están basadas en una cierta concepción del hombre. Pero no todos los hombres están de acuerdo sobre lo que es el “hombre” en si mismo (punto de partida y llegada) en relación con todas las actividades humanas. Las antiguas tradiciones, inspiradas por sus propios conocimientos, tenían como certeza de partida que la naturaleza humana (su ser) era “infinita” e “ilimitada”, aunque como el árbol encerrado en la semilla, solo como “potencialidad” que había que desarrollar recorriendo el “camino”. Esta “certeza” se refería al Hombre realizado y terminado, al hombre cuyo Ser es plena conciencia.
Al igual que el manzano no designa a la semilla, ni al brote, ni al fruto, sino al árbol que produce manzanas; el “Hombre” tampoco designa al hombre terminado. Pero las sociedades tradicionales, al estar basadas en la relación, tenían consciencia que ese “hombre” que era medida de todas las cosas, era un producto inacabado. En cambio, en la civilización del “tener”, el hombre, el hombre de negocios, el hombre deportista, el play-boy, la vedette, el gran cirujano, la mujer de carrera, el premio Nobel, el académico, su señoría el diputado, su ilustrísima el señor juez, etc., etc., que “imaginan” que ya están realizados, nunca se convertirán en ese Hombre de Sabiduría y Consciencia que es el Hombre Realizado. Nuestros hombres y mujeres que creen haberse realizados o realizadas como tales, desde el punto de partida del conocimiento que del hombre tenían las culturas tradicionales, solo son hombres o mujeres limitados. Oriente tiene una palabra para este hombre realizado en la conciencia: Jivanmukta. El que ha alcanzado la plenitud de su Ser.


 

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