La Singladura de Occidente
Capítulo 67
Capítulo 67
Consumir II
Si nos preguntamos que es lo que
compone hoy nuestra existencia, solo hay una respuesta: ¡Tener! Yo “tengo”: yo
tengo un hijo, yo tengo una esposa, yo tengo un amante, yo tengo un amigo, yo
tengo una casa, yo tengo dinero, yo tengo títulos, yo tengo un coche, yo tengo
un oficio, yo tengo relaciones sociales, yo tengo experiencia, yo tengo un
físico agradable, yo tengo una idea, yo tengo influencia…, o yo no tengo esas cosas. El hombre de
nuestra cultura “quiere tener”
emociones, sensaciones, experiencias agradables; pero no quiere tener las desagradables. El problema es que no se puede
permanecer sensible a las emociones, las experiencias y sensaciones agradables,
sin experimentar al mismo tiempo las desagradables. Aunque la “matriz social” pretenda que consumamos
para que nos mantengamos siempre en las, según ella, supuestamente agradables.
(...)
Ya hemos visto en artículos
anteriores como la “dualidad” forma
parte del universo, y mientras permanezcamos en él, “ambas cosas” nos pertenecen. Por ello, “tener” o “no tener” es
una falsa relación de pertenencia. Una chica quiere conquistar a un chico y
dice: a ese lo tendré. Nuestro
lenguaje nos delata. Nunca estamos en una relación neutral con los objetos o
las personas, sino con mis objetos, mis amigos, mi mujer, mi casa, mi oficina,
mi bolígrafo… Y sobre todo, y esto es lo esencial e importante, ¿conozco la “esencia” de esos seres u objetos que
conforman su realidad y de los que “soy”
esposo, amigo, padre…? Naturaleza esencial que al igual que la nuestra, también
es libre. Para las gentes, “Ser de…” es equivalente a “tener a…” o “me tienen”. Mi tren sale a las tres; mi partido ha ganado las elecciones; mi hijo ha suspendido; mis pobres…; mis enfermos…; o, su peluquero le aconseja; su panadero le sugiere; su farmacéutico le recomienda… No olvidemos que “MI” y “SU” son
pronombres “posesivos”.
Podemos preguntarnos: ¿cómo puede
evolucionar (evolucionar en su conciencia) el “Ser” desde la dinámica “tengo”
o “no tengo”? ¿Cómo puede crecer y
transformarse mientras el “yo” siga
siendo el sujeto del verbo “tener”?
Un “yo” que, por cierto, no deja de
cambiar pues nada “permanente” hay
en él: dichoso un día, triste otro; tranquilo por la mañana, irritado por la
tarde y deprimido por la noche; aquello que ayer quería “tener”, ya no me hace feliz hoy. Allí donde no hay “estabilidad”, tampoco hay crecimiento,
ni evolución, ni transformación.
¿Qué significa “trans-forma-ción”? No es un simple
cambio de “forma”, sino un ir “más allá” de ella (“trans” = “al otro lado”), a través de una acción (que eso es lo que significa
el sufijo “-ción”). Ir más allá de
la “forma” de “consumidor” es una “liberación”
de nuestra conciencia limitada por esa forma. Por ello, esa transformación
afecta al “Ser” que en esencia
somos.
En nuestra sociedad de consumo,
nos encontramos tan impregnados, desde que nacemos, por esa “mentalidad consumista”, que el “consumir” se la hecho algo artificialmente
natural en nosotros, hasta tal punto que casi no es imposible comprender que,
alguna vez, esto no haya sido así. ¿Qué es lo que nos ha ocurrido con ese
dramático cambio? Sencillamente: hemos perdido la relación natural que los seres
humanos solían tener con las cosas, porque nos hemos “apropiado” de ellas.
Cuando se dice que las sociedades
tradicionales están fundamentadas en el “ser”,
se quiere decir que están basadas en la “relación”.
En dichas sociedades, en lugar del individualismo y el egoísmo visceral que
aqueja a nuestro mundo moderno, la vida, toda vida, se encuentra en “relación”. Relación no es “posesión”. Relación con los demás (sea
esta comercial, familiar, cultural, o la que sea); relación con la naturaleza
(equilibrio y cooperación) y relación con el universo. Hasta el habla de
entonces expresaba estas relaciones. Por ello, “ser algo”, ser madre, ser carpintero, ser pariente, no es un deber
ni una obligación es, como dice el budismo, “Darhma”. Esta palabra significa “sostener”, sostener el Ser.
Hay una gran diferencia entre “ser de alguien o algo” y “ser para alguien o algo”. “Ser de…” expresa esclavitud; “ser para…” manifiesta libertad. Porque
en el camino del Darhma el Ser
evoluciona y se transforma sosteniéndose a sí mismo a través de una relación
sin apego, sin identificación, con aquello que encuentra en el camino. La
acción, el actuar, es una expresión del Ser; y nadie puede hacerlo de una forma
diferente o “más allá” de lo que es.
Una persona tímida, no puede ser una persona audaz, a menos que se transforme y
vaya más allá de su timidez.
Nuestra cultura solo ve “servidumbre” o “poder”, al cual llama “libertad”;
pero es incapaz de ver el “camino”
que conduce más allá. El “más allá”
de nuestra cultura occidental es pura ilusión, pues su certeza no se apoya en
ningún punto de partida, ni tiene en cuenta el “camino”, solo “imagina” un
ilusorio punto de llegada.
Cuando preguntamos a un cocinero
que prepara la masa de una tarta, ¿qué hace? Nunca contesta “estoy mezclando harina y agua” (poniéndolas
en relación), sino que directamente dice “estoy
haciendo una tarta”. Si el punto de partida es la harina y el agua, el
punto de llegada es la tarta terminada y salida del horno. Nuestras respuestas
está siempre en el final, nunca tenemos en cuenta de donde se parte, ni el
camino necesario para conseguir algo. Por ello el origen de nuestro hacer y el
recorrido de ese hacer no forman parte de nuestras consciencias. Así, los
hospitales existen, no porque existan las enfermedades, sino porque la idea última
es la “salud”; de igual modo la jardinería
está basada, no en la semilla, sino en la planta que nacerá de ella después de
un largo recorrido de “relaciones”.
Un alpinista no emprende una acción más que porque existe una “cima”. La cual siempre significa “conquista”.
Ambos extremos, punto de partida y punto de llegada se confunden; el efecto de la acción se confunde
con la causa de la misma y el “deseo”
se confunde con la “sensación”. Cuando
nació la Ciencia Moderna,
ésta nos prometió que era para que tuviéramos todas las certezas y
desaparecieran los misterios; y como su punto de partida era un universo
mecánico, cuando la “máquina”
naufragó devorada por un punto final imaginario, nos quedamos sin respuestas y
el universo se nos aparece cada vez más incomprensible y lleno de “misterios”.
Todas nuestras actividades, están
basadas en una cierta concepción del hombre. Pero no todos los hombres están de
acuerdo sobre lo que es el “hombre”
en si mismo (punto de partida y llegada) en relación con todas las actividades
humanas. Las antiguas tradiciones, inspiradas por sus propios conocimientos,
tenían como certeza de partida que la naturaleza humana (su ser) era “infinita” e “ilimitada”, aunque como el árbol encerrado en la semilla, solo como
“potencialidad” que había que
desarrollar recorriendo el “camino”.
Esta “certeza” se refería al Hombre
realizado y terminado, al hombre cuyo Ser es plena conciencia.
Al igual que el manzano no
designa a la semilla, ni al brote, ni al fruto, sino al árbol que produce
manzanas; el “Hombre” tampoco
designa al hombre terminado. Pero las sociedades tradicionales, al estar
basadas en la relación, tenían consciencia que ese “hombre” que era medida de todas las cosas, era un producto
inacabado. En cambio, en la civilización del “tener”, el hombre, el hombre de negocios, el hombre deportista, el
play-boy, la vedette, el gran cirujano, la mujer de carrera, el premio Nobel,
el académico, su señoría el diputado, su ilustrísima el señor juez, etc., etc.,
que “imaginan” que ya están realizados,
nunca se convertirán en ese Hombre de
Sabiduría y Consciencia que es el Hombre
Realizado. Nuestros hombres y mujeres que creen haberse realizados o
realizadas como tales, desde el punto de partida del conocimiento que del
hombre tenían las culturas tradicionales, solo son hombres o mujeres limitados.
Oriente tiene una palabra para este hombre realizado en la conciencia: Jivanmukta. El que ha alcanzado la plenitud de su Ser.
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