lunes, 2 de octubre de 2017

El Cuerpo del Amor


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 09/01/1994>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: El Cuerpo del Amor 

<SUBTITULO>: Esbozo de un nuevo Sacramento.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Eucaristía es alimentarse, envolviéndolo en un acto de amor, de ese cuerpo de amor que se ofrece voluntariamente para convertirse en Luz.
<ILUSTRACION>:
Hombre de barro de Asaro, tribu de Goroka en Papúa Nueva Guinea
<CUERPO DEL TEXTO>:
 

A punto de concluir el libro de este año de nuestra vida, queremos cerrar sus páginas casi sin leerlas porque presentimos que también están llenas de dolor. Apenas nos atrevemos a pasar por ellas la mirada. Tenemos la secreta esperanza de que si le damos la vuelta a la última página y cerramos el libro, podremos coger uno nuevo que nos resulte más amoroso. Esperamos que el libro leído muera en el instante en que pasamos la última página. De esta estúpida manera, por lo que de ilusoria e inconsciente tiene, hemos leído todos esos libros que aparecen alineados en los estantes de la biblioteca de nuestra vida una.
(...)
En cada nueva página buscamos palabras con nuevos significados, aunque fuera de la caricia de las manos, de la ternura y el amor de la mirada y del latido del corazón por aquello que se ama, el cuerpo del amor, las palabras pierden su substancia, y, aquello a lo que se refieren, se nos aparecen como un vago y difuso recuerdo surgido de alguna perdida memoria. Impregnados de esa vaguedad, seguimos leyendo en la fútil espera de encontrar aquella que creemos debe ser nuestra página, nuestro libro, nosotros mismos.
Tan absortos estamos en el argumento, que no percibimos que sólo hojeamos las páginas, que aún no hemos aprendido a leer en el Libro de la Vida. Cuando el argumento no nos gusta, intentamos cambiarlo o dejar de leerlo; cuando nos satisface, porque nos hemos identificado con él, nos convertimos en esponjas para absorberlo y repetirlo en una larga e interminable telenovela. Pero ni el argumento, ni la interpretación, ni la dirección, ni los efectos especiales..., son lo importante; ninguna de esas cosas puede convertir un guión en una realidad luminosa. Solo la actitud, la relación de amor que establecemos con el cuerpo de amor nos eleva.
Esa actitud requiere de la memoria. Hemos olvidado que somos memoria, ahí en el centro del ser de nuestra personalidad encarnada. Por esta memoria, sutil y genética, es por la que aún sufrimos. Nos duelen los recuerdos. Recuerdos hechos de un légamo viscoso que se adhiere en cada página y en cada libro a la suela de nuestros zapatos. Tenemos alergia a ese barro del que estamos hechos. Queremos huir de él creyendo que basta con dejarlo atrás; justificamos nuestra huida diciendo que queremos ser fieles a nosotros mismos; pero, ¿cómo huir de uno mismo?
En estos días celebramos el nacimiento de un Hombre que nos instó a mirar de frente esa memoria, ese barro que cuelga de nuestro pasado y conforma las páginas de los libros de nuestras vidas. Nos insta a que tomemos el Libro Uno de todos los libros de la biblioteca de nuestras vidas de las manos del ángel, un ángel que siempre es nuestro prójimo, y lo devoremos hasta la angustia de la última palabra para comprobar, devorándose uno así mismo en el otro, de que manera se abre la mirada a lo esencial.
La Vida Una abarca innumerables episodios, argumentos, apariencias, rostros que, estrato por estrato, hemos ido atesorando en nuestro descenso a la materia, recubriéndonos de complejidad. Absortos en la página que leemos en este instante, o en cada pedacito de instante, no nos damos cuenta que el guión nos presenta los pretextos con los que justificar nuestras debilidades, o la posibilidad de derramar sobre ellos nuestro amor.
Es la sustancia de la Naturaleza, el barro del que está hecha la Vida, la memoria que produce dolor en el corazón, la sustancia del cuerpo del amor. Un cuerpo que ha de ser devorado en la transubstanciación de una Eucaristía cósmica y personal, a fin de transmutar su naturaleza con ese Amor que ningún evento puede derrocar y al que ningún barro puede dar forma. Ese Amor, que no tiene los pies de barro, es una Amor devorador.
Lo denso es el campo donde crece lo sutil; lo sutil es el germen que ofrece a lo denso oportunidad de vida y refinamiento. Por ello, en la Vida, en la Naturaleza, todo es cuestión de alimento. De la manera en como nos devoramos o nos dejamos devorar. El potencial de vida de este cuerpo de amor no reside sólo en el alimento absorbido, pues la Vida sólo se perpetúa en la conciencia que ponemos en ese acto eucarístico de comulgar con lo que en esencia es un sólo cuerpo. Comunión consciente, comprensión de lo que es ingerido, integración de nuestra propia sustancia en esa otra que es nuestra también.
No entendí este misterio hasta que un lama tibetano, ante mi pregunta de por qué estaba comiéndose una alitas de pollo al curry, me respondió que al devorar aquella materia densa, sacrificada y llena de dolor, al no rechazarla para alimentarse sólo de lo sutil, al envolverla en un acto de amor, aquel cuerpo de amor transmutaba su pesadez y, uniéndolo al suyo propio, ambos se convertían en luz.
Esto es Eucaristía. Por ello, no importa lo que devoremos si lo hacemos en una comunión consciente, consciente de que el sacrificio que hacemos de nuestro cuerpo de amor en una ofrenda voluntaria en la cruz de la materia, para que sea transmutado en Luz por el acto de amor de otro. Ni dientes ni ácidos trituran y digieren una sustancia que no se ha ofrecido a si misma como ofrenda voluntaria. Voluntad y confianza de que nada de lo que este mundo engendra es impuro. Hasta los excrementos que genera un alimento denso tienen la posibilidad de transformación y regeneración. Putrefacción y descomposición son fases necesarias en la maravillosa aventura de la vida. Lo decían los alquimistas: extraemos nuestro oro de los estercoleros.
Al devorar, amándolo, el cuerpo del amor, producimos y absorbemos luz, nos unimos a ella y la conducimos con nosotros un poquito más allá. Este camino alquímico requiere del desprendimiento de si mismo. De ahí que la totalidad de nuestras identificaciones o rechazos personales con las páginas de los libros de nuestras vidas, solo viva acontecimientos cuya finalidad última es la de ceder y fluir en ese cuerpo de amor hecho de memoria y que recubrimos de nostalgias estériles.
Esta Eucaristía no es una metáfora, sino una puerta abierta en la inmensidad del tiempo y del espacio infinito de la Vida Una que abarca todas las vidas. Comulgar con la sustancia de nuestro cuerpo de amor, partido y repartido en infinitos pedazos, es poner en resonancia todas las manifestaciones del Universo en nosotros y despertar nuestra memoria. Al cubrir de Amor un cuerpo de amor separado de nosotros, permitimos que la comunión transmute la sustancia, abrimos la puerta del trastero donde guardamos los viejos recuerdos para desempolvarlos y allanar los conflictos.
Esa comunión no es siempre una caricia, sino el jugo gástrico que corroe la infección que impide que nos reconozcamos en nuestra memoria como las células de un Gran Cuerpo de Gloria que debe tomar conciencia de su totalidad. La curación de la memoria es imprescindible para la edificación de un nuevo mundo. Las miles de facetas del Cuerpo Uno que viven en nosotros deben ser unificadas; para ello las proyectamos en otras porciones del Cuerpo de Amor Uno.
Lo que somos tiene que aceptar su realidad de antaño, lo que hemos sido ayer y aún hoy sigue revoloteando en algún lugar de nuestra inconsciencia. Ello debe ser amado en nuestra proyección de hoy. Solo uniendo esas dos fuerzas se podrá tejer aquello que ya existe del mañana.
Parece difícil de entender, pero nada puede estar íntegro si antes no ha estado roto. Nos han o nos hemos roto. Debemos reconocer las grietas y los desgarrones, las fisiones y divisiones cometidas en nombre de nosotros mismos, para que la oración pueda ser dicha. Entre Shamain el Cielo y Main el Agua, solo falta la Shin, el fuego que se genera en la unión de los cuerpos, no de las almas: cuerpos de amor. El sentido erótico de la realidad desenmascara al alma, a la personalidad y al yo, es decir: aquello que nos diferencia y separa, lo que nos hace individuos individuales e individuos colectivos que se enfrentan cuando quieren ser ellos mismos. La página una del libro, como el libro, siempre es doble, siempre tiene dos caras y ambos son una bola de Luz en la mano para ofrecerla en comunión.
A ti, mi cuerpo de amor, para el que todo el amor generado por tantas memorias olvidadas, quisiera cubrir y devorar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario