<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 09/01/1994>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: El Cuerpo del Amor
<SUBTITULO>: Esbozo de un nuevo Sacramento.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Eucaristía es alimentarse, envolviéndolo en un acto de amor, de ese cuerpo de amor que se ofrece voluntariamente para convertirse en Luz.
<ILUSTRACION>: Hombre de barro de Asaro, tribu de Goroka en Papúa Nueva Guinea
<CUERPO DEL TEXTO>:
A punto de concluir el libro de este año de nuestra vida, queremos
cerrar sus páginas casi sin leerlas porque presentimos que también están llenas
de dolor. Apenas nos atrevemos a pasar por ellas la mirada. Tenemos la secreta
esperanza de que si le damos la vuelta a la última página y cerramos el libro,
podremos coger uno nuevo que nos resulte más amoroso. Esperamos que el libro
leído muera en el instante en que pasamos la última página. De esta estúpida
manera, por lo que de ilusoria e inconsciente tiene, hemos leído todos esos
libros que aparecen alineados en los estantes de la biblioteca de nuestra vida
una.
(...)
En cada nueva página buscamos palabras con nuevos significados, aunque
fuera de la caricia de las manos, de la ternura y el amor de la mirada y del latido
del corazón por aquello que se ama, el cuerpo
del amor, las palabras pierden su substancia, y, aquello a lo que se
refieren, se nos aparecen como un vago y difuso recuerdo surgido de alguna
perdida memoria. Impregnados de esa vaguedad, seguimos leyendo en la fútil
espera de encontrar aquella que creemos debe ser nuestra página, nuestro libro,
nosotros mismos.
Tan absortos estamos en el argumento, que no percibimos que sólo
hojeamos las páginas, que aún no hemos aprendido a leer en el Libro de la Vida. Cuando el
argumento no nos gusta, intentamos cambiarlo o dejar de leerlo; cuando nos
satisface, porque nos hemos identificado con él, nos convertimos en esponjas
para absorberlo y repetirlo en una larga e interminable telenovela. Pero ni el
argumento, ni la interpretación, ni la dirección, ni los efectos especiales...,
son lo importante; ninguna de esas cosas puede convertir un guión en una
realidad luminosa. Solo la actitud, la relación de amor que establecemos con el
cuerpo de amor nos eleva.
Esa actitud requiere de la memoria. Hemos olvidado que somos memoria,
ahí en el centro del ser de nuestra personalidad encarnada. Por esta memoria,
sutil y genética, es por la que aún sufrimos. Nos duelen los recuerdos.
Recuerdos hechos de un légamo viscoso que se adhiere en cada página y en cada
libro a la suela de nuestros zapatos. Tenemos alergia a ese barro del que
estamos hechos. Queremos huir de él creyendo que basta con dejarlo atrás;
justificamos nuestra huida diciendo que queremos ser fieles a nosotros mismos;
pero, ¿cómo huir de uno mismo?
En estos días celebramos el nacimiento de un Hombre que nos instó a
mirar de frente esa memoria, ese barro que cuelga de nuestro pasado y conforma
las páginas de los libros de nuestras vidas. Nos insta a que tomemos el Libro
Uno de todos los libros de la biblioteca de nuestras vidas de las manos del
ángel, un ángel que siempre es nuestro prójimo, y lo devoremos hasta la
angustia de la última palabra para comprobar, devorándose uno así mismo en el
otro, de que manera se abre la mirada a lo esencial.
La Vida Una abarca innumerables
episodios, argumentos, apariencias, rostros que, estrato por estrato, hemos ido
atesorando en nuestro descenso a la materia, recubriéndonos de complejidad.
Absortos en la página que leemos en este instante, o en cada pedacito de
instante, no nos damos cuenta que el guión nos presenta los pretextos con los
que justificar nuestras debilidades, o la posibilidad de derramar sobre ellos
nuestro amor.
Es la sustancia de la
Naturaleza, el barro del que está hecha la Vida, la memoria que produce
dolor en el corazón, la sustancia del cuerpo
del amor. Un cuerpo que ha de ser devorado en la transubstanciación de una
Eucaristía cósmica y personal, a fin de transmutar su naturaleza con ese Amor
que ningún evento puede derrocar y al que ningún barro puede dar forma. Ese
Amor, que no tiene los pies de barro, es una Amor devorador.
Lo denso es el campo donde crece lo sutil; lo sutil es el germen que
ofrece a lo denso oportunidad de vida y refinamiento. Por ello, en la Vida, en la Naturaleza, todo es
cuestión de alimento. De la manera en como nos devoramos o nos dejamos devorar.
El potencial de vida de este cuerpo de
amor no reside sólo en el alimento absorbido, pues la Vida sólo se perpetúa en la
conciencia que ponemos en ese acto eucarístico de comulgar con lo que en
esencia es un sólo cuerpo. Comunión consciente, comprensión de lo que es
ingerido, integración de nuestra propia sustancia en esa otra que es nuestra
también.
No entendí este misterio hasta que un lama
tibetano, ante mi pregunta de por qué estaba comiéndose una alitas de pollo al
curry, me respondió que al devorar aquella materia densa, sacrificada y llena
de dolor, al no rechazarla para alimentarse sólo de lo sutil, al envolverla en
un acto de amor, aquel cuerpo de amor
transmutaba su pesadez y, uniéndolo al suyo propio, ambos se convertían en luz.
Esto es Eucaristía. Por ello, no importa lo que devoremos si lo
hacemos en una comunión consciente, consciente de que el sacrificio que hacemos
de nuestro cuerpo de amor en una
ofrenda voluntaria en la cruz de la materia, para que sea transmutado en Luz
por el acto de amor de otro. Ni dientes ni ácidos trituran y digieren una
sustancia que no se ha ofrecido a si misma como ofrenda voluntaria. Voluntad y
confianza de que nada de lo que este mundo engendra es impuro. Hasta los
excrementos que genera un alimento denso tienen la posibilidad de
transformación y regeneración. Putrefacción y descomposición son fases
necesarias en la maravillosa aventura de la vida. Lo decían los alquimistas: extraemos nuestro oro de los estercoleros.
Al devorar, amándolo, el cuerpo
del amor, producimos y absorbemos luz, nos unimos a ella y la conducimos
con nosotros un poquito más allá. Este camino alquímico requiere del desprendimiento
de si mismo. De ahí que la totalidad
de nuestras identificaciones o rechazos personales con las páginas de los
libros de nuestras vidas, solo viva acontecimientos cuya finalidad última es la
de ceder y fluir en ese cuerpo de amor
hecho de memoria y que recubrimos de nostalgias estériles.
Esta Eucaristía no es una metáfora, sino una puerta abierta en la
inmensidad del tiempo y del espacio infinito de la Vida Una que abarca todas
las vidas. Comulgar con la sustancia de nuestro cuerpo de amor, partido y repartido en infinitos pedazos, es poner
en resonancia todas las manifestaciones del Universo en nosotros y despertar
nuestra memoria. Al cubrir de Amor un cuerpo
de amor separado de nosotros, permitimos que la comunión transmute la
sustancia, abrimos la puerta del trastero donde guardamos los viejos recuerdos
para desempolvarlos y allanar los conflictos.
Esa comunión no es siempre una caricia, sino el jugo gástrico que
corroe la infección que impide que nos reconozcamos en nuestra memoria como las
células de un Gran Cuerpo de Gloria que debe tomar conciencia de su totalidad.
La curación de la memoria es imprescindible para la edificación de un nuevo
mundo. Las miles de facetas del Cuerpo Uno que viven en nosotros deben ser
unificadas; para ello las proyectamos en otras porciones del Cuerpo de Amor Uno.
Lo que somos tiene que aceptar su realidad de antaño, lo que hemos
sido ayer y aún hoy sigue revoloteando en algún lugar de nuestra inconsciencia.
Ello debe ser amado en nuestra proyección de hoy. Solo uniendo esas dos fuerzas
se podrá tejer aquello que ya existe del mañana.
Parece difícil de entender, pero nada puede estar íntegro si antes no
ha estado roto. Nos han o nos hemos roto. Debemos reconocer las grietas y los
desgarrones, las fisiones y divisiones cometidas en nombre de nosotros mismos, para que la oración
pueda ser dicha. Entre Shamain el
Cielo y Main el Agua, solo falta la Shin,
el fuego que se genera en la unión de los cuerpos, no de las almas: cuerpos de amor. El sentido erótico de
la realidad desenmascara al alma, a la personalidad y al yo, es decir: aquello
que nos diferencia y separa, lo que nos hace individuos individuales e
individuos colectivos que se enfrentan cuando quieren ser ellos mismos. La
página una del libro, como el libro, siempre es doble, siempre tiene dos caras
y ambos son una bola de Luz en la mano para ofrecerla en comunión.
A ti, mi cuerpo de amor,
para el que todo el amor generado por tantas memorias olvidadas, quisiera
cubrir y devorar.
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