domingo, 8 de octubre de 2017

La enseñanza esotérica 03

LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
( 3 )


Para convertirnos en un “Espíritu sano”, no solo hemos de desprendernos de nuestros prejuicios, nuestra intolerancia y nuestra violencia, sino que también hemos de “aprender” a “comprender”, a desarrollar nuestra comprensión, además de nuestra compasión y nuestro amor. Esta “comprensión” nos proporcionará una nueva forma.

¿Qué es lo que quiero decir con “aprender a comprender?

(...)
A lo largo de nuestra evolución, individual y colectiva, hemos ido pasando a través de diversas matrices. Por ejemplo, la matriz Naturaleza (el mito la llama “Paraíso” o “Eden”), nos desarrolló hasta un cierto punto; luego, esa “matriz paraíso” nos expulsó de ella y nacimos a una nuevo espacio, una nueva matriz, una “matriz social”, con la finalidad de que pudiéramos continuar nuestro desarrollo y evolución, ahora, por nuestro propio esfuerzo. Esta perfeccionamiento y evolución significa el desarrollo en nosotros de ciertas características y cualidades “interiores”, las cuales, habitualmente, permanecen en estado embrionario o estado potencial, ya que no pueden desarrollarse por si mismas, pues necesitan de nuestra intención y voluntad consciente.
La experiencia demuestra que este nuevo desarrollo no es posible si no se dan ciertas condiciones especiales y esfuerzos también especiales; así como la ayuda por parte de aquellos que emprendieron este trabajo con anterioridad y ya alcanzaron un grado más elevado de desarrollo, pasando a integrar el “Círculo de la Humanidad Consciente” (Hablaremos de este Círculo en otro momento).
Lo que la “Enseñanza Esotérica” nos avisa es que sin este esfuerzo y sin esta ayuda nuestro desarrollo no es posible, aunque la Vida nos impulse a ello. ¿Han pensado que la Vida nos está impulsando a que nos convirtamos en algo diferente a lo que creemos ser, a que cambiemos nuestra forma de ser? Descubrir que es ser algo diferente a lo que creemos ser es una cuestión de esfuerzo personal, y ese es el motivo de que tengamos que “aprender a comprender”. La tradición oculta en los relatos de los Evangelios, al proceso de adquirir una nueva forma, lo llama “nacer por segunda vez” o “volverse como niños”; y de una forma más compleja señala que eso no se logrará “hasta que lo de dentro no sea como lo de fuera” (hasta que la “personalidad” no sea igual que la “esencia”). El problema se encuentra en que aunque todos pueden convertirse en algo diferente, pues tienen la potencialidad para ello, muchos NO LO DESEAN. Y es preciso desearlo, desearlo conscientemente, desear ser diferente, desearlo profundamente y por mucho tiempo. Todo dependerá de este DESEO, todo dependerá de lo que estemos dispuestos a aprender para llegar a “comprender”; también de lo que se esté dispuesto a “dar” y a “sacrificar”. Sin estos requisitos nuestra evolución se detiene.
Para llegar a ser algo diferente a lo que ahora somos, primero tenemos que descubrir cual es nuestra actual condición. No conocer lo que somos es el primer problema que hemos de solucionar para ser algo diferente. Por ello, nuestra primera pregunta ha de ser: ¿cuál es nuestra condición en el mundo? ¿Hasta que punto nos conocemos? ¿Hasta qué profundidad somos conscientes, por ejemplo, de nuestros prejuicios -prejuicios sobre nosotros mismos, sobre el hombre en general, sobre la Naturaleza e, incluso, sobre eso que desconocemos y a lo que ha venido en llamarse Dios.
Este desconocimiento, esta ignorancia, es la que hace que creamos tener una serie de cualidades que pertenecen al Ser y no a la personalidad. Por ejemplo: creemos tener “conocimiento” de nosotros mismos; creemos tener un “yo permanente”; creemos tener “individualidad”; creemos tener “unidad”; creemos tener “conciencia”; incluso creemos tener “voluntad”. En realidad, estas cualidades aún no existen como algo permanente en nosotros, pues si las tuviéramos “seríamos” algo diferente, tendríamos una “forma” diferente (más humana) y seríamos “espíritus sanos”.
¿Sabemos cual es nuestra condición en el mundo?


En los Vedas se encuentra una bella parábola que nos lo explica. Esta parábola aparece también en otras tradiciones, e incluso forma parte de la enseñanza de ciertas escuelas esotéricas. Se la conoce como la “parábola del cochero, el caballo y el carruaje”. Ella ilustra cual es nuestra posición en el mundo. En la parábola, el “hombre” aparece así simbolizado en su triple constitución o naturaleza: nuestra mente es el “cochero”; el “caballo” simboliza a nuestras emociones; y el “carruaje” representa nuestra cuerpo físico.

Pero esta realidad de nuestra triple naturaleza se encuentra con un problema: el “cochero”, la mente del hombre, está en la “Taberna” (que simboliza el Mundo), gastando su “dinero” (energía) en “embriagarse” con las imágenes e ilusiones del Mundo y que en su estado de embriaguez toma como reales. A causa de ello, el “caballo” recibe escaso o nuco alimento, por lo que se encuentra famélico (nuestra realidad emocional es la que tira de nosotros a través de sus impulsos y deseos), y el “carruaje”, nuestro cuerpo físico se encuentra también en mal estado (enfermedad).

Como les decía, esta parábola ilustra cual es nuestra situación en el mundo, y este es el estado que hemos de conocer en primer lugar, para poder llegar a su “comprensión”. Profundizar en el significado de todos los elementos que constituyen la parábola nos llevaría por derroteros distintos de los que ahora es mi intención, así que solo haré un breve comentario. Lo primero que hemos de comprender es que el hombre, tal como es ahora, está dormido (de ahí que se hable de despertar) porque su “mente” está embriagada por lo que en su “sueño” él llama “realidad”; y en ese estado de embriaguez “sueña” que esa realidad que percibe a través de sus sentidos físicos es “la única realidad”. Las consecuencias de esta embriaguez son un cuerpo emocional (“caballo”) famélico y un cuerpo físico (“carruaje”) enfermo y deteriorado.

¿Habéis pensado alguna vez lo que es la “Taberna-Mundo”? ¿Y lo que es la “bebida” que embriaga al “cochero”? ¿Os habéis preguntado lo que es la “ebriedad”? Aquello que nos impide “pensar por nosotros mismos” y tener alguna “idea” y alguna “comprensión” sobre nuestro estado. Incluso, suponiendo que la “embriaguez” permita tener algún pensamiento sobre como salir de esa situación, ¿cómo “despertar” de la “ilusión” producida por la “ebriedad”?
Supongamos que nuestra mente, el “cochero”, puede “despertarse” hasta cierto punto y puede atisbar lo que sucede; supongamos que esa chispita de lucidez y comprensión (iluminación) nos permite darnos cuenta de nuestras “ilusiones” y pretendemos salir de esa situación; supongamos igualmente, que nuestro “cochero” también percibe cual es la situación en la que se encuentran sus emociones (el “caballo”) y su cuerpo físico (el “carruaje”); y por último supongamos que con una esfuerzo de voluntad conseguimos salir de la “Taberna-Mundo”, que tendremos que “ascender” al “pescante” (un lugar más elevado en nosotros), pero que  el “estribo” está roto; y que luego tendremos que coger las “riendas” (que ya ni siquiera existen) para poder dirigir, desde ese lugar “elevado”, al “caballo” cuando este tira del “carruaje”. ¿De verdad creen que podrán por si mismos hacer estas cosas? Uno no puede “despertar” por sí mismo. Necesitamos de un DESPERTADOR.


Cuando llega la hora (esa hora llega para todos, aunque si estamos muy embriagados, no escucharemos el “despertador”) desde el “Círculo de la Humanidad Consciente” (despertador), nos llega un “sonido” para que “despertemos”. Un “sonido” que suele ir acompañado por algo brusco que sucede en nuestras vidas; un “sonido” que nos llena de inquietud, de insatisfacción y de desasosiego. Ello nos impulsa, en el caso que hayamos abierto los ojos un poquito, a buscar una respuesta, un significado, una “comprensión” de ese sonido que quiere despertarnos y que no sabemos lo que es.

Por algún tiempo permanecemos solos, observamos un tanto extrañados lo que nos sucede y lo que sucede a nuestro alrededor, aunque sin saber realmente que es lo que sucede. Hasta que un día sentimos el impulso de llamar a alguna “puerta” para encontrar alguna respuesta que nos proporcione “comprensión” a lo que nos sucede. Generalmente la “puerta” es personal: un amigo, un “gurú”, alguien que consideramos que puede proporcionarnos una explicación; aunque a veces, esa puerta es una “puerta grupal: una nueva iglesia, un grupo que se reúne para trabajar internamente, una organización filosófica o filantrópica, una orden esotérica, una escuela iniciática, otra religión…

Ante esas puertas ocurren distintas cosas, aunque lo más común es que se inicie un recorrido de unas a otras. El recorrido variará según lo que uno busque, y lo que se desee encontrar referente a nuestra inquietud. En este proceso, poco a poco, no importa por qué medios, comienza a formarse un nuevo “significado” y una nueva “comprensión” va emergiendo hasta nuestra conciencia. Y por ella se derrama nuestra insatisfacción y encuentra cauce nuestra angustia. Durante bastante tiempo aún, nuestra “comprensión” es aún muy débil, aún no tenemos bastante conciencia para darnos cuenta que aún permanecemos dormidos o embriagados por nuestros deseos de satisfacción material.

Aún así, a partir de ese breve destello de conciencia que la “llamada del despertador” produjo en nosotros, y en respuesta a ese “sonido” que nos ha provisto de una nueva energía, ha ido surgiendo en nuestro interior un nuevo deseo: el “deseo de hacer”. ¿Hacer qué? “Algo”, sin importar mucho qué, “algo” que se configura como una “misión”. Entonces nos convertimos en “servidores” de esa idea, de ese algo, de esa misión que hemos creído comprender y que hemos elevado a la categoría de ideal. Y nos lanzamos, empujados por esa especie de destino mesiánico, a convencer a los demás de la “bondad” de nuestra “idea” y de las “ventajas” de nuestro descubrimiento, sin haber profundizado en su “comprensión”. Entonces nos convertimos en “fanáticos” de ese ideal, de esa enseñanza que se interpreta “literalmente”. Este es un problema que cada uno ha de resolver por si mismo, pues solo a él atañe.
Esta interpretación literal es causada por esa falta de “comprensión”, y porque aún permanecemos medio dormidos, aunque ahora soñamos que “despertamos” cuando en realidad aún no hemos si quiera salido de la “Taberna-Mundo”.
Lo que debemos “comprender”, ante ese nuestro primer impulso de “hacer” o “servir” es algo que nuestro estado de “ebriedad” no puede percibir; que nuestra “persona” y el que creemos nuestro yo personal, no es el Ser que somos; incluso que nuestra “persona” no puede “hacer”, pues para poder “hacer” primero hay que Ser, Ser un Espíritu Sano. En esta “idea” esta todo el “quid” de la cuestión. Y si no lo descubrimos, por mucho que queramos “hacer” (meditar, ejercicios de respiración, ser maestros de Reiki, hacernos macrobióticos, etc., etc.), con nosotros mismos y para los demás, la insatisfacción, la angustia y el desánimo, volverán a anidar en nuestro corazón al cabo de un cierto tiempo.
Lo que la “llamada del despertador” exige de nosotros es que vallamos más allá de la Naturaleza, que accedamos a otro nivel de conciencia (“subir al pescante”) más incluyente y en el que tenga cabida más mundo, más universo, comenzando por todos los seres humanos; que accedamos a otro nivel de comprensión desde el que podamos recibir las “ideas” que el Círculo de la Humanidad Consciente trata de introducir en nuestras mentes a fin de que sanemos, permitiendo que nuestra alma y nuestro espíritu se fusionen con nuestra personalidad.
Si supiéramos leer en el Libro de la Naturaleza, comprenderíamos cual es el problema. En la Naturaleza nadie “hace” nada. En ella todo “sucede”, y sucede porque los ciclos y leyes que la regulan hacen que las cosas sean así y no de otra manera. El olvido y desconocimiento por nuestra parte de estos ciclos y leyes son el motivo por el que nuestro planeta se encuentre en las condiciones en que se encuentra.
Nuestro yo personal, que es un producto de esa misma naturaleza, y se encuentra sometido a las mimas leyes que ella, nada puede “hacer”. Como en ella, en nosotros, “todo sucede”. Y sucede de la misma manera que la lluvia, el granizo, o la nieve, cae debido a que la temperatura, la presión y la humedad se han modificado en el atmósfera. Nadie llueve, nieva o graniza; nadie hace nada para llover. Es algo que sucede según las leyes atmosféricas. Por ello, entre las extrañas ilusiones que soñamos en nuestro estado de embriaguez se encuentra la ilusión de que “podemos hacer”: podemos hacer “meditación” (el dios Krhisna le dijo a Arjuna cuando éste le pidió que le enseñara a meditar: “solo el alma medita, ese es su estado”), podemos hacer “servicio”, podemos hacer cursos y rituales para iluminarnos, podemos hacer obras de caridad, podemos hacer el bien al prójimo, podemos hacer de personas comprensivas, bondadosas y misericordiosas, podemos hace de hermanas de la caridad… En realidad, lo único que hacemos es hacernos la puñeta unos a otros. Hasta que cambian las “condiciones atmosféricas” y un nuevo acontecer sucede de la misma manera que se derrite la nieve bajo el calor del sol. La lluvia no llueve porque quiere, la nieve no se derrite porque quiere, nuestro pretendido “hacer” no “hace” porque creamos hacer. Todo lo que acontece, todo lo que sucede en la Naturaleza (incluida nuestra naturaleza humana) ocurre como resultado de influencias exteriores e interiores a nosotros y de las que no somos conscientes, y sobre las cuales, en principio, no tenemos control, no tenemos poder.
El hombre, tal como somos, no hace, no sirve, no sana, porque el quiere. Todo ello sucede “mecánicamente”. Y esta es una idea muy difícil de aceptar, ya que se encuentra soportada por una de nuestras más fuertes ilusiones: la ilusión de que somos el “Hombre”. Pero, ¿lo somos realmente? ¿Somos en realidad el Hombre? ¿Cuál es el significado de ese sustantivo?


Las “ideas” que conforman la “Tradición Esotérica” y que proceden del “Círculo de la Humanidad Consciente” dicen que somos “semillas” que han sido sembradas en la Tierra para que germinen y den fruto, y que cuando alcancen la totalidad de su conciencia se convertirán en el Ser que realmente somos. Aunque la idea está expresada en una metáfora, esta encierra un desarrollo real. Y como aún no lo somos, por ello, nadie comprende que lo que se hace de cierta manera, bajo ese estado que nosotros consideramos “vigilia” pero que el “Conocimiento Esotérico” considera “estar dormido” (dormido en la conciencia), no podría haberse hecho de otra manera. Simplemente ha sucedido, porque una ley está actuando. Podría decirse que los “aconteceres” han seguido el único camino que podían seguir, según las “influencias” internas y externas que regulan todo acontecer. Al no tener el suficiente conocimiento y la suficiente conciencia, nada podemos hacer para cambiarlo, carecemos de poder para ello.

Aunque si hemos logrado comprender eso, aunque solo sea como metáfora, podríamos también comprender el por qué, en respuesta a la “llamada del despertador” que acusó nuestra insatisfacción y que nos hizo cambiar de dirección, quisimos hacerlo, “haciendo” lo que hacemos todos los días, en el estado de conciencia dormida que nos caracteriza. Pensamos que ese nuevo “movimiento” seguía discurriendo por entre y con las ideas y pensamientos que mueven nuestro diario y doliente vivir: ideas mecánicas, regidas por las leyes que regulan la Naturaleza.

¿Podemos “hacer algo entonces”? NADA. Esta respuesta nos enfurece. Suena tajante. Hace que nuestro orgullo y vanidad se pongan en tensión. Entonces echamos mano del “libre albedrío” y decimos: “pues yo hago lo que me da la real gana”, y si no sale como queremos, siempre tenemos a alguien para culpabilizar. Aunque ese NADA sería la respuesta que tendríamos que dar si fuéramos sinceros con nosotros mismos y tomáramos conciencia de nuestra “nadidad” la cual, nos llevaría a hasta ese punto de “humildad” que permite que el Espíritu entre en nosotros.

NADA tal como somos. Tal como somos solo podemos hacer una cosa: cambiar nuestro estado de Ser, Eso es lo que nos pide la “llamada del despertador”. Creer otra cosa es mentirnos a nosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario