Viaje a Bolivia y
Perú
-Del 17 de Agosto
al 1 de Septiembre-
(Una visión
personal)
(Continuación)
Llegada a Santa
Cruz de la Sierra
(Bolivia)
Con unos minutos de retraso el avión toma tierra en el
aeropuerto de Viru Viru (tengo que preguntarle a una guía que significa ese
nombre y cual es su origen). Apenas está amaneciendo. El desembarco es rápido,
la gente se da prisa, harta de tantas horas de avión, pero nos espera una hora
larga de trámites. Primero inmigración para control y sellado de pasaportes. Te
entreguan un papelín (no merece otro nombre esta ridiculez de documento que señala el día que has entrado al país y que tendrás que
entregar a la salida); luego recogida del equipaje y, cuando uno cree
que ya está, te encuentran con un control de equipajes.
Da pánico ver la larga cola que hay formada. Por suerte me doy cuenta que esa cola es para aborígenes que regresan. Hay otra más corta para no aborígenes, y en ella me pongo. Una policía con cara de pocos amigos ella, hace pasar de uno en uno a los no aborígenes, casi todos europeos, por un arco que tiene un gran botón rojo a su derecha y un semáforo con dos colores, rojo y verde, en el dintel. Hay que pulsar el botón y si sale verde te vas a la calle directamente, si sale rojo te envían a un mostrador donde unos policías te hacen abrir el equipaje.
Pulso el botón y el semáforo se pone rojo. La policía me dice que me dirija al mostrados situado a la derecha. Un policía, un chico joven, me pide que abra la maleta, me pide que levante las camisas que van en la parte de arriba y luego, sin más, me dice que la cierra y me vaya. ¿Habrá sido solo por fastidiar, solo por que soy europeo y tengo pinta de “guiri”?
Cierro la maleta y, sin más, me dirijo hacia la salida. Busco entre la gente a alguien que lleve un cartelito del tour operador con el que realizo el viaje entre los muchos que hay esperando, pero no lo encuentro. ¡No puede se que no haya nadie esperándome! Por fin veo a un señor de mediana edad con un cartelito en el que está escrito mi nombre. Resulta ser un taxista que la agencia ha enviado a recogerme para llevarme al hotel. Me comunica que un agente de la agencia se pondría en contacto conmigo más tarde.
(...)
Da pánico ver la larga cola que hay formada. Por suerte me doy cuenta que esa cola es para aborígenes que regresan. Hay otra más corta para no aborígenes, y en ella me pongo. Una policía con cara de pocos amigos ella, hace pasar de uno en uno a los no aborígenes, casi todos europeos, por un arco que tiene un gran botón rojo a su derecha y un semáforo con dos colores, rojo y verde, en el dintel. Hay que pulsar el botón y si sale verde te vas a la calle directamente, si sale rojo te envían a un mostrador donde unos policías te hacen abrir el equipaje.
Pulso el botón y el semáforo se pone rojo. La policía me dice que me dirija al mostrados situado a la derecha. Un policía, un chico joven, me pide que abra la maleta, me pide que levante las camisas que van en la parte de arriba y luego, sin más, me dice que la cierra y me vaya. ¿Habrá sido solo por fastidiar, solo por que soy europeo y tengo pinta de “guiri”?
Cierro la maleta y, sin más, me dirijo hacia la salida. Busco entre la gente a alguien que lleve un cartelito del tour operador con el que realizo el viaje entre los muchos que hay esperando, pero no lo encuentro. ¡No puede se que no haya nadie esperándome! Por fin veo a un señor de mediana edad con un cartelito en el que está escrito mi nombre. Resulta ser un taxista que la agencia ha enviado a recogerme para llevarme al hotel. Me comunica que un agente de la agencia se pondría en contacto conmigo más tarde.
(...)
A estas alturas ya ha amanecido del todo. La Ciudad está a unos 17 kilómetros. Abandonamos
el aeropuerto y salimos a una autopista de dos carriles y con dos direcciones.
El taxista me dice que ya comienza a haber bastante tráfico. Me pregunta que de
donde vengo y a qué vengo a Bolivia. Lo de siempre. Se lo explico. Conforme nos
acercamos a la ciudad, la autopista se ha ido llenando de coches y camiones; también
de pequeños microbuses que llevan a gentes desde las afueras a la ciudad. A
ambos lados, fábricas y talleres de todo tipo, así como mucha nave o edificio
en construcción, cubren todo el espacio visible. No hay más de un kilómetro sin
que haya un cruce, la mayoría sin señalizar.
Le pregunto al taxista si sabe que significa o de donde
viene el nombre de “Viru Viru”. Me explica que proviene de una palabra guaraní
(en el Departamento de Santa Cruz de la Sierra el guaraní es la segunda lengua hablada
después del español), que significa “pampa” o llanura que es el nombre que
recibe toda la zona donde se encuentra enclavado el aeropuerto. Pero hay quien
cree que proviene de un antiguo río, ahora seco, que corta la pampa a unos 13 km. al norte de la ciudad
y que se llamaba “Birubiru”.
Conforme nos acercamos a la ciudad, me es difícil
distinguir si estamos acercándonos a ella o estamos ya en ella, todo me parece
igual, las construcciones se desparraman por esa pampa que despierta a un nuevo
día. El tráfico se ha hecho más intenso y más alucinante. Debe ser porque es la
hora en que las gentes salen a trabajar. Lo más espantoso es la forma de
conducir, me recuerda a El Cairo. Nadie respeta ninguna norma, apenas hay
señales y solo algunos semáforos que no parecen que regulen nada, pues los
conductores saltan de un carril a otro como si fueran liebres compitiendo por ver
quien ocupa antes el hueco que ha dejado alguien que ha conseguido meterse en
otro hueco más adelante. Así se va avanzando. A veces, bueno casi siempre, entre
los coches que se adelantan no hay ni un centímetro de distancia. La impresión
es que se va a producir un choque en cada momento, pero no pasa nada.
La autopista por la que circulamos es la 4, cuya
ubicación se aprecia en el mapa siguiente.
![]() |
En el mapa se puede apreciar la aupista 4 que desemboca en el 2º anillo. |
![]() | ||
En su lado interioor se encuentra el hotel al que voy: el Hotez Cortez. |
Llegamos a una gran rotonda con un Cristo con los brazos
levantados en su centro.
Torcemos hacia la izquierda por una calle estrecha para
tomar la parte interior de la Avenida Cristóbal de Mendoza, que es una de las
cuatro que forman el segundo anillo que rodea en centro antiguo de la ciudad. El
taxista me dice que el hotel se encuentra a la vuelta. En efecto, a unos
doscientos metro se encuentra la entrada del Hotel.
![]() |
Hotel Cortez |
El
taxi se detiene y bajo de él mientras el taxista va a la parte de atrás para
sacar mi maleta. Apenas puedo fijarme en el voladizo que sobre un soporte de
madera cubre la entrada. Un botones sale corriendo a coger la maleta que el
taxista ha dejado a la entrada. Me despido de él y sigo al botones que lleva mi
maleta y me sujeta la puerta de cristal para que pase, llevándome luego al
mostrador de recepción. Un reloj de pared me dice que apenas son las siete de
la mañana. Me pregunto si la agencia habrá hecho la reserva.
El lobby parece vacío y en el mostrador da la impresión de
no haber nadie, aunque conforme me acerco a el, veo que hay una recepcionista
sentada detrás de una pantalla de ordenador. Me saluda y me pregunta si tengo
reserva. Le doy el nombre de la agencia con la que viajo y de digo que espero
que sí, a la vez que le enseño toda la documentación del viaje que la agencia
me ha entregado en Tenerife. Busca en el ordenador y me dice que si, pero que
hasta dentro de un par de horas no me puede dar la habitación, pues la acaban
de desocupar y la tienen que arreglar.
- Vale. -Le digo.- Esperaré. ¿Hay algún sitio donde pueda
desayunar? -Le pregunto.
- A la derecha, al fondo, hay un buffet de desayuno. -Me
dice amablemente, ofreciéndome un ticket para una consumición (agua o refresco)
cortesía del hotel.
La chica es joven, morena y muy guapa, con facciones casi
europeas, aunque denota rasgos no europeos que resaltan su bello rostro. Le doy
las gracias por su amabilidad ofreciéndole una sonrisa y me dirijo hacia el
buffet.
Siguiendo mi costumbre me sirvo un plato de fruta ya partida (papaya, piña y sandía), un té y una tostada con mantequilla. En la mayoría de las mesas hay aún restos de desayunos que, un camarero, recoge parsimoniosamente. Un grupo acaba de desayunar. Solo quedan algunas personas, turistas, y un señor con pinta de ejecutivo. Desayuno despacio tratando de hacer tiempo, aunque estoy deseando que me den la habitación para poder ducharme. Llevo casi cuarenta y ocho horas sin dormir y sin asearme.
Siguiendo mi costumbre me sirvo un plato de fruta ya partida (papaya, piña y sandía), un té y una tostada con mantequilla. En la mayoría de las mesas hay aún restos de desayunos que, un camarero, recoge parsimoniosamente. Un grupo acaba de desayunar. Solo quedan algunas personas, turistas, y un señor con pinta de ejecutivo. Desayuno despacio tratando de hacer tiempo, aunque estoy deseando que me den la habitación para poder ducharme. Llevo casi cuarenta y ocho horas sin dormir y sin asearme.
Después de desayunar decido darme una vuelta por las
instalaciones del Hotel. Por un lado, descubro que este hotel, antes, era un
balneario inaugurado en 1960 y llamado “La Poza del Bato”. Creo que fue el centro donde
se reunía la juventud de aquella época, como se puede apreciar en las
siguientes imágenes. Yo me siento identificado con ella que también es mi
generación. En aquel entonces tenía 19 años:
Posteriormente fue modificado y ampliado el número de sus
habitaciones:
Hasta convertirse en el hotel que es hoy, ganador de
varios premios de calidad.
Aunque visto así, de frente, y a primera vista, da la
impresión de ser una iglesia.
Por otro lado, me gusta el amplio espacio de la piscina,
sus instalaciones y el bar que hay en uno de sus frentes, con su mural de
mosaicos y su decoración mezcla de estilo colonial y hacienda ranchera.
Con su cigüeña teléfono para llamadas exteriores, y su
mural con el retrato del que debe ser el creador y promotor del complejo
hotelero.
Vistas del Looby |
Pero lo que más me gusta es el Lobby, una obra de arte
construída en madera y con mobiliario estilo colonial. Un espacio cálido y
agradable para esperar a que te recojan o simplemente para estar un rato. Que
es lo que yo voy a hacer mientras me da mi habitación. Espero que sea pronto.
Aprovecharé para introducir el código Wi-Fi del hotel en mi móvil y enviar un mensaje a
mis hijos diciéndoles que he llegado bien.
Por fin veo al botones acercarse a mí con mi equipaje, que
ha estado guardándome mientras desayunaba y esperaba y me dice que le acompañe
hasta la habitación. Tengo la 559. ¡Otra vez el 5 y, ahora, ¡repetido! Bueno,
ahora no tengo tiempo ni ganas de entretenerme en buscar significados a la
numerología. Necesito una larga ducha caliente.
La habitación no está mal. Abro la maleta, saco ropa
limpia y las cosas de aseo y me meto en la ducha dejando que el agua caliente
me resbale por la piel y me relaje. Después de vestirme, miro la hora y veo que
apenas son las once de la mañana, hora local. Bajo a recepción para preguntar si han llamado
de la agencia de viajes. Ya no está la chica que me atendió por la mañana. Su
turno debe haber terminado. Ahora hay un chico que me pregunta lo que quiero, y
cuando estoy explicándoselo suena el teléfono de la recepción, me pide
disculpas y contesta. Se vuelve hacia mi y me pregunta mi nombre. Se lo digo y
me pasa el teléfono diciendo que la llamada es para mí. Es de la Agencia que me comunica
que a las 2:30 una guía pasará a recogerme para la visita a la ciudad que
tengo programada para por la tarde. Le doy las gracias y le devuelvo el
teléfono al recepcionista.
- ¿Sabe donde puedo cambiar dólares por Bolivianos” -Le
pregunto.
- Aquí mismo se los podemos cambiar, me dice. Cambio
algunos dólares, le doy las gracias y me dirijo hacia la salida del hotel. Mi
intención es dar una vuelta por los alrededores hasta la hora en que vengan a
recogerme.
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Frente el hotel instalaciones del Comando Departamental de la Posicía. |
Al salir del hotel observo que justo enfrente hay un
“Comando Departamental de la
Policía”. Bueno -pienso-, al menos por aquí no habrá ladrones,
aunque inmediatamente surge en mi mente otro pensamiento:"en estos países
sudamericanos, la policía es la más peligrosa por su corrupción". Me dirijo
hacia la derecha, hacia la gran rotonda con en Cristo de los brazos levantados
como si le hubieran dicho: ¡manos arriba! Todo puede ser en estos tiempos que corren.
El plano anterior es de la zona donde se encuentra el
Hotel Cortez situado, como digo, cerca de la glorieta El Cristo. Salgo del
hotel y tuerzo a la derecha hasta la esquina, y antes de llegar al centro de la
glorieta cojo la calle Fortín Arce que la bordea. Paso por delante de un Banco,
su letrero dice “Banco Ganadero”, blanco y verde él, parece del Betis, hasta que llego a la Avenida Monseñor Rivero que,
desde mi posición, me parece una avenida interminable.
Cuando llego a la esquina de la rotonda lo
primero que mis ojos contemplan a través de los árboles es el Cristo que hay en
el centro de esta. Frente al Cristo se extiende la Avenida de Monseñor
Rivero.
Y unos pasos más adelante...
... lo primero que me encuentro a mi izquierda
es una especia de cafetería o sala de fiestas llamada Broadway que está cerrada.
Pienso que debe abrir por la tarde-noche. Detrás se ve la parte trasera del
Hotel donde me hospedo.
Se hace evidente que el lugar donde se
encuentra enclavado el hotel es un barrio moderno, con amplias avenidas y
modernos edificios, algunos con tiendas en su parte baja, que alternan con
otros no tan modernos ni suntuosos. Me doy cuenta que no hay por la zona ni una
sola cafetería o bar, y eso que que he recorrido una manzanas.
Lo primero que me encentro es una pastelería
donde sirven cafés, tes, bollerías y esas cosas. Pero yo quiero tomar una cerveza. Además
está casi vacío, se llama Café Fridolin. Pasando una calle hay una cafetería con una terraza
porticada en la que hay gente sentada. Se llama Alexander. Decido sentarme en
una mesa a tomar una cerveza. ¡Haber como son las cervezas bolivianas!
Cuando me siento acude un chico joven que
hace de camarero y me pregunta:
- ¿Qué quiere tomar?
- Me gustaría tomar una cerveza que se
fabrique aquí, pero no las conozco, acabo de llegar de España. ¿Cuál es la
mejor?
- La Huari. -Me contesta.
- Pues tráeme una que esté bien fría. -Le
digo.
El chico se retira dentro de la cafetería y pienso a quien se le habrá ocurrido ponerle el nombre de los feroces guerreros Huari a una cerveza. Mientras me sirven, me pongo a ver en el visor de la cámara las fotografía que
he hecho, que son las primeras en Bolivia.
Cuando el chico me trae la cerveza, me la
trae en una cubitera de hielo. La miro un tanto asombrado. No se si es la
costumbre aquí, o tal vez porque se la he pedido muy fía. Lo que es seguro es
que no se calentará. Me sirve media copa y me deja también un platito de cacahuetes.
Le doy las gracias y me dispongo a saborear la cerveza que, ciertamente, está bien fría.
Observo a la gente que hay en la terraza y también las que pasan por la acera, así como los coches que transitan por la avenida. Hay coches europeos y japoneses, la mayoría parecen bastante nuevos. La gente de la terraza es diversa, hay chicas que han salido del negocio o la oficina para tomar un café; gente joven que parecen estudiantes por lo que escucho de su conversación, además se que hay una universidad cerca. En fin, gente de clase media alta en consonancia con el barrio.
Cuando me he bebido la cerveza, despacio, tranquilo, mientras miro las fotografían, llamo al chico y le pregunto que le debo. Se marcha y al poco vuelve con una carpetita de cuero que deposita en la mesa delante de mi. La abro y miro el ticket: son 13 bolivianos. Mentalmente calculo lo que vale en euros y veo que son un euro y cincuenta céntimos. No está mal. En mi barrio me cobran lo mismo por una simple caña. ¡Y sin cubitera! Le doy dos billetes de diez y le digo que se quede con la vuelta. ¡Por el detalle de la cubitera!
Observo a la gente que hay en la terraza y también las que pasan por la acera, así como los coches que transitan por la avenida. Hay coches europeos y japoneses, la mayoría parecen bastante nuevos. La gente de la terraza es diversa, hay chicas que han salido del negocio o la oficina para tomar un café; gente joven que parecen estudiantes por lo que escucho de su conversación, además se que hay una universidad cerca. En fin, gente de clase media alta en consonancia con el barrio.
Cuando me he bebido la cerveza, despacio, tranquilo, mientras miro las fotografían, llamo al chico y le pregunto que le debo. Se marcha y al poco vuelve con una carpetita de cuero que deposita en la mesa delante de mi. La abro y miro el ticket: son 13 bolivianos. Mentalmente calculo lo que vale en euros y veo que son un euro y cincuenta céntimos. No está mal. En mi barrio me cobran lo mismo por una simple caña. ¡Y sin cubitera! Le doy dos billetes de diez y le digo que se quede con la vuelta. ¡Por el detalle de la cubitera!
En la acera por donde camino encuentro un
anuncio del Gobierno Municipal Autónomo (Santa Cruz de la Sierra es algo así como una
autonomía dentro de la estructura territorial boliviana), y me resulta raro lo
que dice: “Santa Cruz Somos Todos”.
Del Santa Cruz de Tenerife de donde vengo, me resultaría imposible un cartel así. Allí, el gobierno autónomo, incluso el municipal, en manos de un
partido nacionalista, cuyo eslogan es “lo
nuestro”o “lo canario y para los
canarios”, los “no canarios”, por
ejemplo los nacidos en cualquier otra comunidad, no se nos considera incluidos
en “lo nuestro”. Lo que se les ha
olvidado decir, a lo mejor nunca tuvieron esa intención, es que “lo nuestro” es lo de “ellos”, de la burguesía comercial y
empresarial canaria que pretendió y ha conseguido hacer de Canarias su “huerto propio”, donde solo ellos pueden
recolectar lo en el se produce y beneficiarse con ello. Aunque por desgracia,
no es la única Autonomía que lo ha hecho. No se por donde se moverá este
Gobierno Autónomo de Santa Cruz de la
Sierra, pero le deseo un mejor futuro que a la Santa Cruz de donde vengo.
Como no hay semáforos ni paso de peatones y
exponiéndome a que me coja un coche, decido cruzar al otro lado de la avenida.
Menos mal que en el centro hay un paseo que divide la avenida en dos tramos, lo
que me facilitará el paso. Espero el momento que los coches vengan lejos y cruzo
hasta el paseo. Para cruzar ell otro tramo he de esperar un rato. En el paseo
central hay esculturas en bronce, árboles, bancos con marquesinas para dar
sombra y gente sentadas o caminando.
El otro lado de la avenida está lleno de tiendas pequeñas de todo tipo, pequeños supermercados, tiendas de móviles, y pequeñas tiendencitas donde se pueden encontrar tabaco, caramelos, y porquerías de cualquier clase. También algunos bares, pero tiene mala pinta. La zona no solo parece, sino que es más pobre. Evidentemente la avenida separa dos mundos distintos. Decido continuar hasta el final de la manzana y cruzar de nuevo en lo que perece otra avenida que cruza: la Avenida de Uruguay, que es una parte del primer anillo que rodea la ciudad. En la última manzana hay como un parque en cuyo centro se encuentra el Palacio de Justicia.
El otro lado de la avenida está lleno de tiendas pequeñas de todo tipo, pequeños supermercados, tiendas de móviles, y pequeñas tiendencitas donde se pueden encontrar tabaco, caramelos, y porquerías de cualquier clase. También algunos bares, pero tiene mala pinta. La zona no solo parece, sino que es más pobre. Evidentemente la avenida separa dos mundos distintos. Decido continuar hasta el final de la manzana y cruzar de nuevo en lo que perece otra avenida que cruza: la Avenida de Uruguay, que es una parte del primer anillo que rodea la ciudad. En la última manzana hay como un parque en cuyo centro se encuentra el Palacio de Justicia.
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Palacio de Justicia |
Más tarde, en el hotel, viendo un folleto
turístico, me entero que con sus 104
m. de altura es el segundo edificio más alto de la
ciudad y en él se encuentra la sede de El Tribunal Departamental de Justicia
del Departamento de Santa Cruz. Tiene 24 pisos. Se construyó en 1996. Sus
cristaleras o vidriados como dicen aquí, con verdes y azules, opuestas entre
sí. Lo que hace que sus reflejos seas diferentes según va avanzando el día.
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Biblioteca Pública Municipal de santa Cruz de la Sierra. |
Cruzo de nuevo la avenida de Monseñor Rivero
para acercarme y ver la Plaza
del Estudiante, una plaza ajardinada sin más interés a no ser que en ella se
sitúa la Biblioteca Pública
Municipal. De la misma época que el Palacio de Justicia (1997), fue construida con
la cooperación de los Reyes de España. El edificio es de ladrillo visto.
Siempre me han gustado esta forma de construcción, sobre todo cuando el
ladrillo es de arcilla roja. No tengo tiempo de entrar, pero logro averiguar
que aquí se conservan colecciones importantes como los 8.000 volúmenes de la Biblioteca de Hernando Sanabria
Fernández (un historiador cruceño) sobre el Oriente boliviano en los siglos XIX
y XX. También cuenta con el Archivo Histórico Departamental “Hermanos Vázquez
Machicado" con importantes documentos notariales, judiciales y municipales que
abarcan desde 1843 a
1960.
Cruzo el Parque de Estudiantes para coger la
calle Libertad a fin de volver a la Avenida Cristóbal
de Mendoza. A mi izquierda se levanta un gran edificio llamado “Edificio Costa Azul” en el Condominio del
mismo nombre. Tomo la acera de la izquierda en dirección a la Avenida Cristóbal
de Mendoza donde se sitúan dos manzanas en las que se levantan varios alto
edificios. Casi todos son el centro de un terreno en condominio, muchos
rodeados de parques, piscinas, jardines y otras instalaciones.
He aquí algunos de ellos, sobre todo para
que los vea mi amigo y hermano Ventura que es arquitecto y estoy seguro que le
interesarán.
![]() |
La Casona |
El más singular es este edificio llamado "La Casona". Me parece un
edificio algo singular. También hay otras “altas torres”, pero me atrae más lo
que hay en sus bases.
Son condominios residenciales donde vive
gente adinerada y burguesa, aunque no se si esta palabra les he aplicable a las
gentes que viven en ellos.
Se está levantando un fuerte viento. Había pensado
comer en algún restaurante por aquí, pero el único que he encontrado, un
mexicano, está cerrado, así que decido volver al hotel y almorzar algo allí
mientras llega la hora que vengan a recogerme para mi excursión por la ciudad.
Al
llegar a la esquina de la calle Libertad, una fuerte ráfaga de viento me
arrastra y tengo que sujetarme a la pared. Cuando pasa y logro estabilizarme me
doy cuenta que llevaba una rebeca sobre los hombros y que ahora no la tengo.
Pienso que se la podido llevársela la ráfaga de viento, aunque no me parece
probable; aún así miro a mi alrededor por si está caída en el suelo. No la veo.
Un pensamiento aparece en mi mente: “te
la has dejado en la cafetería donde estuviste hace más de una hora”. Decido
acercarme aunque eso suponga tener que desandar parte del camino. Tomo un
atajo por la calle Santa Fe para salir a
la Avenida de
Monseñor Rivero. Es una calle con poca circulación. Solo una ambulancia que
viene de frente y que se detiene en una clínica que hay a mi derecha. Se llama
“Clínica Urbana”.Tiene pinta de ser
una clínica privada.
![]() |
El Arzobispo Monseñor Rivero |
Cuando llego a la Avenida del susodicho Arzobispo, justo enfrente
de la calle Santa Fé, en el paseo central, hay una estatua suya. Yo tuerzo a la
derecha hacia la Cafetería
“Alexander” que está cerca. Cuando llego, el chico que me atendió está
atendiendo a unos clientes. Espero a que termine y luego le pregunto si no me
he dejado una rebeca en el brazo del sillón donde había estado sentado. Me pide
que le acompañe y entro con él en la cafetería. Le dice algo a una señora que
está detrás del mostrador y esta, de debajo de éste, saca mi rebeca y me la
entrega. Le doy las gracias y vuelvo ha hacer el mismo recorrido que acabo de
hacer, por la avenida y la calle santa Fé hasta la calle Libertad y de allí a
la otra avenida. Tuerzo a la derecha, la esquina está cortada en chaflán, pero
lo que hay detrás de la valla ya es el hotel. Al acercarme, fotografío la cigüeña-teléfono
que hay a la entrada, y la propia entrada, ahora vacía.
Al entrar, el botones me abre la puerta. Le
doy las gracias y me dirijo al fondo del lobby, empujo la puerta de la
cristalera que lo separa del jardín que rodea la piscina y, al fondo a la
derecha se encuentra el restaurante del hotel, donde desayuné esta mañana. En el buffet hay gente almorzando. A un dado, un restaurante prácticamente vacío.
Me acerco a una carta que hay a la entrada en un atril y veo que hay carnes y también hay pescado al horno. Me animo y entro en él. Las mesas, redondas, y las sillas,
están cubiertas de blanco. Las servilletas, también blancas, forman distintas
figuras sobre el plato del pan. Un florero con flores adorna el centro de la
mesa. Se me acerca un camarero que me informa que puedo sentarme donde guste.
Me separa la silla para que me siente. Luego me ofrece un menú para que elija.
Le pido una limonada natural y mientras va a por ella meio la carta.
Decididamente me quedo con el pescado al horno.
(Continua)
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