domingo, 12 de enero de 2014

08 Viaje a Bolivia y Perú (Agosto de 2.013)

Viaje a Bolivia y Perú
-Del 17 de Agosto al 1 de Septiembre-
 
(Una visión personal)

(Continuación)

Visita a Samaipata

Samaipata se encuentra a unos 120 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, en las laderas de los valles occidentales que separan los Llanos del altiplano de los Andes.

 Me levanto temprano, aún no son las siete de la mañana, me ducho y visto y bajo al buffet a desayunar. Hasta las ocho y media no acudirá alguien a recogerme para llevarme a esta visita sobre la que tengo un gran interés. De hecho, la parte boliviana de mi viaje es por mi interés en ver estas ruinas, o lo que sean, visitar Tiahuanaco y la parte boliviana del Lago Titicaca donde se encuentra la Isla del Sol. Termino de desayunar y como aún faltaban unos minutos para que me recojan me siento en el lobby y me pongo a revisar la cámara fotográfica para que todo esté bien.
(...)


Edwin Barra. Fotografía encontrada en Internet.

 A la hora en punto, un chico muy alto, de color, joven, no debía tener aún treinta años, se para ante mí y me dice que él es el encargado de llevarme y acompañarme durante la visita a Samaipata y traerme de nuevo de vuelta al hotel. Me tiende la mano, casi el doble que la mía, saludándome y diciéndome que se llama Edwin Barra. En la puerta del hotel nos espera un monovolumen de color azul oscuro. Edwin me abre la puerta para que pase a la parte trasera del vehículo, donde me acomodo. Él, se sienta ante el volante, arranca y toma dirección sur.
Nada más salir me dice que él me llevará y me acompañará durante todo el viaje, y que en las ruinas del Fuerte de Samaipata nos espera un guía para que me explique el lugar, pero que antes pasaremos por el pueblo de Samaipata y visitaremos el Museo de Arqueología Regional. Me ofrece unos folletos diciéndome que los ha cogido a última hora para ofrecérmelos. Le doy las gracias, los cojo y les echo un vistazo por encima.



Uno de ellos capta inmediatamente mi atención. Está editado por el Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz, y tiene por título “Siguiendo las huellas del Jichi. Calendario cósmico de El Fuerte de Samaipata”. Tiene 23 página y está firmado por el arqueólogo mexicano Danilo Drakic Ballivian. Es bueno para redescubrir nuestro pasado que los arqueólogos comiencen a interesarse por el conocimiento astronómico de nuestros antepasados. Hablaremos de este folleto más adelante. Otro folleto es un plano del lugar mostrando el circuito de la visita, y presentando El Fuerte de Samaipata como Centro Ceremonial y Administrativo Prehispánico, con una clara referencia a los Incas y señalando que el lugar ha sido declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Hasta llegar al pueblo de Samaipata tenemos por delante 120 kilómetros de subida a las sierras andinas al este de los Andes del Sur y dos horas y media aproximadamente, y luego 9 kilómetros más hasta llegar a las ruinas de El Fuerte. Así que me dispongo a ver el paisaje que es realmente bello. Pero no tengo en cuenta que Edwin no me lo va a permitir. Después de una serie de preguntas y respuestas de rigor: ¿Qué hago aquí? ¿De donde vengo? Y cosas así, Edwin da un giro a la conversación sin no muchos rodeos y comienza a peguntarme si conozco a una serie de personajes y libros. Enseguida me doy cuenta que muchos tienen que ver con las enseñanzas esotéricas y tradicionales bastante bien conocidas y trabajadas por mí. Mis respuestas son generales y un tanto evasivas. No es mi intención implicarme ahora en una conversación esotérica con un joven al que acabo de conocer.
Poco a poco Edwin me va desvelando su intención y ahora me doy cuenta que toda la conversación anterior ha sido un rodeo para llegar a este punto: tiene una especie de “maestro” que le presta libros y que le enseña cosas, pero que lo que el quiere es conocer a alguien que haya tenido experiencias más directas sobre esas cosas. Le digo que yo he tenido algunas experiencias, pero que no son importantes, no queriendo ir más allá en la conversación. De pronto, me suelta que la noche anterior había soñado que recogería a un pasajero, que le llevaría a visitar un lugar arqueológico, y que ese pasajero le explicaría cosas sobre lo que él andaba buscando.
Po un momento quedo en blanco, como suele decirse. Me tengo por una persona sencilla que, eso sí, ha investigado mucho, ha trabajado mucho en su propia interioridad, que ha tenido experiencias que solo están en relación con mi propia vida y con lo que en ella acontece, y la consideración que tengo de mí mismo es la de ser una simple célula de un cuerpo mayor llamado Humanidad que intenta ampliar su conciencia sobre lo que eso significa. Así que el que alguien sueñe que se va a encontrar con un señor que le va a hablar sobre sus incógnitas, y que ese señor, al parecer, soy yo, me deja un poco confuso. Bueno, como no es mi intención reproducir aquí la larga conversación que Edwin y yo mantenemos hasta llegar a Samaipata y luego durante todos esos kilómetros de vuelta, dejaré aquí este asunto. Simplemente hago referencia a ello por ser algo que ocurre en mi viaje.
Mientras hablamos llegamos a lo que parece un control de policía. Aunque también hay que pagar un peaje por pasar, según puedo ver en un cartel que pone: “Retén Angostura”. Se encuentra situado a 52 kilómetros de Samaipata. Edwin tiene que enseñar al policía que acude hasta donde nos hemos detenido, toda la documentación del coche, la suya, la de la agencia para la que trabajaba… y explicarle que va con un turista a Samaipata. El policía se asoma por la ventanilla y me mira con cara seria (bueno, es un decir). Pienso que va a pedirme el pasaporte que suelo llevar siempre encima cuando salgo de España. Después de pensárselo, retira su cabeza de la ventanilla y le dice a Edwin que puede continuar. Dado que este control está aquí de forma permanente, pues los coches tienen que detenerse necesariamente para pagar el impuesto vial, se ha montado en este lugar una especie de mercadillo, en la que se vende fruta, bebidas, y cosas así. Sin que me vea el policía y sin sacarle a é, que está de espaldas a mí, saco una foto del peaje-retén-control a través del parabrisas.
Pasado este pasaje de Angostura, la carretera se pone difícil, no ya porque comienza a ascender a las montañas, sino porque se encuentra en obras, y según me dice Edwin hay derrumbes y corrimientos por las lluvias. Algunos trozos están asfaltados y otros no; también construyen un puente sobre un río, pero teniendo que atender a las cuestiones que me plantea Edwin apenas puedo ver mucho de lo que ocurre en el exterior, ni detenerme a contemplar el hermoso paisaje por el que vamos adentrándonos.
 
Fotografías tomadas desde el interior del cocha a través de la ventanilla.
Sin apenas enterarme del tiempo transcurrido entre tanta conversación, llegamos al pueblecito, más bien una aldea, de Samaipata, un nombre quechua que significa algo así como “lugar de descanso”. De hecho, esta aldea durante la Colonia se llamó “Castilla” y fue fundada por el capitán español Pedro Lucio Escalante y Mendoza un 30 de mayo de 1618 con el pomposo nombre de “Ciudad del Valle de la Purificación de la Santísima Virgen” en honor a una capilla que se había levantado en el lugar y llamado “el Descargadero”, ya que en ese lugar se descargaban las mercancías  de los trueques y del comercio.
Vista panorámica de Samaipata
Situada a 1.670 metros de altitud en las primeras estribaciones de los Andes, el pueblo se ha convertido en un importante centro de atracción turística y artesanal debido a las ruinas de “El Fuerte de Samaipata”. Por su situación geográfica tiene un clima subtropical templado lo que la hace agradable. Su población no alcanza los 4.000 habitante, aunque entre ellos se pueden encontrar 25 nacionalidades diferentes. Aparte de los restos arqueológicos de El Fuerte, el lugar tiene una gran importancia turística, ya que en él se encuentra el Parque Nacional Amboró, de gran importancia ecológica y con gran variedad de especies vegetales y animales.
Museo Arqueológico Regional de Samaipata.
Edwin aparca delante de la puerta del Museo de Arqueología Regional de Samaipata. Cojo mi cámara y mi mochila y desciendo del coche por la puerta que, amablemente, me abre Edwin y nos disponemos a entrar en el museo. Éste es un edificio de una sola planta con un alargado soportal de madera y teja cubriendo toda la entrada. Entre dos de los postes de madera que sostienen la techumbre, un gran disco anuncia que el edificio contiene un museo.
Edwin saca el boleto para mí, mientras yo hago la foto.
Al atravesar la amplia puerta, accedemos a un gran patio ajardinado rodeado en tres de sus lados por una galería cubierta. Junto al lado interior de la puerta, tras un pequeño mostrador de recepción, nos atiende una chica menuda que cuida de un niño pequeñito que se encuentra sentado en su sillita. Edwin habla con ella, compra un ticket de entrada y la chica me dice que puedo pasar al museo por la puerta que hay a la izquierda. Le doy las gracias y me dirijo a la puerta. Ella se vuelve y señalando mi cámara me avisa que no se pueden tomar fotografías. ¡Pues qué bien!
La chica de la recepción me ha entregado un mini folleto en el que leo que el Museo fue fundado un 15 de Diciembre de 1974 en un viejo edificio colonial que había sido restaurado para el caso. Cuanta con seis salas donde se exponen objetos que proceden  de “El Fuerte” y de otros lugares y paneles explicativos del entorno natural de la región. También tiene una sala-auditorio para actividades culturales. De pronto me doy cuenta que estoy solo en el museo.
En la primera sala hay un panel explicativo sobre “El Fuerte de Samaipata” y una reproducción a escala de la gran roca en la que se pueden apreciar las tallas que sobre ella hicieron. Las salas se comunican unas con otras, no son muy grandes y en ellas hay algunas vitrinas que contienen vasijas de distintas épocas, algunos objetos y poco más.
Fotografías conseguidas en Internet.
     Las vasijas más elaboradas son trípodes y están coloreadas y adornadas con trazos de color negro o rojo. Las tarjetas explicativas son muy pequeñas y se leen mal. Incluso sospecho que, algunos objetos pueden estar más fechados y documentados, ya que todo parece indicar que no se quiere que las fechas se alejen muy atrás en el tiempo.
Patio del museo.
      Al salir la chica me indica que me dirija a otra puerta que está al otro lado del patio donde se encuentra el auditorio. Hecho una mirada por el patio y Edwin parece haber desaparecido. Ella entra detrás de mí, me dice que me siente y se dirige a una televisión que hay sobre un soporte, debajo del cual, en una mesita, se encuentra un reproductor de video. Introduce en él un disco, enciende la tele y se inicia una proyección titulada “Samaipata. Arqueología y Naturaleza”. De hecho son tres pequeños documentales, un tanto “caseros”, pero con imágenes interesantes: “El Fuerte de Samaipata”, “El Fuerte, centro urbano y ritual precolombino” y “Samaipata productiva y hospitalaria”. El DVD lleva incluido un álbum de fotos de las que se puede hacer poco uso por la forma en que están presentadas. Solo se ven bien en el televisor.
Pinturas rupestres de materal, en las cercanías de Samaipata.
En el primer documental se comienza contando que ya pueblos muy antiguos procedentes de la amazonía, subieron a los valles orientales y dejaron en los abrigos rocosos su impronta en forma de pinturas rupestres. Luego nos dice que esos pueblos a los que Ibarra Grasso englobó en una sola cultura llamándola “Cultura Mojocoya”, junto con otros procedentes del amazonas y de los Andes (incas), vinieron a juntarse en el lugar llamado hoy día “El Fuerte de Samaipata” dejando, en la gran roca esculpida, cada uno de ellos, su impronta. Me quedo asombrado por lo burdo de la manipulación en la explicación que hace el documental. Dado que se desconoce la antigüedad de la gran roca esculpida y dado que hasta la actualidad nadie sabe quien lo hizo ni que finalidad pudo tener, y dado que los que fueron llegando manipularon la roca dejando en ella su impronta, se desliza, de esta manera, sutilmente, la idea de que no es tan antigua como pretenden algunos (más adelante veremos por qué puede ser más antigua) o que al atribuirla a los pueblos amazónicos o a los chané, o a los mojocoyas se solapa su posible antigüedad, anterior a estos pueblos.
El documental hace hincapié que los arqueólogos aseguran que es un asentamiento político-religioso que se mantuvo a lo largo del tiempo y que abarcó distintas culturas. Las primeras dataciones sobre restos de cerámica datan del 300 a. d. C. y parecen señalar a los antiguos mojocoyas, uno de los primeros pueblos conocidos que se asentaron en la zona. Atribuyen a estos los primeros trabajos de modelación de la gran roca. Con posterioridad, y hasta la conquista de los incas, el lugar fue ocupado por pueblos de cultura chané o chiriguanos, etnias de lengua arawak (su origen está en el caribe), que se extendieron por toda la amazonía, Orinoco, Antillas, norte de Colombia, etc. Esta presencia incrementó el papel de la roca como centro ceremonial. A estos pueblos se sumaron los incas a partir del siglo XIV.
 
 
 
    En el documental se explica que los vestigios de la cerámica “Mojocoya” o amazónica, burdos y simples hacia el origen, se va modificando conforma estos pueblos emigran y va adquiriendo coloración, dibujos y formas más elaboradas a causa del contacto con los incas, considerado aquí como el pueblo civilizador. Se dice que durante el asentamiento en el lugar del pueblo chané, procedente del sur del Río de la Plata, el Inka Wayna Capac vino hasta Waukané con la intención de extender su imperio hacia el oriente; llegó hasta las tierras del cacique Grigotá y estableció con él una alianza que se concretó en un nuevo sistema de organización social, la construcción de complejos arquitectónicos destinados a viviendas, centros administrativos y puestos de vigilancia  de las fronteras con la finalidad de proteger la “roca” de los chiriguanos, un grupo guaraní en eterno conflicto con los incas. Muchas son las opiniones que atribuyen el trabajo en la roca a estos pueblos de los que el inca Garcilaso de la Vega decía que “allí donde nace el sol viven pueblos muy feroces, los Sentis.” ¿Cómo pudieron estos pueblos, atrasados culturalmente, llevar a cabo este trabajo? La explicación pulida y manida, también la oficial, es que el lugar es un centro ritual y administrativo. Se añade que los testimonios concilian esta evidencia: la monumentalidad lítica con la devoción al dios Sol.
Al salir, le pregunto a la mujer si el video que acabo de ver lo tienen para vender. Me dice que si y compro uno. En un disco de 8 cm., en blanco y en una cajita para su tamaño con un título y una imagen impresa en una impresora corriente. Hago una fotos al patio, y como Edwin ya ha aparecido, nos despedimos de la joven, le damos las gracias por su atención, y montamos en el coche para dirigirnos al centro arqueológico llamado “El Fuerte” que se encuentra a 9 Kilómetros del pueblo de Samaipata.

(Continua)


 

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