domingo, 10 de agosto de 2014

19 Viaje a Bolivia y Perú (Agosto 2013)

Viaje a Bolivia y Perú
-Del 17 de Agosto al 1 de Septiembre-


(Una visión personal)
(Continuación)

Mi visita a Tiwanaku (1)



El día ha amanecido gris, El cielo esta cubierto y ha nevado en las montañas. Por la ventana puedo apreciar las cumbres nevadas que rodean a la ciudad. Después de ducharme me visto, abrigándome bien, ya que soy muy friolero, y bajo a desayunar. Luego, en el pequeño lobby me dispongo a esperar a los guías que, a las ocho en punto pasan a recogerme. Sin más preámbulos y después de los buenos días y los saludos formales, nos montamos en el todo terreno y tomando dirección noreste nos disponemos a salir de la ciudad.
(...)



Una vez que salimos de la ciudad, ascendemos hasta llegar al altiplano. A través de la ventanilla del coche hago una fotos del paisaje que nos rodea. La llanura aún conserva restos de la nevada de esta noche y, al fondo, las cumbres nevadas de las montañas.
 

De trecho en trecho, algunos caseríos o poblados a los bordes de la carretera, se nos muestran fríos y solitarios. Como entumecidos los la nevada. Por lo que recuerdo de mis estudios, el altiplano andino tiene una altitud promedio de unos 4.000 metros. Aquí dentro, con la calefacción del coche no se percibe, pero ahí fuera debe hacer un frío de mil demonios. Pepe me informa que a este paisaje se le llama “puna”. Este zona se ubica en la Meseta del Callao que se extiende desde el sur del Perú hasta el norte de Chile. Al parecer el nombre de la meseta derivaría de una palabra aymará, “qullawi” que designaría a la tierra de los Colla. El Colla fue uno de los reinos aymaras asentados en los alrededores del lago Titicaca. Este paisaje desolado y frío es tierra de vientos, que es otro de los nombres por los que se le conoce.
 También me explica que aquí crece una vegetación esteparia con especies como la tola, la yareta, algunos cactus y los pajonales de ichu y paja brava.
Tola
Yareta

La yareta es un planta minúscula que crece muy compacta, de ahí su nombre de Yareta  Azorella compacta. La que está arriba tiene 3.000 años de antigüedad.
 Entre la fauna encontramos el armadillo, el flamenco andino, el cóndor, el puma, la vicuña, la llama, el zorro, el avestruz andino o Suri y la chichilla. Me intereso por la economía de las gentes que viven en el altiplano y me explica que además de extraerse sal, existen yacimientos de potasio, litio, estaño, plata, cobre, tungsteno, antimonio y zing.
El "chuno" y la "tunta", que es el chuno blanqueado
Plato de maíz con “chuno” y ají de carne. Muy rico
Las gentes cultiva tubérculos como la papa (y dos de sus subproductos: el chuño y la tunta) y el olluco.
El Amaranthus caudatus, también conocido como “quinua”
Guiso y pastel de "quinua". En el centro granos de quinua
Planta de la “quiwicha” y grano

"Delicias de quiwicha" y "Flan de quiwicha"
Igualmente plantan cebada, trigo, quinua y quiwicha. En los huertos cultivan habas y arbejas. No falta la cría de ganado: además de la llama y la vicuña, se crían ovejas, cabras, vacas y cerdos.
De vez en cuando, aparecen grupos de casas, el algunas hay grupos de gente, como si esperasen entrar para comprar algo. También hay guirnaldas y adornos, como si fuera a haber una fiesta; un hombre, sobre el tajado, instala una bandera boliviana. El frío y en ambiente, así como las casas sin enlucir, más parecidas a chabolas, me producen una gran sensación de pobreza. No exteriorizo lo que pienso para no molestar a los guías.
Saco a relucir el tema del lugar al que vamos a visitar: Tihuanaco. Comento que hace uno meses, leí un libro, bastante interesante, “La Formación del Estado Prehispánico en los Andes” que tenía como subtítulo, “Origen y desarrollo de la sociedad segmentaria indígena”, escrito por el antropólogo Juan V. Albarracin-Jordan y publicado por la Fundación Bartolomé de las Casas, ubicada en La Paz. Supe de él leyendo una revista y a través de mi librería lo mandé a pedir. En el prefacio, un párrafo llamó mi atención, pues se refiere a algo que ya observé en México. Señala el autor que el antropólogo y el arqueólogos se mueven en “…un escenario político, lleno de prejuicios y de agrios discursos sobre la alteridad”. Añade también como de “forma ficticia” se separan los objetivos de la antropología cultural y los de la arqueología, cuando en realidad sus objetivos son comunes. “Esta ilegítima diferenciación solo ha producido sesgos en el desempeño profesional; una interpretación caricaturesca que el resto de la población ha hecho del etnógrafo (un aventurero entre caníbales) y el arqueólogo (el clásico “buscador de tesoros”).”
Opino que tiene razón. Esta caricatura es la culpable de la “demarcación de territorios” en los cuales los arqueólogos solo deberían ver “cuestiones del pasado remoto…(concebido como el conjunto de monumentos y objetos de origen precolombino que, hoy, tienen mayor valor de espectáculo que de conciencia histórica)”; mientras que, por otra parte, se piensa que “los antropólogos culturales deberían estudiar solo a los indígenas actuales, sino asemejarse a ellos”. Lo trágico es que tanto unos como otros se han creído y, por ello, asumido sus propias caricaturas.
Conozco a algún arqueólogo y también algo de Arqueología, y siempre he tenido la impresión que para los arqueólogos, el tema de su estudio, es como si no tuviera nada que ver con la sociedad actual, como si solamente fuera algo del pasado, y se defienden violentamente cuando se les dice que lo que ellos descubren si tiene que ver con los hombres de hoy. Por su parte, el antropólogo se ha circunscrito a lo “indígena”, al menos en la antropología y arqueología americana.
Lo que me parece interesante de este libro es que intenta explicar el conocimiento que se tiene hasta ahora de los procesos que caracterizaron el inicio y desarrollo de la civilización andina en la Cuenca del lago Titicaca y que significado tiene esta civilización con la sociedad actual de esos lugares.
Luego de dos décadas de trabajos que realicé en torno a Tiwanaku, considero que su importancia histórica está estampada en la constante invocación que los movimientos indígenas del altiplano hacen para reivindicar su estatura histórica y política en el marco de las nuevas configuraciones sociales. Si bien, la nueva ideología ancestralista manifiesta estar abiertamente inspirada en el pasado indígena, su fuerza política parece haberse agotado en la intuición mítica. En esta dinámica de significados, la historia de Tiwanaku y de la sociedad prehispánica en general, se reduce a una propaganda efímera que responde, en general, a intereses ajenos a la genuina reivindicación política y al desarrollo de los pueblos andinos en el siglo XXI.”
En estas palabras se encuentra, desde mi punto de vista, una de las cuestiones fundamentales en la interpretación del pasado. Es común a todos los movimientos de raigambre nacionalista o de otra índole, la búsqueda de “raíces”, enraizarse en algún momento del pasado donde, psicológicamente, encontrar estabilidad como pueblo y como individuo. Por ejemplo: para los indígenas de México, ya desde la conquista, sus raíces más inmediatas se encontraban en el Imperio azteca que Cortes acababa de conquistar. Para los conquistadores, y para los investigadores después, todo lo mexicano era reducido a lo azteca. Igual ocurrió aquí en los Andes tras la caída del Imperio Inca en manos de Pizarro. La visión posterior indígena y la de los especialistas que lo han investigado, ha quedado igualmente reducida a lo Inca. La figura de lo Azteca y de lo Inca se moldea en la actualidad, no a partir de criterios científicos, sino de exigencias externas al contexto histórico en el que se desarrollan. Así, como señala nuestro investigador, “cuanto más grande en la demanda por lo exótico, aún más exótica se vuelve la oferta”, y es aquí donde se hecha de menos una veraz interpretación del pasado histórico, sin reduccionismo ni misticismo, en relación a las necesidades indígenas de seguir sintiéndose arraigadas a lo que consideran sus ancestros.
He escuchado, no solo en México -aquí en Bolivia apenas he tenido tiempo en los pocos días que llevó, pero ya algo he percibido-, sino también en Tenerife donde hay una amplia comunidad de indígenas de todos los países latinoamericanos, la descripción de un pasado prehispánico con alegorías de haber sido una sociedad perfecta, llena de virtudes, moralidad, equilibrio y paz. Todo un pasado idílico. Por lo que se, aunque se eche mano de la memoria oral y colectiva, se obvia la interrelación que hubo, al igual que hoy, entre las diversas culturas, tanto durante la época prehispánica, como durante la época colonial y luego durante la república. Se ha creado así una imagen inventada de la antigua sociedad inca insuflándole un precepto telúrico eterno.
Las posturas más radicales de indigenismo, algunas con cortes racistas, recubiertas de culturalismo y misticismo señalan que:
La sabiduría andina -que no es conocimiento- consiste en saber criar y en saber dejarse criar en este mundo vivo y vivificante al que se ama sin reserva alguna así como es, pero al que también desde hace 500 años estamos tratando de recuperar, con todo serenidad, en la plenitud de su salud curándolo cotidianamente en la enfermedad del colonialismo, enfermedad grave a la que pronto venceremos” (Eduardo Grillo Fernández, 1993). Citado por Juan V. Albarracin-Jordan. Grillo, peruano, era ingeniero agrónomo (1938-1996).
No se trata de que el mundo no sea un ser vivo, yo eso no lo pongo en duda, ni de que esa vida se simbolice en una figura mítica llamada pachamama, se trata de que el colonialismo, como fenómeno cultural, no lo inventamos los españoles ni los europeos, tiene miles de años, lo han practicado todos los pueblos, incluidos los Aztecas y los Incas que colonizaron y explotaron a los pueblos que había en esos lugares antes de que ellos aparecieran en la Historia. Se trata de que precisamente este colonialismo, en este caso Inca, es desestimado y el único colonialismo es atribuido a la colonización hispana y europea que comenzó con la llegada de Colón a América. Cuando la Arqueología pone de manifiesto las barbaries cometidas por tribus guerreras como los Incas y los Huaris, la visión indigenista las rechaza, aunque la Arqueología y la Antropología también cometen un error parecido al generalizar la idea de que puesto que hubo tribus guerreras, todo el pasado de las culturas americanas es visto bajo la óptica de la violencia. Y no se trata de que no hubiera enfrentamientos, sino que estos no fueron generalizados. El año 690, al que hacen referencia los mitos de la inundación y de los que ya se ha hablado en capítulos anteriores, señala que fue a partir de esa fecha cuando la violencia generalizada hizo su aparición.
Otra de las cosas que me ha gustado de este libro es que hace una un enfoque histórico de todo el proceso de investigación de Tihuanaco (la fonética inglesa hace que los académicos escriban Tiwanaku), desde la época en que los primeros españoles del siglo XVI contemplaron sus ruinas.
Conforme nos adentramos en la puna el paisaje se hace más desolado y el cielo se oscurece a causa del manto de negras nubes que cubren el cielo. Me viene a la memoria aquel verso de León Felipe que dice: “el campo es todo llanura, llanura…/ y en la llanura ni un árbol”. Claro que se refería a la meseta castellana. Nunca ningún poeta ha expresado un sentimiento de soledad como León Felipe en este verso.
 
 
 

La carretera se acerca a las montañas, sus laderas a los lejos aparecen nevadas a nuestra mirada; las pendientes más cercanos a nosotros, aún conservan la nieva caída esta mañana. Junto a la carretera, algunos caseríos, cuyos habitantes parecen dedicarse a la cría de animales, pasan ante nuestra vista como silenciosas y oscuras sombras.


El paisaje concuerda con la descripción que de estos lugares hace Bartolomé Mitre en su diario de 1862 cuando pasó por estos lugares y visitó Tiahuanaco: “No creo que exista en la naturaleza un paisaje más agreste, más triste y más grandioso a la vez”. Debe ser por la impresión de lo que contemplo, pero siento una profunda congoja en el alma.
Rompiendo la gélida monotonía, un tren de mercancías se cruza con nosotros como una fugaz aparición, desapareciendo a nuestra espalda.

Un cartel cos anuncia que estamos entrando en Tihuanaco. No se que voy a encontrar aquí, presiento que mi anhelante deseo de visitar este lugar sobre el que tanto he leído va a tener algunas dificultades.
(Continua)



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