La Singladura de Occidente
Capítulo 13
El Centro del Mundo
El Centro del Mundo
De nuestra
cultura se ha dicho que es la menos antropocéntrica de las culturas. Eso es
algo que le debemos a la
Ciencia por habernos mostrado que el ser humano, como máquina
biológica, no es diferente a las demás criaturas, ya que todos somos un combinado
de moléculas, o que la Tierra
es solamente una errante mota de polvo en el espacio infinito.
En cambio,
para el hombre premoderno era normal el sentirse el centro de la realidad y
situar a su cultura en el centro del mundo. Para los griegos, ese centro del
mundo era Delfos; para los Incas, era el Quzco o Qosco; el monte Fuji para los
japoneses; el Kailas para los tibetanos, la Meca para los árabes, Jerusalén o Roma para los
cristianos. Cuando los hombres de esas culturas caminaban por el mundo, la Tierra basculaba sobre
dichos centros. Hasta los mapas que intentaban representar al mundo eran
trazados teniendo como punto de origen esos centros.
Por su
parte, la Crítica Científica, ha dicho
que los orígenes de nuestra cultura, incluso que las culturas foráneas a la
nuestra, son inmaduras y arrogantes. En cambio, Alce Negro señala que perder el Círculo
Sagrado es dejar de ser un ser humano. Nuestra cultura está ciega a la
comprensión de que el centro de la realidad está en todas partes; de que cada
persona tiene su propia verdad en la medida en que es honesta consigo misma; de
que cada ser humano tiene su propio camino, un camino que ha de hacerse al
andar, sintiéndose centro de si mismo y, por lo tanto, centro del mundo.
“Este es mi camino, ¿dónde está el
vuestro?”. Así hablaba el Zaratustra de Nieztsche a quienes le preguntaban por
"el camino" y por "la
verdad". Y es que el camino no existe,
existen los seres humanos, y cada uno ha de estar centrado en si mismo. Es
cierto que no hay un centro del mundo
como proclama la Ciencia
porque, en realidad, lo que hay son múltiples centros. Del mismo modo que
necesitamos agua, vitaminas y amor, también necesitamos sentirnos arraigados en
nuestro cuerpo y en nuestro entorno: necesitamos sentirnos el centro de nuestro
propio mundo. Sólo así, con los pies firmes en un suelo estable y centrado,
podremos apreciar en cada "tú"
un mundo con su propio centro y su propio camino.
Sin esta sensación de ser centro, perdemos toda orientación, toda estabilidad;
caminamos errantes, como náufragos sin rumbo. Cuando estamos centrados en nosotros
mismos, ya no necesitamos crear un mundo artificial donde todo tenga que estar
bajo control para poder sentirnos seguros. La Voluntad de Poder y el Narcisismo, surgieron para compensar nuestro desarraigo y nuestra
angustia.
Cuánto más
dominemos a la Naturaleza
y más la sometamos a nuestro control, más grande se hará la crisis y lo
imprevisible terminará derrotándonos. Cuanto más burocraticemos el mundo, más
anónimos nos sentiremos. Cuanto más nos llenemos de "objetos", más vacíos de significado estaremos. El vengativo
afán de dominar el mundo es, a corto plazo, fascinante; a medio plazo, estéril
y, a largo plazo, es un suicidio.
Necesitamos
recuperar nuestro arraigo, un centro propio, un círculo sagrado. Pero no podemos volver atrás. No podemos volver al
sistema de Ptolomeo, ni a la cultura cheroqui o tibetana. No podemos regresar al
narcisismo infantil, ni al culto matriarcal de la Gran Madre, ni a las
formas de vida de las culturas premodernas, por mucho que algunos lo intenten.
No se puede volver atrás. No se puede regresar al Paraíso. Un ángel con una
espada de fuego nos lo impide, cuando de un solo tajo cortó el ciclo del eterno retorno, lo estiró extendiendo
con ello el tiempo, y nos dejó, a la vez, sin pasado y sin futuro. Sólo podemos
hacer una cosa: podemos dar el primer paso para reconciliarnos con el mundo;
también podemos rehabilitar nuestro cuerpo, sobre todo para que se adapte de
nuevo a los ciclos de la Naturaleza.
Nuestra
cultura desarraigada dice que "tenemos" un cuerpo, de la
misma manera que un jinete tiene un caballo, o un conductor tiene un coche:
"mi cuerpo", "mi caballo", "mi coche";
es algo que no forma parte de nuestro "yo". Estamos identificados con
nuestra cabeza y vemos el resto del cuerpo como algo que está ahí abajo, que a
veces se porta bien y otras nos da problemas; es decir, lo vemos como un objeto
que hay que cuidar porque en alguna forma dependemos de él. Y puede ocurrir
que, quien "tiene" un cuerpo, como el que tiene un coche, quiera adornarlo
y aumentar su fulgor y su potencia, para así mejor venderlo en el mercado de la
personalidad, pero sin llegar a sentirlo como parte de su ser.
Esta
preocupación del cuerpo como un objeto
al servicio del "yo"
(identificado con la mente), la expresaba Descartes, para quien el cuerpo era
una simple máquina, una suma de minúsculos relojes. Y esta visión, con ligeras
variantes, es la visión que tiene la
Ciencia y la que tenemos nosotros en la actualidad. Solo los
poetas no se dejaron convencer. Sabían que la rima brota del cuerpo y que las
palabras nacen de los dedos de la mano, después de haber pasado por las cuerdas
vocales. “La energía es deleite eterno (...) y viene del cuerpo”,
escribía Willian Blake. Mientras que para D. H. Lawrence “Es el cuerpo el que siente
verdadera hambre, verdadera sed, verdadero goce en el sol o en la nieve, verdadero
placer en el olor de las rosas [...] Todas las emociones pertenecen al cuerpo
y, la mente, lo único que hace, es reconocerlas.”
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