<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 18/10/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: "De nobis ipsis loquemus"
<SUBTÍTULO>: Hablemos de nosotros mismos.
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: "Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo". Dalí (1943).
<SUMARIOS>: Cualquier método es bueno si nos permite ser tolerantes con nuestros prójimos y actuar sin prejuicios.
<CUERPO DEL TEXTO>:
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Niño geopolíco observando el nacimiento del hombre nuevo. Dalí, (1943) |
Cuando Kant, allá en el
siglo XVIII formulaba su "Crítica
de la Razón Pura", inicia su discurso con estas palabras: "DE NOBIS IPSIS SILEMUS = Guardemos silencio
acerca de nosotros mismos."
Este silencio que
impone la crítica no es el silencio del que hablan los místicos, sino el que se
refiere a la identidad de ese sujeto
trascendente que todos, en el fondo, creemos ser.
(...)
¿Qué pasaría si,
desoyendo la recomendación kantiana, levantáramos el velo de la prohibición y
habláramos de nosotros mismos? De hecho eso es lo que ocurre con todos aquellos
que, desoyendo a Kant, del que seguramente nada saben, han comenzado, y no sólo
ahora, a hablar de si mismos, de sus experiencias, de lo que les acontece, de
lo que ven, sienten o escuchan, para
escándalo y pavor de esas otras conciencias que se denominan así mismas
científicas, racionales y con sentido común.
¿Cuántos de los que
hablan que hay que ser científicos han meditado y reflexionado profundamente
sobre lo que es la Ciencia
y en qué se fundamenta su método? ¿Cuántos han investigado en su propia
realidad psíquica y mental, qué lugar ocupa en ella eso que llaman razón o
sentido común, y como trabaja? No me refiero a un conocimiento teórico y
libresco, sino a la aplicación de ese conocimiento a la experiencia de su
propia realidad mental y racional. ¿Cuántos han indagado qué es lo que se
esconde detrás de eso que llaman sentido común?
Los hombres de nuestra
cultura solemos tener miedo de descubrir nuestro propio "sujeto trascendente".
Cuando algo de él se manifiesta, lo ocultamos, no queremos contemplarlo y nos
tranquilizamos a nosotros mismos diciendo que hemos tenido una alucinación, que
estábamos cansados, y le buscamos todas las explicaciones que creemos que son
lógicas y racionales. Cuando escuchamos las manifestaciones del "sujeto
trascendente" de los demás, les decimos que están locos, que ven visiones o que
son unos ignorantes. ¿Qué hubiera pensado de esta actitud un humanista y
racionalista como Erasmo de Roterdan que, allá a finales del siglo XV, escribió
un "Elogio a la Locura"? O, más
recientemente, un Foucoult, cuando investiga la arqueología de el Saber.
El silencio al que el
"sujeto trascendente" fue sometido por Kant, parece deberse a que su discurso no
parecía encajar muy bien con aquello que los hombres del siglo XVIII creían que
era la razón. Y en forma simple, con sentido común, procedieron a desembarazarse
de él. La matriz social adoptó este sistema como norma y, ahora, nos da miedo,
después de tantos años de reclusión, mirarle cuando se manifiesta. Para
evadirnos de ese miedo inconsciente, nos ocultamos, como lo hacen los niños,
detrás de impresionantes palabras llamadas Ciencia, Razón, científico, legadas
por nuestra cultura reciente.
Nietzche, que si dejó
hablar a su sujeto trascendente y por ello habló de si mismo, dijo cosas como
estas:
"¿Deseas
hermano ir a la soledad? ¿deseas hallar el camino que conduce a ti mismo?
Aguarda uno momento y escúchame: quien busca, se pierde fácilmente. Toda
soledad es culpable, dice la voz de la manada. Y tu perteneciste a la manada
por largo tiempo. La voz de la manada seguirá sonando en tu interior. Y si
dices: ` yo no comparto vuestra conciencia´, entonces será un tormento y una
agonía." Así hablaba Zaratustra
Es un tormento y una
agonía porque, a parte de la angustia inherente a la propia búsqueda, a
sentirse sólo en lo referente a ese nuevo saber o conocimiento de si mismo, la
manada, o la matriz social, se defenderá de él diciendo: ayer, "¡Eres un hereje,
un brujo al que hay que quemar!"; hoy, "¡Eres un loco, un alienado al que hay que
curar o encerrar!". Ayer y hoy, lo hacen recurriendo a una presunta autoridad a
la que antes se llamaba Religión y hoy Ciencia.
Pero las gentes que no
saben nada de qué va esta historia, pero que si experimentan en alguna manera
su "sujeto trascendente", y oyen su voz, o le ven, no entienden por qué son
acusados con apelativos tan nefandos e infamantes, y se preguntan: ¿por qué la Ciencia no se ocupa de
estas cosas? O acuden a los que ellos creen expertos en el tema, para que les
expliquen lo que experimentaron, vieron, escucharon o sintieron. Solo unos
pocos intentan descubrirlo por si mismos, y acuden a esas "escuelas" llamadas
iniciáticas, esotéricas, que parecen detentar un cierto conocimiento sobre esa
realidad.
Cómo se hace evidente,
cada día más, mucha gente, no importa la clase social, ni el grado de
instrucción académica que posean, se han puesto a hablar de sí mismos. Algunos,
incluso pretenden hacerlo científicamente. Esto me parece ingenuo, y no hay
sentido peyorativo en esa afirmación. Pero, ¿por qué creen que Kant excluyó
este sujeto trascendente y lo relegó a la más profunda y oscura mazmorra de
nuestra estructura existencial y cultural, recomendándonos guardar silencio
sobre él? ¿Por qué hay que buscar una explicación racional y científica a la experiencia
que se expresa en este discurso? El "sujeto trascendente", por exclusión, no es
racional ni científico. De que no lo fuera se encargaron los pensadores e
investigadores de la naturaleza desde el siglo XVII, que inventaron la Ciencia para explorar la
realidad natural que había quedado después de la separación.
¿Por qué entonces
pedirle a la Ciencia
que nos explique lo que no puede explicarnos, es decir, a nosotros mismos,
nuestros sueños, fantasías, imágenes, visiones y experiencias?
La Ciencia, desde su propia
configuración, sólo pude abarcar esa parte de realidad que ella ha considerado
como tal, y no puede ir más allá de sus propios límites sin ponerse así misma
en peligro. Está limitada por su propio lenguaje y su método. Ello no quiere
decir que algunos de sus más grandes representantes no hayan escuchado su
propia voz interior. Tal vez por ello fueron grandes.
¿Por qué pelearse,
insultarse o agredirse mutuamente, o en forma unilateral? ¿Por qué no ser
tolerantes? ¿Por qué actuar desde el prejuicio, esa mentira que nos hacemos a
nosotros mismos, imaginando que conocemos lo que realmente no conocemos?
¡Seamos "espíritus
sanos", como querían ser los hombres de la Ilustración! Demostremos
que hemos aprendido algo y que el saber,
no importa de donde venga, de la
Ciencia o de la Interioridad, no tienen por que ser incompatible con otra vision de las cosas.
Cualquier método es bueno si nos permite ser tolerantes con nuestros prójimos,
actuar sin prejuicios, ser más sabios y, sobre todo, más felices.
Todos podríamos ver el
fluir de la Vida,
aunque algunos parece haber cerrado las ventanas y, de tanto tiempo cerradas,
ahora no saben abrirlas. Es bueno que cada uno tenga su propia vivencia de la
vida, aunque a veces no la pueda comunicar por ser inconmensurable o suene a
locura.
El sentimiento de
soledad surge, no porque uno no tenga nadie a su alrededor, sino porque se
conocen cosas de las que otros, en principio, nade parecen saber. Luego está el
presentimiento de algo incognoscible que nos llena en forma impersonal y
numinosa. ¡Quién no ha experimentado este misterio se ha perdido algo
importante!
Alguien preguntó una
vez a un rabí que si antiguamente había hombres que veían a Dios, ¿por qué hoy
no los había? A lo que el rabí contestó: porque hoy no hay hombres que puedan
humillarse tanto.
Hay que humillarse para
sacar agua del torrente de la Vida. Humillarse no es arrastrarse. La
humillación de la que hablo es una disposición de la conciencia: exige la
cabeza alta, la mente libre y el corazón abierto. Es una actitud de entrega a la Vida. Si dejáramos que la
vida fluya por nosotros libremente, volveríamos a ver a Dios o lo que quiera que esta palabra oculte.
Todas las noches, un
santo varón esparcía migas de pan sobre la hierba.
- Es para Dios -, decía.
- No. Será para los pájaros -. Se le contestaba. A lo que
el respondía:
- Bueno, pero Dios las comparte con ellos.
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