domingo, 25 de octubre de 2015

Lancelot del lago


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 31/01/1883>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Lancelot del Lago
<SUBTÍTULO>: La fidelidad en el Amor
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Desde lo profundo del lago, la imagen del Alma, emerge al encuentro del que ha vencido al dragón.
<SUMARIO>: El Amor que el Caballero del Grial guarda en su corazón, significa: A-Mor, No-Muerte, Inmortal.
<CUERPO DEL TEXTO>:


La Dama del Lago se lleva a Lanzarote. Grabado de George Wooliscroft y Louis Rhead, 1898
Cuenta la leyenda que siendo niño, Lancelot fue raptado por la Dama del Lago, llevándole a su palacio bajo las aguas, donde ninfas y tritones le enseñaron y le cambiaron su nombre humano de Galahad por el de Lancelot del Lago.
A su regreso al mundo humano, se convierte en caballero de la Tabla Redonda, se enamora de la esposa del rey Arturo, la reina Quennuwer o Ginebra (el nombre de un lago) que significa El Espíritu Blanco -un apelativo del Alma-, a cuyo amor guardó fidelidad hasta su muerte.
(...)

Allí donde Narciso había fracasado al quedar preso de la imagen de sí, Lancelot desciende a la profundidad al escuchar la llamada del Alma. Este descenso a nuestro fondo anímico, esta toma de contacto con nuestra alma, es toda una iniciación. Constituye un nuevo nacimiento y la adquisición de un nuevo conocimiento.
Este primer contacto con el alma, nos prepara para la gran aventura de la conquista absoluta de nuestro propio Grial, pero exige de nosotros que nos convirtamos en guerreros, que adquiramos sus cualidades y atributos.
Seis son los atributos del guerrero: control, disciplina, contención, estar despierto (consciente) para saber cuando actuar, voluntad y, envolviendo a todos ellos, el Amor, porque Amor es la cualidad de nuestra Alma.
Estos atributos son los que usa nuestro guerrero interno para su combate contra el dragón -nuestra naturaleza personal-, que se expresa en nosotros a través de la importancia de si, y para sus combates en el otro mundo.
La importancia de sí que apresó a Narciso no es algo banal e ingenuo. Es el núcleo de todo aquello que tiene valor en nosotros. Por ello, combatirlo no es cuestión de fe, en el sentido común del término, ni de buenas intenciones, sino de estrategia, de impecabilidad, de ausencia total de abandono.
Como guerreros no debemos obedecer ninguno de los imperativos que mueven al común de los mortales, no debemos caer en esas seducciones que son en su mayoría trampas que ponen al guerrero los seres normales para que no sea distinto a ellos mismos, trampas con las mejores intenciones del mundo.
Pero lo que nuestro guerrero interno busca es ser impecable ante si mismo, y a esto le llama humildad. No puede perderse en recriminaciones ni malgastar su tiempo en combates mezquinos. Si conoce que sus semejantes se pierden en mezquindades, es para aprender que no importa lo que otros digan en su mezquindad, y que combates de ese género nos hacen disponibles al enemigo. Ser indisponible es ser impecable.
La impecabilidad libera al guerrero de las trampas y de los combates que el mundo de los hombres infantiles le solicitan para mantener su mundo. El guerrero debe estar convencido de que no puede ayudar a nadie, es decir, hacer aquello que es el proyecto de vida de cada ser humano. La ayuda que presta el guerrero es distinta a la que presta el hombre corriente. Debe luchar contra sus propios dragones internos para poder aceptar a los demás tal como son, sin intentar cambiarlos, sin intervenir en su existencia, pues los designios del poder están fuera de su alcance y toda tentativa de ayuda en otro sentido no es más que su propio deseo, su propia importancia de si. Esta aceptación de la realidad de los otros es su Amor.
Ilustración de Aubrey Beardsley.
 En esto consiste la libertad del guerrero. Libertad que no tiene nada que ver con la de una hoja a merced del viento. Es el fruto de su elección y de su impecabilidad, de su inofensividad.
¿Por qué el guerrero ha de combatir la importancia de sí?

Porque nos roba energía. Esa energía que necesitamos para enfrentarnos a lo desconocido, al Misterio: abrir la cubierta de la Copa y fecundar al Alma para dar nacimiento a ese tercer ser que ha de unificar nuestra polaridad interna.
Nuestro guerrero interno combate por nosotros, libera la energía que el dragón desperdicia, con su impecabilidad. El control de esa energía es el primer paso que damos los hombres corrientes para convertirnos en guerreros. Cuando damos el segundo, adquirimos disciplina. Control y disciplina nos convierten en guerreros.
Esto no basta. Nuestro guerrero interno no lucha combates externos. Tiene que aprender a contener su energía, refrenarla y no lanzarse a desfacer entuertos, a esperar con paciencia, sin prisa, sin angustia, en una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que llegar. Esta contención nos permite adquirir información de la estructura de nuestra realidad psíquica mientras nos golpean. La contención de la energía significa retener en el propio Espíritu algo que, llegado el momento, debe cumplirse.
Control, disciplina y contención son como un dique detrás del cual la energía espera paciente a que el guerrero, en estado consciente, percibe el momento oportuno en que enfrentar el Misterio.
A lo largo de este proceso, nuestro guerrero interno ha mantenido intacto un atributo: la Voluntad. Será el arma de su último combate. Los cuatro atributos anteriores fueron usados en lo conocido. La Voluntad pertenece al Misterio. Es la facultad de guiar conscientemente la energía. Un poder por el que la fuerza personal que está al servicio de cada uno de nosotros, se convierte en fuerza impersonal y permite al guerrero conectar con vibraciones de una más alta frecuencia.
Lo que hace tan difícil acceder a esta impersonalidad es que no estamos dispuestos a dejarnos convencer de que esto es posible. La personalidad tiene que ser convencida por el guerrero que hemos creado en nosotros, para que le deje luchar una batalla en la que en principio va a salir derrotada.
«La Dama del Lago le habla a Arturo sobre Excálibur.» Aubrey Beardsley.
 El camino del guerrero es extremadamente peligroso. Representa el lado opuesto a la situación del hombre moderno, quién ha abandonado el reino de la magia para instalarse en el reino de lo funcional.
La Voluntad es usada por el guerrero cuando mira el lago y ve y oye; no la imagen reflejada en la clara superficie, sino esa otra que surge de lo profundo de sí mismo y que tiene forma de Copa; una imagen que él lleva en el corazón y a la que guarda fiel amor, pero que aún no tiene rostro.
Al usar la Voluntad, el guerrero desciende a lo más profundo de su corazón y bebe de esa Copa que da la Vida. Al hacerlo, resucita a la Ella interior, a la Bella Durmiente, fecunda al Alma y realiza la Unión Mística. Un secreto celosamente guardado por la Orden de los Caballeros del Grial: Ella espera a que el Amor la devuelva a la Vida.
Cuando la leyenda nos habla del Amor de los Caballeros del Grial, hay que descubrir lo que se encuentra detrás de este lenguaje. Para el guerrero, la palabra AMOR era un vocablo “clús”, una clave. Debía ser leído A-MOR: “A” es una negación que significa No, “MOR” significa Muerte. “A-MOR” es No-Muerte, Inmortal.
El amor del que tanto se habla y se escribe en las novelas, en la poesía, y en la común relación pasional de la vida corriente, sólo es un pálido reflejo de este A-MOR sin amor que es una disciplina dura como el acero de la espada y que aspira a sobrepasar la condición humana para alcanzar el reino de los inmortales.
"Summun Bonum", Parte IV (1629). Robert Fludd
 La Rosa en la Cruz es símbolo de este Amor, de esta Totalidad. Lo horizontal en la cruz es lo femenino, es Ella. Lo vertical es lo masculino, es El. La Rosa los une, los junta: El-Ella y Ella-El, un ser andrógino, un germen. Cuando la cruz gira vertiginosamente en dirección a la Luz que proyecta la Estrella de la Mañana, se transmuta en círculo flamígero, superando para siempre a El y a Ella, haciendo de los Tres un Inmortal.
Y allí, inmóviles dentro del movimiento, unidos en la separación de su individualidad absoluta, amándose en un Amor sin amor, del fondo de la Gran Rosa emerge resucitado el rostro de la amada.
 

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