<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Con un pan bajo el brazo
<SUBTÍTULO>: Un don que cada alma trae para repartir en el mundo.
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIÓN>: Este sabio de otras épocas, parece preguntarse si su trabajo de siempre, no será ahora diferente.
<SUMARIO>: Cualquiera que sea la tarea que el alma ha firmado con el Universo, le será recordada en esta vida por la propia Vida.
<CUERPO DEL TEXTO>:
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Jarrón de bronce japonés. El viejo sabio que aparece en el vientre de la vasija, podría preguntarse si tu trabajo de siempre no sería ahora diferente.
Todas las almas, al encarnar, llegan a esta Tierra provistas de dones.
Con un "pan" bajo el brazo, dice el
dicho popular. Este "pan" no es un alimento físico, puesto que un alma puede
nacer en un lugar donde las condiciones físicas sean dramáticas, ya que será
ahí donde ese alma tendrá que realizar su aprendizaje y compartir ese pan. Ese
"pan" es un alimento espiritual. Es nuestro don al mundo.
(...)
Un alma no encarna exclusivamente para equilibrar su energía (Karma).
Lo hace también para desarrollar, compartir y aportar aquello que es su don, su
pan, su particularidad, su conocimiento, su sabiduría, su arte, su poder.
Cada alma aporta al conjunto de las almas encarnadas aquella
configuración particular de la que es poseedora y contribuye con ella a las
necesidades de esta Escuela Planetaria llamada Tierra. Esto es algo que el alma
trae como objetivo e intención, ya que antes de encarnar ha firmado con el
Universo un contrato sagrado que le obliga a cumplir ese compromiso aceptado
por la totalidad de su ser: repartir ese Pan
entre sus hermanos los hombres.
Cuando un alma es capaz de cumplir con su objetivo, cuando ha sido
capaz de realizar aquello a lo que se había comprometido al encarnar, aparece
una riqueza en la Vida de esa alma que es
reconocida y venerada por todos aquellas almas que se encuentran a su alrededor
y que la comparten con ella.
Cada alma se compromete a una tarea. No hay grados de importancia o
competencia en ella; sólo grados de responsabilidad según sea el nivel de ser
de la propia alma. Puede tratarse de crear una familia, escribir un libro que
aporte una nueva idea, crear una institución, una empresa mercantil que permita
aprender el reparto equitativo de los bienes, contribuir con ideas a la
evolución de la conciencia colectiva enseñando en una escuela, crear la 9ª
Sinfonía o simplemente tratar de vivir en armonía con el medio y con las
condiciones que la Vida
ofrece.
Algunas misiones pueden tener desde nuestro punto de vista un aspecto difícil
de entender. Alguien puede traer la misión de destruir estructuras anquilosadas
y petrificadas, sean sociales, políticas o económicas; estructuras que es
necesario demoler para que otras posibilidades puedan nacer. Un alma tuvo que
nacer con la misión de traicionar al Maestro Jesús para que éste pudiera
cumplir con la suya. También hay tareas encomendadas a grupos de almas.
Cualquiera que sea la tarea que el alma se ha comprometido a realizar,
cualquiera que sea el contrato que el alma ha firmado con el Universo, le será
recordado en esta vida por la propia Vida, quién pondrá ante el alma aquellas
experiencias que despierten el recuerdo y la induzcan a cumplir su misión.
Durante un ciclo de experiencia vital, marcado en las tradiciones por
la cifra 40, la Vida
aporta lo necesario para que nuestra personalidad crezca y se desarrolle con
fuerza y poder. Pero si queda empobrecida o disminuida, cuando llega el
momento, no podrá completar la tarea del alma y ésta languidecerá en medio de
un sentimiento interior de vacío.
Muchas almas en esta situación tratan de compensar ese vacío
adquiriendo poder externo; aunque no importa cuanto poder acumulen o a cuantos
seres exploten o manipulen, siempre permanecerá insatisfecha.
Ese sentimiento de vacío, de carencia de algo que no funciona
correctamente, no podrá llenarse satisfaciendo los deseos infantiles de la
personalidad. Sólo cuando la persona se pone al servicio del alma y ésta puede
iniciar el trabajo para el que se comprometió, el vacío desaparece y es
sustituido por el poder interior: la satisfacción del cumplimiento de la tarea
encomendada sobre la Tierra.
El cumplimiento de éste compromiso nos enriquece, y, al hacerlo, el
poder del alma se ensancha. Cuando nacemos éste compromiso queda adormecido,
aletargado, a la espera de que la experiencia de vida madure a la persona y
reactive el recuerdo.
¿Qué es lo que hace que el alma recuerde la tarea que le ha sido
encomendada?
No es fácil de explicar. Es un sentimiento profundo y lleno de poder,
que se apodera de nosotros y se transforma en conocimiento cuando la parte más
profunda de nuestro ser se compromete en aquello que está haciendo, porque la Vida lo ha puesto ante ti. Es
ese sentimiento que hace que las actividades y acciones propias sean
gratificantes y lleven un objetivo que se cumple por si mismo, porque no hay
cansancio en hacerlo, sino qué, el hacerlo, proporciona satisfacción y
contento.
Si esto ocurre, es que se está haciendo aquello que el Cosmos esperaba
que hiciéramos.
Cuando la personalidad se encuentra comprometida con el trabajo que
tiene que realizar el alma, la persona está alegre, no está apesadumbrada por
la negatividad, ni vacía por la pérdida de poder. No tiene miedo. Realiza su
trabajo con determinación y significado. Es un trabajo gozoso que sirve a uno
mismo y a los demás.
Las interacciones con aquellas otras almas que entran en relación con
nuestra intimidad y que comparten con nosotros una parte de la vida,
contribuyen a activar en nosotros el recuerdo de lo que somos o de lo que no
somos, y de lo que hemos venido a hacer a este mundo.
Los dolores que sufrimos, la soledad que padecemos, las decepciones
que sentimos, las adicciones y dependencias a las que nos esclavizamos y otros
peligros de signo parecido, son las hojas del libro de nuestra vida, de nuestro
cuaderno de ejercicios, que nos muestran las oportunidades de aprender, ver y
conocer, más allá de la ilusión, que hay un lugar en nosotros, una posición, en
la que el alma puede crecer y servir.
En cada experiencia dolorosa, en cada evento negativo se oculta una
oportunidad de crecer como hombres. Y, aunque el miedo no se desvanezca de
momento, el tiempo se encargará de desintegrarlo, si el trabajo personal se
realiza con alegría y comprensión. Se recupera poder para hacer que las sombras
salgan a la luz y allí poder exorcizar a nuestros propios demonios.
En esta empresa nunca estamos solos. Guías, maestros y seres de luz
nos ofrecen su energía y ayuda en forma continua. Lo que no pueden es
prevenirnos en lo que se refiere al trabajo y compromiso que cada alma debe
realizar por sí misma.
No se trata de concederles permiso para que puedan manipularnos
neciamente. Se trata de concederles permiso para que nos muestren la plenitud
de nuestro poder y nos den la guía para que sepamos y podamos hacer un uso
correcto de él.
El uso de ese poder, que en nosotros procede de más allá de nosotros,
nos permite determinar lo que es mejor para recorrer el camino que no es
destinado y que conduce a una riqueza
que nos está esperando.
Podemos equivocar el camino y hacer un mal uso de ese poder que se nos
concede usándolo en nuestro propio beneficio. Entonces, el Universo dejará de
ayudarnos y, tarde o temprano, caeremos en el vacío del alma que ha perdido su
rumbo.
El Universo sólo ayuda al hombre que es capaz de decirle al Universo
"¡Hágase Tu Voluntad!", y
cumplirla a través de la intención.
Si tienes conciencia de la ayuda que el Universo te presta, y eres
receptivo, ello permitirá que la ayuda y el poder fluyan instantáneamente. Pero
si eres ignorante y te niegas a aceptar la ayuda de un nivel de sabiduría más
elevado y de una guía para tu vida, entonces, esa guía, procederá de lo que te
acontezca en la vida.
El conocimiento penetra en
una personalidad infantil e ignorante, en primer lugar, por medio de las crisis. Una crisis es un estado en que
la personalidad se encuentra separada de la energía del alma porque está
seducida por el aspecto material de la vida. La propia Vida resuelve este
problema con una crisis de personalidad para restablecer la fuerza y la guía
necesaria en la persona, a fin de que esta pueda cumplir con el compromiso del
alma.
Una crisis es siempre un elemento fundamental de nuestro crecimiento
espiritual.
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