martes, 27 de diciembre de 2016

Soledad y Libertad


<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 22/08/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Soledad y Libertad
<SUBTITULO>: A propósito de una tragedia griega
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Nuestra conciencia es una nave viajando a través de mil vidas, de nacimiento en nacimiento, hasta llegar a ser la danza del mundo y el canto del cielo.
<SUMARIO>: La soledad aparece cuando nos ponemos más allá del Bien y del Mal y asumimos nuestra propia capacidad de decisión.
<CUERPO DEL TEXTO>:


Nuestra conciencia es una nave viajando a través de mil vidas, de nacimiento en nacimiento, hasta llegar a ser la danza del mundo y el canto del cielo.
En el artículo anterior y referente al tema de la soledad, hicimos la siguiente pregunta: ¿poseemos eso -sea lo que fuere-, que somos nosotros mismos? Porque si lo poseemos, ¿qué necesidad hay de este sufrimiento y de esta soledad?
(...)


Si entendimos bien las palabras de Filoxenos, nos habremos dado cuenta de que ese Camino de Soledad es ese lugar en que las facultades generadas por la matriz se desarrollan.

Para conseguir el desarrollo de lo que está en nosotros como semilla, llamado también Libertad, nos vemos abocados a nacer, a desprendernos de la matriz colectiva que se resiste a dejarnos ir, que se resiste a dejar de imponernos su ley y su orden, que se resiste a que nazcamos.

En estas condiciones el parto es doloroso. Doloroso para la matriz que tiene que parirnos, y doloroso para el que se pare así mismo, para el que tiene que abandonar un medio, que a pesar de todo es acogedor y protector, para pasar a otro medio que siempre es nuevo y desconocido.

En una obra de teatro llamada "Las moscas", J. P. Sartre nos plantea este problema en toda su crudeza. En ella encontramos un diálogo entre Júpiter, el padre de los dioses, y Egisto, rey de Argos, el cual había asesinado a Agamenón cuando este volvió de la Guerra de Troya, y se había casado con Clitemnestra, esposa de Agamenón, para consolidar la usurpación al trono. Egisto, es acusado por Orestes y Electra, los hijos de Agamenón, del asesinato de su padre. Y esa acusación pervertía el orden de la ciudad.

En el diálogo, Júpiter le confiesa a Egisto que los dioses y los reyes (los reales, no los usurpadores), tienen un secreto doloroso: el secreto de que los hombres son libres, pero que ellos no lo saben, y que tanto dioses como reyes representan una comedia para ocultarles al hombre su poder.

En ese momento del diálogo, Júpiter dice:

Júpiter: Egisto, criatura mía y hermano mortal, en nombre del orden al que servimos los dos, te lo mando: apodérate de Electra y de su hermano.

Egisto: ¿Son tan peligrosos?

Júpiter: Orestes sabe que es libre.

Egisto:...entonces no basta con cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿qué aguardas para fulminarlo?

Júpiter: Egisto, los dioses tienen otro secreto... Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses ya no pueden nada contra ese hombre.

J. P. Sartre nos plantea muy claramente el origen y la raíz del dominio que la matriz colectiva, generadora de orden, ejerce sobre el individuo; así como la lucha por el control de ese orden. Por ello, cuando Orestes, el hombre, dice: "Ni soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Yo soy mi libertad!", el camino de la soledad se inicia y le aplasta.

Orestes: de pronto la soledad cayó sobre mí y me traspasó; la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad, y me sentí completamente sólo... Y ya no hubo nada en el cielo, ni el Bien ni el Mal, que me dieran ordenes.

¡Qué impresionante es esto que dice Orestes!: "la naturaleza saltó hacia atrás y ya no tuve edad". ¡Nació!. Entonces se sintió sólo. ¿Por qué? Porque anuló el efecto de la Caída, porque unificó en sí el fruto del Árbol de la Ciencia, porque ya ni el Bien ni el Mal tenían influencia sobre él. Porque esa dualidad que está en nuestra propia naturaleza, en esa naturaleza que aún somos, esa misma naturaleza, saltó hacia atrás, y acabó con el tiempo, y le dejó sin edad, recién nacido.

De estas palabras se desprende que Soledad y Libertad se hacen sinónimas en el parto y en las primeras etapas del Camino. La Soledad aparece a partir del momento en que nos ponemos más allá del Bien y del Mal; desde el momento en que asumimos nuestra verdadera capacidad de decisión y de elección; desde el momento en que hacemos de nuestra vida una metáfora. Pero la matriz no permite que nadie se desprenda de ella, que rompa el orden, e intenta absorberlo, intenta reintegrarlo como puede. Y si el solitario no puede ser absorbido, entonces, es perseguido y condenado. ¿El motivo? Lo expresa Orestes cuando dice:

Orestes: Los hombres de Argos son mis hermanos, tengo que abrirles los ojos.

Es para defenderse de este intento de conciencia colectiva, por lo que la matriz, que ya no puede ocultar la verdad, recurre a presentar una cara negativa de ella.

Júpiter: ¡Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de la soledad... Vas a arrancarles las telas con las que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia.

Orestes: Son libres, y la vida humana comienza al otro lado de la desesperación.

El camino que lleva a uno mismo cruza por el desierto de nuestra interioridad y del que nos habla Filoxenos. Y Orestes lo sabe.

Orestes: (A Electra) Me darás la mano e iremos...

Electra: ¿A dónde?

Orestes: Hacia nosotros mismos. Del otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.

Creemos saber quiénes somos. Más, la soledad nos plantea un problema de identidad. El ser que somos debe ser buscado con paciencia. ¿Seguimos siendo humanos? Nos miramos en el espejo y vemos que sí, pero los otros han cambiado. Este problema nos lo plantea Ionesco en el "Rinoceronte". Es el problema de Berenguer, el protagonista de la obra, nuestro reflejo especular, el reflejo del ser humano inmerso en lo que parece ser una sociedad de monstruos. Cuando de repente, se encuentra que es el único ser humano en una sociedad que se ha ido convirtiendo en un rebaño de rinocerontes, de seres acorazados que le persiguen para convertirle en uno de ellos.

Ionesco nos muestra, con trágica ironía, cómo el problema de la soledad es también un problema de identidad. Y nos aclara que:

"...al hombre mismo le toca salir de ese vacío con sus propias fuerzas y no con las fuerzas de los otros."

En esto, Ionesco se acerca a Orestes, y también al Zen.

"En todas las ciudades del mundo -dice Ionesco-, el hombre moderno es el hombre precipitado, el rinoceronte, un hombre que no tiene tiempo, que es prisionero de la mecanicidad. -Y añade- La rinoceritis es la enfermedad de los que han perdido el sentido y el gusto por la soledad."

Tenemos que darnos cuenta que en nuestra sociedad de seres protegidos por su coraza caracteriológica, nuestra sociedad de rinocerontes, el amor a la soledad se le condena, porque se le considera como odio al prójimo. Entendiéndose por amor al prójimo el acatar las normas del orden emanado de la matriz. Y hay que darse cuenta también que la dialéctica del poder y la necesidad, la dialéctica de la sumisión y la satisfacción, acaba siendo la dialéctica del odio.

El vientre social no sólo necesita absorber todo lo que pueda, sino implícitamente, destruir todo aquello que no puede ser absorbido. Esto hace que el solitario no pueda sobrevivir mientras no sea capaz de amar a todos, sin importarle el hecho de que probablemente le consideren un traidor. Solamente el ser humano que ha alcanzado su propia identidad, puede vivir sin la necesidad de que le digan como tiene que vivir.

"Siempre habrá un sitio -decía Ionesco-, para las conciencias aisladas que se hayan levantado en favor de la conciencia universal."

Ese lugar es la Soledad.

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