domingo, 4 de junio de 2017

La Singladura de Occidente 63

La Singladura de Occidente
Capítulo 63
Nuestras fronteras

Cuando en artículos anteriores hablábamos del Yin y el Yang, se trataba también de entender que esa polaridad forma parte de un Todo, una Unidad indisoluble y a la que dicha dualidad pertenece: El TAO. Como muestra la figura, cada elemento de la polaridad, lleva, en su propia naturaleza, una porción de la naturaleza contraria, por ello pueden bascular eternamente la una sobre la otra. Lao Tsé  creó esta imagen para representar, no solo la realidad del Universo, sino su funcionamiento básico. Cuando reflexionamos en ello, lo primero que se percibe es que en esa realidad no hay fronteras.
(...)



Cuando intentamos definirnos a nosotros mismos y nos preguntamos, “¿quién soy?”, aunque se trate solo de percibirnos íntimamente, al dar una respuesta, lo que hacemos es trazar un límite, una línea, entre un dentro donde creemos que nos encontramos y creemos que somos, y todo lo demás, aquello que creemos que no somos y que queda fuera. Así que Yo estoy dentro y lo que es No-Yo está fuera de mí. Nuestra identidad depende así de donde tracemos esta línea y pongamos nuestra frontera. Las crisis de identidad que a veces padecemos, se producen porque no podemos definir bien donde establecemos esa frontera.
Una vez que hemos delimitado cual es nuestra frontera, encerrándonos dentro de lo que creemos que somos, las respuestas de lo que no-somos pueden ser complejas o imprecisas, sobre todo porque dicha frontera se encuentra continuamente desplazándose de lugar. La frontera más común es nuestra piel que nos encierra como organismo. Así, todo lo que se encuentra dentro de mi piel, soy yo, y todo lo que está fuera no soy yo. Mi piel constituye una frontera que me separa de lo que no soy.
Hay otros límites bien establecidos que solemos trazar igualmente en el interior del organismo que somos. En otro artículos ya se planteó la pregunta si somos un cuerpo o tenemos un cuerpo. La mayoría sienten que tienen un cuerpo como si este fuera un objeto que es no-yo. Esto ocurre porque la persona se ha identificado con una faceta de la totalidad de su organismo: la mente, la psique, el ego, la personalidad… Biológicamente no existe ningún motivo para esta disociación ego-organismo; pero psicológicamente constituye una especie de epidemia muy extendida.
La escisión mente-cuerpo y el dualismo que se genera es algo típico de nuestra Civilización Occidental. Cuando uno nace, no existe dicha frontera y por algún tiempo el cuerpo es fuente de placer, dolor, enfermedad y posibilidades de acción. Cuando llegamos a la edad adulta y, como decía Francisco de Asís, el cuerpo se convierte en el “hermano asno”. Nuestro dilema es ¿dónde ponemos la frontera? Porque lo que sentimos como identidad propia ya no abarca nuestro cuerpo al habernos identificado con una imagen mental de nosotros mismos, por lo que sentimos que somos un yo mental y que, por ahí debajo de nuestras cabezas, hay un cuerpo con el que no nos identificamos, por lo que modificamos nuestra frontera y trazamos una nueva, excluyendo de nuestra conciencia aquellos de nuestros aspectos que consideramos que no somos yo y a los que C. G. Jung llama Sombra. Por ello, ésta se encuentra fuera de nosotros.
Se acuñó el término “Trans-personal” para referirse a lo que se encuentra más allá de la persona que creemos ser y con el que hacemos referencia, por ejemplo, a un determinado tipo de percepciones que solemos tener y que llamamos “extrasensoriales” (ESP). Y como esas percepciones se encuentran más allá de nosotros, volvemos a trazar una frontera que nos separe de ellas. Así que el límite entre lo que uno es y lo que no-es, descansa en que, como individuos, no solo tenemos acceso a un nivel de identidad, sino a muchos. Estos niveles no son meros postulados teóricos; son realidades que podemos observar y verificar por nosotros mismos. Tenemos, pues, diferentes niveles de identidad, y cada nivel resulta de los diferentes lugares donde hayamos trazado nuestras fronteras.
Cuando nacemos somos una Unidad con el Universo, somos TAO; luego crecemos y como niños (también como adultos), comenzamos a tener percepciones extrasensoriales (amigos invisibles, personificación de los elementos de la naturaleza, etc.). Por otra parte nuestro entorno social y cultural se encarga rápidamente de reprimirlas. Ello significa que nuestra realidad comienza a hacerse discontinua aunque aún nos sentimos uno con el Universo ya que nuestra realidad no es solamente un organismo pleromático, sino una totalidad con la Creación.
Luego, “organismo” y “medio” se separan. Más tarde, lo harán el “ego” y el “cuerpo”, con lo que aparece el nivel del ego. Por último, el “ego” se separa de la “Persona” y esta queda expulsada fuera y reducida a “Sombra”. Así que nuestra conciencia presenta un espectro diferenciado en tres niveles, cada uno marcado por una frontera: Nivel del organismo con la frontera “organismo-medio”; nivel del ego con la frontera “ego-cuerpo”, y nivel de la persona con la frontera “persona-sombra”.
Cuando un individuo se encuentra en el nivel del organismo, su enemigo potencial será el medio ambiente que se le manifestará como extraño, externo y amenazador. Cuando un individuo está en el nivel del ego, no solo encontrara que el medio es un territorio extraño, sino que la estructura de su propio cuerpo y sus problemas, también lo es. Y si un individuo ha desplazado la frontera de su identidad, también ha desplazado sus conflictos con su cuerpo y sentimos que nuestro cuerpo “se ha pasado al enemigo”. Cuando el individuo se encuentra en el nivel de la persona, la frontera persona-sombra adquiere una gran importancia ya que el individuo ha trazado la frontera sobre facetas de su propia psique, con lo que la guerra se libra ahora en tres frentes: su medio, su cuerpo y su psique (puede leerse mente).
Cada nivel ve de forma diferente los procesos que ocurren en el Universo y los ve como extraños a él.

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