domingo, 18 de junio de 2017

La Singladura de Occidente 64

La Singladura de Occidente
Capítulo 64
La guerra entre los opuestos
 
Cualquier frontera, ya sea cerrada o abierta, da lugar a dos ilusiones: si es cerrada, a un dentro y a un fuera; si es lineal, a un este y un oeste o a un norte y un sur. Cuando estudiamos Geografía se nos explica que esos son puntos referenciales, convenciones, pero que no tienen existencia real. ¿Por qué entonces las demarcaciones que nosotros ponemos en nuestra realidad y percepción personal si imaginamos que son reales? Tales fronteras son ficticias, así como los opuestos que estas generan. No existen en la Realidad, solo en nuestra imaginación.
(...)
Desde Adán el hombre conoce el proceso de establecer demarcaciones. Aunque la historia de Adan es un mito que debe ser interpretado, el Génesis nos cuenta como Dios le pide a Adán que ponga nombre a toda lo que se ofrece a su mirada y a todos los seres vivos que allí se encuentra. Para poder hacerlo, Adán tuvo primero que observarlo y luego agrupar los elementos que allí había en relación con alguna afinidad. Después les dio un nombre. A partir de entonces, sus descendientes, en vez de manejar y manipular objetos reales inseparables de su contexto, comenzaron a manipularlos en los nombres que les había puesto, palabras mágicas que ocuparon el lugar de los objetos.
Una leyenda egipcia cuenta que cuando el dios Thot entregó los jeroglíficos a los hombres, el Dios Ptah le reprendió por haberles entregado un arma terrible que les llevaría a evadir la realidad y quedar prendidos de las palabras. La embriaguez que los nombres produjeron en Adán, y que le llevaron hasta el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, se ha prolongado hasta nosotros. Pero Adán tuvo que pagar un alto precio por ello: al reconocer la diferencia de los opuestos y trazar una demarcación, su mundo paradisiaco, sin fronteras, quedo destruido y el Árbol de la Vida quedó fuera de su alcance, en el Más Allá. A la vez, el mundo de los opuestos se revolvió contra él y le acosó, y todo el espectro de los opuestos cayó sobre la humanidad futura.
Adán comprendió también otra cosa: nombrar, delimitar una frontera, significa también tener que luchar en una guerra interminable. Cuanto más perseguimos aquello que consideramos el Bien, tanto más nos desazonará el Mal; cuanto más éxito buscamos, mayor será nuestro miedo a fracasar; cuanto más valor asignemos a algo, más nos obsesionará su pérdida. La mayoría de nuestros problemas son las fronteras que hemos establecido y los opuestos que estas han generado. Mientras los materialistas se empeñan en reducir el Espíritu a la Materia; los idealistas se empeñan en lo contrario; mientras los monistas especulan en como reducir la pluralidad a la unidad, los pluralistas se afanan en querer explicar la unidad como pluralidad.
 Ante tanto problema de presuntas realidades duales, nuestras soluciones intentando eliminar uno de los opuestos se muestran ineficaces. Ningún extremo dominará jamás al otro ya que la frontera marcada no es real. Nos ofuscamos intentando manipular los opuestos, pero jamás se nos ocurre cuestionar la frontera como tal; y como nos empeñamos que esta es real, imaginamos con terquedad que los opuestos no se pueden reconciliar. Entonces soñamos con que algún día, en un futuro imaginado, uno derrotará al otro y nuestros problemas se solucionaran.
La solución estriba en comprender que lo que consideramos opuestos solo son aspectos complementarios de una única realidad. Que los opuestos son inseparables, es algo que nos resulta muy difícil, si no imposible, de creer. Es cierto que en la Naturaleza podemos observar una infinitud de líneas y superficies que parecen demarcar fronteras: la línea de costa entre la tierra y el mar, el contorno de las hojas, la piel de los animales, la membrana de las células… Pero esas líneas no representan una separación. Lo podríamos representar con el canto de la moneda de la que hablábamos en un artículo anterior. Algo por donde lo aparentemente opuesto queda vinculado. Solo nuestra ceguera, nuestra falta de comprensión de la realidad, ve en la línea separación.
Las fronteras y sus opuestos se concretan y materializan cuando comenzamos a asignarles palabras y nombres. Al no ver que los opuestos no son más que dos nombres diferentes para un único proceso, nos imaginamos que son dos procesos diferentes y enfrentados. Nuestros problemas vitales tienen su asiento en la ilusión de que es posible separar y aislar los opuestos y en la creencia que así debe hacerse.
La solución a este problema estriba en renunciar a las fronteras, a las líneas que trazamos para delimitar las cosas. Una guerra entre opuestos es un síntoma de que estamos tomando como real una línea que separa un aquí y un allá, y si queremos curar el síntoma deberemos ir hasta la raíz del problema: nuestras fronteras son ilusiones.
¿Qué pasa entonces con las Ciencias y con nuestros saberes establecidos sobre demarcaciones? Si me duele el estómago no se trata de que tenga que renunciar a la medicina; tampoco tengo por qué renunciar a los logros de la industria o la técnica… No se trata de eso, pues renunciar a algo también es un opuesto a aceptar. De lo que se trata es de desertar de la ilusión que de estas fronteras depende nuestra felicidad. Cuando comprendemos que los opuestos son uno, la discordia se disuelve y el Árbol de la Vida, que quedó en el Paraíso custodiado por un Ángel, vuelve a aparecer ante nosotros mostrándonos el eterno e incansable fluir de la Vida.


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