viernes, 22 de diciembre de 2017

la Enseñanza esotérica 06

LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
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Nos despedimos el capítulo anterior diciendo que había hasta siete tipos de “Hombre” si aplicábamos la idea de la escala del Ser a la palabra “Hombre”. Tendríamos así: al "hombre físico” (1); al “hombre emocional” (2); al “hombre mental” (3)… Estos tres tipos de hombres, desde su nacimiento, son los que normalmente desarrolla la propia vida. En cambio, el “hombre nº 4” no nace como tal ni surge de la vida. Se hace así mismo en el “Trabajo Interior”. Por su parte, como resultado de este “Trabajo” surge el “hombre nº 5”, aquel que ha conseguido unificar en sí mismo todos los aspectos que constituyen a los hombres anteriores. El “Hombre nº 6” sería aquel que ha accedido al Círculo de la Humanidad Consciente, mientras que el “hombre nº 7” sería aquel que ha alcanzado el más completo desarrollo que le es posible alcanzar al Hombre.
(...)

Dado que cada tipo de hombre posee un grado o nivel diferente de “comprensión”, se hace evidente que cuando nos referimos al concepto “Hombre”, no tendremos nunca un “significado” absoluto, sino relativo. Y según esta concepto de relatividad, todas las manifestaciones interiores y exteriores del hombre, todo lo que le es propio, todas sus creaciones, etc., se encuentra igualmente dividido en 7 niveles. Así encontraríamos un “saber nº 1”, aquel que repite lo que ha aprendido o escuchado como un papagayo; un “saber nº 2”, que es el saber de aquello que a él le gusta, pues surge desde su nivel emocional; un “saber nº 3”, que es un saber basado en un pensar subjetivo y lógico del uso de las palabras. Proporciona una “comprensión literal”. Podríamos ejemplarizarlo en esa figura del “académico” o el “ratón de biblioteca”; en cambio, el “saber de un hombre nº 4”, es un “saber” de una especie totalmente diferente, ya que está construido a partir de las “ideas” procedentes del “hombre nº 5”, el cual, a su vez, las ha recibido del “hombre nº 6” y este del “hombre nº 7”. El “hombre nº 4” asimila solamente el conocimiento de la esfera que corresponde a su “poder”, el cual le permite transformar los saberes subjetivos de los tres tipos de hombres anteriores en “saber objetivo”. Por su parte, el “saber nº 5” es un saber completamente indivisible, porque el “hombre nº 5”, posee un “Yo” indivisible, y todo su “saber” pertenece a ese “Yo”. Un “Yo” que sabe que él es la Totalidad de su Ser.
Con el Ser pasa lo mismo: tendríamos el “ser del hombre nº 1”, que vive de sus instintos y sensaciones; el “ser del hombre nº 2” que vive de sus emociones; el “ser del hombre nº 3” que vive a través de su mente racional y teórica, y así sucesivamente. Esta relatividad del concepto “Hombre” nos permite comprender el por qué el “Saber” no puede estar muy alejado del “Ser”. Debido a su Ser, nos hombres 1, 2 y 3, no puede poseer el “Saber” de los hombre 4 y 5. Adquirir ese “Saber” supone un gran esfuerzo y un trabajo interior que les permite abrir un “comprensión”.
Podríamos aplicar este mismo criterio de “relatividad” al Arte, a la Religión, a la Ciencia, a la Filosofía, a la Voluntad, etc., incluso de Dios. Respecto a la “Voluntad”, Mateo, en su Evangelio (XXI,28-31), nos cuenta la siguiente historia:

“Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Respondiendo él, dijo: “no quiero”, pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera. Y respondiendo él dijo: “Si, Señor, voy”, y no fue.”
Al margen que el concepto “viña” hace referencia a una “escuela esotérica”, la pregunta que aquí podemos plantearnos es: ¿Cuál de los dos hijos tuvo la voluntad de hacer lo que le encomendó su padre? Es evidente que un hombre puede tener un “pensar negativo” (decir no) y una “voluntad positiva” hacia algo; y de la misma manera, otro hombre puede tener un “pensar positivo” hacia algo”, pero su “voluntad es negativa”. Lo que el relato pretende decirnos es que cuando decimos “si” a algo, ello afecta al pensamiento y nada tiene que ver con la voluntad que depende de nuestro centro emocional. Un hombre así no es “Uno”, sino que tiene “dos lados” distintos, que generalmente no están de acuerdo y que se oponen entre ellos.
Se suele decir, que nacemos con una “misión”, y todo el mundo cree entender que esas “misión” es solamente hacia fuera; pero principalmente esa misión es trabajarse interiormente, realizar una tarea respecto así mismo, sin la cual todo lo demás serán ilusión. Y a menos que comencemos a comprenderlo, nuestra vida carecerá de “significado”. Todo hombre nace en este planeta para llevar a cabo una tarea interior, la cual tiene que ver con su posición en la vida. La vida se encuentra organizada de tal modo que el hombre es incapaz de comprenderse así mismo y comprender el significado de la vida, en la que se encuentra inmerso, desde la propia vida. Por ello las “salida” a su incomprensión es “comprender” lo que él es en un interioridad. La “Enseñanza Esotérica” dice que todos podemos llevar a cabo esta tarea que depende de su “voluntad”. Y si “comprende” esto, esa comprensión le pondrá en una mejor situación para llevarla a cabo que aquel que comprende. El problema es que todos “creen” que si se encontraran en una circunstancia diferente, o esas circunstancias fueran otras, todo les sería más fácil. Y esto no es así.
¿Por qué no es así? Porque el “espacio” en que nacemos (familiar, geográfico, histórico, etc.), además de haber sido escogido por cada ser humano a fin de poder llevar a cabo sus dos “misiones”, también se debe al “Destino” (Karma, configuraciones estelares, etc.). Todo lo cual solamente tiene que ver con cada ser humano individualmente considerado y con su posible evolución. Por ello, la lucha contra las circunstancias exteriores e interiores, constituye la base de ese “Trabajo Interior”. Ser pobre ocasiona dificultades; ser rico ocasiona dificultades, ser solo ocasiona dificultades, ser acompañado ocasiona dificultades… Esa es la vida. Su discurrir siempre será diferente a lo que esperamos de ella.
Solamente cuando nuestro “pensar”, sobre nosotros y sobre los demás,  comprende que ha de transformar algo en si mismo, algo de la mayor importancia, todo “cambia” y, con ello, también cambia nuestra vida. Esa transformación tiene que ver con nuestra personalidad y hacer posible que nuestra “Esencia” pueda “crecer”. Nadie está libre de llevar a cabo ese esfuerzo, que ha de se “consciente”.
El Trabajo Interior es “vertical” a la vida y todo esfuerzo propio tiene por finalidad “elevar” a cada ser humano a un nivel más alto de Ser, que se encuentra por encima de él. El “Hombre” tiene un significado vertical (simbolizado por la escala) y un significado horizontal (simbolizado por el tiempo que discurre del pasado al futuro). El significado vertical está cortado por el significado horizontal en el tiempo y ese punto de intersección de ambos significados es el “ahora”. Pero este “ahora” solo llega a ser tal, en su pleno significado, si el “Hombre” está consciente. Cuando estamos “identificados” no hay “ahora”, porque estamos “dormidos” en el tiempo, afanándonos en caminar desde el pasado al futuro, identificados con todo. No hay “ahora”, ni siquiera hay momento presente ya que nuestro pensar está ocupado en recuerdos pasados, o en ilusiones futuras. Por ello, todo discurre sin cesar, todo cambia, y todo se convierte en algo diferente, como señala el Eclesistés, en el tiempo. Incluso hasta ese momento que se esperó y se anticipó con tanta ansiedad por que llegara, ya se encuentra en el pasado.
Solamente ese “sentir” la existencia y el significado de lo que representa la escala vertical, proporciona el sentido de ahora. Muchos lo han llamado sentimiento de eternidad. Es el “sentir” del verdadero “Yo” que se encuentra en un nivel más alto que el yo personal, fuera del tiempo. Puesto que la “eternidad” y el “tiempo” son inconmensurables (no se pueden medir), ello significa que ninguna cantidad de tiempo puede hacer la eternidad. De la misma manera, ninguna cantidad de longitud puede hacer una superficie, ya que pertenecen a dimensiones o niveles diferentes. Aunque hay una “verdad”. Eternidad y tiempo se encuentran en el “Hombre” en ese punto llamado “ahora”. En la estala vertical no hay “tiempo”, pues representa la posición que ocupan en ella los “estados de Ser” y, con ellos, su nivel de “comprensión” y la calidad de su conocimiento.
Todo lo que existe en el Universo se encuentra invariablemente en algún punto de esta “escala del Ser”. Por ello, los propósitos del “Trabajo Interior” tienen que ver con la escala vertical, mientras que los propósitos de la “vida” tienen que ver con la línea horizontal. En las parábolas se nos habla del “Reino de los Cielos”. Éste es un símbolo, una metáfora, de un estado más elevado de Ser y de Consciencia. No es algo literal tal y como lo tomaría el “hombre nº 1, 2, y 3”. Por ello está “arriba” (que se corresponde a “dentro”) y no en el futuro del tiempo. Está “ahora” porque es un “estado de Ser” al que solo se llega internamente, y por eso se dice que se encuentra dentro de nosotros. Toda la “Enseñanza” encerrada en las parábolas e historias de los Evangelios se refieren a la “ascensión” por la “escala vertical del Ser”, una escala de “transformación” que corta perpendicularmente la línea horizontal del tiempo y de la vida. En la línea horizontal, la línea del tiempo, solo hay cambio, pero el cambio no es transformación. El paso del tiempo solo altera, cambia, las cosas. La “Transformación del Ser” nada tiene que ver con cambiar nuestro pequeño ser. El “Ser” es siempre “vertical” al tiempo, es la “estatura del Hombre”.


Seguramente han escuchado a alguien hablar de las “jerarquías celestes” de Dionisio el Areopagita. Vivió en el S. I y fue discípulo de san Pablo, llegando a ser obispo de Atenas. Era juez del Areópago, de ahí su apodo. En el siglo VI se publicaron una serie de escritos de naturaleza mística y fondo neoplatónico (según los expertos), que fueron atribuidos a Dionisio Areopagita. La propia Iglesia los consideró “apócrifos” y los exégetas posteriores intentaron demostrar que pertenecían a un autor bizantino desconocido, al que, a falta de mejor nombre, se llamó Pseudo Dionisio Areopagita. En uno de esos manuscritos (los pueden encontrar en Internet), titulado “La Jerarquía Celeste”, Dionisio nos presenta esa “escala del Ser” de la que hablábamos antes, aplicándola a las entidades o “seres” que pueblan el Universo. Pero lo que Dionisio nos dice de ellos, nada tiene que ver con la visión que la Iglesia nos presentó más tarde de esta misma jerarquía.
Dionisio llama a estos seres o entidades,  emanaciones divinas o Coros cuando se las considera en conjunto, estableciendo así una jerarquía o “escala”. A estos “Coros” los divide en “triadas”. La primera triada la forman los Serafines, Querubines y Tronos; la segunda triada la forman las Virtudes, las Dominaciones y las Potestades o Poderes; y la tercera Triada, la forman las Principalidades, los Arcángeles y los Ángeles. Esta Jerarquía Celeste no es solo un tratado o una tasonomía de “seres”, sino también un tratado sobre el “saber” y “moralidad” de eso “seres” o del “Ser”. Así interpreta él el concepto “jerarquía”:

“A mi juicio, jerarquía es un orden sagrado, un saber y actuar lo más próximo posible de la Deidad. Se elevan a imitar a Dios en proporción de las luces que de El reciben…
La jerarquía, pues, tiene por fin lograr en las criaturas, en cuanto sea posible, la semejanza y unión con Dios. Una jerarquía tiene a Dios como maestro de todo saber y acción. (…) Luego que sus miembros han recibido la plenitud de su divino esplendor, transmiten generosamente la luz, conforme al plan de Dios, a aquellos que les siguen en la escala.
(…)
Así es que el nombre de jerarquía designa una disposición…, que representa los misterios de la propia iluminación, gracias al orden sagrado de su rango y de sus saberes. (…) Porque la perfección de cada uno de cuantos están en este sagrado orden consiste principalmente en que, según la propia capacidad, tiende a la imitación de Dios. Más admirable aún: llega a ser, como dice la Escritura, "cooperador de Dios" y reflejo de la actividad divina en cuanto es posible.
Por eso, cuando el orden sagrado dispone que unos sean purificados y otros purifiquen; unos sean iluminados y otros iluminen; unos sean perfeccionados y otros perfeccionen, cada cual imitará a Dios de hecho según el modo que convenga a su función propia.” (el subrayado es mío).
Y así interpreta el concepto “ángel”:
“Estas inteligencias son las que más íntima y ricamente participan de Dios, y a su vez son las primeras y más abundantes en transmitir a los demás los misterios escondidos de la Deidad. Por lo cual, a ellos les corresponde por excelencia antes que a nadie el título de ángel o mensajero. …y por medio de ellos se nos transmiten las revelaciones que exceden sobremanera nuestros alcances; como dice la Escritura, la Ley que nos fue dada por ángeles. …fueron ángeles los que guiaron hasta Dios a nuestros ilustres antepasados. (…) También les revelaban las sagradas jerarquías visiones de misterios escondidos a este mundo, o divinas profecías.”
Podríamos asemejar estas entidades a un rayo de luz o de color, el cual disminuye o decrece de manera proporcional según se aleja de su “Fuente”. Dionisio pensaba que el mensaje de Jesús era un “recuerdo” de verdades esotéricas, menos comprensibles para el no iniciado, antes que una doctrina nueva que hubiera perdido su armonía con el “saber” transmitido por la Antigüedad. Cientos de años después, sus jerarquías fueron consideradas meras especulaciones inútiles y confusas. La causa de ello se hace evidente para el que comprende: la “fe ciega” y la creencia sin fundamento se habían vuelto más importantes que el “saber” y la “comprensión”.
Cuando el cristianismo se fue desarrollando como un sistema de creencias, diseñado para “someter” al hombre común, muchas de las enseñanzas de las antiguas “Escuelas de Misterios” fueron modificadas. Se decidió reorganizar el cristianismo de tal forma que su corpus de creencias, solo pudiera ser transmitido por un sacerdocio adoctrinado. Así, los antiguos ritos iniciáticos y el conocimiento esotérico que formaba parte de ellos, quedaron reducidos para los sacerdotes a simples funcionalidades prácticas. Solo fue permitido aquello que sirviera para “limitar” la mente del “comulgante” promedio y que los “sacerdotes” consideraban beneficioso para él. Y aquellos eruditos y sabios que en un principio apoyaron este nuevo movimiento, pero que comenzaron a disentir, fueron declarados “herejes” y se les presionó para conformarlos dentro del molde que había sido establecido, o a abandonar sus cargos. Fue de esta manera como en poco tiempo se distorsionó el antiguo “Conocimiento” y la antigua “Enseñanza” se perdió para siempre.
Así, el cristiano promedio, advertido en contra de las escrituras apócrifas, y careciendo de una “enseñanza” y un “saber” adecuados, se encontró a merced del sacerdocio y sus interpretaciones en lo que a ese “saber” y “enseñanza” se refería. Basta recordar que en el Concilio de Constantinopla (553 d.d.C.) la “doctrina de la reencarnación”, fue rechazada como parte de las enseñanzas de la Iglesia. Y no porque no fuera algo verdadero, sino porque la Iglesia pensó que podría ser mejor controlar las acciones de sus ovejas diciéndoles que el “Juicio Final” les esperaba al final de su vida, en vez de dejarlos continuar en el “conocimiento” de una evolución progresiva en el marco de grande ciclos. Esta decisión modificó la antigua interpretación de “Así como siembres, así cosecharás” y permitió que el “monopolio” de los sacerdotes sobre las acciones de las gentes, convirtiera el mensaje cristiano en una forma muerta de la que había desaparecido la vida.
Ante esa situación, fue inevitable que muchas “Escuelas Iniciáticas”, y para evitar la persecución y su destrucción, pero sobre todo para “preservar” sus “enseñanzas”, pasaran a la clandestinidad. La cristiandad negó la “fuente” de su origen y convirtió en un hecho histórico lo que desde tiempos muy antiguos habían sido metáforas y alegorías espirituales, anatematizando y excomulgando a los que osaran otro tipo de “enseñanza” diferente a la que ella postulaba. Ni siquiera perdonó a aquellos que, como el obispo de Atenas Dionisio el Areopagita, habían alcanzado el honor de ser nombrado “obispo”. No debe extrañar, pues, que el “conocimiento” transmitido por la antigua “Enseñanza”, una de cuyas finalidades era que los individuos aprendieran a pensar por si mismos, declinara al mismo ritmo que se elevaba el cristianismo. Y tampoco debe extrañarnos que el cristiano promedio se encuentre tan poco preparado para comprender las partes de esa antigua “Enseñanza” que, aunque fragmentada, aún permanece el sus escritos. Además, ni siquiera se encuentra equipado mentalmente para leer e interpretar inteligentemente los escritos que pertenecen a su propia religión y que considera sagrados.
Un simple ejemplo: en la Epístola de Pablo a los Colosenses se mezclan íntimamente hechos históricos con hechos metafóricos como si fueran iguales. Después de referirse a Jesús como “la primera mente nacida de toda creación”, continúa diciendo que “…por él fueron creadas todas las cosas que están en el cielo, y que están en la tierra, visibles e invisibles, sean Tronos, Dominios, Principados o Poderes.” Es evidente que esta referencia a la “Jerarquía Celeste” de Dionisio es un intento, por parte de Pablo, de situar a Jesús en una posición determinada dentro del esquema de la Creación. Pero, ¿cuantos cristianos, incluso teólogos, son capaces de reconocer esto como una evidencia de que existía alguna familiaridad de Pablo con Dionisio. Me atrevería a decir, que muy pocos; y de esos pocos, ¿cuántos serían capaces de comprender la razón de esto? Virtualmente ninguno.



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