martes, 24 de abril de 2018

La Enseñanza Esotérica 13


LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
( 13 )
Muchas veces se dice en el Trabajo que nos encontramos en una “prisión” y que debemos "escapar de ella". Claro que, para ello, primero, hemos de darnos cuenta que se está en una “prisión” y, luego, ver en qué lugar de nosotros mismos se encuentra esa “prisión”. Darnos cuenta que estamos “presos”. Algo imposible si imaginamos que ya somos libres. La “idea” nos parecerá un disparate. El proceso comienza cuando nos damos cuenta que nos encontramos en una “prisión” y que nadie puede ayudarnos. Nadie puede liberarnos por la fuerza, contra nuestra voluntad, oponiéndose a nuestros deseos. Cuando comenzamos a darnos cuenta que estamos en una “prisión”, lo primero es estudiar como es la “prisión” y ver la posibilidad de escapar de ella.
(...)

Sólo se alcanzará la libertad si hay un esfuerzo consciente y dirigido hacia un propósito definido. Necesitaremos la ayuda de alguien que ya haya escapado de ella y que, a su vez, haya transmitido sus conocimientos a otros que se dieron cuenta que están en una “prisión” y se preparan para escapar. Nuestra “prisión” no es una “prisión física”, sino una “prisión psicológica”. Estamos encerrados en esa “prisión” que creemos ser y llamados “nosotros mismos”. Si pudiéramos salirnos fuera de nosotros mismos, al otro lado de cada aspecto y cada manifestación que consideramos nuestra, no importa lo que creamos de ella, entonces seríamos capaces de ver la “prisión” en la que vivimos.
Donde quiera que miremos - dice el psiquiatra Wilhem Reich en el "Asesinato de Cristo" ‑, encontramos al hombre corriendo en círculo, como si estuviera en una trampa, buscando en vano y desesperadamente la salida.” Y añade, que la trampa “…es la estructura emocional del hombre, su estructura caracterológica.”
El mito nos dice que desde que el hombre fue expulsado del Paraíso y cubierto con su vestido de carne, éste ha evadido lo Esencial. Ha filosofado sobre la Vida, pero no sabe lo que es la Vida. Prefiere sufrir encerrado en la estructura de su carácter, que atreverse a buscar una salida que, como sigue diciendo Wilhem Reich:
“…ésta [la salida] es claramente visible para todos los que están atrapados en el agujero. Con todo, nadie parece verla. (...) nadie se dirige hacia ella. Es más, quién quiera que se mueva hacia la salida o la señale, es declarado loco o criminal o un pecador que ha de abrasarse en el Infierno.”
Nuestro problema no está en la “matriz colectiva”; tampoco está en la trampa. El problema está en el interior de los atrapados. Fuera de la “matriz social” está “La Vida” que no sabemos lo que realmente es, aunque creamos “verla” en sueños, o la imaginemos en éxtasis místicos, o la cantemos y divinicemos. El problema es que nadie quiere cortar su cordón umbilical para nacer a la verdadera Vida.
¿Por qué esto tiene que ser así, preguntan muchos, sobre todo los que sufren? ¿Por qué tenemos que recorrer ese largo camino de soledad, ese camino amargo para conseguir “algo” que los sacerdotes de la ilusión dicen que ya somos? ¿Pero, lo somos realmente? ¿Somos en nuestro “sentir” esa pequeña “Esencia” que anunciaron los profetas? ¿Han muerto los mártires en vano? ¿Han sido quemados los iluminados por nada? ¿Se asesinó al portador de la “Consciencia Crística” (la “Esencia”) sólo por un reino de este mundo?
Es fácil dejarse engañar por el jaleo que organiza el mercachifle y el buhonero de la libertad política, social o religiosa. Pero ellos no tienen las llaves de un “Reino” que está “dentro de vosotros”. Las experiencias de un Buda y del propio Jesús nos indican que las llaves de nuestras “prisión” se encuentran ocultas en el interior de la coraza de nuestros “carácter”; en el interior de la rigidez mecánica de nuestro cuerpo. Llegar a ellas significa bucear en uno mismo, en el propio carácter, y hacerlo desde ese estado y condición llamado soledad. En este mismo blog hay en la carpeta “Ensayo” un pequeño estudio de nueve capítulos llamado “Soledad y Libertad” que trata sobre esto. Pueden leerlo si gustan.
Preguntémonos: ¿Qué es la identificación con uno mismo?
 Supongamos que estamos encerrados en una casa y encadenados a un gran sofá en una habitación. Es evidente que, si queremos trasladarnos a otra habitación, no podemos. No podremos movernos a no ser que arrastremos el sofá y, en todo caso, como la puerta es estrecha el sofá no podrá atravesarla. Imaginemos ahora que estamos encadenados a una multitud de cosas que pertenecen a un “nivel de ser” y que estas cosas nos impiden pasar a “otro nivel de ser”. Esas cosas a las que estamos encadenados son demasiado voluminosas para cruzar la puerta a otro nivel de ser. “Estrecha es la puerta…”. La creencia en la propia virtud y mérito son algo demasiado voluminoso, en el sentido psicológico, para cruzar esa “puerta estrecha” que se asemeja al “ojo de una aguja”, por el que el camello no puede pasar. El camello es una criatura voluminosa y empecinada. Aún así, antes pasará un camello que un rico en “personalidad”. La parábola alude a una persona que, “psicológicamente”, es un camello.
En los Evangelios, la persona muy identificada consigo misma es llamada un “hombre rico”. La imagen que tiene de su valía es segura y firme. Cree que “sabe”, tiene la certeza de “poder hacer”, y está segura que lo justo y lo injusto son cosas evidentes para él. Tal persona se encuentra muy identificada consigo misma y es “rica” en personalidad. Éste es el “hombre rico” del Evangelio, que lo tenía muy difícil para entrar en el “Reino de los Cielos”. Cree poseer la bondad y haber obtenido mucho mérito de todo lo que ha hecho. Como está identificado consigo mismo, todo lo que hace va a la parte equivocada de sí, a la “falsa personalidad”. Debido a ello se le dijo: "Anda, vende lo que tienes". El rico se fue triste, porque tenía "muchas posesiones" con las que estaba identificado. Sin embargo, no lo estaba como el fariseo que rezaba diciendo: "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana; doy diezmos de todo lo que gano"; mientras que el publicano rogaba: “Dios, sé propicio a mí, pecador".
El fariseo es un ejemplo extremó de identificación consigo mismo. Hemos de entender claramente que un hombre puede ser muy bueno en la vida y cumplir con su deber y seguir fielmente todo cuanto se le enseña y hacer frente al peligro con heroísmo y, sin embargo, ser el hombre rico del Evangelio. Significa ello que está identificado consigo mismo y con todo cuanto hace y se encuentra satisfecho de sí. En el Trabajo se dice: “a no ser que el hombre llegue a la etapa en que comprenda su nadidad, le será imposible cambiar”. Empezar a darse cuenta de la propia nadidad, como experiencia práctica, es empezar a dejar de ser un "hombre rico". En otras palabras, es empezar a dejar de identificarse con uno mismo.
Allí donde estamos identificados con nosotros mismos, allí no podremos ser pasivos con nosotros mismos. Estar identificado con uno mismo significa que se está atado a algo en nosotros a lo cual consideramos como si fuéramos nosotros. Supongamos que estamos encadenados a la idea que somos una persona que imagina que siempre dice la verdad. Esto significa que estamos encadenados a esa imagen de nosotros mismos. Nos imaginamos a nosotros mismos, para nosotros mismo, como si fuéramos siempre veraces. Y, donde quiera estemos, esa imagen de nosotros mismos nos acompañará. No tendremos existencia alguna fuera de ella. Seremos esa imagen, aun cuando no digamos la verdad. Mentir carece de importancia para la imagen que tenemos de nosotros mismos y con la que estamos firmemente identificados. Aunque ¡si!, en alguna circunstancia sentimos, aunque sea por un breve momento, que no estamos siendo veraces; entonces lo justificaremos intentando dar explicaciones que se adapten a la imagen que tenemos de nosotros mismos y a la que estamos encadenados. Es solo un ejemplo de un tipo de identificación con imágenes de nosotros mismos.
Desde luego, nuestras imágenes son innumerables. Pero todos tenemos alguna imagen especial, con la que nos sentimos más identificados que con las otras. Una de las causas de nuestra falta de armonía interior y de nuestros estados negativos radica en dichas imágenes. Cuando alguien o algo toca una de estas imágenes, por así decir, nos mostramos susceptibles: caemos en la depresión, montamos en cólera o caemos en un estado negativo. Cuando son muchas imágenes las que nos encadenan, la identificación con uno mismo es muy fuerte. Y, cuanto más nos identificamos con nosotros mismos, más expuestos estaremos al enfado, al desaliento, al desengaño.
Por supuesto, no sólo estas imágenes de nosotros mismos son la causa de que estemos expuestos a todos estos desequilibrios. Pero estas imágenes, son en nosotros, la principal fuente de inestabilidad. Las imágenes se forman a partir de nuestra vanidad y nuestra imaginación, pues pertenecen a la falsa personalidad, que es un "yo imaginario”. Sólo la comprensión interior destruirá el poder de la imagen con la cual nos hemos identificado y de la que nos hemos convertido en esclavos.
El hombre mundano se identifica con todo: con su conocimiento del mundo; con el conocimiento que cree tener de la ciencia; con el conocimiento de lo que cocina; con el conocimiento de los negocios; con el conocimiento de los libros, etc. Pero, en cada caso, esa persona se identificará con “su conocimiento, sea el que fuere. Todos podemos ver cómo chocan las gentes que tienen conocimientos similares, y cómo, en el llamado mundo culto, existen toda clase de celos fundados en la identificación. Los médicos, por ejemplo, nunca estarán de acuerdo con los cocineros, ni con los literatos, ni con los militares, ni con los pastores…, “ellos no han estudiado Medicina”. Igualmente, ninguno de ellos estará de acuerdo con los demás. Quizás podáis aún recordar ese momento de vuestra niñez en que empezasteis a identificaros con algún tipo de conocimiento y la satisfacción que sentisteis cuando pudisteis hablar de algo que los otros no sabían, mientras paladeabais una especie de “poder”. La identificación confiere un sentido de poder.
He aquí un ejercicio: se trata de observar las simpatías y antipatías propias y percibir cómo uno se consume en ellas. Tratar, durante un momento, de tener “simpatía” hacia aquello por lo que sentís “antipatía”, y viceversa. Hay un ejercicio similar respecto al centro mental que consiste en observar las opiniones con las que se está de acuerdo, pero hablar a favor de las opiniones contrarias.
La identificación con las simpatías y antipatías mecánicas nos mantiene aferrados a nuestros hábitos emocionales. Sucede tan a menudo, que ni siquiera nos damos cuenta como la antipatía puede convertirse fácilmente en simpatía y viceversa. Nuestras simpatías y antipatíasmecánicas” tienen bases muy endebles. Cambian continuamente. Sin embargo, les damos una gran importancia. Muchas veces, en el Trabajo, descubrimos que simpatizamos con gentes a quienes tenemos antipatía. Esto es una buena señal de que algo está cambiando en nosotros. Pero nos será imposible cambiar si seguimos identificándonos con cada una de las simpatías y antipatías que a cada momento surgen ante nosotros.
Hay algo que nos puede ayudar para evitar las diarias e inacabables reacciones sobre las simpatías y antipatías en las que incurrimos. Algo tan sencillo como dejar de darle tanta importancia. ¿Habéis observado como, a veces, nuestro único tema de conversación con la gente, es sobre nuestras simpatías y antipatías? ¿De verdad eso es algo tan importante? ¡No hay charla más egoísta y agotadora que esa! Intentar practicar, aunque sea por breves momentos, el ser conscientemente pasivos hacia nuestras simpatías y antipatías mecánicas. Observemos como siempre van asociadas a algo.
Para nuestros pequeños y dictadores "yoes", las cosas pueden parecerles conocidas a través de una simple asociación; asociación que no se produce cuando se las ve desde otro nivel más consciente y por ello nos resultan extrañas. Raramente nos "contemplamos" unos a otros como si fuera la primera vez que nos vemos. Eso es porque, por un momento, nos estaríamos viendo sin asociaciones. Entonces todo nos parece extraño, desconocido y vívido, porque lo percibido cae sobre la Esencia.
Estamos tan acostumbrados a ver a las cosas o a las personas a través de asociaciones, que ya somos incapaces de vernos unos a otros como realmente somos. Consideramos a los demás a través de esas asociaciones (a fulanito lo asocio con el fútbol; a menganito con la política de un partido; a zutanito con la brujería, etc.). Al identificarnos con esas asociaciones, creemos que les vemos y conocemos como realmente son. Pero esto es mentira. La gente da por supuesto que se conoce una a la otra. Esto es una ilusión.
La realidad es que somos casi invisibles los unos para los otros. No conocemos, aunque estamos seguros de “conocer”. Es preciso partir de la “idea” que no se conoce, ni nunca se conoció. Es preciso partir de nuestra ignorancia. Este es nuestro aspecto "pobre" en las parábolas. Nos confiere una nueva vida y una nueva “visión”, porque nos permite alcanzar nuevas impresiones, nuevos puntos de vista, nuevas comprensiones. Si las impresiones cayesen sobre la “Esencia”, “veríamos” de una nueva manera. En cambio, una persona "rica", muy identificada consigo misma, no podrá esperar “ver” las cosas sin asociaciones, ni obtener nuevas impresiones que caigan en la “Esencia”, el lugar que puede hacernos crecer.
Alguien (él o ella) empecinado, convencido que conocen lo justo y lo injusto, que se encuentra secretamente enamorado de sí mismo y seguro de sí, de su virtud y puntos de vista, y muy identificado con ellos mismos, será incapaz de cambiar de posición, y siempre permanecerá donde está, y así será lo que es en la Escala de Ser. El “donde” y “lo que se es” serán la misma cosa en esta escala. Es decir, el “nivel de ser” donde un hombre está, es también lo que “es. Cuando comenzamos a  vernos a nosotros mismos pasivamente, comenzamos también a ver el nivel de ser al que nuestra personalidad está encadenada por su lado activo, ese que se llama a sí mismo "yo”. Un lado que, en todos nosotros, usurpa el trono y se sienta en él.
Existen innumerables leyendas, parábolas y mitos que se refieren a esta situación psicológica y equivocada del hombre. Cuesta realmente creer que tal cosa nos suceda a todos y que todos tenemos un falso gobernante en el trono. Creemos ser los “amos” de la casa en la que vivimos, aunque, en realidad no ocurre así. En el “trono” de nuestro mundo interior no hay un verdadero “amo”. Si lo vemos todo desde las asociaciones pasadas, no seremos capaces de ver nada de un modo diferente. Cuando imaginamos que vemos a otra persona sin tener consciencia de nuestras asociaciones, nos mantenemos unos a otros bajo su presión. Al tener formadas nuestras opiniones acerca de los otros, no permitimos que los otros existan fuera dé la imagen que tenemos de ellos. Esto es una gran tragedia. Dejar a las personas en libertad, por así decirlo, permitiéndoles que sean diferentes a lo que imaginamos, nos devuelve nuestra libertad.
Sabemos que la estructura física que soporta nuestro pensamiento es el cerebro, aunque no es el cerebro el que piensa. El cerebro contiene algo así como catorce mil millones de neuronas, cada una de las cuales tiene unas cien conexiones con otras células nerviosas o sinapsis. Imaginemos tres de esas células nerviosas, tres neuronas. A una de ellas llega un impulso nervioso (o psíquico) y pasa a su través siguiendo un camino ya marcado hasta la segunda neurona. Pero es posible observar que ese impulso que entra en la primera célula ha podido seguir otros muchos caminos. Y si recordamos que nuestro cerebro tiene esas catorce mil millones de neuronas, cada una con la capacidad de establecer cien sinapsis o conexiones, se comprenderá entonces de cuántas maneras es posible tomar una cosa, es decir, a lo largo de cuantos caminos diferentes puede viajar un impulso. Pero, por hábito, los impulsos siguen caminos acostumbrados, y así se producen siempre los mismos resultados. Resultados “mecánicos”.
Para no identificarnos, es necesario que extraigamos todo el sentimiento de ese falso "yo" de las cosas con las que estamos identificados. El problema ya es conocido: siempre tomamos cada suceso psíquico en nosotros, cada pensamiento y sentimiento, como "yo", como uno mismo. Casi todas nuestras asociaciones se producen involuntariamente pues siguen el “camino” en las sinapsis que siempre o habitualmente toman.
Por ejemplo, cuando era niño, mientras estaba comiendo una pera, un horrible gusano salió de la fruta. La "pera", su sabor, olor, forma, etc., se ponen en relación con el "horrible gusano", simplemente debido a que las dos cosas sucedieron al mismo tiempo. Así se estableció una asociación entre estas dos cosas, una agradable y la otra desagradable. Si la misma experiencia sucede otra vez, es probable que nunca nos gusten las peras. Ello se deberá a una vía de asociación establecida involuntariamente en la “máquina”. El objeto "pera" se asociará automáticamente al objeto "gusano" y cuando escuchemos la palabra "pera" agregaremos en seguida la palabra "gusano". Incluso, más radical, la vista de una “pera" pondrá un circuito neuronal en movimiento que a su vez, pondrá en marcha, automáticamente, otro circuito en el cual está grabado el concepto "gusano". Lo que hay que entender es que todo esto es mecánico, algo que se formó involuntariamente. Sólo señalar que muchas enfermedades se deben a estas asociaciones involuntarias que se han hecho habituales.
Hay otras asociaciones más peligrosas, las asociaciones voluntarias. A esta clase pertenecen las asociaciones formadas en la máquina por toda clase de adiestramiento. Estas asociaciones no se establecieron involuntariamente, sino que lo fueron voluntariamente, aunque puedan estar mezcladas con asociaciones involuntarias. Cuando se nos enseñó a leer y escribir se pusieron en marcha una muy compleja serie de asociaciones establecidas voluntariamente, en parte por la voluntad del que nos enseñaba, y en parte por nuestra propia voluntad. Quiero aprender a montar a caballo o a patinar; se establecen igualmente asociaciones voluntarias conectadas con el centro motor. En pocas palabras, toda educación se fundamenta en establecer asociaciones que se forman, aparentemente, de forma voluntaria; aunque no siempre se formaron necesariamente así. Una gran parte de ellas se establecieron inconscientemente o involuntariamente. Solamente cuando uno pone toda su empeño, voluntad, mente y conciencia en aprender algo y emplea su atención dirigiéndola hacia ese fin, entonces las asociaciones que se establecen son plenamente voluntarias. Para que esta tercera clase de asociaciones se forme, es necesario ir más allá de la conciencia ordinaria, ir a un estado de conciencia llamado Recuerdo de sí.
Aunque usado los términos "asociaciones involuntarias y voluntarias", en realidad hubiera debido decir "asociaciones formadas por impresiones percibidas involuntariamente” y “asociaciones formadas por impresiones percibidas voluntariamente". Prácticamente nunca actuamos de forma espontánea; nuestras acciones son impulsadas por estímulos exteriores. No pensamos, “algo” piensa por nosotros; no actuamos, “algo” actúa a nuestro través; no creamos, “algo” es creado a nuestro través; nuestros presuntos logros, es porque “algo” ha obrado a través nuestro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario