( 13 )
Muchas veces se
dice en el Trabajo que nos
encontramos en una “prisión” y que
debemos "escapar de ella".
Claro que, para ello, primero, hemos de darnos cuenta que se está en una “prisión” y, luego, ver en qué lugar de nosotros mismos se encuentra esa “prisión”. Darnos cuenta que estamos “presos”. Algo imposible si imaginamos
que ya somos libres. La “idea” nos
parecerá un disparate. El proceso
comienza cuando nos damos cuenta que nos encontramos en una “prisión” y que nadie puede ayudarnos.
Nadie puede liberarnos por la fuerza, contra nuestra voluntad, oponiéndose a nuestros
deseos. Cuando comenzamos a darnos cuenta que estamos en una “prisión”, lo primero es estudiar como es la “prisión” y ver la posibilidad de escapar
de ella.
(...)
Sólo se alcanzará
la libertad si hay un esfuerzo
consciente y dirigido hacia un propósito
definido. Necesitaremos la ayuda de alguien que ya haya escapado de ella y
que, a su vez, haya transmitido sus conocimientos a otros que se dieron cuenta
que están en una “prisión” y se
preparan para escapar. Nuestra “prisión”
no es una “prisión física”, sino una
“prisión psicológica”. Estamos
encerrados en esa “prisión” que
creemos ser y llamados “nosotros mismos”.
Si pudiéramos salirnos fuera de nosotros mismos, al otro lado de cada aspecto y
cada manifestación que consideramos nuestra, no importa lo que creamos de ella,
entonces seríamos capaces de ver la “prisión” en la que vivimos.
“Donde quiera que miremos - dice el
psiquiatra Wilhem Reich en el "Asesinato
de Cristo" ‑, encontramos al
hombre corriendo en círculo, como si estuviera en una trampa, buscando en vano
y desesperadamente la salida.” Y añade, que la trampa “…es la estructura emocional del hombre, su
estructura caracterológica.”
El mito nos dice que desde que el hombre fue
expulsado del Paraíso y cubierto con su vestido de carne, éste ha evadido lo Esencial. Ha filosofado sobre la Vida , pero no sabe lo que es la Vida. Prefiere
sufrir encerrado en la estructura de su carácter, que atreverse a buscar una
salida que, como sigue diciendo Wilhem Reich:
“…ésta [la salida] es claramente visible para todos los que están atrapados en el agujero.
Con todo, nadie parece verla. (...) nadie se dirige hacia ella. Es más, quién
quiera que se mueva hacia la salida o la señale, es declarado loco o criminal o
un pecador que ha de abrasarse en el Infierno.”
Nuestro problema no está en la “matriz colectiva”; tampoco está en la trampa. El problema está en
el interior de los atrapados. Fuera
de la “matriz social” está “La Vida ”
que no sabemos lo que realmente es, aunque creamos “verla” en sueños, o la imaginemos en éxtasis místicos, o la cantemos
y divinicemos. El problema es que nadie quiere cortar su cordón umbilical para
nacer a la verdadera Vida.
¿Por qué esto tiene que ser así, preguntan muchos,
sobre todo los que sufren? ¿Por qué tenemos que recorrer ese largo camino de soledad, ese camino amargo para conseguir
“algo” que los sacerdotes de la
ilusión dicen que ya somos? ¿Pero, lo somos realmente? ¿Somos en nuestro “sentir” esa pequeña “Esencia” que anunciaron los profetas?
¿Han muerto los mártires en vano? ¿Han sido quemados los iluminados por nada?
¿Se asesinó al portador de la “Consciencia
Crística” (la “Esencia”) sólo
por un reino de este mundo?
Es fácil dejarse engañar por el jaleo que organiza
el mercachifle y el buhonero de la libertad política, social o religiosa. Pero
ellos no tienen las llaves de un “Reino”
que está “dentro de vosotros”. Las
experiencias de un Buda y del propio Jesús nos indican que las llaves de nuestras “prisión” se encuentran ocultas en el
interior de la coraza de nuestros “carácter”; en el interior de la rigidez mecánica de nuestro cuerpo.
Llegar a ellas significa bucear en uno mismo, en el propio carácter, y hacerlo desde
ese estado y condición llamado soledad.
En este mismo blog hay en la carpeta “Ensayo”
un pequeño estudio de nueve capítulos llamado “Soledad y Libertad” que trata sobre esto. Pueden leerlo si gustan.
Preguntémonos: ¿Qué es la identificación
con uno mismo?
Supongamos que estamos encerrados en una casa
y encadenados a un gran sofá en una habitación. Es evidente que, si queremos
trasladarnos a otra habitación, no podemos. No podremos movernos a no ser que
arrastremos el sofá y, en todo caso, como la puerta es estrecha el sofá no
podrá atravesarla. Imaginemos ahora que estamos encadenados a una multitud de
cosas que pertenecen a un “nivel de ser”
y que estas cosas nos impiden pasar a “otro
nivel de ser”. Esas cosas a las que estamos encadenados son demasiado
voluminosas para cruzar la puerta a otro nivel de ser. “Estrecha es la puerta…”. La creencia en la propia virtud y mérito
son algo demasiado voluminoso, en el sentido psicológico, para cruzar esa “puerta estrecha” que se asemeja al “ojo de una aguja”, por el que el camello no puede pasar. El camello es una criatura voluminosa y
empecinada. Aún así, antes pasará un camello que un rico en “personalidad”. La parábola alude a una
persona que, “psicológicamente”, es
un camello.
En los
Evangelios, la persona muy identificada consigo misma es llamada un “hombre rico”. La imagen que tiene de su valía es segura y firme. Cree que “sabe”, tiene la certeza
de “poder hacer”, y está segura que lo justo y lo injusto
son cosas evidentes para él. Tal persona se encuentra muy identificada consigo misma y es “rica” en personalidad.
Éste es el “hombre rico” del
Evangelio, que lo tenía muy difícil para entrar en el “Reino de los Cielos”. Cree poseer la bondad y haber obtenido mucho
mérito de todo lo que ha hecho. Como está identificado
consigo mismo, todo lo que hace va a la parte equivocada de sí, a la “falsa personalidad”. Debido a ello se le
dijo: "Anda, vende lo que tienes".
El rico se fue triste, porque tenía
"muchas posesiones" con
las que estaba identificado. Sin embargo, no lo estaba como el fariseo que rezaba diciendo: "Dios, te doy gracias porque no soy como los
otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno
dos veces a la semana; doy diezmos de todo lo que gano"; mientras que
el publicano rogaba: “Dios, sé propicio
a mí, pecador".
El fariseo
es un ejemplo extremó de identificación
consigo mismo. Hemos de entender claramente que un hombre puede ser muy
bueno en la vida y cumplir con su deber y seguir fielmente todo cuanto se le
enseña y hacer frente al peligro con heroísmo y, sin embargo, ser el hombre rico del Evangelio. Significa
ello que está identificado consigo mismo
y con todo cuanto hace y se encuentra satisfecho de sí. En el Trabajo se dice: “a no ser que el hombre llegue a la etapa en que comprenda su nadidad, le
será imposible cambiar”. Empezar a darse cuenta de la propia nadidad, como experiencia práctica, es
empezar a dejar de ser un "hombre
rico". En otras palabras, es empezar a dejar de identificarse con uno mismo.
Allí donde estamos
identificados con nosotros mismos,
allí no podremos ser pasivos con nosotros mismos. Estar identificado con uno mismo significa
que se está atado a algo en nosotros
a lo cual consideramos como si fuéramos nosotros. Supongamos que estamos encadenados a la idea que somos una
persona que imagina que siempre dice la verdad. Esto significa que estamos
encadenados a esa imagen de nosotros mismos. Nos imaginamos a nosotros mismos,
para nosotros mismo, como si fuéramos siempre veraces. Y, donde quiera estemos,
esa imagen de nosotros mismos nos acompañará. No tendremos existencia alguna
fuera de ella. Seremos esa imagen,
aun cuando no digamos la verdad. Mentir carece de importancia para la imagen
que tenemos de nosotros mismos y con la que estamos firmemente identificados. Aunque
¡si!, en alguna circunstancia sentimos, aunque sea por un breve
momento, que no estamos siendo veraces; entonces lo justificaremos intentando
dar explicaciones que se adapten a la imagen que tenemos de nosotros mismos y a
la que estamos encadenados. Es solo un ejemplo de un tipo de identificación con
imágenes de nosotros mismos.
Desde luego, nuestras
imágenes son innumerables. Pero
todos tenemos alguna imagen especial, con la que nos sentimos más identificados
que con las otras. Una de las causas de nuestra falta de armonía interior y de nuestros estados negativos radica en dichas imágenes. Cuando alguien o algo toca
una de estas imágenes, por así decir, nos mostramos susceptibles: caemos en la
depresión, montamos en cólera o caemos en un estado negativo. Cuando son muchas
imágenes las que nos encadenan, la identificación con uno mismo es muy fuerte. Y, cuanto más nos identificamos con
nosotros mismos, más expuestos estaremos al enfado, al desaliento, al desengaño.
Por supuesto, no
sólo estas imágenes de nosotros mismos son la causa de que estemos expuestos a
todos estos desequilibrios. Pero estas imágenes, son en nosotros, la principal fuente
de inestabilidad. Las imágenes se forman a partir de nuestra vanidad y nuestra imaginación, pues pertenecen a la falsa personalidad, que es un "yo imaginario”. Sólo la comprensión interior destruirá el poder de la imagen con la cual nos
hemos identificado y de la que nos
hemos convertido en esclavos.
El hombre
mundano se identifica con todo: con su conocimiento
del mundo; con el conocimiento que
cree tener de la ciencia; con el
conocimiento de lo que cocina; con el conocimiento
de los negocios; con el conocimiento
de los libros, etc. Pero, en cada caso, esa persona se identificará con “su”
conocimiento, sea el que fuere. Todos podemos ver cómo chocan las gentes
que tienen conocimientos similares, y cómo, en el llamado mundo culto, existen toda clase de celos fundados en la
identificación. Los médicos, por ejemplo, nunca estarán de acuerdo con los
cocineros, ni con los literatos, ni con los militares, ni con los pastores…, “ellos no han estudiado Medicina”.
Igualmente, ninguno de ellos estará de acuerdo con los demás. Quizás podáis aún
recordar ese momento de vuestra niñez en que empezasteis a identificaros con
algún tipo de conocimiento y la
satisfacción que sentisteis cuando pudisteis hablar de algo que los otros no
sabían, mientras paladeabais una especie de “poder”. La identificación
confiere un sentido de poder.
He aquí un ejercicio:
se trata de observar las simpatías y
antipatías propias y percibir cómo uno
se consume en ellas. Tratar, durante un momento, de tener “simpatía” hacia aquello por lo que sentís “antipatía”, y viceversa. Hay un ejercicio similar respecto al centro mental que consiste en observar
las opiniones con las que se está de acuerdo, pero hablar a favor de las
opiniones contrarias.
La
identificación con las simpatías y antipatías mecánicas nos mantiene aferrados a nuestros hábitos emocionales.
Sucede tan a menudo, que ni siquiera nos damos cuenta como la antipatía puede convertirse fácilmente
en simpatía y viceversa. Nuestras simpatías y antipatías “mecánicas”
tienen bases muy endebles. Cambian continuamente. Sin embargo, les damos una
gran importancia. Muchas veces, en el Trabajo,
descubrimos que simpatizamos con gentes a quienes tenemos antipatía. Esto es
una buena señal de que algo está cambiando en nosotros. Pero nos será imposible
cambiar si seguimos identificándonos
con cada una de las simpatías y antipatías que a cada momento surgen
ante nosotros.
Hay algo que nos
puede ayudar para evitar las diarias e inacabables reacciones sobre las simpatías y antipatías en las que incurrimos. Algo tan sencillo como dejar de
darle tanta importancia. ¿Habéis observado como, a veces, nuestro único tema de
conversación con la gente, es sobre nuestras simpatías y antipatías? ¿De
verdad eso es algo tan importante? ¡No hay charla más egoísta y agotadora que
esa! Intentar practicar, aunque sea por breves momentos, el ser conscientemente pasivos hacia
nuestras simpatías y antipatías mecánicas. Observemos como
siempre van asociadas a algo.
Para nuestros
pequeños y dictadores "yoes",
las cosas pueden parecerles conocidas a través de una simple asociación; asociación que no se produce cuando se las ve desde otro nivel más consciente y
por ello nos resultan extrañas. Raramente nos "contemplamos" unos a otros como si fuera la primera vez que
nos vemos. Eso es porque, por un momento, nos estaríamos viendo sin asociaciones.
Entonces todo nos parece extraño, desconocido y vívido, porque lo percibido cae
sobre la Esencia.
Estamos tan acostumbrados
a ver a las cosas o a las personas a través de asociaciones, que ya somos incapaces de vernos unos a otros como realmente
somos. Consideramos a los demás a través de esas asociaciones (a fulanito lo asocio con el fútbol; a menganito con
la política de un partido; a zutanito con la brujería, etc.). Al identificarnos
con esas asociaciones, creemos que les
vemos y conocemos como realmente son. Pero esto
es mentira. La gente da por supuesto
que se conoce una a la otra. Esto es una ilusión.
La realidad es
que somos casi invisibles los unos
para los otros. No conocemos, aunque
estamos seguros de “conocer”. Es
preciso partir de la “idea” que no se conoce, ni nunca se
conoció. Es preciso partir de nuestra ignorancia.
Este es nuestro aspecto "pobre"
en las parábolas. Nos confiere una nueva vida y una nueva “visión”, porque nos permite alcanzar nuevas impresiones, nuevos puntos
de vista, nuevas comprensiones.
Si las impresiones cayesen sobre la “Esencia”, “veríamos” de una nueva manera. En cambio, una persona "rica", muy identificada consigo
misma, no podrá esperar “ver” las cosas
sin asociaciones, ni obtener nuevas impresiones que caigan en la “Esencia”, el lugar que puede hacernos crecer.
Alguien (él o
ella) empecinado, convencido que conocen lo justo y lo injusto, que se
encuentra secretamente enamorado de sí mismo y seguro de sí, de su virtud y puntos
de vista, y muy identificado con ellos mismos, será incapaz de cambiar de
posición, y siempre permanecerá donde está, y así será lo que es en la Escala de Ser. El “donde” y “lo que se es”
serán la misma cosa en esta escala. Es decir, el “nivel de ser” donde un hombre está, es también lo que “es”.
Cuando comenzamos a vernos a nosotros mismos
pasivamente, comenzamos también a
ver el nivel de ser al que nuestra personalidad está encadenada por su
lado activo, ese que se llama a sí
mismo "yo”. Un lado que, en
todos nosotros, usurpa el trono y se
sienta en él.
Existen
innumerables leyendas, parábolas y mitos que se refieren a esta situación
psicológica y equivocada del hombre. Cuesta realmente creer que tal cosa nos suceda
a todos y que todos tenemos un falso
gobernante en el trono. Creemos
ser los “amos” de la casa en la que
vivimos, aunque, en realidad no ocurre así. En el “trono” de nuestro mundo
interior no hay un verdadero “amo”.
Si lo vemos todo desde las asociaciones pasadas, no seremos
capaces de ver nada de un modo
diferente. Cuando imaginamos que vemos a otra persona sin tener consciencia de nuestras asociaciones, nos mantenemos unos a
otros bajo su presión. Al tener formadas nuestras opiniones acerca de los
otros, no permitimos que los otros
existan fuera dé la imagen que tenemos de ellos. Esto es una gran tragedia.
Dejar a las personas en libertad, por así decirlo, permitiéndoles que sean
diferentes a lo que imaginamos, nos devuelve nuestra libertad.
Sabemos que la
estructura física que soporta
nuestro pensamiento es el cerebro, aunque no es el cerebro el que piensa. El
cerebro contiene algo así como catorce mil millones de neuronas, cada una de
las cuales tiene unas cien conexiones con otras células nerviosas o sinapsis. Imaginemos tres de esas
células nerviosas, tres neuronas. A una de ellas llega un impulso nervioso (o
psíquico) y pasa a su través siguiendo un camino ya marcado hasta la segunda
neurona. Pero es posible observar que ese impulso que entra en la primera célula
ha podido seguir otros muchos caminos. Y si recordamos que nuestro cerebro
tiene esas catorce mil millones de neuronas, cada una con la capacidad de establecer
cien sinapsis o conexiones, se comprenderá entonces de cuántas maneras es posible
tomar una cosa, es decir, a lo largo de cuantos caminos diferentes puede viajar un impulso. Pero, por hábito,
los impulsos siguen caminos acostumbrados,
y así se producen siempre los mismos resultados. Resultados “mecánicos”.
Para no identificarnos, es necesario que
extraigamos todo el sentimiento de ese falso "yo" de las cosas con las que estamos identificados. El
problema ya es conocido: siempre tomamos cada suceso psíquico en nosotros, cada pensamiento y sentimiento, como "yo", como uno mismo. Casi todas nuestras asociaciones se producen involuntariamente
pues siguen el “camino” en las
sinapsis que siempre o habitualmente toman.
Por ejemplo,
cuando era niño, mientras estaba comiendo una pera, un horrible gusano salió de
la fruta. La "pera", su
sabor, olor, forma, etc., se ponen en relación con el "horrible gusano", simplemente
debido a que las dos cosas sucedieron al mismo tiempo. Así se estableció una asociación entre estas dos cosas, una
agradable y la otra desagradable. Si la misma experiencia sucede otra vez, es
probable que nunca nos gusten las peras. Ello se deberá a una vía de asociación establecida involuntariamente en la “máquina”. El objeto "pera" se asociará automáticamente
al objeto "gusano" y
cuando escuchemos la palabra "pera"
agregaremos en seguida la palabra "gusano".
Incluso, más radical, la vista de una “pera"
pondrá un circuito neuronal en
movimiento que a su vez, pondrá en marcha, automáticamente, otro circuito en el
cual está grabado el concepto "gusano".
Lo que hay que entender es que todo esto
es mecánico, algo que se formó involuntariamente. Sólo señalar que muchas enfermedades se deben a estas asociaciones involuntarias que se han
hecho habituales.
Hay otras
asociaciones más peligrosas, las asociaciones
voluntarias. A esta clase pertenecen
las asociaciones formadas en la máquina
por toda clase de adiestramiento.
Estas asociaciones no se
establecieron involuntariamente, sino que lo fueron voluntariamente, aunque puedan estar mezcladas con asociaciones
involuntarias. Cuando se nos enseñó a leer y escribir se pusieron en marcha una
muy compleja serie de asociaciones establecidas voluntariamente, en parte por
la voluntad del que nos enseñaba, y en parte por nuestra propia voluntad. Quiero
aprender a montar a caballo o a patinar; se establecen igualmente asociaciones voluntarias conectadas con
el centro motor. En pocas palabras,
toda educación se fundamenta en
establecer asociaciones que se
forman, aparentemente, de forma voluntaria; aunque no siempre se formaron necesariamente
así. Una gran parte de ellas se establecieron inconscientemente o involuntariamente.
Solamente cuando uno pone toda su empeño, voluntad, mente y conciencia en aprender algo y emplea su atención dirigiéndola hacia ese fin,
entonces las asociaciones que se
establecen son plenamente voluntarias.
Para que esta tercera clase de asociaciones
se forme, es necesario ir más allá de la conciencia ordinaria, ir a un estado de
conciencia llamado Recuerdo de sí.
Aunque usado los
términos "asociaciones
involuntarias y voluntarias", en realidad hubiera debido decir "asociaciones formadas por impresiones
percibidas involuntariamente” y “asociaciones
formadas por impresiones percibidas voluntariamente". Prácticamente
nunca actuamos de forma espontánea; nuestras acciones son impulsadas por
estímulos exteriores. No pensamos, “algo”
piensa por nosotros; no actuamos, “algo”
actúa a nuestro través; no creamos, “algo”
es creado a nuestro través; nuestros presuntos logros, es porque “algo” ha obrado a través nuestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario