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Horus conduce a alguien que va a ser iniciado. |
¿Alguien ha pensado que, en el mundo en que vivimos,
pueden existir diferentes niveles de conciencia? ¿Qué cada uno de los seres
humanos de éste planeta nos encontramos en uno u otro de estos niveles? En
anteriores artículos ya he hecho alusiones a esta idea y referencia a estos
niveles. Si existe un “trabajo esotérico”,
un “trabajo interior” es porque
existen estos niveles de conciencia.
(...)
Una antigua imagen mítica y simbólica representó estos niveles en la forma de una “escala” o “escalera”: la “escalera al cielo” de los egipcios; la “escala de Jacob” del Antiguo Testamento; el “collar de perlas de Vishnú”; o la “Gran Escala del Ser” de la que habla Ken Wilber… Cada uno tenemos un estado de conciencia diferente y nos encontramos situados en un escalón diferente de esa “escalera”. En los artículos 21 al 42 de “La
Singladura ” de
Occidente” de éste blog, podrán encontrar como han ido “emergiendo” y han ido evolucionando
esos niveles de conciencia a lo largo de nuestra singladura humana, desde el
más remoto pasado hasta el presente, y como niveles aún más amplios e incluyentes
siguen emergiendo a un ritmo cada vez más rápido.
(...)
Una antigua imagen mítica y simbólica representó estos niveles en la forma de una “escala” o “escalera”: la “escalera al cielo” de los egipcios; la “escala de Jacob” del Antiguo Testamento; el “collar de perlas de Vishnú”; o la “Gran Escala del Ser” de la que habla Ken Wilber… Cada uno tenemos un estado de conciencia diferente y nos encontramos situados en un escalón diferente de esa “escalera”. En los artículos 21 al 42 de “
Pero, ¿qué se quiere decir con la expresión, “un estado de conciencia”? Sintetizando
las distintas acepciones del Diccionario de la R.A .E. Real Academia española de la Lengua ), podría decirse que
es: “el conocimiento que tenemos de
nosotros mismos, sobre nuestra existencia, sobre el mundo y sobre la relación
que tenemos con él”. Lo que pensamos, lo que decimos, lo que escribimos, lo
que sentimos, lo que imaginamos…, y en definitiva, lo que “somos” depende de ese estado de conciencia en el que estamos, es
cual, por cierto, no es permanente: a veces está y a veces no está.
La conciencia es algo que solemos dar por supuesto, lo
mismo que damos por supuesto que el mundo físico el algo real y objetivo.
Suponemos que nuestra “conciencia de
vigilia”, a la que solemos llamar “racional”,
porque igualmente no suponemos dotados de razón, es el único tipo de conciencia
que existe. Podemos poner en duda nuestros sentimientos, nuestras sensaciones,
incluso lo que percibimos por los sentidos, pero no se nos ocurre poner en
entredicho nuestra conciencia, a pesar que según nuestra Ciencia, la
conciencia, al igual que los sentimientos, las emociones o las sensaciones,
solo son subproductos del funcionamiento de nuestro cerebro y de nuestra
sistema nervioso.
Un psicólogo y filósofo de finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, William James (1842-1910) señalaba que nuestra “conciencia de vigilia” o normal, lo que
llamaríamos nuestra “conciencia racional”,
solo es, entre otras, un tipo más de conciencia, pues en torno a ella,
separadas por tenues velos, existen otros niveles de conciencia.
En nuestra realidad solemos identificar la conciencia con
el “conocimiento” que creemos tener
de las cosas, o con el darnos cuenta de ellas. Tal vez porque el término “conciencia” también significa “conocer de una vez”, o “conocer junto”, lo cual nos lleva a
suponer que su desarrollo o evolución consiste en añadir “más conciencia” o “más conocimiento”
a la que ya se tiene. Una especie de “saber
más”.
Pero
aunque tomemos el término conciencia
como conocimiento, ¿cómo imaginar
que alguien puede adquirir todo el conocimiento
posible para tener toda la conciencia posible? En todo caso, se tendría más
conocimiento, pero no más conciencia. Incluso, nuestro “conocimiento” tendría que ser un grado tal que nos permitiera
relacionarnos de otra manera diferente, a como lo hacemos con el conocimiento
ordinario, o con aquello que intentamos conocer.
Como
señala el diccionario, nuestra conciencia
ordinaria nos relaciona con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea.
Pero basta con que durmamos para que nuestra conciencia cambie. Surge entonces una conciencia que nos proporciona un conocimiento totalmente diferente. Esta es una verdad que
admitimos, pero a la que no prestamos atención y en la que no solemos pensar
pues, al despertar, volvemos al tipo de conciencia al que estamos habituados.
Tampoco solemos pensar que pueda haber grados
o niveles de conciencia diferentes a los que podríamos acceder. Algunos, comparan
la conciencia con la Luz ,
por lo que a mayor conciencia
cuantitativamente considerada, más Luz.
Pero no se trata de un problema de cantidad
de conciencia, sino de calidad, de
la propia naturaleza de la conciencia.
En
los artículos del blog que señalé anteriormente, se puede ver que existen pruebas
de niveles de conciencia diferentes,
las cuales han ido emergiendo unos
de otros; pues cuando un nivel llega a un punto crítico en alguien que se
encuentra en ese nivel, éste alguien busca internamente
una salida; y es precisamente esa búsqueda
la que le lleva, internamente, a
alcanzar otro nivel. Al señalar que es un proceso
interno, no me refiero a una cuestión neurológica. Hay que tener en cuenta
que nuestro Sistema Nervioso no es
una “cosa”, no es un “objeto”, sino una estructura integrada
por diversas agrupaciones de células que se ajustan y eslabonan, no siguiendo
criterios de cantidad, sino de calidad, según una escala diferente. Existen
múltiples niveles de neuronas, de tal manera que aunque se debilite un nivel
superior, el nivel inferior queda liberado de esa influencia y sigue funcionando.
Imaginemos, y esto es algo que he
podido experimentar como profesor, no tal como lo voy a explicar, que en algún
momento me quedo dormido en una clase; y, al quedarme dormido, simultáneamente,
me hago invisible. Si hubiera un observador que contemplara el hecho y
que no supiera nada de como funciona una clase, lo único que observaría, al
desaparecer el nivel superior (el
profesor), es que el nivel inferior
(los alumnos de la clase) comienzan a perturbarse, a alborotarse. Si no
conocemos el todo (el verdadero
trabajo de una clase) solo percibiríamos un incremento de caos y desorden. Por
ello, el concepto de entropía solo es aplicable a un campo de energía liberado
de un campo superior. Es decir: que
en ausencia de una “función superior”,
inevitablemente, surge otra “función inferior”
que tiene un orden diferente. El observador que no conoce nada de la realidad
global del funcionamiento de una clase, suponiendo que no haya visto quedarse
dormido y desaparecer al profesor, desde su propio nivel, no podrá deducir que
existe un nivel superior.
Si
trasladamos esta imagen a los niveles de
conciencia, tendremos que admitir que, desde nuestro nivel ordinario,
podemos observar que por debajo de nosotros parecen existir otros niveles inferiores de conciencia (la de
los seres vivos que pueblan la
Naturaleza ), pero los percibiremos como desorden, algo que se
degrada hasta la entropía. No existe ninguna prueba que nos lleve a suponer y a
creer que nuestro nivel ordinario de conciencia es la forma más elevada de
conciencia que existe, o el único modo de experimentar la realidad que tenemos.
Si la conciencia es un “campo” integrado por múltiples grados y
niveles de conciencia, es un absurdo
imaginar y creer que nuestra conciencia
ordinaria o nuestra conciencia del
sueño, son las únicas que existen. La “idea
de campo” y la “idea de niveles”
nos debe llevar a reflexionar en la posibilidad de que nuestra conciencia ordinaria se integra en un
sistema mayor del cual no tenemos
conciencia. Al no tener en consideración un nivel superior de conciencia,
nuestra conciencia ordinaria, como los alumnos de la clase, queda liberada a
las circunstancias de su propio nivel, lo que nos lleva a ser individuos “desintegrados”, a no estar integrados
en algo de un nivel superior, que introduciría orden e integración en nuestra
realidad.
Una
muy vieja y antiquísima idea señala que un hombre no podrá alcanzar su propia integración y su unidad interna, mientras no encuentre la armonía que penetra en su ser desde un nivel más elevado que el
nivel en el que se encuentra, es decir: en el nivel en el que le mueven sus
sentidos, en el nivel sensual,
vuelto hacia afuera, hacia la vida
sensible. Las parábolas dicen de
un hombre así que es un hombre “muerto”,
en relación a lo que puede ser en sí mismo, por lo que un incremento de conciencia no podrá vivificarle con la información que proviene del lado más sensible
del Universo.
En
el pasado, al Hombre, se le había
situado dentro del marco de un vasto y amplio Universo; había sido “creado” y colocado en el interior de un
vasto Universo vivo. De tal suerte, que el Hombre no solo se encontraba en el Mundo, sino que, igualmente, el Mundo se encontraba en el Hombre. Además: las antiguas nociones,
tanto sobre el Hombre como sobre el Universo, se encontraban impregnadas de
una idea: la idea de “escala”;
también de la idea de que el Hombre
poseía un cierto grado de excelencia,
porque el Universo existía en
diversos niveles y el Hombre poseían
un cierto potencial para atravesarlos. Para aquello pensadores antiguos, el Hombre no solo era una creación
sumamente compleja, sino que llevaba interiorizada una “escala” que consistía en distintos niveles de “mente”, “conciencia”, “comprensión”, etc. Y de todos estos niveles,
el que proporcionan los sentidos, el nivel sensual, era el inferior.
¿Cuál
es el punto de vista de la “conciencia
materialista”?
Esta
pregunta no es fácil de contestar. Decimos que, porque solo existe la realidad
material, somos “materialistas”. El
problema es que no tenemos siquiera conciencia de que lo somos. Es este un
problema más hondo de lo que suponemos e imaginamos. Veamos por qué: A través
de nuestros sentidos, miramos hacia fuera de nosotros mismos, queriendo
explicar la “causa” que ha originado
todo este Universo. Para ello partimos de la base de que el “fenómeno”, como realidad material, el
una verdad absoluta. Sin embargo,
cuando hablamos de “problemas
trascendentes”, lo hacemos, igualmente, buscando pruebas en la realidad
fenoménica. Lo hacemos “científicamente”,
buscando las causas (por ejemplo la existencia del Mal) en el mundo de la
materialidad. E, igualmente, buscamos la realidad del “espíritu” en la vida material. También buscamos, como materialistas
que somos, aunque digamos “creer” en
el “espíritu”, sus causas en las
partículas de materia más simples y elementales, incluso en los “cuantum de energía” o “fotones”, objetos que siguen siendo
observables, si no por nuestros sentidos físicos, si por la prolongación de
estos que son nuestras herramientas científicas y tecnológicas. También
buscamos la última y más recóndita explicación del “misterio de la vida” en los procesos fisiológicos más nimios que
son los procesos bioquímicos.
¿A
algún científico se le ha ocurrido pensar en la IDEA
que hay detrás de cada causa y cada cosa? Para el científico no existe ninguna IDEA, en la mente de algún artista, cuya obra de arte sea la
Vida. Ni
el telescopio, ni el microscopio nos revelaran nunca su causa. Así que si el principio o la causa que origina toda manifestación no se encuentra en el mundo
fenoménico, si yace en la IDEA , como
proclamaban algunos antiguos pensadores, una idea que “obra” por medio de la bioquímica hasta adquirir una forma visible,
¿hemos de ignorar este factor en nuestro condición de “materialistas”? ¿Y hemos por ello de presumir que los procesos
bioquímicos que pertenecen al mundo de las células son los que han originado la Vida ?
Tal
vez por ello, “creemos”, porque es
lo que nos dicen nuestros sentidos, naturales y artificiales, que el desarrollo
de una célula germinal que deviene
en un embrión es, desde éste punto de vista, tan solo una serie de progresivos
cambios bioquímicos determinados por un cambio anterior y consecuentes a él; de
tal modo que el propio proceso lleva a la construcción de un embrión. Cuando
observamos solo los cambios químicos, tal vez creamos descubrir una ley que
controla los cambios, pero no la Idea que obra sobre
ellos. Se nos escapa un hecho esencial: la Vida ,
algo que está por encima de lo biológico, no es un desarrollo de acontecimientos
que se van agregando unos a otros.
Para
la Ciencia
materialista, la naturaleza física, es sin ningún género de duda la primera causa, tanto de la generación como de la destrucción de las cosas, ya
que la “Mente”, incluso la mente
humana, es solo un subproducto, algo
secundario, un accidente, de la materia física. Muchas veces me he hecho la
siguiente pregunta: ¿Se puede creer que eso que llamamos mente, incluso eso que llamamos inteligencia, ha surgido de la materia física, por muy sutil que
esta materia sea o por muy complejos que sean los procesos de nuestro cerebro y
sistema nervioso? Porque si es esto en lo que creemos, a fin de afrontar el problema seriamente, tendríamos que
atribuir a esa materia originaria
(que hablando en términos químicos es el Hidrógeno) propiedades realmente
extraordinarias. Y entonces, hemos de presuponer que todos los seres
organizados ya estaban potencialmente presentes en la primigenia materia que
constituía la Nebulosa Original. Algo que
comenzó en un punto distante de un tiempo que discurre y fluye consumiéndolo
todo a su paso.
Para
la Ciencia
materialista, la materia originaria es
algo muerto, por lo que, consecuentemente, el Universo resultante también
es algo muerto, así como la propia Naturaleza, que surgió sin ningún propósito
aparente. Mientras que la Vida
es un resultado fortuito del azar.
¿Por
qué la visión materialista de la
realidad nos limita
psicológicamente?
Intentemos
ver la situación desde otro punto de vista. Ya Platón señalaba que tras la realidad visible a través de nuestros
sentidos, existía otra realidad
invisible para estos y de mayor amplitud. Es decir: al otro lado de las
formas perceptibles por nuestros sentidos (hoy podíamos añadir: y por las
prolongaciones tecnológicas de estos), existe una “Forma” no-visible; una “Forma” que solamente puede percibir la Mente ,
ya que esta “Forma” es una IDEA. Su posición ocupa el primer lugar
en la escala, siendo lo percibido por los sentidos solamente una “sombra”, un reflejo proyectado de la “forma real”.
Consideremos
un ejemplo: Cualquier similitud de belleza o de relación y proporción que
encontremos en el universo visible, lleva tras de sí un grado más elevado de realidad.
Hacia la materialización de este
grado más alto apunta todo el Arte.
Pero para el científico materialista, este grado
superior de realidad carece de
existencia. Podría decirse que para él, existe un “abajo”, pero no existe un “arriba”;
no existe un grado de realidad superior al que él cree haber objetivado. No hay
un “orden” superior tras el mundo
fenoménico y del que éste sería solo un reflejo. Y, por ello, el Universo,
carece de Mente; y por ello,
nosotros solo somos un cuerpo físico
que, de alguna forma que no pueden explicar, un tanto azarosamente, originó
como subproducto una mente. No
existen pensamientos sin fósforo.
Admitir
que hay un “Orden” implícito por
encima del desorden aparente, aterroriza al que se dice “materialista”. Admitir este hecho equivale a afirmar, por un acto
mental, la existencia de aquello que no pueden mostrarnos nuestros sentidos. Y
es justamente en este punto intermedio que Platón coloca el Alma del Hombre: en el reconocimiento
de que existe un orden superior de
realidad desde el que se explica el mundo en que vivimos y que el Alma refleja. Si el Universo está en el Hombre y éste en el Universo, aunque en distintos niveles
de la escala, cualquier explicación, desde un nivel inferior, que el hombre se
de del Universo, tendrá una repercusión en la manera en que se ve así mismo,
limitándole, posicionándole en un nivel inferior de su propio Ser; el Ser que lleva, potencialmente, dentro de sí y el Ser en que se puede convertir.
Al
no creer, por no haber pruebas físicas objetivas, dicen, en un nivel de
conciencia capaz de buscar en otra dirección, nadie lo hace. Pero si hay “cosas del espíritu”, si existen otros “grados de conciencia”, otros “niveles de realidad más elevados”,
entonces, esos impulsos internos que a veces nos inducen a mirar de otra manera.
Si siguieran un correcto desarrollo, deberían liberarnos de la tiranía que
sobre nosotros ejerce el mundo exterior, permitiendo una mayor independencia
del Alma, a medida que por su
intermedio nos vamos dando cuenta de estos niveles que subyacen en nuestro interior;
entonces, podríamos fusionar ambos lados de la realidad. Ello disminuiría el poder hipnótico que la vida exterior ejerce sobre nosotros, convirtiéndonos en fanáticos de la materialidad. Esta es una de las causas por las que
muchos se sacrifican en la defensa de las distintas formas que puede presentar
la “Matriz Colectiva”.
Cuando
a través de un análisis químico descubrimos que la “sangre” de los vegetales es “verde”
a causa de la clorofila, y que la “sangre”
del ser humano o de los animales es “roja”
a causa de la hemoglobina; y cuando también descubrimos que ambas tienen una
estructura más o menos similar, y que ambas poseen átomos de carbono, de
oxígeno, hidrógeno, etc., entonces, afirmamos con gran presunción que hemos
descubierto lo que una y otra son. ¿Pero que hemos descubierto? René Guenón
diría que hemos entrado en el “reino de
la cantidad”, hemos descubierto los “ladrillos
básicos” que constituyen esas sustancias. Pero su función, y la idea que
proporciona forma a esa función,
pertenecen a un orden o nivel completamente distinto. Y es precisamente este desnivel el que, desde nuestra
conciencia materialista, pretendemos ignorar. Ignoramos lo que representa,
ignoramos el lugar que ocupan y el papel que desempeñan en un Universo en que
toda la realidad se encuentra interconectada. Conocemos la “cantidad”, pero ignoramos la “calidad”. La suma de toda la materia
del Universo, no posibilitará la más simple célula viva. La suma de todas las células no hará posible la más
imperceptible chispa de conciencia.
Al ignorar la “calidad”, no
admitimos la idea de un Universo interconectado
e inteligente en el cual todas las
cosas tienen una función precisa, aunque en distintos niveles.
Nuestro
grado y nivel de conciencia,
enfocado en la realidad material que nos proporcionan nuestros sentidos, jamás
podrá comprender este Universo, reduciéndolo a sus partes; ninguna prueba podrá elevarnos por encima de
nuestro actual nivel de comprensión. Y si dentro de nosotros existen otros
niveles y dimensiones, nada que provenga de los sentidos podrá abrir el acceso
a esos niveles, pues el hombre, en sí, tal como es, no cambia, y nunca lo hará,
por el mero hecho de la acumulación de sus descubrimientos fenoménicos; la “calidad” de nuestra conciencia no sufre
ningún cambio por ello. Nada “milagroso”
(fuera de la explicación de los sentidos) nos impregna. Aunque, eso sí, nos
convertiremos en seres más aburridos, más ciegos y más seguros de nosotros
mismos.
Si
ha de producirse un cambio en la conciencia,
éste cambio no puede provenir de este lado de la vida. ¿Se han preguntado que
sucedería si pudiéramos ofrecer a nuestros sentidos la prueba de que “Dios” existe? Seguramente habríamos
probado que “Dios” es una realidad
material que podríamos percibir por nuestros sentidos. En el fondo eso es lo
que pedimos y deseamos. Pero si algo así fuera posible, toda la configuración interna
del hombre quedaría violada y reducida a algo estéril, ya que esos niveles internos que el hombre debe
buscar y aprehender individualmente para convertirlos en una verdad revelada a
si mismo y realizada en si mismo, desaparecería de nuestra conciencia.
Cuando
captamos algún vislumbre del “milagro de
la Vida ”,
estamos bordeando nuevos niveles emocionales y nuevos niveles de pensamiento,
aunque no tengamos conciencia que este “vislumbre”
es “interior”, y surge de nuestra
propia profundidad, como un despertar momentáneo del Espíritu.
¿Es
el método científico la única manera
que tenemos de experimentar y comprender el Universo y la Vida ? ¿No será tan solo uno
más entre los muchos métodos posibles de experiencia? ¿Debemos creer que la “calidad” de nuestra conciencia ordinaria es tan “fina” que hace innecesario cualquier
otro estado o posibilidad? ¿Podrían esos otros estados poseer la clave para
permitirnos comprender las complejidades y contradicciones que la Ciencia ha puesto al
descubierto? ¿No será que el bajo poder
de síntesis que tiene nuestra conciencia
ordinaria, sea la causa de que nos resulte imposible asimilar, como un
todo, los descubrimientos separados unos de otros de la investigación
científica? Esto solo podría significar una cosa: la Ciencia materialista está limitando e impidiendo nuestro desarrollo
psicológico, puesto que da por supuesto que la conciencia ordinaria es la única conciencia que existe.
¿Es
por ello, para defender su “status”,
por lo que no se ocupa de averiguar como el hombre puede alcanzar estados se
conciencia superiores, y por lo que no le preocupa ni se ocupa, de los medios,
ni de las clases de conocimiento, ni de los esfuerzos y actitudes necesarias
para su desarrollo?
Una
verdad se impone: el Hombre no puede
comprender más, porque se encuentra en un profundo estado de desorganización interna; porque la “calidad” de su conciencia se encuentra
demasiado difusa y separada en lo que respecta a sus elementos constituyentes,
y es demasiado “grosera”. Aún así,
se ha embarcado en la tarea de investigar un Universo unificado, sin advertir que desde la “calidad” de su nivel, no podrá ir más allá de un cierto punto, pues
él mismo es un instrumento inadecuado para ello. En su ceguera, prefiere pensar
que su problema es que aún no dispone de los instrumentos ni de la tecnología
adecuada. Pero el problema no esta en los instrumentos, el problema es su propio
nivel de conciencia.
Hace
trescientos años, cuando nació la Ciencia Moderna , prometieron
que descubrirían para nosotros todos los misterios del Universo. Nos dijeron
que tuviéramos paciencia y esperáramos. Esperamos. Aún lo hacemos. Es cierto
que, hacia fuera, cree haber descubierto muchos misterios, pero también es
cierto que todo el Universo nos parece ahora más desorganizado que nunca, donde
cada cachito de él parece ir por su lado.
Nos
convencieron, por que así lo creímos, que todo lo que le preocupaba a la “religión” (entendida no en su forma
manipuladora), todo lo que le preocupaba a la filosofía, todo lo que le preocupaba al Arte, no tenían ninguna conexión con el conocimiento último de la
Verdad y del Universo. Nos convencieron de que una más fina calidad de conciencia carecía
de importancia; ni siquiera sospecharon que las inevitables contradicciones que encontraba en sus
investigaciones, eran el resultado de su propio y bajo nivel de conciencia, de la falta de amplitud de su visión y de
su propia desorganización interna.
En
el pasado, Platón había señalado que
el Mundo no se encuentra solo en la sensación que de él tenemos, sino que
también se encuentra en nuestra propia interioridad, por lo que nos es dado
conocerlo desde dentro y desde fuera. Señalaba que el Hombre orilla un
“Mundo de Ideas” que yacen tras toda
realidad discernible, a través de aquellas nociones innatas que existen en su
alma. Y que estas “nociones innatas”
tienen como objetivo acceder a las IDEAS,
que son como los arquetipos de todas
las formas de la manifestación material. De suerte que el hombre, a la vez que
se desarrolla a través de una experiencia mundana, llegando al conocimiento de
sus formas, puede vislumbrar que estas contienen elementos que no derivan de la
experiencia sensible, sino de otro nivel
(hoy los llamamos dimensiones), donde las Ideas
de esas formas brillan en su
plenitud. Este “darse cuenta” de que
este lado solo es reflejo de otro,
no es “algo” que provenga de nuestros
sentidos, sino de “algo” más íntimo
en el otro lado de nuestra Mente.
Ésta, al percibir los múltiples objetos de la naturaleza en los que el Alma se refleja, recuerda el nivel de la Mente donde fluyen las Ideas.
El
Alma se encuentra posicionada entre
ambos mundos, entre el mundo de la realidad
sensible y el mundo de las ideas;
yace entre dos órdenes de realidad. Cuando el Alma se percata del Mundo de
las Ideas, deja de tomar el mundo de los objetos sensibles como la única
realidad, y extrae de ella la Idea impresa en el
interior de estos objetos y que le proporciona su forma; se da cuenta que el “Mundo
real” se encuentra dentro de esa forma que solo es un símbolo, sin realidad
objetiva en si mismo, “algo” que no
puede aprehender exteriormente, sino
internamente. Un hombre que haya
alcanzado esta situación ya no es un “hombre
natural”, ya no es un hombre sensual, aún cuando lo que los sentidos aún le
revelan se intensifica grandemente. Es un hombre que “ve con claridad”, con una creciente claridad, porque se ha
convertido en el punto de reunión de dos mundos: uno que ha alcanzado interiormente, a través de su propio
trabajo interior, y otro que ha alcanzado por fuera, a través de sus sentidos.
Mientras
sigamos pensado que el mundo que nos muestran los sentidos (lo que nos muestra
un acelerador de partículas sigue siendo el mundo que nos muestran los sentidos),
contiene todo lo que necesitamos saber y que en él se encuentra la llave de nuestra felicidad, seremos
como el “ciego” de la parábola. Para
acceder a otro nivel, hemos de sobreponernos al grado de materialismo en que nos encentramos y al grado de comprensión
sensorial que le es inherente. Es decir. Nuestra conciencia material.
Lo
que hay que comprender es que no podremos “descansar”
sobre prueba o certeza alguna. No podemos decir que “creeremos” cuando tengamos pruebas. La “Fe” y la “Creencia”
pertenecen a órdenes de comprensión diferentes: una, la “Fe”, es la comprensión
de la unidad de las Ideas; la “creencia” es la comprensión de las verdades
que nos proporcionan los sentidos. No es que una sea verdadera y otra
falsa; simplemente son dos órdenes
diferentes de comprensión que se encuentra a distinto nivel.
Hasta
que el hombre no haya superado este obstáculo, su vida interna permanecerá estéril,
porque su mente no podrá recibir
ningún alimento (Idea) que le
permita crecer. Podemos leer u oír hablar sobre la Verdad
que hay en ese otro mundo de las Ideas, pero eso no
basta, porque hasta que no lo descubramos por nosotros mismos, pronto nos
apartaremos de ellas para seguir diciendo: “en realidad, nadie sabe nada”, o “es algo que no se puede probar?
Lo
llamativo es que nos encontramos en un mundo tan extraño, en una Tierra tan
desconocida, que podríamos preguntarnos: ¿Cómo hemos podido llegar a creer que hemos
estado evolucionando a través de millones de años, tan solo para permanecer en
él una breve y minúscula fracción del tiempo?
La
veracidad de una Idea no se prueba
en el hecho de demostrar que procede de alguien o algo que existió físicamente.
La prueba de esta clase de verdad
solo puede darse en la propia experiencia
del hombre cuando la Idea le penetra. No
es algo que se pueda comparar a las ideas al uso ordinarias, ni a las ideas
científicas. Si no podemos distinguir entre ambos tipos de ideas, nunca
podremos darle un poder germinador
en nuestra mente, nunca podremos captar aquello a lo que se refiere.
Ya
he hecho referencia a que el hombre se arroga el poseer algunas cualidades como
la “capacidad de hacer”, la “individualidad”, el poseer un “yo permanente” y, sobre todo, el tener
“conciencia” y “voluntad”. ¿Posee realmente estas cualidades? De entre todas ellas,
la más engañosa es la “conciencia”.
¿Qué
es entonces la “conciencia”?
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