jueves, 17 de mayo de 2018

La Enseñanza Esotérica 14

LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
( 14 )

Horus conduce a alguien que va a ser iniciado.
¿Alguien ha pensado que, en el mundo en que vivimos, pueden existir diferentes niveles de conciencia? ¿Qué cada uno de los seres humanos de éste planeta nos encontramos en uno u otro de estos niveles? En anteriores artículos ya he hecho alusiones a esta idea y referencia a estos niveles. Si existe un “trabajo esotérico”, un “trabajo interior” es porque existen estos niveles de conciencia.
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Una antigua imagen mítica y simbólica representó estos niveles en la forma de una “escala” o “escalera”: la “escalera al cielo” de los egipcios; la “escala de Jacob” del Antiguo Testamento; el “collar de perlas de Vishnú”; o la “Gran Escala del Ser” de la que habla Ken Wilber… Cada uno tenemos un estado de conciencia diferente y nos encontramos situados en un escalón diferente de esa “escalera”. En los artículos 21 al 42 de “La Singladura” de Occidente” de éste blog, podrán encontrar como han ido “emergiendo” y han ido evolucionando esos niveles de conciencia a lo largo de nuestra singladura humana, desde el más remoto pasado hasta el presente, y como niveles aún más amplios e incluyentes siguen emergiendo a un ritmo cada vez más rápido.
Pero, ¿qué se quiere decir con la expresión, “un estado de conciencia”? Sintetizando las distintas acepciones del Diccionario de la R.A.E. Real Academia española de la Lengua), podría decirse que es: “el conocimiento que tenemos de nosotros mismos, sobre nuestra existencia, sobre el mundo y sobre la relación que tenemos con él”. Lo que pensamos, lo que decimos, lo que escribimos, lo que sentimos, lo que imaginamos…, y en definitiva, lo que “somos” depende de ese estado de conciencia en el que estamos, es cual, por cierto, no es permanente: a veces está y a veces no está.
La conciencia es algo que solemos dar por supuesto, lo mismo que damos por supuesto que el mundo físico el algo real y objetivo. Suponemos que nuestra “conciencia de vigilia”, a la que solemos llamar “racional”, porque igualmente no suponemos dotados de razón, es el único tipo de conciencia que existe. Podemos poner en duda nuestros sentimientos, nuestras sensaciones, incluso lo que percibimos por los sentidos, pero no se nos ocurre poner en entredicho nuestra conciencia, a pesar que según nuestra Ciencia, la conciencia, al igual que los sentimientos, las emociones o las sensaciones, solo son subproductos del funcionamiento de nuestro cerebro y de nuestra sistema nervioso.
Un psicólogo y filósofo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, William James (1842-1910) señalaba que nuestra “conciencia de vigilia” o normal, lo que llamaríamos nuestra “conciencia racional”, solo es, entre otras, un tipo más de conciencia, pues en torno a ella, separadas por tenues velos, existen otros niveles de conciencia.
En nuestra realidad solemos identificar la conciencia con el “conocimiento” que creemos tener de las cosas, o con el darnos cuenta de ellas. Tal vez porque el término “conciencia” también significa “conocer de una vez”, o “conocer junto”, lo cual nos lleva a suponer que su desarrollo o evolución consiste en añadir “más conciencia” o “más conocimiento” a la que ya se tiene. Una especie de “saber más”.
Pero aunque tomemos el término conciencia como conocimiento, ¿cómo imaginar que alguien puede adquirir todo el conocimiento posible para tener toda la conciencia posible? En todo caso, se tendría más conocimiento, pero no más conciencia. Incluso, nuestro “conocimiento” tendría que ser un grado tal que nos permitiera relacionarnos de otra manera diferente, a como lo hacemos con el conocimiento ordinario, o con aquello que intentamos conocer.
Como señala el diccionario, nuestra conciencia ordinaria nos relaciona con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea. Pero basta con que durmamos para que nuestra conciencia cambie. Surge entonces una conciencia que nos proporciona un conocimiento totalmente diferente. Esta es una verdad que admitimos, pero a la que no prestamos atención y en la que no solemos pensar pues, al despertar, volvemos al tipo de conciencia al que estamos habituados. Tampoco solemos pensar que pueda haber grados o niveles de conciencia diferentes a los que podríamos acceder. Algunos, comparan la conciencia con la Luz, por lo que a mayor conciencia cuantitativamente considerada, más Luz. Pero no se trata de un problema de cantidad de conciencia, sino de calidad, de la propia naturaleza de la conciencia.
En los artículos del blog que señalé anteriormente, se puede ver que existen pruebas de niveles de conciencia diferentes, las cuales han ido emergiendo unos de otros; pues cuando un nivel llega a un punto crítico en alguien que se encuentra en ese nivel, éste alguien busca internamente una salida; y es precisamente esa búsqueda la que le lleva, internamente, a alcanzar otro nivel. Al señalar que es un proceso interno, no me refiero a una cuestión neurológica. Hay que tener en cuenta que nuestro Sistema Nervioso no es una “cosa”, no es un “objeto”, sino una estructura integrada por diversas agrupaciones de células que se ajustan y eslabonan, no siguiendo criterios de cantidad, sino de calidad, según una escala diferente. Existen múltiples niveles de neuronas, de tal manera que aunque se debilite un nivel superior, el nivel inferior queda liberado de esa influencia y sigue funcionando.
Imaginemos, y esto es algo que he podido experimentar como profesor, no tal como lo voy a explicar, que en algún momento me quedo dormido en una clase; y, al quedarme dormido, simultáneamente, me hago invisible. Si hubiera un observador que contemplara el hecho y que no supiera nada de como funciona una clase, lo único que observaría, al desaparecer el nivel superior (el profesor), es que el nivel inferior (los alumnos de la clase) comienzan a perturbarse, a alborotarse. Si no conocemos el todo (el verdadero trabajo de una clase) solo percibiríamos un incremento de caos y desorden. Por ello, el concepto de entropía solo es aplicable a un campo de energía liberado de un campo superior. Es decir: que en ausencia de una “función superior”, inevitablemente, surge otra “función inferior” que tiene un orden diferente. El observador que no conoce nada de la realidad global del funcionamiento de una clase, suponiendo que no haya visto quedarse dormido y desaparecer al profesor, desde su propio nivel, no podrá deducir que existe un nivel superior.
Si trasladamos esta imagen a los niveles de conciencia, tendremos que admitir que, desde nuestro nivel ordinario, podemos observar que por debajo de nosotros parecen existir otros niveles inferiores de conciencia (la de los seres vivos que pueblan la Naturaleza), pero los percibiremos como desorden, algo que se degrada hasta la entropía. No existe ninguna prueba que nos lleve a suponer y a creer que nuestro nivel ordinario de conciencia es la forma más elevada de conciencia que existe, o el único modo de experimentar la realidad que tenemos. Si la conciencia es un “campo” integrado por múltiples grados y niveles de conciencia, es un absurdo imaginar y creer que nuestra conciencia ordinaria o nuestra conciencia del sueño, son las únicas que existen. La “idea de campo” y la “idea de niveles” nos debe llevar a reflexionar en la posibilidad de que nuestra conciencia ordinaria se integra en un sistema mayor del cual no tenemos conciencia. Al no tener en consideración un nivel superior de conciencia, nuestra conciencia ordinaria, como los alumnos de la clase, queda liberada a las circunstancias de su propio nivel, lo que nos lleva a ser individuos “desintegrados”, a no estar integrados en algo de un nivel superior, que introduciría orden e integración en nuestra realidad.
Una muy vieja y antiquísima idea señala que un hombre no podrá alcanzar su propia integración y su unidad interna, mientras no encuentre la armonía que penetra en su ser desde un nivel más elevado que el nivel en el que se encuentra, es decir: en el nivel en el que le mueven sus sentidos, en el nivel sensual, vuelto hacia afuera, hacia la vida sensible. Las parábolas dicen de un hombre así que es un hombre “muerto”, en relación a lo que puede ser en sí mismo, por lo que un incremento de conciencia no podrá vivificarle con la información que proviene del lado más sensible del Universo.
En el pasado, al Hombre, se le había situado dentro del marco de un vasto y amplio Universo; había sido “creado” y colocado en el interior de un vasto Universo vivo. De tal suerte, que el Hombre no solo se encontraba en el Mundo, sino que, igualmente, el Mundo se encontraba en el Hombre. Además: las antiguas nociones, tanto sobre el Hombre como sobre el Universo, se encontraban impregnadas de una idea: la idea de “escala”; también de la idea de que el Hombre poseía un cierto grado de excelencia, porque el Universo existía en diversos niveles y el Hombre poseían un cierto potencial para atravesarlos. Para aquello pensadores antiguos, el Hombre no solo era una creación sumamente compleja, sino que llevaba interiorizada una “escala” que consistía en distintos niveles de “mente”, “conciencia”, “comprensión”, etc. Y de todos estos niveles, el que proporcionan los sentidos, el nivel sensual, era el inferior.
¿Cuál es el punto de vista de la “conciencia materialista”?
Esta pregunta no es fácil de contestar. Decimos que, porque solo existe la realidad material, somos “materialistas”. El problema es que no tenemos siquiera conciencia de que lo somos. Es este un problema más hondo de lo que suponemos e imaginamos. Veamos por qué: A través de nuestros sentidos, miramos hacia fuera de nosotros mismos, queriendo explicar la “causa” que ha originado todo este Universo. Para ello partimos de la base de que el “fenómeno”, como realidad material, el una verdad absoluta. Sin embargo, cuando hablamos de “problemas trascendentes”, lo hacemos, igualmente, buscando pruebas en la realidad fenoménica. Lo hacemos “científicamente”, buscando las causas (por ejemplo la existencia del Mal) en el mundo de la materialidad. E, igualmente, buscamos la realidad del “espíritu” en la vida material. También buscamos, como materialistas que somos, aunque digamos “creer” en el “espíritu”, sus causas en las partículas de materia más simples y elementales, incluso en los “cuantum de energía” o “fotones”, objetos que siguen siendo observables, si no por nuestros sentidos físicos, si por la prolongación de estos que son nuestras herramientas científicas y tecnológicas. También buscamos la última y más recóndita explicación del “misterio de la vida” en los procesos fisiológicos más nimios que son los procesos bioquímicos.
¿A algún científico se le ha ocurrido pensar en la IDEA que hay detrás de cada causa y cada cosa? Para el científico no existe ninguna IDEA, en la mente de algún artista, cuya obra de arte sea la Vida. Ni el telescopio, ni el microscopio nos revelaran nunca su causa. Así que si el principio o la causa que origina toda manifestación no se encuentra en el mundo fenoménico, si yace en la IDEA, como proclamaban algunos antiguos pensadores, una idea que “obra” por medio de la bioquímica hasta adquirir una forma visible, ¿hemos de ignorar este factor en nuestro condición de “materialistas”? ¿Y hemos por ello de presumir que los procesos bioquímicos que pertenecen al mundo de las células son los que han originado la Vida?
Tal vez por ello, “creemos”, porque es lo que nos dicen nuestros sentidos, naturales y artificiales, que el desarrollo de una célula germinal que deviene en un embrión es, desde éste punto de vista, tan solo una serie de progresivos cambios bioquímicos determinados por un cambio anterior y consecuentes a él; de tal modo que el propio proceso lleva a la construcción de un embrión. Cuando observamos solo los cambios químicos, tal vez creamos descubrir una ley que controla los cambios, pero no la Idea que obra sobre ellos. Se nos escapa un hecho esencial: la Vida, algo que está por encima de lo biológico, no es un desarrollo de acontecimientos que se van agregando unos a otros.
Para la Ciencia materialista, la naturaleza física, es sin ningún género de duda la primera causa, tanto de la generación como de la destrucción de las cosas, ya que la “Mente”, incluso la mente humana, es solo un subproducto, algo secundario, un accidente, de la materia física. Muchas veces me he hecho la siguiente pregunta: ¿Se puede creer que eso que llamamos mente, incluso eso que llamamos inteligencia, ha surgido de la materia física, por muy sutil que esta materia sea o por muy complejos que sean los procesos de nuestro cerebro y sistema nervioso? Porque si es esto en lo que creemos, a fin de afrontar el problema seriamente, tendríamos que atribuir a esa materia originaria (que hablando en términos químicos es el Hidrógeno) propiedades realmente extraordinarias. Y entonces, hemos de presuponer que todos los seres organizados ya estaban potencialmente presentes en la primigenia materia que constituía la Nebulosa Original. Algo que comenzó en un punto distante de un tiempo que discurre y fluye consumiéndolo todo a su paso.
Para la Ciencia materialista, la materia originaria es algo muerto, por lo que, consecuentemente, el Universo resultante también es algo muerto, así como la propia Naturaleza, que surgió sin ningún propósito aparente. Mientras que la Vida es un resultado fortuito del azar.
¿Por qué la visión materialista de la realidad nos limita psicológicamente?
Intentemos ver la situación desde otro punto de vista. Ya Platón señalaba que tras la realidad visible a través de nuestros sentidos, existía otra realidad invisible para estos y de mayor amplitud. Es decir: al otro lado de las formas perceptibles por nuestros sentidos (hoy podíamos añadir: y por las prolongaciones tecnológicas de estos), existe una “Formano-visible; una “Forma” que solamente puede percibir la Mente, ya que esta “Forma” es una IDEA. Su posición ocupa el primer lugar en la escala, siendo lo percibido por los sentidos solamente una “sombra”, un reflejo proyectado de la “forma real”.
Consideremos un ejemplo: Cualquier similitud de belleza o de relación y proporción que encontremos en el universo visible, lleva tras de sí un grado más elevado de realidad. Hacia la materialización de este grado más alto apunta todo el Arte. Pero para el científico materialista, este grado superior de realidad carece de existencia. Podría decirse que para él, existe un “abajo”, pero no existe un “arriba”; no existe un grado de realidad superior al que él cree haber objetivado. No hay un “orden” superior tras el mundo fenoménico y del que éste sería solo un reflejo. Y, por ello, el Universo, carece de Mente; y por ello, nosotros solo somos un cuerpo físico que, de alguna forma que no pueden explicar, un tanto azarosamente, originó como subproducto una mente. No existen pensamientos sin fósforo.
Admitir que hay un “Orden” implícito por encima del desorden aparente, aterroriza al que se dice “materialista”. Admitir este hecho equivale a afirmar, por un acto mental, la existencia de aquello que no pueden mostrarnos nuestros sentidos. Y es justamente en este punto intermedio que Platón coloca el Alma del Hombre: en el reconocimiento de que existe un orden superior de realidad desde el que se explica el mundo en que vivimos y que el Alma refleja. Si el Universo está en el Hombre y éste en el Universo, aunque en distintos niveles de la escala, cualquier explicación, desde un nivel inferior, que el hombre se de del Universo, tendrá una repercusión en la manera en que se ve así mismo, limitándole, posicionándole en un nivel inferior de su propio Ser; el Ser que lleva, potencialmente, dentro de sí y el Ser en que se puede convertir.
Al no creer, por no haber pruebas físicas objetivas, dicen, en un nivel de conciencia capaz de buscar en otra dirección, nadie lo hace. Pero si hay “cosas del espíritu”, si existen otros “grados de conciencia”, otros “niveles de realidad más elevados”, entonces, esos impulsos internos que a veces nos inducen a mirar de otra manera. Si siguieran un correcto desarrollo, deberían liberarnos de la tiranía que sobre nosotros ejerce el mundo exterior, permitiendo una mayor independencia del Alma, a medida que por su intermedio nos vamos dando cuenta de estos niveles que subyacen en nuestro interior; entonces, podríamos fusionar ambos lados de la realidad. Ello disminuiría el poder hipnótico que la vida exterior ejerce sobre nosotros, convirtiéndonos en fanáticos de la materialidad. Esta es una de las causas por las que muchos se sacrifican en la defensa de las distintas formas que puede presentar la “Matriz Colectiva”.
Cuando a través de un análisis químico descubrimos que la “sangre” de los vegetales es “verde” a causa de la clorofila, y que la “sangre” del ser humano o de los animales es “roja” a causa de la hemoglobina; y cuando también descubrimos que ambas tienen una estructura más o menos similar, y que ambas poseen átomos de carbono, de oxígeno, hidrógeno, etc., entonces, afirmamos con gran presunción que hemos descubierto lo que una y otra son. ¿Pero que hemos descubierto? René Guenón diría que hemos entrado en el “reino de la cantidad”, hemos descubierto los “ladrillos básicos” que constituyen esas sustancias. Pero su función, y la idea que proporciona forma a esa función, pertenecen a un orden o nivel completamente distinto. Y es precisamente este desnivel el que, desde nuestra conciencia materialista, pretendemos ignorar. Ignoramos lo que representa, ignoramos el lugar que ocupan y el papel que desempeñan en un Universo en que toda la realidad se encuentra interconectada. Conocemos la “cantidad”, pero ignoramos la “calidad”. La suma de toda la materia del Universo, no posibilitará la más simple célula viva. La suma de todas las células no hará posible la más imperceptible chispa de conciencia. Al ignorar la “calidad”, no admitimos la idea de un Universo interconectado e inteligente en el cual todas las cosas tienen una función precisa, aunque en distintos niveles.
Nuestro grado y nivel de conciencia, enfocado en la realidad material que nos proporcionan nuestros sentidos, jamás podrá comprender este Universo, reduciéndolo a sus partes; ninguna prueba podrá elevarnos por encima de nuestro actual nivel de comprensión. Y si dentro de nosotros existen otros niveles y dimensiones, nada que provenga de los sentidos podrá abrir el acceso a esos niveles, pues el hombre, en sí, tal como es, no cambia, y nunca lo hará, por el mero hecho de la acumulación de sus descubrimientos fenoménicos; la “calidad” de nuestra conciencia no sufre ningún cambio por ello. Nada “milagroso” (fuera de la explicación de los sentidos) nos impregna. Aunque, eso sí, nos convertiremos en seres más aburridos, más ciegos y más seguros de nosotros mismos.
Si ha de producirse un cambio en la conciencia, éste cambio no puede provenir de este lado de la vida. ¿Se han preguntado que sucedería si pudiéramos ofrecer a nuestros sentidos la prueba de que “Dios” existe? Seguramente habríamos probado que “Dios” es una realidad material que podríamos percibir por nuestros sentidos. En el fondo eso es lo que pedimos y deseamos. Pero si algo así fuera posible, toda la configuración interna del hombre quedaría violada y reducida a algo estéril, ya que esos niveles internos que el hombre debe buscar y aprehender individualmente para convertirlos en una verdad revelada a si mismo y realizada en si mismo, desaparecería de nuestra conciencia.
Cuando captamos algún vislumbre del “milagro de la Vida”, estamos bordeando nuevos niveles emocionales y nuevos niveles de pensamiento, aunque no tengamos conciencia que este “vislumbre” es “interior”, y surge de nuestra propia profundidad, como un despertar momentáneo del Espíritu.
¿Es el método científico la única manera que tenemos de experimentar y comprender el Universo y la Vida? ¿No será tan solo uno más entre los muchos métodos posibles de experiencia? ¿Debemos creer que la “calidad” de nuestra conciencia ordinaria es tan “fina” que hace innecesario cualquier otro estado o posibilidad? ¿Podrían esos otros estados poseer la clave para permitirnos comprender las complejidades y contradicciones que la Ciencia ha puesto al descubierto? ¿No será que el bajo poder de síntesis que tiene nuestra conciencia ordinaria, sea la causa de que nos resulte imposible asimilar, como un todo, los descubrimientos separados unos de otros de la investigación científica? Esto solo podría significar una cosa: la Ciencia materialista está limitando e impidiendo nuestro desarrollo psicológico, puesto que da por supuesto que la conciencia ordinaria es la única conciencia que existe.
¿Es por ello, para defender su “status”, por lo que no se ocupa de averiguar como el hombre puede alcanzar estados se conciencia superiores, y por lo que no le preocupa ni se ocupa, de los medios, ni de las clases de conocimiento, ni de los esfuerzos y actitudes necesarias para su desarrollo?
Una verdad se impone: el Hombre no puede comprender más, porque se encuentra en un profundo estado de desorganización interna; porque la “calidad” de su conciencia se encuentra demasiado difusa y separada en lo que respecta a sus elementos constituyentes, y es demasiado “grosera”. Aún así, se ha embarcado en la tarea de investigar un Universo unificado, sin advertir que desde la “calidad” de su nivel, no podrá ir más allá de un cierto punto, pues él mismo es un instrumento inadecuado para ello. En su ceguera, prefiere pensar que su problema es que aún no dispone de los instrumentos ni de la tecnología adecuada. Pero el problema no esta en los instrumentos, el problema es su propio nivel de conciencia.
Hace trescientos años, cuando nació la Ciencia Moderna, prometieron que descubrirían para nosotros todos los misterios del Universo. Nos dijeron que tuviéramos paciencia y esperáramos. Esperamos. Aún lo hacemos. Es cierto que, hacia fuera, cree haber descubierto muchos misterios, pero también es cierto que todo el Universo nos parece ahora más desorganizado que nunca, donde cada cachito de él parece ir por su lado.
Nos convencieron, por que así lo creímos, que todo lo que le preocupaba a la “religión” (entendida no en su forma manipuladora), todo lo que le preocupaba a la filosofía, todo lo que le preocupaba al Arte, no tenían ninguna conexión con el conocimiento último de la Verdad y del Universo. Nos convencieron de que una más fina calidad de conciencia carecía de importancia; ni siquiera sospecharon que las inevitables contradicciones que encontraba en sus investigaciones, eran el resultado de su propio y bajo nivel de conciencia, de la falta de amplitud de su visión y de su propia desorganización interna.
En el pasado, Platón había señalado que el Mundo no se encuentra solo en la sensación que de él tenemos, sino que también se encuentra en nuestra propia interioridad, por lo que nos es dado conocerlo desde dentro y desde fuera. Señalaba que el Hombre orilla un “Mundo de Ideas” que yacen tras toda realidad discernible, a través de aquellas nociones innatas que existen en su alma. Y que estas “nociones innatas” tienen como objetivo acceder a las IDEAS, que son como los arquetipos de todas las formas de la manifestación material. De suerte que el hombre, a la vez que se desarrolla a través de una experiencia mundana, llegando al conocimiento de sus formas, puede vislumbrar que estas contienen elementos que no derivan de la experiencia sensible, sino de otro nivel (hoy los llamamos dimensiones), donde las Ideas de esas formas brillan en su plenitud. Este “darse cuenta” de que este lado solo es reflejo de otro, no es “algo” que provenga de nuestros sentidos, sino de “algo” más íntimo en el otro lado de nuestra Mente. Ésta, al percibir los múltiples objetos de la naturaleza en los que el Alma se refleja, recuerda el nivel de la Mente donde fluyen las Ideas.
El Alma se encuentra posicionada entre ambos mundos, entre el mundo de la realidad sensible y el mundo de las ideas; yace entre dos órdenes de realidad. Cuando el Alma se percata del Mundo de las Ideas, deja de tomar el mundo de los objetos sensibles como la única realidad, y extrae de ella la Idea impresa en el interior de estos objetos y que le proporciona su forma; se da cuenta que el “Mundo real” se encuentra dentro de esa forma que solo es un símbolo, sin realidad objetiva en si mismo, “algo” que no puede aprehender exteriormente, sino internamente. Un hombre que haya alcanzado esta situación ya no es un “hombre natural”, ya no es un hombre sensual, aún cuando lo que los sentidos aún le revelan se intensifica grandemente. Es un hombre que “ve con claridad”, con una creciente claridad, porque se ha convertido en el punto de reunión de dos mundos: uno que ha alcanzado interiormente, a través de su propio trabajo interior, y otro que ha alcanzado por fuera, a través de sus sentidos.
Mientras sigamos pensado que el mundo que nos muestran los sentidos (lo que nos muestra un acelerador de partículas sigue siendo el mundo que nos muestran los sentidos), contiene todo lo que necesitamos saber y que en él se encuentra la llave de nuestra felicidad, seremos como el “ciego” de la parábola. Para acceder a otro nivel, hemos de sobreponernos al grado de materialismo en que nos encentramos y al grado de comprensión sensorial que le es inherente. Es decir. Nuestra conciencia material.
Lo que hay que comprender es que no podremos “descansar” sobre prueba o certeza alguna. No podemos decir que “creeremos” cuando tengamos pruebas. La “Fe” y la “Creencia” pertenecen a órdenes de comprensión diferentes: una, la “Fe”, es la comprensión de la unidad de las Ideas; la “creencia” es la comprensión de las verdades que nos proporcionan los sentidos. No es que una sea verdadera y otra falsa; simplemente son dos órdenes diferentes de comprensión que se encuentra a distinto nivel.
Hasta que el hombre no haya superado este obstáculo, su vida interna permanecerá estéril, porque su mente no podrá recibir ningún alimento (Idea) que le permita crecer. Podemos leer u oír hablar sobre la Verdad que hay en ese otro mundo de las Ideas, pero eso no basta, porque hasta que no lo descubramos por nosotros mismos, pronto nos apartaremos de ellas para seguir diciendo: “en realidad, nadie sabe nada”, o “es algo que no se puede probar?
Lo llamativo es que nos encontramos en un mundo tan extraño, en una Tierra tan desconocida, que podríamos preguntarnos: ¿Cómo hemos podido llegar a creer que hemos estado evolucionando a través de millones de años, tan solo para permanecer en él una breve y minúscula fracción del tiempo?
La veracidad de una Idea no se prueba en el hecho de demostrar que procede de alguien o algo que existió físicamente. La prueba de esta clase de verdad solo puede darse en la propia experiencia del hombre cuando la Idea le penetra. No es algo que se pueda comparar a las ideas al uso ordinarias, ni a las ideas científicas. Si no podemos distinguir entre ambos tipos de ideas, nunca podremos darle un poder germinador en nuestra mente, nunca podremos captar aquello a lo que se refiere.
Ya he hecho referencia a que el hombre se arroga el poseer algunas cualidades como la “capacidad de hacer”, la “individualidad”, el poseer un “yo permanente” y, sobre todo, el tener “conciencia” y “voluntad”. ¿Posee realmente estas cualidades? De entre todas ellas, la más engañosa es la “conciencia”.
¿Qué es entonces la “conciencia”?


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