jueves, 24 de mayo de 2018

Historias y reflexiones para el interior de fuera. 05



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DISCERNIMIENTO

 Ese increíble hombre del Renacimiento que se llamó Leonardo da Vinci paso toda su vida tratando de desentrañar el “Misterio”, así, con mayúsculas, sin importarle la forma en que se le presentase. Suyas son estas palabras:


“Aléjate de vez en cuando, relájate un poco cuando regreses a tu trabajo. Tu juicio será más certero; puesto que si siempre trabajas encima perderás el discernimiento.
Aléjate, porque el trabajo parecerá menos, en un instante tu perspectiva será mayor, y la falta de armonía o de proporción será mejor percibida”.
(...)

Para Leonardo la más insignificante partícula de polvo era un “misterio”. Su ansia de conocer le impulsaba a llegar hasta el fondo, con tal de “comprender”. Pero su “equilibrio” le aconsejaba “alejarse”, tomar distancia. Tal vez por ello, la creatividad que le proporcionaba su comprensión le hizo ser pintor, escultor, arquitecto, ingeniero, diseñador, anatomista, visionario… y un sin fin de cosas más. Nada escapó a su curiosidad. Por ello su consejo llama nuestra atención: “Aléjate”, aléjate un instante de las cosas: de tu trabajo, de tu familia, de tus proyectos… Deja de mirar algo fijamente, y mira con distanciamiento…, con discernimiento. Ello nos permitirá “ver” lo que, al querer mirarlo tan de cerca, quedaba oculto a nuestra mirada. Ese punto de vista más alejado, más distante, más desapegado, nos permite “ver” cosas en las que no hemos reparado.

Nos “acercamos” tanto a las cosas, a los eventos, al acontecer…; queremos que estén “tan cerca de nosotros”, porque lo que en realidad queremos es “llegar cuando antes al final”, a la resolución del “misterio”. Verlo cuanto antes, imaginar que con ello ya lo hemos comprendido, ponerle un nombre y clasificarlo luego en un cajón con una etiqueta que diga: “esto es…”.
¿Acaso no percibimos nuestros desequilibrios?
En realidad, no nos “alejamos” de las “cosas” para observarlas, como recomienda Leonardo, porque no queremos implicarnos en el “misterio” que la vida pone ante nosotros en cada instante.
¿Cuál es nuestro objetivo en una pista de baile, en un partido de fútbol, ante un libro…? Llegar cuanto antes al final no es lo importante, incluso carece de toda importancia. Lo verdaderamente importante es el “proceso”, el bailar, ver el partido, leer el libro y disfrutar de todo ello, el “camino en sí”, “sacar agua, cortar leña”.
¿Cuál es el propósito de comerse una naranja? ¿Pelarla? ¿Disfrutar de su sabor gajo a gajo?
Pero no, lo que nos importa son los resultados, el final, las vitaminas que la naranja nos proporcionará, el como concluirá el argumento de la novela (incluso nos saltamos las páginas para ver el final antes de terminar de leer).
Damos una gran valoración a “fijar metas”, la mayor parte de ellas irreales. Ni siquiera consideramos el valor que hay en no fijarse ninguna meta. ¿Cuál es la meta de un escultor?

Me imagino que si conocen esta colosal escultura de Miguel Ángel llamada “El David” y que se encuentra en la Academia de Florencia. Impresiona su tamaño, su perfección, su majestuosidad, el “espíritu” del personaje que se desprende de la piedra de mármol. La piedra, el mármol, ha alcanzado su iluminación.
Alguien, cuando la tuvo acabada, le preguntó que como había sido capaz de crear semejante obra. A lo que respondió: “yo no la he creado, el realidad, el David ya estaba en el bloque de mármol, me he limitado a quitar lo que sobraba para que él pudiera salir”. Para ello necesitó “alejarse” del bloque de mármol. Contemplarlo desde otra distancia, no prefigurar la obra acabada.
“Aléjate…, en un instante tu perspectiva será mayor, y la falta de armonía o de proporción será mejor percibida.”
¿Desde que distancia percibimos nuestras metas, seas esta las que fueren? No se dan cuenta que todo, el Zen, Leonardo, la botella que se rompe cuando se escurre de nuestras manos y cae al suelo, el insulto del vecino…, todo, absolutamente todo, está diciéndonos lo mismo?

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