domingo, 17 de junio de 2018

Historias y reflexiones para el interior de fuera. 06


[6]

“Ningún hombre es una Isla”

(...)

En la segunda mitad del siglo XVI y durante el reinado de la reina Isabel I de Inglaterra, nació en el seno de una familia de honda tradición católica, el gran poeta inglés John Donne. Suyo es ese famoso poema dentro del cual se encuentra un verso -“¿por quién doblan las campanas?”- que fue usado por Ernes Hemingway para el título de una de su novela más famosa y de la que en 1943 se hizo una película del mismo nombre, interpretada por Ingrid Bergman y Gary Cooper, y que se desarrolla durante la Guerra Civil española.
“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla, ni está completo en si mismo.
Todo hombre es una trozo del continente, una parte de la totalidad.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me disminuye, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
A Jhon Donne se le ha tachado de “metafísico” (lo que está más allá de lo físico), pero lo que expresa este fragmento del poema es “Unidad”. Aquello que se necesita para alcanzar otro estado de conciencia, aquello que necesitamos para “despertar”. Si no comprendemos esta verdad, “Ningún hombre es una isla”, si nuestra mente ergotista no lo entiende, las campanas doblarán por nosotros.
Seguimos creyendo que nuestro “yo” se acaba donde se acaban las fronteras de nuestro cuerpo, donde termina nuestra piel, allí donde comienzan los “otros”, donde comienza nuestro “entorno”, donde tiene su existencia aquello que “no soy yo” y que por eso podemos tratarlo o juzgarlos según consideremos.
Encontrar la “conexión” que hay entre las cosa también requiere “distancia” y “alejamiento”, sobre todo de nosotros mismos. Estamos tan cerca de nosotros mismos que no nos vemos, ni vemos lo que nos interconecta, solo lo que nos diferencia. Parafraseando a Donne también podríamos decir que, al igual que ningún hombre es una isla, tampoco lo es una célula, o un país, o un continente, o una comarca. Tenemos la mirada tan cerca de nuestro ombligo que somos incapaces de ver lo que hay más allá. La psicología llama a esto “narcisismo” y su imagen es ese personaje mítico que mirándose a las aguas de un lago quedó enamorado (prisionero) de si mismo.
¿Qué harían las células del estómago si las del páncreas se separaran? Los “indios” de Norteamérica, los auténticos dueños del territorio, no se ahora cual tribu, decían lo siguiente: “ningún árbol tiene ramas tan estúpidas como para luchar entre ellas”.
El poema de Jhom Donn nos envía una advertencia: todos formamos parte de una misma realidad llamada Humanidad, ninguna parte puede sobrevivir sin el todo al que pertenece. Cuando solo somos “islas”, separados de todo lo demás, incompletos en nosotros mismos, perdemos nuestro poder, el poder que nos suministra nuestra fuerza en común, el poder que algún día tendrá la Humanidad, cuando logremos que nazca.
La conexión con el “todo” del que formamos parte ha de sentirse, entonces ya no habrá “otros”, y no tendremos que cortar las ramas del árbol. ¿Cómo puedo ejercer “compasión”, si es que logramos averiguar lo que esto significa, si consideramos que lo que tenemos enfrente es un “otro”? ¿De qué “compasión”, de que “amor”, estamos hablando? Incluso Hemingway, en su novela, nos señala lo mismo. Cuando “doblan las campanas” no es que alguien se haya muerto, sino que alguien ha sido víctima de nuestra violencia, por ello esas campanas también doblan por mí.
Un ejercicio para la reflexión. Coger una hoja de papel. Escribir en ella todas las palabras que usáis para expresar las diferencias que creéis que existen entre cada uno de “vosotros” y los “otros”, entre “yo” y “”. Todas ellas, y os aseguro que pueden ser muchas, bastante más de lo que imaginamos, son nuestras “etiquetas” diferenciadoras. ¿No creéis que aún nos queda mucho camino que recorrer, sabiendo que lo importante es el “camino” y no el fin? ¿Cuánto nos afectará y nos “disminuirá” la muerte de cualquier ser humano? Porque, no lo olvidemos, forma parte de la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario