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Terminamos
el artículo anterior con un interrogante: ¿Qué es la conciencia?
En
nuestro hablar cotidiano ese concepto se usa
generalmente como algo equivalente o
sinónimo de “inteligencia”, o
incluso de “memoria”. En realidad,
solo es una especie de “aprehensión de
conocimiento interior” que nada tiene que ver con la actividad de la mente
ni con la inteligencia. Esa “aprehensión”
(del verbo aprehender = tomar, coger) es una toma de “conocimiento de uno mismo”, un conocimiento de lo que uno es, un
conocimiento de donde se está, y un conocimiento de lo que se sabe y no se
sabe, etc. Pues solo uno mismo puede “saber”,
en un momento dado, si está consciente o no lo está; si su conciencia existe o
no existe en ese momento dado. Ninguna “observación"
de nuestros actos externos, puede probar si hay ausencia o presencia de conciencia.
Solamente uno mismo puede “darse cuenta”,
y solo por un instante que, con anterioridad a ese instante, no se era
consciente de “algo”. Inmediatamente
olvidará esa experiencia y, aunque la recuerde, ya no será conciencia, sino el
“recuerdo” de una experiencia.
(...)
La
conciencia en el hombre no es algo que sea permanente. A veces está, y a veces
no está. Y los momentos más elevados de conciencia “crean” la “memoria”. Los
otros momentos se olvidan. Y eso es precisamente lo que nos proporciona la “ilusión” de una continuidad de la
conciencia.
Aquellas
escuelas de psicología que creen en la “conciencia”
(hay otras que proclaman que no existe algo tal cosa como “conciencia”, pues todo es un subproducto del funcionamiento del
Sistema Nervioso), hablan de ella como algo compacto; no creen que la conciencia pueda tener “niveles” o “grados”, “grados de
conciencia”. La realidad es que si los tiene y que podemos observarlos por
nosotros y en nosotros mismos. Para observarlos hemos de tener en cuenta tres
cosas:
1.- La duración: ¿Cuánto tiempo hemos permanecido conscientes?
2.- La frecuencia de aparición: ¿cuántas veces nos hemos vuelto conscientes?3.- La amplitud y la penetración: ¿de qué hemos sido conscientes?
Teniendo
en cuenta los dos primeros puntos, una antigua escuela psicológica del pensamiento
Oriental Ortodoxo, cuyos escritos (entre los siglos IV y XV d. d. C.) fueron
recogidos y compilados en un libro llamado “Philokalia” (“Philo” = amor; “Kallos” = belleza; “Amor por lo bello”), por San Nicodemo y
San Makario en el siglo XVIII, señalan que: a través de “esfuerzos” especiales se puede conseguir que la conciencia y la voluntad se hagan permanentes. Un traductor y comentarista moderno
de dichos textos lo expresa así:
“... mostrar el camino
para despertar y desarrollar la atención y la conciencia, para alcanzar ese
estado de vigilancia que es el sello de la santidad. Describen las condiciones
más eficaces para el aprendizaje de lo que sus autores llaman el arte de las
artes y la ciencia de las ciencias, un aprendizaje que no es una cuestión de
información o de agilidad de la mente, sino un cambio radical de la voluntad y
el corazón del hombre que conduce hacia las más altas posibilidades [de] dar
forma y nutrir la parte invisible de su ser...”
Veamos
un ejemplo de como puede ser estudiada la conciencia.
Tomo un reloj y observo el minutero a la vez que trato de conservar la
percepción de mi mismo mientras me concentro en el pensamiento: “yo soy Miguel”, “ahora estoy aquí”. Solo intento pensar en eso mientras sigo lo
movimientos del minutero, permaneciendo consciente de mi mismo, de mi nombre y
del lugar en que me encuentro, procurando que ningún otro pensamiento entre en
mi mente. Perseverando, me daré cuenta que podré hacer esto durante unos dos
minutos. Ese es el límite de mi conciencia.
Lo que
el ejercicio pone en evidencia es que cualquier hombre, en su estado ordinario,
llamado por él, estado consciente, solo puede, después de hacer un gran
esfuerzo, llegar a ser consciente de algo unos escasos dos minutos.
Necesariamente, la conclusión a extraer de ello es que “no somos conscientes de nosotros mismos”. Aún así, nos hacemos la ilusión de que si lo somos; y, esta
ilusión ha sido creada por la “memoria”
y los procesos de nuestro pensamiento.
Veamos
otro ejemplo: Miguel va al cine.
Como es algo que hace frecuentemente no tiene conciencia de estar en el cine
mientras está. A pesar de ello, puede observar y ver la película que puede
aburrirle o entretenerle y, luego, puede recordarla e, incluso, recordar a las
personas con las que se encontró… Al regresar a su casa, Miguel recuerda que ha
estado en el cine y, evidentemente, piensa que ha estado consciente mientras
estaba en él y veía la película. De forma que “su conciencia” no ofrece para Miguel ninguna duda, aún cuando su
conciencia pueda haber estado completamente ausente, incluso aunque actúe
razonablemente, piense y observe.
De
forma general podemos conocer cuatro estados de conciencia: sueño, vigilia, conciencia de sí
y conciencia objetiva. Pero, aunque
tuviéramos la posibilidad de conocer estos cuatro estados de conciencia, de
hecho, solo vivimos en los dos primeros. Una parte de nuestra vida transcurre
en el primero; y, otra, en el segundo. Nuestra vida cotidiana nada sabe, por
ejemplo, de la “conciencia objetiva”,
ni siquiera de la “conciencia de sí”
que tan ilusamente se atribuye, y de la que solo tiene breves chispazos
esporádicamente. En nuestro estado ordinario de vigilia, carecemos de cualquier
dominio sobre nuestros estados de conciencia. Y, respecto a eso que llamamos “memoria”, solo recordamos nuestros
momentos de conciencia, aunque no lo sepamos. Así que tenemos momentos
ocasionales de conciencia de sí que
nos dejan un vivo recuerdo de las circunstancias en las que algo se produjo.
Pero carecemos de control sobre esos momentos. Aparecen y desaparecen; están y
no están.
Incluso
las cosas que recordamos no lo hacen siempre de la misma manera. Algunas
constituyen recuerdos muy vivos; otras son recuerdos vagos; e incluso de
algunas nada recordamos en absoluto.
Nuestra
maquinaria humana tiene siete
diferentes funciones:
1.- El pensamiento
(o intelecto).
2.- El sentimiento
(o emociones).
3.- La función
instintiva que se diversifica en cuatro clases:
a/ todo el trabajo interno del organismo, el trabajo fisiológico;
b/ los cinco sentidos, el sentido del
peso, de la temperatura, humedad o sequedad; el sentido de aquellas sensaciones
que no son por si mismas ni agradables ni desagradables;
c/ todas las emociones físicas, todas las clases de dolor o placer…
d/ todos los reflejos, incluida la
risa y el bostezo; todas las clases de memoria física de lo captado por los
sentidos físicos.
4.- La función
motriz (todo el trabajo externo del organismo, el movimiento en el espacio,
etc.)
5.- El sexo
(función de los dos principios masculino y femenino, en todas sus manifestaciones.)
Además de estas funciones, existen otras dos para las cuales nuestro lenguaje
no posee ningún concepto con el que nombrarlas y que surgen solo en los estados
superiores de conciencia:
6.- La función
emocional superior que aparece en los estados de “conciencia de sí”.
7.- La función
intelectual superior que aparece en los estados de “conciencia objetiva”.
Cada
una de las cuatro primeras funciones puede manifestarse en cada uno de los tres
primeros estados de conciencia, produciendo diferentes resultados.
Así,
pues, la conciencia es una forma
particular de “darse cuenta”: de uno
mismo, de donde me encuentro, de lo que pienso, de lo que siento…; pero estamos
“dormidos”. Nos encontramos en el
primer estado de conciencia y estamos rodeados por sueños e imágenes
subjetivas. Cuando despertamos, entramos en el “estado de vigilia”, aunque en realidad solo es un estado de “conciencia relativa”, pues ésta a veces
está y a veces no está. Necesitamos un gran esfuerzo de la “voluntad” para hacerla algo más permanente.
¿Cuál
es el primer obstáculo para que esa conciencia
se haga más permanente?
Dice
Gurdjieff que el principal obstáculo
somos nosotros mismos, es decir: la convicción de que ya somos autoconscientes.
Cuando le preguntamos a alguien si es autoconsciente,
nos responderá que si, puesto que nos oye y entiende. En parte tiene razón,
pero solo una pequeña parte de razón. Ni siquiera ha sido consciente del hecho
que la pregunta le ha vuelto momentáneamente consciente, porque inmediatamente
volverá a la inconsciencia. Adquirir una mayor conciencia, la “conciencia de sí" requiere de un
arduo y duro trabajo sobre uno mismo. No podemos volvernos conscientes a
voluntad, por el simple quererlo o desearlo, porque no tenemos ningún poder
sobre nuestra conciencia. Aunque si podemos “recordarnos” a nosotros mismos durante una pequeña fracción de
tiempo usando la “voluntad”, porque
si tenemos un cierto poder sobre nuestros pensamientos. La practica de “recordarse a sí mismo”, conectada con
la autobservación y con la lucha contra la “imaginación”, no tiene solo un significado psicológico, sino que
también cambia la parte más sutil de nuestro metabolismo y produce en nuestro
cuerpo físico efectos “químicos”,
aunque sería mejor decir, alquímicos.
Así que de la psicología llegamos a la alquimia, a la idea de una transformación de elementos toscos en
otros más finos.
No nos
damos cuenta de que todos tenemos una “conciencia
adquirida” que es diferente para las diferentes personas y naciones; así
como también tenemos una “Conciencia
Real” que permanece oculta. Mientras la “conciencia adquirida” se fundamenta en el “amor de sí”; la “Conciencia
real” no.
Cada
ser humano ha adquirido una conciencia particular de acuerdo a la forma en como
fue criado, la educación que recibió y el país en que nació. Supongamos que una
persona piensa que alguien que lleva
barba, coleta y va solo en camisa, es un tipo de izquierdas, o un antisistema,
o alguien que está en contra y es marginal de la sociedad. La conciencia
adquirida de la persona que piensa así de la otra, ha condicionado su
pensamiento para juzgarle de esa
manera y a ese juicio lo llamará “conciencia
moral”. Esta “conciencia moral”
le lleva a no querer tener nada que ver con esa otra persona y no solo le
producirá rechazo, sino que la criticará y difamará.
Es
necesario comprender que la “conciencias
adquirida” es la que nos lleva a separar las cosas en “justas” e “injustas”,
según se nos aparezca su naturaleza. Supongamos que conocemos a alguien del que
decimos que es “alguien muy interesante”,
y que después de haberle tratado durante bastante tiempo, descubrimos, un día,
que se ha dejado barba y coleta. Esa imagen hace saltar nuestros “topes” morales, y en lugar de considerar
a esa persona como realmente es, comenzamos a considerarla de otra manera,
sintiendo un fuerte rechazo por ella, hasta el punto de separarla de nuestro
lado.
La
tradición (familiar, grupal, nacional…) forma en nosotros una “conciencia adquirida”, la cual es más
fuerte que cualquier otra consideración cuando entramos en contacto con otra
persona. Así, la “tradición” hace
que uno no sea uno mismo. Tenemos en nuestra interioridad aspectos “tradicionales” (familiares, grupales y nacionales)
que adquirimos en su momento. Estos aspectos nos impiden establecer cualquier
tipo de relación y comunicación, libre, con otras personas que no encajan en mi
“tradición”. Esto significa que nuestro juicio de las cosas no es propio,
sino colectivo.
Establecemos
nuestros “fundamentos” en cosas
tales como el “honor”, la “tradición”, el “patriotismo”, el “culto a
los antepasados”, la “fe en algo…”,
etc. Todo esto es “conciencia adquirida”,
algo que nos enseñaron y adquirimos mientras crecíamos; por ello somos
incapaces de tener un pensamiento “individual”
genuino y directo en respuesta a cualquier situación. Somos incapaces de “pensar por nosotros mismos”. Aunque no
lo parezca no es algo sencillo desprenderse de esta “conciencia adquirida”. En cambio, la “Conciencia Real” es la misma para todos los seres humanos, aunque
en cada uno varía (de grado). Solo a través de esta conciencia es posible “recordarnos”.
Esta “conciencia adquirida” es la que impide
que haya un verdadero desarrollo de la Humanidad. Para
poder ponernos en contacto con la “Conciencia
Real”, hace falta que lleguemos a ser más conscientes de nuestras propias
reacciones y automatismos mecánicos. Esta es una idea que podemos llevarla a su
extremo límite en lo que concierne a nuestra vida social, por ejemplo.
La “conciencia adquirida” se encuentra
siempre vinculada al “amor propio”,
que se “infla” con todas las formas
de vanidad, objeciones, deber, etc.;
y que se fundamenta en el prestigio, la tradición, el honor, la nacionalidad,
etc. El “amor propio” nos incita a
continuos enfrentamientos, a la guerra y a todo tipo de violencia. Por eso el Trabajo que uno ha de llevar a cabo
sobre uno mismo para cambiar este estado de cosas en uno, insiste tanto en la
necesidad de desmontar nuestra “falsa personalidad”
(la construida sobre todas estas ilusiones), que lo la inventado e imaginado
todo, desde como debe ser nuestra conducta hasta como debe ser nuestra visión
de la realidad.
Por
ejemplo: la “conciencia adquirida”
de un deportista, con su honor de deportista también adquirido, no le permite
hacer trampas en el juego; aunque en asuntos de negocios carece de escrúpulos
para hacerlas. Así que la idea de lo que debemos o no debemos hacer, deriva
únicamente de lo que queremos que la gente piense de nosotros (relacionen esto
con las características profundas de los niveles de conciencia del blog). Nos
forjamos imágenes de nosotros mismos
y nos mostramos terriblemente enfadados cuando las gentes no creen en ellas.
Estas imágenes pueden ser algo muy banal, como por ejemplo imaginar que “llegar tarde” es una descortesía y nos
esforzamos en no serlo; pero esto es fruto de nuestra vanidad. También sentimos
remordimientos de conciencia si nos hemos comportado perversamente, o
egoístamente, o no caritativos, o si la cólera nos ha dominado públicamente sin
poder controlarla. Todas estas actitudes y sentimientos son adquiridos,
pertenecen a algunas de las formas de la “matriz
colectiva”. En cambio, la “conciencia
adquirida” no le da ninguna importancia a las cosas que se hacen a solas.
La “conciencia adquirida” siempre encuentra
una justificación cuando algo no sale bien, o cuando nuestra autoestima es
amenazada y comienza a sentirse disminuida, ya que digamos lo que digamos, no
soportamos que hieran nuestro amor propio. En nuestra “tradición cristiana” se suele relacionar la “conciencia adquirida” con los “fariseos
y publicanos” de las parábolas del Evangelio. Ello se debe a que la “conciencia adquirida” se encuentra
volcada hacia fuera, hacia el exterior, y solo nos sentimos fracasados cuando,
externamente, nos comportamos como idiotas ante la opinión de los demás.
Mientras todo vaya bien en nuestra vida, la “conciencia adquirida” o “conciencia
externa” no tendrá ninguna preocupación; aunque nuestra “conciencia interna” o “Real” sabrá que uno “ha mentido” y posiblemente ello haya
dañado a alguien.
Es
necesario que comprendamos que el despertar de la “Conciencia Real” es algo que va carcomiendo poco a poco a la “personalidad”, sobre todo a la “falsa personalidad”, con todas sus
falsedades, máscaras y apariencias
externas y que nos hacen gastar y dilapidar tanta energía con el fin de
mantenerlas, hasta que nuestro Trabajo interno consigue disolverlas. Podemos
preguntarnos algo trivial: ¿la “moda”
es un ejemplo de “conciencia adquirida”?
¿Podemos estar en la “moda” sin
estar controlado por ella? Si la obedecemos y ello nos sienta bien, esto se
deberá a nuestra carencia de un “centro
magnético” en nosotros que atraiga otro tipo de “influencias” e “ideas”,
pero si indicará que poseemos mucho “amor
propio” y el consecuente orgullo y vanidad. Por ello, la “moda” hará lo que quiera con nosotros,
en lugar de que seamos nosotros lo que hagamos lo que queramos con la “moda”. La diferencia estriba en lo que
la “moda” pueda hacerme a mí, y en
lo que yo pueda hacer respecto a ella.
La “conciencia adquirida” también se
relaciona con la “consideración interna”
(hablaremos de ello en otros artículos) y con el “temor”. “Querer hacer lo
correcto” es una forma de “consideración
interna”, porque significa “cuidarse
de uno mismo”, lo cual se relaciona con el “amor propio”; pero “no hacer
lo correcto” provoca miedo y “temor”:
a las consecuencias, a la pérdida de prestigio, a perder la posición, al
ostracismo social, a la crítica, al ridículo, a que no piensen bien de mí, etc.
Todo lo cual se relaciona también con el “amor
propio”. Jesús (no nos interesa si fue o no un personaje real o no) decía
que el “amor de si” y el “amor al prójimo” debían ser iguales (“amarás a tú prójimo como a ti mismo”).
Uno no debe sentirse herido a causa del “amor
propio”; tampoco debe sentirse satisfecho a causa de ese “amor propio”; sino que debe, en la misma medida que se ha
sentido herido, amar al que según él le ha ofendido. Nada de todo esto tiene
que ver con la “Conciencia Objetiva o
Real”, de la cual surge el “Amor
Real”. Es nuestra imaginación la
que desempeña un papel importante en nuestra vida, sobre todo en nuestras
desdichas, pero de esto no tenemos conciencia.
Existe
un peligro cuando nos empecinamos en conseguir o llevar a cabo algún propósito
surgido de la “conciencia adquirida”,
pues estará siempre equivocado. Uno debería pensar en lo que esto significa. Un
verdadero propósito debería ser otra cosa. ¿Podríamos hacer un propósito desde
la “conciencia adquirida” y luego
reflexionar en lo que significaría ese propósito desde un nivel de conciencia
más real? Aunque está no la poseemos, debemos saber que lo que llamamos Trabajo toma el lugar de la “Conciencia Real” hasta que se vaya
produciendo el lento “despertar” de
esta última. Siempre permaneceremos aferrados a lo que somos, si la sola idea
de “mal” y “bien” deriva de la “conciencia
adquirida”, y nuestros propósitos, que nos exigirán grande e inútiles
esfuerzos, estarán equivocados respecto a esa Conciencia Real.
La “conciencia adquirida” puede
aconsejarnos que seamos más sociables, que nos preocupemos por la salud y en
bienestar de los demás, etc.; pero si intentamos hacerlo realmente, y hacemos
de ello un propósito, no conseguiremos nada útil, porque nuestro propósito no
será real y no producirá ningún resultado, ya estará fundamentado en una cuestión
de reputación, consideración interna,
vanidad, orgullo o, simplemente, de sentirnos bien considerado; incluso porque
ello está de “moda”. Un propósito de
esta clase puede producirnos grandes sinsabores porque no lleva a nada que sea
Real “internamente”. Ahora bien, el
propósito puede ser el mismo, pero ha surgido de un nivel mucho más profundo de
conciencia, de una conciencia más real, más en contacto con la “esencia”. Conviene no olvidar que todos
nuestros odios y desprecios “ocultos”
son inconscientes, los cuales no manifestamos por miedo a perder nuestra
reputación, pero que existen realmente en nuestro mundo psicológico (nuestro
auténtico mundo), lo que significa que odio o rencor puede llegar a ser muy
grande.
La “Enseñanza” dice que hay que neutralizar
las cosas “en nosotros mismos”, para
lo cual hemos de “vernos a nosotros
mismos” tal y como somos realmente y sin culpar a los otros de lo que no
nos gusta de nosotros. Esto “visión”
conduce a una especie de “paz interior”
y hace que la “Esencia” pueda
crecer. Si nuestra Conciencia fuera real, la Humanidad estaría unida
y no habría guerras ni violencia, porque, como dicen los mayas: “Tú eres otro yo”. Esto es “Conciencia Real”. Por ello, los Mayas
Clásicos, cuando los ciclos cerraron su tiempo, desaparecieron. Los
investigadores aún buscan a donde fueron. Dicen que volvieron a la selva. En realidad,
¿volvieron a las estrellas de donde alguna vez llegaron?
La
gente suele hablar de “conciencia
cósmica”. No deja de ser un eufemismo, un concepto vago e indefinido sobre
el que cada cual puede entender lo que su imaginación quiera. En todo caso, la
“conciencia cósmica” sería la
conciencia del “campo” llamado “Cosmos”, que para los antiguos se
limitaba al “campo” de nuestro Sistema Solar, porque a los antiguos
les parecía que era algo perfectamente ordenando (Cosmos significa “orden”). Pero no tiene sentido hablar
de ello cuando, con los medios ordinarios que disponemos, ni siquiera podemos
establecer la presencia de la conciencia en un ser humano. Solo podemos conocerla en nosotros mismos, y solo
cuando “está", porque cuando “no está” no la podemos reconocer.
Si uno
aprende a “observar” en uno mismo
las apariciones y desapariciones de la conciencia, percibirá algo que nunca se
“ve” y de lo que nunca nos hemos
dado cuenta. Es el siguiente hecho: nuestros momentos de conciencia son algo
muy breve, y se encuentran separados, unos de otros, por largos intervalos de
completa inconsciencia, durante los cuales, la “máquina” que somos trabaja sola de una manera automática, de una
manera en la que incluso puede pensar, sentir, actuar, hablar, trabajar, etc.
Todo ello sin que la conciencia esté presente. Cuando se aprende a “ver” en uno mismo, los momentos de
conciencia, y los largos intervalos en los que no está y los seres “mecánicos” que somos, también podremos
“verla” fuera de nosotros y en los
momentos que está o no está en los otros.
La
conciencia y los diferentes niveles de conciencia han de verse y comprenderse,
primero, en uno mismo; algo que sabemos por una cierta “sensación” y “sabor” que
tenemos de ella. Ninguna definición podrá ayudarnos a saber lo que es la conciencia,
mientras no comprendamos lo que debemos definir. La Ciencia , la Filosofía , la Psicología , no pueden definir la conciencia y nunca
lo harán porque, al estar volcadas a los aspectos externos que nos muestran los
sentidos, no la encontrarán. Pretenden definirla donde no está. Además, una
cosa es la “conciencia de sí” y otra
la “posibilidad de conciencia” o los
breves instantes de conciencia. Así que, tal como somos ahora, no podemos
definir la conciencia, pues esta está en relación con “recordarse a sí mismo”, y al no “recordarnos”, también carecemos de “memoria”.
Cuando
observo algo, mi atención se encuentra dirigida hacia lo que observo.
Yo ------------------------> “cosa y objeto observado”.
Pero
cuando al mismo tiempo trato de “recordarme”
a mí mismo, mi atención se encuentra dirigida, a la vez, hacia el objeto
observado y hacia mí mismo.
Yo <------------------------> “cosa y objeto observado”.
Comprendido
esto, el problema consiste en dirigir la atención sobre uno mismo, sin permitir
que se desdibuje o eclipse la atención dirigida sobre el objeto o cosa observada.
Ese “algo” observado puede estar
dentro de mi interioridad o fuera de mí. “Yo,
y en este lugar somos Uno”.
Nuestra
psicología ha pasado por alto algo importante: al no “conocernos a nosotros
mismos”, vivimos, actuamos, pensamos y razonamos sumidos en un profundo “sueño”, porque estamos “dormidos”, y por ello no podemos “recordar quienes somos” y no podemos “despertar”. La Ciencia intenta comprender
las funciones físicas y psíquicas del ser humano. Esto es imposible mientras no
se haya aceptado el hecho que el ser humano puede funcionar en diferentes
estados de conciencia. Ya henos visto que son cuatro: “Sueño”, “Vigilia”, “Conciencia de sí” y “Conciencias objetiva o Real”.
El tercer estado de conciencia constituye
nuestro derecho natural tan como el hombre es al nacer. Y si el hombre no la
posee, es porque sus condiciones de vida son anómalas. En la actualidad, este
tercer estado de conciencia no aparece en el hombre sino como chispazos
esporádicos y por muy breves instantes. Para la mayoría de nosotros, incluso
aunque seamos cultos e instruidos, nuestro principal obstáculo para adquirir
esta conciencia de sí es la “creencia”
de que ya la poseemos y por ello decimos que tenemos “voluntad” y podemos “hacer”.
Los
dos últimos estados de conciencia se encuentra ligados al funcionamiento de nuestros
Centros Superiores: El “Centro Emocional Superior” y el “Centro Mental Superior”. Aunque estos
centros están en nosotros y se encuentran totalmente desarrollados y en pleno
funcionamiento, su “trabajo” no llega
nunca a nuestra conciencia ordinaria
o de “vigilia”.
El “Sueño” es un estado de conciencia
plenamente subjetiva. Un hombre se encuentra
sumergido en ella mientras duerme, no importa si recuerda sus sueños o no.
Luego imagina que “despierta”.
Entonces entra en la “vigilia”.
Aunque a primera vista parece algo completamente diferente al “sueño”, pues este es “pasivo” y ahora podemos movernos,
hablar con otras personas, hacer proyectos, ver peligros y evitarlos, y así sucesivamente,
y ello nos lleva a imaginar que nos encontramos en una mejor situación que
cuando dormimos, pues estamos “activos”;
este estado no se diferencia mucho del anterior. Si profundizamos un poco, si
echamos una mirada dentro de nuestro mundo interior, dentro de nuestros
pensamientos, dentro de las causa que mueven nuestras emociones, podremos
comprender que seguimos “dormidos”,
pero en una situación mucho peor.
Mientras
en el “sueño” somos pasivos y nos
encontramos inmovilizados, en la “vigilia”
podemos hacer cosas todo el tiempo, y los resultados de nuestras acciones
recaen sobre nosotros mismos y sobre los demás; además, no “recordamos” quienes somos ni lo que
somos, lo que nos deja reducidos a ser una “máquina” a la cual todo le “sucede”,
ya que no puede detener el fluir de sus pensamientos, ni controlar su
desbordada imaginación, ni el desvarío de sus emociones, ni dirigir a voluntad
su “atención”. Vive en un mundo
subjetivo de dualidad: “quiero” y “no-quiero”; “me gusta” y “no me gusta”;
“tengo ganas” y “no tengo ganas”; “creo” y “no-creo” … El
mundo Real de la Conciencia Objetiva
se encuentra separado de nosotros por un muro llamado “imaginación”. Seguimos dentro de un “sueño” (hipnótico) y “dormimos”,
y lo que llamamos “conciencia lúcida”
solo es una fantasía, un sueño, un sueño mucho más peligroso que el sueño del
primer estado, pues puede llevarnos a la autoaniquilación.
Veamos
un último ejemplo: Tomemos un acontecimiento cualquiera de nuestra vida cotidiana,
por ejemplo, la “guerra”. Ahora,
como siempre, hay guerras. ¿Qué significa esto? Pues significa que cientos de
miles, o millones, de “dormidos”
están tratando de “destruir” a otros
tantos cientos de miles o de millones de “dormidos”.
Algo que no harían si estuvieran verdaderamente despiertos. Lo que “sucede” es la consecuencia de estar “dormidos”.
“Sueño” y “vigilia” son estados “subjetivos”.
“Recordarse a sí mismo” es comenzar
a “despertar”, y si despertarnos,
toda nuestra vida cambiará y será diferente.
¿Cómo
despertar? ¿Cómo podemos escapar del “sueño”?
¿Podría hacerse esta pregunta alguien que cree o imagina en su “sueño” que ya está despierto?
Hay un
problema: nadie puede despertarse por si
mismo mientras duerme. Pero si un grupo, aún estando dormidos, convienen en
que el primero que despierte ayudará a despertar a los demás, ese grupo
comenzará a tener algunas posibilidades. Y, aunque esto es insuficiente, porque
pueden volverse a quedar dormidos y soñar que ya están despiertos, se necesita
algo más. Encontrar a alguien que ya esté despierto o que ya no se duerma tan
fácilmente para que “vigile” y no se
vuelvan a dormir. Sin esto, es imposible despertar. Es muy importante
comprender bien esto. Esto ha sido así a lo largo de la Historia del Hombre, por
ello había “Escuelas o Centros del despertar”, hoy los llamamos
“Escuelas esotéricas”. Hoy las cosas
comienzan a ser diferentes. Ahora, hay “fuerzas”
que intentan despertarnos desde dentro,
pero se requiere que ya hayamos despertado algo.
En los
Evangelios se habla de “¡Despertad!
¡Vigilad! ¡No durmáis!” A estas advertencias se las toma como figuras
retóricas, como metáforas, porque leemos esos textos en estado de “sueño” y en ese estado nos es imposible
“pensar” de una forma genuina. La
naturaleza nos ha creado para que seamos capaces de devenir en seres conscientes de nosotros mismos y de lo que somos en el
Universo. Nacemos para cumplir este fin y, aunque nacemos despiertos, nacemos entre gentes dormidas y enseguida
caemos en el sueño.
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