sábado, 9 de junio de 2018

La Enseñanza Esotérica 15


LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA

(15)



Terminamos el artículo anterior con un interrogante: ¿Qué es la conciencia?
En nuestro hablar cotidiano ese concepto se usa generalmente como algo equivalente o sinónimo de “inteligencia”, o incluso de “memoria”. En realidad, solo es una especie de “aprehensión de conocimiento interior” que nada tiene que ver con la actividad de la mente ni con la inteligencia. Esa “aprehensión” (del verbo aprehender = tomar, coger) es una toma de “conocimiento de uno mismo”, un conocimiento de lo que uno es, un conocimiento de donde se está, y un conocimiento de lo que se sabe y no se sabe, etc. Pues solo uno mismo puede “saber”, en un momento dado, si está consciente o no lo está; si su conciencia existe o no existe en ese momento dado. Ninguna “observación" de nuestros actos externos, puede probar si hay ausencia o presencia de conciencia. Solamente uno mismo puede “darse cuenta”, y solo por un instante que, con anterioridad a ese instante, no se era consciente de “algo”. Inmediatamente olvidará esa experiencia y, aunque la recuerde, ya no será conciencia, sino el “recuerdo” de una experiencia.
(...)

La conciencia en el hombre no es algo que sea permanente. A veces está, y a veces no está. Y los momentos más elevados de conciencia “crean” la “memoria”. Los otros momentos se olvidan. Y eso es precisamente lo que nos proporciona la “ilusión” de una continuidad de la conciencia.
Aquellas escuelas de psicología que creen en la “conciencia” (hay otras que proclaman que no existe algo tal cosa como “conciencia”, pues todo es un subproducto del funcionamiento del Sistema Nervioso), hablan de ella como algo compacto; no creen que la conciencia pueda tener “niveles” o “grados”, “grados de conciencia”. La realidad es que si los tiene y que podemos observarlos por nosotros y en nosotros mismos. Para observarlos hemos de tener en cuenta tres cosas:
1.- La duración: ¿Cuánto tiempo hemos permanecido conscientes?
2.- La frecuencia de aparición: ¿cuántas veces nos hemos vuelto conscientes?
3.- La amplitud y la penetración: ¿de qué hemos sido conscientes?
Teniendo en cuenta los dos primeros puntos, una antigua escuela psicológica del pensamiento Oriental Ortodoxo, cuyos escritos (entre los siglos IV y XV d. d. C.) fueron recogidos y compilados en un libro llamado “Philokalia” (“Philo” = amor; “Kallos” = belleza; “Amor por lo bello”), por San Nicodemo y San Makario en el siglo XVIII, señalan que: a través de “esfuerzos” especiales se puede conseguir que la conciencia y la voluntad se hagan permanentes. Un traductor y comentarista moderno de dichos textos lo expresa así:
“... mostrar el camino para despertar y desarrollar la atención y la conciencia, para alcanzar ese estado de vigilancia que es el sello de la santidad. Describen las condiciones más eficaces para el aprendizaje de lo que sus autores llaman el arte de las artes y la ciencia de las ciencias, un aprendizaje que no es una cuestión de información o de agilidad de la mente, sino un cambio radical de la voluntad y el corazón del hombre que conduce hacia las más altas posibilidades [de] dar forma y nutrir la parte invisible de su ser...”
Veamos un ejemplo de como puede ser estudiada la conciencia. Tomo un reloj y observo el minutero a la vez que trato de conservar la percepción de mi mismo mientras me concentro en el pensamiento: “yo soy Miguel”, “ahora estoy aquí”. Solo intento pensar en eso mientras sigo lo movimientos del minutero, permaneciendo consciente de mi mismo, de mi nombre y del lugar en que me encuentro, procurando que ningún otro pensamiento entre en mi mente. Perseverando, me daré cuenta que podré hacer esto durante unos dos minutos. Ese es el límite de mi conciencia.
Lo que el ejercicio pone en evidencia es que cualquier hombre, en su estado ordinario, llamado por él, estado consciente, solo puede, después de hacer un gran esfuerzo, llegar a ser consciente de algo unos escasos dos minutos. Necesariamente, la conclusión a extraer de ello es que “no somos conscientes de nosotros mismos”. Aún así, nos hacemos la ilusión de que si lo somos; y, esta ilusión ha sido creada por la “memoria” y los procesos de nuestro pensamiento.
Veamos otro ejemplo: Miguel va al cine. Como es algo que hace frecuentemente no tiene conciencia de estar en el cine mientras está. A pesar de ello, puede observar y ver la película que puede aburrirle o entretenerle y, luego, puede recordarla e, incluso, recordar a las personas con las que se encontró… Al regresar a su casa, Miguel recuerda que ha estado en el cine y, evidentemente, piensa que ha estado consciente mientras estaba en él y veía la película. De forma que “su conciencia” no ofrece para Miguel ninguna duda, aún cuando su conciencia pueda haber estado completamente ausente, incluso aunque actúe razonablemente, piense y observe.
De forma general podemos conocer cuatro estados de conciencia: sueño, vigilia, conciencia de sí y conciencia objetiva. Pero, aunque tuviéramos la posibilidad de conocer estos cuatro estados de conciencia, de hecho, solo vivimos en los dos primeros. Una parte de nuestra vida transcurre en el primero; y, otra, en el segundo. Nuestra vida cotidiana nada sabe, por ejemplo, de la “conciencia objetiva”, ni siquiera de la “conciencia de sí” que tan ilusamente se atribuye, y de la que solo tiene breves chispazos esporádicamente. En nuestro estado ordinario de vigilia, carecemos de cualquier dominio sobre nuestros estados de conciencia. Y, respecto a eso que llamamos “memoria”, solo recordamos nuestros momentos de conciencia, aunque no lo sepamos. Así que tenemos momentos ocasionales de conciencia de sí que nos dejan un vivo recuerdo de las circunstancias en las que algo se produjo. Pero carecemos de control sobre esos momentos. Aparecen y desaparecen; están y no están.
Incluso las cosas que recordamos no lo hacen siempre de la misma manera. Algunas constituyen recuerdos muy vivos; otras son recuerdos vagos; e incluso de algunas nada recordamos en absoluto.
Nuestra maquinaria humana tiene siete diferentes funciones:
1.- El pensamiento (o intelecto).
2.- El sentimiento (o emociones).
3.- La función instintiva que se diversifica en cuatro clases:
     a/ todo el trabajo interno del organismo, el trabajo fisiológico;
   b/ los cinco sentidos, el sentido del peso, de la temperatura, humedad o sequedad; el sentido de aquellas sensaciones que no son por si mismas ni agradables ni desagradables;
  c/ todas las emociones físicas, todas las clases de dolor o placer…
  d/ todos los reflejos, incluida la risa y el bostezo; todas las clases de memoria física de lo captado por los sentidos físicos.
4.- La función motriz (todo el trabajo externo del organismo, el movimiento en el espacio, etc.)
5.- El sexo (función de los dos principios masculino y femenino, en todas sus manifestaciones.) Además de estas funciones, existen otras dos para las cuales nuestro lenguaje no posee ningún concepto con el que nombrarlas y que surgen solo en los estados superiores de conciencia:
6.- La función emocional superior que aparece en los estados de “conciencia de sí”.
7.- La función intelectual superior que aparece en los estados de “conciencia objetiva”.
Cada una de las cuatro primeras funciones puede manifestarse en cada uno de los tres primeros estados de conciencia, produciendo diferentes resultados.
Así, pues, la conciencia es una forma particular de “darse cuenta”: de uno mismo, de donde me encuentro, de lo que pienso, de lo que siento…; pero estamos “dormidos”. Nos encontramos en el primer estado de conciencia y estamos rodeados por sueños e imágenes subjetivas. Cuando despertamos, entramos en el “estado de vigilia”, aunque en realidad solo es un estado de “conciencia relativa”, pues ésta a veces está y a veces no está. Necesitamos un gran esfuerzo de la “voluntad” para hacerla algo más permanente.
¿Cuál es el primer obstáculo para que esa conciencia se haga más permanente?
Dice Gurdjieff que el principal obstáculo somos nosotros mismos, es decir: la convicción de que ya somos autoconscientes. Cuando le preguntamos a alguien si es autoconsciente, nos responderá que si, puesto que nos oye y entiende. En parte tiene razón, pero solo una pequeña parte de razón. Ni siquiera ha sido consciente del hecho que la pregunta le ha vuelto momentáneamente consciente, porque inmediatamente volverá a la inconsciencia. Adquirir una mayor conciencia, la “conciencia de sí" requiere de un arduo y duro trabajo sobre uno mismo. No podemos volvernos conscientes a voluntad, por el simple quererlo o desearlo, porque no tenemos ningún poder sobre nuestra conciencia. Aunque si podemos “recordarnos” a nosotros mismos durante una pequeña fracción de tiempo usando la “voluntad”, porque si tenemos un cierto poder sobre nuestros pensamientos. La practica de “recordarse a sí mismo”, conectada con la autobservación y con la lucha contra la “imaginación”, no tiene solo un significado psicológico, sino que también cambia la parte más sutil de nuestro metabolismo y produce en nuestro cuerpo físico efectos “químicos”, aunque sería mejor decir, alquímicos. Así que de la psicología llegamos a la alquimia, a la idea de una transformación de elementos toscos en otros más finos.
No nos damos cuenta de que todos tenemos una “conciencia adquirida” que es diferente para las diferentes personas y naciones; así como también tenemos una “Conciencia Real” que permanece oculta. Mientras la “conciencia adquirida” se fundamenta en el “amor de sí”; la “Conciencia real” no.
Cada ser humano ha adquirido una conciencia particular de acuerdo a la forma en como fue criado, la educación que recibió y el país en que nació. Supongamos que una persona piensa que alguien que lleva barba, coleta y va solo en camisa, es un tipo de izquierdas, o un antisistema, o alguien que está en contra y es marginal de la sociedad. La conciencia adquirida de la persona que piensa así de la otra, ha condicionado su pensamiento para juzgarle de esa manera y a ese juicio lo llamará “conciencia moral”. Esta “conciencia moral” le lleva a no querer tener nada que ver con esa otra persona y no solo le producirá rechazo, sino que la criticará y difamará.
Es necesario comprender que la “conciencias adquirida” es la que nos lleva a separar las cosas en “justas” e “injustas”, según se nos aparezca su naturaleza. Supongamos que conocemos a alguien del que decimos que es “alguien muy interesante”, y que después de haberle tratado durante bastante tiempo, descubrimos, un día, que se ha dejado barba y coleta. Esa imagen hace saltar nuestros “topes” morales, y en lugar de considerar a esa persona como realmente es, comenzamos a considerarla de otra manera, sintiendo un fuerte rechazo por ella, hasta el punto de separarla de nuestro lado.
La tradición (familiar, grupal, nacional…) forma en nosotros una “conciencia adquirida”, la cual es más fuerte que cualquier otra consideración cuando entramos en contacto con otra persona. Así, la “tradición” hace que uno no sea uno mismo. Tenemos en nuestra interioridad aspectos “tradicionales” (familiares, grupales y nacionales) que adquirimos en su momento. Estos aspectos nos impiden establecer cualquier tipo de relación y comunicación, libre, con otras personas que no encajan en mi “tradición”. Esto significa que nuestro juicio de las cosas no es propio, sino colectivo.
Establecemos nuestros “fundamentos” en cosas tales como el “honor”, la “tradición”, el “patriotismo”, el “culto a los antepasados”, la “fe en algo…”, etc. Todo esto es “conciencia adquirida”, algo que nos enseñaron y adquirimos mientras crecíamos; por ello somos incapaces de tener un pensamiento “individual” genuino y directo en respuesta a cualquier situación. Somos incapaces de “pensar por nosotros mismos”. Aunque no lo parezca no es algo sencillo desprenderse de esta “conciencia adquirida”. En cambio, la “Conciencia Real” es la misma para todos los seres humanos, aunque en cada uno varía (de grado). Solo a través de esta conciencia es posible “recordarnos”.
Esta “conciencia adquirida” es la que impide que haya un verdadero desarrollo de la Humanidad. Para poder ponernos en contacto con la “Conciencia Real”, hace falta que lleguemos a ser más conscientes de nuestras propias reacciones y automatismos mecánicos. Esta es una idea que podemos llevarla a su extremo límite en lo que concierne a nuestra vida social, por ejemplo.
La “conciencia adquirida” se encuentra siempre vinculada al “amor propio”, que se “infla” con todas las formas de vanidad, objeciones, deber, etc.; y que se fundamenta en el prestigio, la tradición, el honor, la nacionalidad, etc. El “amor propio” nos incita a continuos enfrentamientos, a la guerra y a todo tipo de violencia. Por eso el Trabajo que uno ha de llevar a cabo sobre uno mismo para cambiar este estado de cosas en uno, insiste tanto en la necesidad de desmontar nuestra “falsa personalidad” (la construida sobre todas estas ilusiones), que lo la inventado e imaginado todo, desde como debe ser nuestra conducta hasta como debe ser nuestra visión de la realidad.
Por ejemplo: la “conciencia adquirida” de un deportista, con su honor de deportista también adquirido, no le permite hacer trampas en el juego; aunque en asuntos de negocios carece de escrúpulos para hacerlas. Así que la idea de lo que debemos o no debemos hacer, deriva únicamente de lo que queremos que la gente piense de nosotros (relacionen esto con las características profundas de los niveles de conciencia del blog). Nos forjamos imágenes de nosotros mismos y nos mostramos terriblemente enfadados cuando las gentes no creen en ellas. Estas imágenes pueden ser algo muy banal, como por ejemplo imaginar que “llegar tarde” es una descortesía y nos esforzamos en no serlo; pero esto es fruto de nuestra vanidad. También sentimos remordimientos de conciencia si nos hemos comportado perversamente, o egoístamente, o no caritativos, o si la cólera nos ha dominado públicamente sin poder controlarla. Todas estas actitudes y sentimientos son adquiridos, pertenecen a algunas de las formas de la “matriz colectiva”. En cambio, la “conciencia adquirida” no le da ninguna importancia a las cosas que se hacen a solas.
La “conciencia adquirida” siempre encuentra una justificación cuando algo no sale bien, o cuando nuestra autoestima es amenazada y comienza a sentirse disminuida, ya que digamos lo que digamos, no soportamos que hieran nuestro amor propio. En nuestra “tradición cristiana” se suele relacionar la “conciencia adquirida” con los “fariseos y publicanos” de las parábolas del Evangelio. Ello se debe a que la “conciencia adquirida” se encuentra volcada hacia fuera, hacia el exterior, y solo nos sentimos fracasados cuando, externamente, nos comportamos como idiotas ante la opinión de los demás. Mientras todo vaya bien en nuestra vida, la “conciencia adquirida” o “conciencia externa” no tendrá ninguna preocupación; aunque nuestra “conciencia interna” o “Real” sabrá que uno “ha mentido” y posiblemente ello haya dañado a alguien.
Es necesario que comprendamos que el despertar de la “Conciencia Real” es algo que va carcomiendo poco a poco a la “personalidad”, sobre todo a la “falsa personalidad”, con todas sus falsedades, máscaras y apariencias externas y que nos hacen gastar y dilapidar tanta energía con el fin de mantenerlas, hasta que nuestro Trabajo interno consigue disolverlas. Podemos preguntarnos algo trivial: ¿la “moda” es un ejemplo de “conciencia adquirida”? ¿Podemos estar en la “moda” sin estar controlado por ella? Si la obedecemos y ello nos sienta bien, esto se deberá a nuestra carencia de un “centro magnético” en nosotros que atraiga otro tipo de “influencias” e “ideas”, pero si indicará que poseemos mucho “amor propio” y el consecuente orgullo y vanidad. Por ello, la “moda” hará lo que quiera con nosotros, en lugar de que seamos nosotros lo que hagamos lo que queramos con la “moda”. La diferencia estriba en lo que la “moda” pueda hacerme a mí, y en lo que yo pueda hacer respecto a ella.
La “conciencia adquirida” también se relaciona con la “consideración interna” (hablaremos de ello en otros artículos) y con el “temor”. “Querer hacer lo correcto” es una forma de “consideración interna”, porque significa “cuidarse de uno mismo”, lo cual se relaciona con el “amor propio”; pero “no hacer lo correcto” provoca miedo y “temor”: a las consecuencias, a la pérdida de prestigio, a perder la posición, al ostracismo social, a la crítica, al ridículo, a que no piensen bien de mí, etc. Todo lo cual se relaciona también con el “amor propio”. Jesús (no nos interesa si fue o no un personaje real o no) decía que el “amor de si” y el “amor al prójimo” debían ser iguales (“amarás a tú prójimo como a ti mismo”). Uno no debe sentirse herido a causa del “amor propio”; tampoco debe sentirse satisfecho a causa de ese “amor propio”; sino que debe, en la misma medida que se ha sentido herido, amar al que según él le ha ofendido. Nada de todo esto tiene que ver con la “Conciencia Objetiva o Real”, de la cual surge el “Amor Real”. Es nuestra imaginación la que desempeña un papel importante en nuestra vida, sobre todo en nuestras desdichas, pero de esto no tenemos conciencia.
Existe un peligro cuando nos empecinamos en conseguir o llevar a cabo algún propósito surgido de la “conciencia adquirida”, pues estará siempre equivocado. Uno debería pensar en lo que esto significa. Un verdadero propósito debería ser otra cosa. ¿Podríamos hacer un propósito desde la “conciencia adquirida” y luego reflexionar en lo que significaría ese propósito desde un nivel de conciencia más real? Aunque está no la poseemos, debemos saber que lo que llamamos Trabajo toma el lugar de la “Conciencia Real” hasta que se vaya produciendo el lento “despertar” de esta última. Siempre permaneceremos aferrados a lo que somos, si la sola idea de “mal” y “bien” deriva de la “conciencia adquirida”, y nuestros propósitos, que nos exigirán grande e inútiles esfuerzos, estarán equivocados respecto a esa Conciencia Real.
La “conciencia adquirida” puede aconsejarnos que seamos más sociables, que nos preocupemos por la salud y en bienestar de los demás, etc.; pero si intentamos hacerlo realmente, y hacemos de ello un propósito, no conseguiremos nada útil, porque nuestro propósito no será real y no producirá ningún resultado, ya estará fundamentado en una cuestión de reputación, consideración interna, vanidad, orgullo o, simplemente, de sentirnos bien considerado; incluso porque ello está de “moda”. Un propósito de esta clase puede producirnos grandes sinsabores porque no lleva a nada que sea Real “internamente”. Ahora bien, el propósito puede ser el mismo, pero ha surgido de un nivel mucho más profundo de conciencia, de una conciencia más real, más en contacto con la “esencia”. Conviene no olvidar que todos nuestros odios y desprecios “ocultos” son inconscientes, los cuales no manifestamos por miedo a perder nuestra reputación, pero que existen realmente en nuestro mundo psicológico (nuestro auténtico mundo), lo que significa que odio o rencor puede llegar a ser muy grande.
La “Enseñanza” dice que hay que neutralizar las cosas “en nosotros mismos”, para lo cual hemos de “vernos a nosotros mismos” tal y como somos realmente y sin culpar a los otros de lo que no nos gusta de nosotros. Esto “visión” conduce a una especie de “paz interior” y hace que la “Esencia” pueda crecer. Si nuestra Conciencia fuera real, la Humanidad estaría unida y no habría guerras ni violencia, porque, como dicen los mayas: “Tú eres otro yo”. Esto es “Conciencia Real”. Por ello, los Mayas Clásicos, cuando los ciclos cerraron su tiempo, desaparecieron. Los investigadores aún buscan a donde fueron. Dicen que volvieron a la selva. En realidad, ¿volvieron a las estrellas de donde alguna vez llegaron?
La gente suele hablar de “conciencia cósmica”. No deja de ser un eufemismo, un concepto vago e indefinido sobre el que cada cual puede entender lo que su imaginación quiera. En todo caso, la “conciencia cósmica” sería la conciencia del “campo” llamado “Cosmos”, que para los antiguos se limitaba al “campo” de nuestro Sistema Solar, porque a los antiguos les parecía que era algo perfectamente ordenando (Cosmos significa “orden”). Pero no tiene sentido hablar de ello cuando, con los medios ordinarios que disponemos, ni siquiera podemos establecer la presencia de la conciencia en un ser humano. Solo podemos conocerla en nosotros mismos, y solo cuando “está", porque cuando “no está” no la podemos reconocer.
Si uno aprende a “observar” en uno mismo las apariciones y desapariciones de la conciencia, percibirá algo que nunca se “ve” y de lo que nunca nos hemos dado cuenta. Es el siguiente hecho: nuestros momentos de conciencia son algo muy breve, y se encuentran separados, unos de otros, por largos intervalos de completa inconsciencia, durante los cuales, la “máquina” que somos trabaja sola de una manera automática, de una manera en la que incluso puede pensar, sentir, actuar, hablar, trabajar, etc. Todo ello sin que la conciencia esté presente. Cuando se aprende a “ver” en uno mismo, los momentos de conciencia, y los largos intervalos en los que no está y los seres “mecánicos” que somos, también podremos “verla” fuera de nosotros y en los momentos que está o no está en los otros.
La conciencia y los diferentes niveles de conciencia han de verse y comprenderse, primero, en uno mismo; algo que sabemos por una cierta “sensación” y “sabor” que tenemos de ella. Ninguna definición podrá ayudarnos a saber lo que es la conciencia, mientras no comprendamos lo que debemos definir. La Ciencia, la Filosofía, la Psicología, no pueden definir la conciencia y nunca lo harán porque, al estar volcadas a los aspectos externos que nos muestran los sentidos, no la encontrarán. Pretenden definirla donde no está. Además, una cosa es la “conciencia de sí” y otra la “posibilidad de conciencia” o los breves instantes de conciencia. Así que, tal como somos ahora, no podemos definir la conciencia, pues esta está en relación con “recordarse a sí mismo”, y al no “recordarnos”, también carecemos de “memoria”.
Cuando observo algo, mi atención se encuentra dirigida hacia lo que observo.
         Yo ------------------------> cosa y objeto observado”.
Pero cuando al mismo tiempo trato de “recordarme” a mí mismo, mi atención se encuentra dirigida, a la vez, hacia el objeto observado y hacia mí mismo.
        Yo <------------------------> cosa y objeto observado.
Comprendido esto, el problema consiste en dirigir la atención sobre uno mismo, sin permitir que se desdibuje o eclipse la atención dirigida sobre el objeto o cosa observada. Ese “algo” observado puede estar dentro de mi interioridad o fuera de mí. “Yo, y en este lugar somos Uno”.
Nuestra psicología ha pasado por alto algo importante: al no “conocernos a nosotros mismos”, vivimos, actuamos, pensamos y razonamos sumidos en un profundo “sueño”, porque estamos “dormidos”, y por ello no podemos “recordar quienes somos” y no podemos “despertar”. La Ciencia intenta comprender las funciones físicas y psíquicas del ser humano. Esto es imposible mientras no se haya aceptado el hecho que el ser humano puede funcionar en diferentes estados de conciencia. Ya henos visto que son cuatro: “Sueño”, “Vigilia”, “Conciencia de sí” y “Conciencias objetiva o Real”.
El tercer estado de conciencia constituye nuestro derecho natural tan como el hombre es al nacer. Y si el hombre no la posee, es porque sus condiciones de vida son anómalas. En la actualidad, este tercer estado de conciencia no aparece en el hombre sino como chispazos esporádicos y por muy breves instantes. Para la mayoría de nosotros, incluso aunque seamos cultos e instruidos, nuestro principal obstáculo para adquirir esta conciencia de sí es la “creencia” de que ya la poseemos y por ello decimos que tenemos “voluntad” y podemos “hacer”.
Los dos últimos estados de conciencia se encuentra ligados al funcionamiento de nuestros Centros Superiores: El “Centro Emocional Superior” y el “Centro Mental Superior”. Aunque estos centros están en nosotros y se encuentran totalmente desarrollados y en pleno funcionamiento, su “trabajo” no llega nunca a nuestra conciencia ordinaria o de “vigilia”.
El “Sueño” es un estado de conciencia plenamente subjetiva. Un hombre se encuentra sumergido en ella mientras duerme, no importa si recuerda sus sueños o no. Luego imagina que “despierta”. Entonces entra en la “vigilia”. Aunque a primera vista parece algo completamente diferente al “sueño”, pues este es “pasivo” y ahora podemos movernos, hablar con otras personas, hacer proyectos, ver peligros y evitarlos, y así sucesivamente, y ello nos lleva a imaginar que nos encontramos en una mejor situación que cuando dormimos, pues estamos “activos”; este estado no se diferencia mucho del anterior. Si profundizamos un poco, si echamos una mirada dentro de nuestro mundo interior, dentro de nuestros pensamientos, dentro de las causa que mueven nuestras emociones, podremos comprender que seguimos “dormidos”, pero en una situación mucho peor.
Mientras en el “sueño” somos pasivos y nos encontramos inmovilizados, en la “vigilia” podemos hacer cosas todo el tiempo, y los resultados de nuestras acciones recaen sobre nosotros mismos y sobre los demás; además, no “recordamos” quienes somos ni lo que somos, lo que nos deja reducidos a ser una “máquina” a la cual todo le “sucede”, ya que no puede detener el fluir de sus pensamientos, ni controlar su desbordada imaginación, ni el desvarío de sus emociones, ni dirigir a voluntad su “atención”. Vive en un mundo subjetivo de dualidad: “quiero” y “no-quiero”; “me gusta” y “no me gusta”; “tengo ganas” y “no tengo ganas”; “creo” y “no-creo” … El mundo Real de la Conciencia Objetiva se encuentra separado de nosotros por un muro llamado “imaginación”. Seguimos dentro de un “sueño” (hipnótico) y “dormimos”, y lo que llamamos “conciencia lúcida” solo es una fantasía, un sueño, un sueño mucho más peligroso que el sueño del primer estado, pues puede llevarnos a la autoaniquilación.
Veamos un último ejemplo: Tomemos un acontecimiento cualquiera de nuestra vida cotidiana, por ejemplo, la “guerra”. Ahora, como siempre, hay guerras. ¿Qué significa esto? Pues significa que cientos de miles, o millones, de “dormidos” están tratando de “destruir” a otros tantos cientos de miles o de millones de “dormidos”. Algo que no harían si estuvieran verdaderamente despiertos. Lo que “sucede” es la consecuencia de estar “dormidos”.
Sueño” y “vigilia” son estados “subjetivos”. “Recordarse a sí mismo” es comenzar a “despertar”, y si despertarnos, toda nuestra vida cambiará y será diferente.
¿Cómo despertar? ¿Cómo podemos escapar del “sueño”? ¿Podría hacerse esta pregunta alguien que cree o imagina en su “sueño” que ya está despierto?
Hay un problema: nadie puede despertarse por si mismo mientras duerme. Pero si un grupo, aún estando dormidos, convienen en que el primero que despierte ayudará a despertar a los demás, ese grupo comenzará a tener algunas posibilidades. Y, aunque esto es insuficiente, porque pueden volverse a quedar dormidos y soñar que ya están despiertos, se necesita algo más. Encontrar a alguien que ya esté despierto o que ya no se duerma tan fácilmente para que “vigile” y no se vuelvan a dormir. Sin esto, es imposible despertar. Es muy importante comprender bien esto. Esto ha sido así a lo largo de la Historia del Hombre, por ello había “Escuelas o Centros del despertar”, hoy los llamamos “Escuelas esotéricas”. Hoy las cosas comienzan a ser diferentes. Ahora, hay “fuerzas” que intentan despertarnos desde dentro, pero se requiere que ya hayamos despertado algo.
En los Evangelios se habla de “¡Despertad! ¡Vigilad! ¡No durmáis!” A estas advertencias se las toma como figuras retóricas, como metáforas, porque leemos esos textos en estado de “sueño” y en ese estado nos es imposible “pensar” de una forma genuina. La naturaleza nos ha creado para que seamos capaces de devenir en seres conscientes de nosotros mismos y de lo que somos en el Universo. Nacemos para cumplir este fin y, aunque nacemos despiertos, nacemos entre gentes dormidas y enseguida caemos en el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario