domingo, 8 de julio de 2018

Historias y reflexiones para el interior de fuera 07



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EL ÁRBOL VENENOSO

Cuando estudiaba en Granada, descubrí un día que existían unos poetas a los que llamaban “malditos”. Entre ellos estaba William Blake (1757-1827) y, desde el primer momento, en que comencé a descubrir su obra poética, sus grabados y sus dibujos, quedé enamorado de ellos. Una de las primeras obras suyas que leí fue su “Matrimonio del Cielo y el Infierno”. Para él, ambos son necesarios para la vida. También, aquellos momentos, fueron mis primeros encuentros con la Alquimia. ¿Sincronía?
(...)

La realidad de los opuestos aparecía ante mí desde el principio. ¿Cómo conjugarlos? ¿Cómo llegar a la “coniuntio” (que dirían los alquimistas)? Tardé muchos años en comenzar a levantar el velo y penetrar el secreto. Puede expresarse con una sola palabra: “comunicación”, es decir: “Silencio” y “Palabra”.
Al “Matrimonio del Cielo y el Infierno” le siguió la lectura de “Cantos de la Inocencia” que comienzan así:
Ver el mundo en un grano de arena
y al cielo en una flor silvestre;
sostener el infinito en la palma de la mano
y la eternidad en una hora.”
Quería saber cual era el “poder” de ese poeta para percibir el infinito de esa manera.
Estas palabras solo son una introducción a algo que quiero comentar. Para ello usaré otro poema de este genio maldito para todas las confesiones religiosas y científicas de su época. He aquí el poema, se llama:
Un árbol venenoso

Enojado estaba con mi amigo,
a mi ira se lo dije y mi ira pereció.
Enojado estaba con mi enemigo,
esta vez no se lo dije y mi ira aumentó.

Con temores, la ahogué
noche y día con mis lágrimas.
Con sonrisas y tiernas astucias engañosas,
de sol la bañé.

De noche y de día creció,
hasta que una manzana salió;
mi enemigo la contemplaba brillar,
sabiendo que era mía.

Y en el jardín la robó,
cuando la noche el polo había cubierto;
por la mañana, contento estuve al ver
a mi enemigo bajo el árbol yaciendo.
William Blake
Este poema encierra un mensaje para aquellos que quieran mantener su amistad cuando se quedan incomunicados por cualquier fisura que se abre entre ellos.
 “Enojado estaba con mi amigo, /a mi ira se lo dije y mi ira pereció”.
¿Así de simple? ¿Por qué guardamos entonces dentro tanta rabia, tanto rencor, tanta angustia, tanta furia…?
Se de que hablo, y creo que todos lo saben respecto a sí mismos también. Hubo un tiempo, cuando mi subjetividad se sentía herida, que me encerraba en mi mismo y guardaba silencio. Encerrado en mi mente solía tener largos diálogos internos con la persona con la que estaba enfadado. Tarde mucho en darme cuenta que, por hacer eso, el enfado se prolongaba por bastante tiempo y persistía; e incluso, en vez de menguar, aumentaba. En mi caso, ¿qué me llevaba a guardar silencio? Lo de siempre: miedos (cada uno tiene los suyos). Pero también experimenté que cuando era capaz de vencerlos y restituir la “comunicación”, la ira y el enfado desaparecían como por arte de magia. Es lo que dice el poema. Cuando restablezco la comunicación vuelve a aparecer el “amigo”; en el caso contrario, el amigo se convierte en “enemigo”. ¡Jodida polaridad!
Cuando persiste la tendencia a permanecer en silencio comienza a crecer en nuestro interior lo que Blake ha llamado un “Árbol venenoso”. Aunque no lo parezca y resulte difícil de creer, un “alma gemela” es la persona que menos se parece a uno, la que más fácilmente puede hacerte saltar de tus casillas (en ambas direcciones), por eso es tan difícil reestablecer la “coniuntio” (la unión de ambos, que eso es lo que significa esta palabreja latina).
Cuesta mucho darse cuenta que cuando te pones hecho un basilisco por algo que dice “tu amigo”, “tu pareja” o tu “alma gemela”, cuando se pone “en contra” como “adversario”, se convierte en tu maestro o maestra, porque lo que su espejo te está reflejando es que no eres dueño de ti mismo, que aún no has establecido la armonía en tu interior, y que aún hay en ti resortes que, cuando son pulsados, generalmente de forma inconsciente, saltas y te enfureces.
-  Mira, Pepito, me he sentido herida.
-  ¿Y yo qué he hecho, Paquita?
-  ¡Es que no enteras de nada!
Y la serpiente le da la manzana y ambos comen de ella.
- ¡Fuera! ¡Fuera del Paraíso!
Diálogo para besugos (era una página del comic T B O, de cuando yo era chico).


Los “silencios” no siempre son válidos. Tanpoco las “palabras”. Uno debe saber cuando hablar y cuando callar. La mayoría de ellos son silencios excluyentes, silencios culpables. Lo mismo pasa con las palabras, la mayoría solo son cháchara vacía. Aquí “yo”, y ahí los “demás”, el “enemigo”. Es cierto que a veces, en vez de “silencio”, puede que bastara con una sola “palabra”, pero ¿qué palabra?
Hay en Oriente una antigua parábola o leyenda que narra la disputa que sostuvieron el “Espíritu” y la “Palabra” acerca de cual de los dos era el más importante.
‑ Yo soy mejor que tú ‑ dijo el Espíritu ‑, pues tu no dices nada que no haya sido comprendido antes por mi. Y puesto que sólo eres la expresión de lo que yo hago, tu actúas siempre detrás de mi.
‑ Yo soy mejor que tu - le respondió la Palabra ‑, porque lo que tu conoces, yo lo comunico y le doy vida. Sin mí tú no podrías hacer nada.
Como no se ponían de acuerdo, acudieron a Prajapathi para que éste decidiera. Y Prajapathi decidió en favor del Espíritu.
Cuenta la historia que, viéndose así relegada, la Palabra se exilió y se perdió. Pero antes de desaparecer le dijo a Prajapathi.
‑ ¡Qué nunca sea yo la portadora de tus oblaciones; yo a quien tú has relegado y contradicho!
Y la leyenda cuenta que, desde entonces, todo lo que en el Sacrificio se realiza por Prajapathi, se hace en Silencio, pues la Palabra no puede actuar como su portavoz. También, desde entonces, el Espíritu ya no tiene Palabra con la que hacerse oír, y, la Palabra, perdida en el exilio, carece de Espíritu, por lo que se ha convertido en cháchara y parloteo.”
Entre los muchos símbolos que oculta la leyenda, hay uno que se hace evidente: carentes del “Espíritu” que les de sentido, nuestras palabras no las entiende nadie; carente de “Palabras” que lo expresen, nuestro Espíritu no es escuchado por nadie.
Pero "Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios", dice Juan en su metáfora. Luego, el Verbo se hizo Palabra, y la Luz fue. La Creación dio comienzo. La Creación no es otra cosa que la Palabra del Verbo hecha "Árbol de la Vida" y "Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal"; una Palabra partida en miles de millones de notas, de melodías, sonando en octavas diferentes. El Verbo emanó de sí una chispa de su propia esencia que tenía forma de Hombre. Ese Hombre‑Espíritu vivía en el Paraíso. Allí quiso probar los frutos del Árbol de la Ciencia, quiso vivir la materialidad y, por ello, se exilió del Paraíso, se cubrió con un vestido de carne, la Persona, es decir, esa máscara megafónica, amplificadora, y que usaban en el teatro los actores griegos y por la cual salía el sonido, salía la palabra. Y ahora, el Hombre‑Espíritu tiene que expresarse a través de esa Per-sona (por donde suena) y con la que se ha identificado y por la que se ha olvidado de sí mismo.

 El blanco de esta hoja y el rasgo de la palabra escrita en ella forman una unidad. Son lo mismo que el silencio y la palabra. Pero lo que forma parte de la Unidad no se torna reconocible hasta que no se separa de ésta. En el Origen, la Vacuidad, el blanco de la hoja, contenía dentro de sí al Todo. Cuando la Palabra es escrita en el blanco, o dicha a través de la máscara-persona, adquiere una tonalidad positiva respecto a la naturaleza negativa del fondo. Pero en el Silencio, una descansaba en el seno de la otra. Al exilarse, la Palabra se separa del Todo, el Espíritu, y se hace reconocible, aunque para ello ha tenido que pagar un precio: su parte complementaria, el Silencio de donde procede, el Hombre‑Espíritu-Real, ha quedado en lo no manifestado.
La riqueza del lenguaje simbólico y parabólico aplicado a la leyenda y al poema nos señala que, siempre que algo se manifieste en el mundo del Árbol del Conocimiento, una parte complementaria de ese algo queda invisible en lo no manifestado. Palabra y Silencio son los dos polos de una misma Unidad. Hablar es separarse del silencio que queda en lo no‑manifestado. Callar, es manifestar la misma palabra que queda en el otro lado como su realidad complementaria. Si comprendiéramos esto, comprenderíamos mucho del misterio humano. Si algo ha aparecido, el hombre cubierto con un vestido de carne, su opuesto complementario, el Hombre‑Espíritu, ha quedado en lo inmanifestado. Más la separación es sólo aparente, pues las dos mitades complementarias, aunque aparentemente escindidas de la Unidad, no pueden desligarse la una de la otra, porque la Unidad, el Todo, es en su Unidad una poderosa fuerza de atracción, establecida, por un lado, entre lo positivo, lo creado, el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal y, por el otro, lo negativo, lo no creado, lo no manifestado, lo inmanente, el Árbol de la Vida. ¿Qué es mejor, el Silencio o la Palabra?
Y…
por la mañana, contento estuve al ver / a mi enemigo bajo el árbol yaciendo.”
¿Y quién era el “enemigo” o el “amigo”? ¿Acaso no hemos cultivado en nuestro jardín algunos árboles venenosos? El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio (lo decía W. Blake).
Lo dicho. Hay trabajo que hacer. Ya tienen las ideas y las herramientas. Es la hora. “¡¡¡Ahora!!!”. No mañana, el mañana no existe aún. Los 7 Enanitos ya han salido al tajo, aunque Blancanieves no haya “despertado” aún (clave; los 7 enanitos son los chakras y Blancanieves es el Alma).



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