LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
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En
anteriores artículos he hablado de “niveles
de conciencia”, y he remitido a algunos artículos de “La Singladura de Occidente”, en este blog, para que se informaran
sobre a qué estaba haciendo referencia. Como intuyo que para algunos esto puede
constituir una dificultad, intentaré sintetizar lo que allí de dice para que
puedan tener una idea más clara de ello al leer estos artículos de la Enseñanza
Esotérica.
(...)
Veamos
unos cuantos textos para analizar las diferencias de “conciencia” que existen entre ellos, teniendo en cuenta que
pensamos, lo que decimos, lo que escribimos, lo que sentimos, lo que imaginamos…,
en definitiva, lo que somos,
depender de ese nivel de conciencia en el que estamos, el cual, por cierto, no
es permanente: a veces está y a veces no está, como ya vimos.
El siguiente párrafo pertenece a un
personaje llamado Mandeville, uno de
los padres del liberalismo económico y también del neoliberalismo.
“Los pobres -decía-, es
decir, la población obrera, no deben pasar hambre, pero no deben recibir
tampoco nada que les permita ahorrar. Tonas las naciones ricas se hallan
interesadas en que los pobres no se encuentren nunca sin trabajo, y también en
que gasten continuamente lo que reciben. Los pobres deben verse obligados a
trabajar, y si es prudente cubrir sus necesidades, sería necio garantizarles
una posición segura.”
Y concluía:
“…para que una sociedad
vive feliz y los hombres contentos, en la mayor pobreza, hace falta que gran
número de ellos sean tan ignorantes como pobres.”
Estas terribles palabras han surgido de
un determinado nivel de conciencia, y constituyen un ejemplo
de lo que caracteriza a ese nivel o estado. Un porcentaje considerable de la
humanidad se encuentra aún en ese nivel; otros están en niveles inferiores y,
algunos menos, en niveles superiores. Mandeville formuló una ética donde lo
importante no es ser caritativo, sino parecerlo.
María
Cristina Ríos Espinosa (profesora de la UNAM y del Instituto Cultural Helénico
A. C.) en su estudio sobre éste personajillo, “Bernard Mandeville: la ética del mercado y la desigualdad social como
base del progreso moderno”, dice:
“La importancia de
Mandeville consiste en haber marcado el surgimiento definitivo en el
pensamiento moderno de las ideas de la evolución, la formación espontánea de un
orden, concepciones que no eran nuevas en la filosofía; sin embargo, fue
nuestro pensador quien les da su pronunciamiento específico, en un momento
crucial de la historia del pensamiento filosófico, en donde el racionalismo del
siglo XVII había ocultado el avance logrado previamente en esta dirección, como
lo llega a afirmar Friedrick Hayek en su estudio sobre Mandeville. Nuestro
pensador, fue el primero en defender sistemáticamente la teoría del laissez-faire, la evolución espontánea
de las sociedades y del mercado; se caracteriza por ser uno de los promotores
del desarrollo del utilitarismo moderno y del comercio a larga distancia entre
naciones; establece por primera vez la teoría de la división del trabajo, es
defensor del lujo y su necesidad, lo que lo hace enfrentarse a la moralidad
ascética de su época. Además, su pensamiento podría asociarse con lo que
actualmente se conoce como “teoría de juegos de suma cero”, que defiende un
concepto de racionalidad basado en la “eficiencia instrumental”, la cual se
cumple cuando, en un sistema formado por dos jugadores, la ganancia de uno
implica la pérdida del otro. Dicha teoría tiene implicaciones políticas y
sociales al justificar como necesario la existencia de perdedores.”
Algo más tarde (1809-1882), nuestro afamado Darwin, en su “Origen del hombre” escribía:
“La presencia de un cuerpo de hombres bien
instruidos que no necesitan trabajar materialmente para ganarse el pan de cada
día, es de un grado de importancia que no puede fácilmente apreciarse, por
llevar sobre sí todo el trabajo intelectual superior del que depende
principalmente todo progreso positivo…”
Y
añade:
“Los ricos por derecho de primogenitura
pueden, de generación en generación, elegir las mujeres más hermosas, las más
encantadoras, dotadas por lo general de bienes materiales y de espíritu superior.”
No crean que se refiere a un espíritu superior de las
mujeres equiparable al del hombre, porque sigue diciendo:
“Está generalmente admitido que en la mujer
las facultades de intuición, de rápida percepción y quizás también las de
imitación, son mucho más vivas que en el hombre; más algunas de estas
facultades, al menos, son propias y características de las razas inferiores, y
por tanto, corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo./…/ Por
consiguiente podemos inferir de la ley de la desviación de los tipos medios
-tan bien expuesta por Galton en su obra “El genio hereditario”- que si los
hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el
término medio de las facultades mentales del hombre está por encima del de la mujer.”
Esto en lo que respecta a la mujer; en cuanto a los obreros
y a los indigentes, a los que llama “las
clases entregadas a la destemplanza, al libertinaje y al crimen” tiene una
peculiar interpretación científica:
“Con respecto a las cualidades morales, aún
los pueblos más civilizados progresan siempre eliminando algunas de las
disposiciones malévolas de sus individuos. Veamos si no, como la transmisión
libre de las perversas cualidades de los malhechores se impide o ejecutándolos
o reduciéndolos a la cárcel por mucho tiempo. Porque…: en la cría de animales
domésticos es elemento muy importante de buenos resultados la eliminación de
aquellos individuos que, aunque sean en corto número, presenten cualidades
inferiores. /…/ Más en estos casos parecen ser igualmente hereditarios la
aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que las manos de los
menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente elevada.”
Y claro,
ante tal derroche de cientificidad, no podía faltar lo siguiente:
“Llegará un día, por cierto, no muy
distante, que de aquí allá se cuenten por miles de años en que las razas
humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes por
el mundo esparcidas /…/ y entonces la laguna será aún más considerable, porque
no existirán eslabones intermedios entre la raza human que prepondera en
civilización, a saber: la raza caucásica y una especie de mono inferior, por
ejemplo, el papión; en tanto que en la actualidad la laguna solo existe entre
el negro y el gorila.”
Si estas palabras han surgido, como lo han hecho, de un nivel de conciencia determinado, no nos
será difícil constatar que el nivel de conciencia de nuestro afamado Darwin es
equiparable al del más desconocido, pero también influyente, Mandeville.
En 1970, el
lama Kalu Rimpoché, ya fallecido (1989), vino por primera vez a Occidente, luego
realizó cinco viajes más. En uno de ellos dio una conferencia titulada “Como contribuir a la paz mundial”.
Finalizó su conferencia con la siguiente oración:
Si quieres contribuir a la paz y la felicidad
del mundo…
Busca en ti mismo la fuerza del propósito, la
fe en la propia regeneración. Tu divinidad te espera. Esfuérzate en hallarla y
actualizarla.
Practica en todo momento la religión universal
del bien sin condición de creencias, de clases, de partidos, de intereses, de
nacionalidades, de razas, de reinos de la naturaleza.
Relega al olvido tus faltas y limitaciones
pasadas, para renacer con renovados estímulos a una vida mejor. Entonces,
tácitamente, serás merecedor de la invisible ayuda.
Practica la simpatía y adquiere el hábito del
contento a través de todas las circunstancias. Decídete a realizar el leve
esfuerzo de prescindir de los pequeños defectos. Lucha con todas tus fuerzas
contra la depresión, contra la tristeza, contra el tedio, contra el mal humor.
Combate los métodos dominantes de acritud y grosería e imponte la condición de
ser siempre y con todo el mundo amable.
Procura dar todas las facilidades posibles a
los demás. Ayúdalos a descubrir su camino más noble y a seguirlo. Haz de la
generosidad de pensamiento y acción, tu ley silenciosa.
Proponte firmemente no censurar a nadir, ni
aún de pensamiento. ¿Qué sabemos de las verdaderas causas de los actos ajenos?
Esfuérzate, por el contrario, en comprender.
Adopta una divisa solar, de alegría, a todas
las horas. Entonces, la luz oculta que guía al mundo te la incrementará y te
sorprenderán a ti mismo los resultados.
Procura no auto-exaltarte ni
auto-compadecerte. O sea, no pensar demasiado en ti mismo, si no es con el fin
de perfeccionarte.
Invoca la armonía como fórmula de salud
integral, de equilibrio del cuerpo y del espíritu. Porque la armonía es la ley
suprema del Universo.
Irradia con humildad tu mensaje viviente de
belleza, de espiritualidad y de paz, en un mundo atormentado, materializado,
desorientado. Se necesita de tu eficaz contribución. Ofrécesela. Ofrécele tu
mente positivizada, tu cuerpo puro, tu aura armoniosa, tu contentamiento irradiante,
tu fe sin límites en la bondad de la vida y en las leyes que conducen a un alto
fin, la evolución humana.”
También estas
palabras han surgido de un nivel de conciencia, aunque bien diferente al anterior.
Son más mundicéntricas. En ellas se incluye más mundo, de hecho a todo el Universo
y a todos lo seres que lo pueblan. Por desgracia aún no existen muchas de estas
conciencias. Para conseguirla no hace falta marcharse al Tíbet y hacerse lama,
aunque Kalu Rimpoché llegara a ella desde esa enseñanza que es el budismo
tibetano. De hecho, basta con seguir y practicar los párrafos de su oración.
Veamos aún
un ejemplo más:
“Musas de la Pieria, que con vuestros cantos
prodigáis la gloria, venid aquí, invocad a Zeus y celebrad con himnos a vuestro
padre. A el se debe que los portales sean oscuros y célebres; y por voluntad
del poderos Zeus son famosos y desconocidos. Pues Zeus altitonante, que habita
en encumbradas mansiones, fácilmente confiere el poder, fácilmente hunde al
poderoso, fácilmente rebaja al ilustre y engrandece al ignorado y fácilmente
endereza al torcido y humilla al orgulloso.
Préstame oídos tú, que todo lo ves y escuchas;
restablece las leyes divinas mediante tu justicia que no trataré de poner a
Perses en aviso de la verdad.”
Hesiodo:
“Los trabajos y los días”.
Este texto
pertenece al nivel de conciencia de aquellos griegos que, al decir de los
académicos, fueron nuestros ancestros culturales y que escribieron sobre su
pasado mítico. Para ellos, el respeto
de las Leyes de Zeus era importante, sin ellas, sin la Ley, el caos aparecía. ¿Qué pasó para que, en el proceso de nuestra
civilización, seguramente allá en su infancia, este respeto a la Ley, haya desaparecido en los hombres del presente que
decimos ser los herederos de aquel estadío de conciencia y que, incluso,
hayamos llevado esta conciencia a niveles superiores, aunque aún en escaso número?
Ahora les
pido que observen el comportamiento de cualquier niño de uno o dos años. También
tiene un nivel de conciencia. Es
equivalente al que pudieron haber tenido nuestros antepasados homínidos.
Podríamos remontarnos aún más atrás.
Desde aquel
pasado remoto hasta aquí, la conciencia del hombre ha ido creciendo, mejor
dicho, ha ido emergiendo de su
substrato inconsciente, y ha ido conformando sucesivos estratos de conciencia.
Tal emergencia aún no ha terminado, pues nuestra evolución nos impulsa a ello.
Lo curioso, lo fascinante, y también lo terrible, es que esos diferentes
niveles de conciencia se encuentran presentes y estratificados, no ya en la Humanidad,
sino en cada uno de los seres humanos que la componen, pues cada individuo
repite, a lo largo de su desarrollo, todo el proceso que ha seguido la
evolución de la especie. Las causas por las que no hemos progresado todos a la
par, hasta el más alto nivel de conciencia posible hoy en día, son muchas y
variadas: históricas unas, de civilización otras, también culturales, sociales,
de creencia y, sobre todo, psicológicas.
En
1952, Clare W. Graves, profesor de
psicología del Unión College, dado que cada año sus nuevos alumnos al comenzar
el curso le hacían la misma pregunta: ¿Cuál
de las teorías psicológicas existentes era la más exacta (Freud, Jung,
Malow, Rogers)? Y como se sentía incapaz de responder, tomó una decisión. Pidió
a 1.069 estudiantes de sus cursos, durante siete años (de 1952 a 1959), que
definieran lo que ellos pensaban que era una “personalidad madura”. Una
vez reunido todo ese material, pidió a sus colegas que clasificaran esas
definiciones como ellos consideraran. Al final, todas las definiciones entraron
en cinco grandes categorías a las que Graves llamó “Niveles de existencia”:
a) expresar
el yo de manera impulsiva a cualquier costa;
b) sacrificar
el yo por una recompensa futura;
c) expresar
el yo como se desee, pero de manera calculada;
d) sacrificar
el yo por ser aceptado ahora;
e) expresar
el yo como se desee, pero nunca en detrimento de los demás.
Al principio, Graves creyó que su
investigación corroboraba el modelo desarrollado por Abraham Maslow, quien en
1943 había formulado una teoría sobre las necesidades humanas conocida como “La Pirámide de Maslow”. Una jerarquía
de necesidades que se podía poner en correspondencia con los niveles de existencia de Graves. Pero
en 1959 Graves hizo un asombroso descubrimiento: “la madurez psicológica no existía como tal en cuanto estado”.
Descubre que la madurez psicológica
es un proceso que se desarrolla en el tiempo y que, a su parecer, no tiene fin.
Lo que las investigaciones
descubrieron es que los valores, ya
sean de un ser humano, de una organización, o de toda una sociedad, se
organizan en tres estratos:
1. valores de superficie: aquellos que solemos manifestar públicamente, de
forma abierta, en cualquier acto de nuestra existencia.
2. valores ocultos: aquellos que permanecen
enmascarados y que no queremos que sean conocidos por los demás, porque
entrarían en contradicción con los que mantenemos como valores de superficie.
Nunca son formulados explícitamente, aunque completan los anteriores sin oponerse
necesariamente a ellos.
3.valores profundos: Son como “estructuras”
que condicionan las dos formas de valores anteriores.
Descubrieron que existían, hasta
el presente, ocho niveles de existencia
en estos valores profundos. Niveles
que habían ido “emergiendo”, desde
la aparición del hombre, hasta el presente. Mientras los valores de superficie son
conscientes para todo aquello que manifestamos en nuestra vida cotidiana, y
en su nombre seguimos códigos sociales y de trabajo (desde la forma de vestir a
los rituales que acompañan nuestras relaciones), y se encuentra fundamentados
en nuestras tradiciones, religiones y leyes; los valores ocultos solo se utilizan en aquellas circunstancias en que
los valores de superficie se omiten,
a sabiendas de que no se trata sino de un medio para conseguir un objetivo. Estos
también son valores conscientes, y
se ocultan porque ponen de relieve nuestro maquiavelismo, nuestra hipocresía o
nuestra manipulación, para conseguir nuestros propósitos. A veces, también como
mecanismo de protección. En cambio, los valores
profundos, describen estructuras, generalmente inconscientes, en las que se inscriben los valores de superficie y los valores
ocultos. Son estas estructuras las que han ido emergiendo y estratificándose en esta forma “espiralada”, tal y como
señala Graves, a lo largo del desarrollo humano.
Estos niveles no constituyen una
jerarquía, sino una “Holarquía” (“Holon” = Totalidad). Partes, dentro de partes, que constituyen un todo.
Para
distinguirlos se crearon diversas nomenclaturas. La más corriente y la que
pueden encontrar en Internet es la que une el concepto “Meme” a un color. El
biólogo Richard Dawkins (un dawinista radical), acuñó ese término, análogo a “Gen”, para describir como se difundían
las ideas y los fenómenos culturales, dando lugar a una ciencia llamada “Memética”. Así, los “Valores de existencia” que según Graves
habrían emergido hasta ahora en nuestra evolución serían, por orden de
aparición: Meme Beige, un Meme Violeta, un Meme Rojo,
un Meme Azul,
un Meme
Naranja y un Meme Verde. Estos seis Memes constituirían los seis bucles o escalones de lo que podría
llamarse Conciencia de primer grado.
A partir de aquí, y hasta el presente, del segundo bucle solo han emergido, en
escaso número, dos nuevos Memes: el Meme Amarillo, el Meme Turquesa y un presunto Meme coral.
Hay
una ley biológica (formulada en 1866 por el biólogo alemán Ernst Haeckel) que
señala que la ontogénesis (el
desarrollo del embrión humano) recapitula la filogénesis (las distintas fases de la evolución de las especies).
Aunque esto es relativo y no ha de tomarse en sentido estricto, podría decirse,
de la misma manera, que la psicogénesis (el
desarrollo psicológico de un individuo humano) recapitula también la sociogénesis (las diferentes fases del
desarrollo de las sociedades).
El tiempo en que vivimos, a
pesar de todo el potencial desarrollado, es caótico y turbulento. Nos
encontramos atrapados en el centro de una tempestad de valores en permanente
conflicto. Nuestros gurús -expertos de todo tipo: analistas políticos,
económicos y sociales- carecen del conocimiento necesario para explicarnos lo
que sucede; nuestro presunto “corpus”
de creencias fundamentales se derrumba ante el avance de la complejidad. Una antigua alumna y su
marido me decían hace algún tiempo, que intentaban construir su vida lo más
lejos posible de la injerencia de la palabra “jerarquía”. No son los únicos. Ciertamente, en nuestros días, esta
palabra tiene mala prensa. Sus connotaciones se han vuelto negativas. Juicios
de valor, autoritarismo, jefes dañinos y letales, cuando no tóxicos… En 1987,
Arthur Koestler, filósofo británico que participó en la Guerra Civil española y
fue condenado a muerte por Franco, pena que le fue conmutada ante la presión
extranjera, escribió un libro sobre una experiencia que tuvo mientras esperaba
su ejecución titulado “Una flecha en el
azul”. Posteriormente, en otro libro, “El
espíritu de la máquina”, acuñó el término “holarquía” (de la raíz
griega “holos” que significa “todo”), para decir que la realidad está
configurada como una “holarquía”, es
decir, una jerarquía de holones o
elementos que son a la vez un todo en si mismos y parte de una estructura más
amplia. Señalaba que, en la Naturaleza, no existen jerarquías, sino holarquías.
Veamos un ejemplo: tomemos un
artículo de un periódico cualquiera. Ese periódico es un holon. Se encuentra constituido por partes, subdivididas a su vez
en artículos, constituidos por párrafos que agrupan frases que son conjuntos de
palabras. El periódico forma parte de un conjunto de periódicos que intentan
informar sobre el acontecer humano. Cada nivel de esta holarquía trasciende e incluye al anterior. De la misma manera, un
órgano no es sino un conjunto de células que cumple una función que ninguna de
las células por separado podría ejercer. Así, una frase, no es más que una
sucesión de palabras que tiene un significado que no existe en ninguna de las
palabras que integran la frase.
Lo mismo sucede con la Dinámica Espiral, que es como ha sido
llamado este proceso espiralado de desarrollo de la conciencia. Cada nivel de existencia
trasciende e incluye los niveles precedentes. Por ello, la Dinámica Espiral no es una tipología,
ya que varios niveles de existencia
o conciencia coexisten en cualquier
momento dado dentro de cada individuo, organización o sociedad.
Estos niveles han emergido como
una secuencia, y cada nivel aporta una base imprescindible para los niveles
siguientes. No se puede pasar de los átomos a los órganos saltándose las
células. Por ello también, cada nivel influye en todos los demás. En toda
persona adulta se encuentra estratificada la parte del niño que fue, aunque ya
no se manifieste como tal, porque su vida se encuentra marcada por otros acontecimientos
propios de un adulto. En un pasado muy lejano fuimos homínidos, y ese estrato
de realidad, aún se encuentra en nuestra interioridad,
aunque lo normal es que ya no se manifieste, porque ahora otras circunstancias
nos mueven.
Las viejas culturas y
civilizaciones creían en el mito del Eterno Retorno, dentro del cual todo se
mueve cíclicamente. La racionalidad interpretó este mito creyendo que el ciclo
se cerraba sobre si mismo, aunque las antiguas culturas no lo creían así. Los
mayas por ejemplo, a través de sus calendarios, tenían constancia de que todo
vuelve, pero “no de la misma manera”,
como me decía Wuakatel Utiu - “Lobo
errante” -, un anciano maya de Guatemala que había sido comisionado por su
pueblo para defender los derechos de los mayas quichés de aquel país ante las
Naciones Unidas.
Una de las características del
punto de vista cíclico de la Historia es que, en vez de percibir una dirección
lineal en el cambio social, contempla un proceso de recurrencia; en vez de una
persistente improvisación, vislumbra rediseño y remodelación; en vez de un
despliegue ad infinitud de nuestras
potencialidades, percibe una decadencia de ellas; y aunque no desestima los
factores tecnológicos y económicos, considera el cambio cultural como la
principal de las transformaciones sociales, siendo más importante los sujetos
(líderes, masas, elites, pueblos, civilizaciones…) que los elementos
considerados por nosotros objetivos del cambio social. Para el punto de vista
cíclico de la Historia, el cambio social no es una línea ascendente de progreso
continuo que llega hasta nuestra modernidad, sino una sucesión de ciclos en los
que, lo que nosotros llamamos modernidad,
sería contemplado como una etapa, aunque mejor sería decir recurrencia, de la Historia de la Humanidad, donde es posible
apreciar apariciones, desarrollos y desapariciones de las sociedades, las
culturas y las civilizaciones.
Ya Herodoto creía que existían
ciclos de gobierno: se comenzaba por la monarquía,
a la que seguía la tiranía, luego la
oligarquía, de donde se pasaba a la democracia y se terminaba en la anarquía. Aristóteles, un poco después,
señalaba que “lo que ha sido es lo que
será, lo que se ha hecho es lo que se hará.” A finales de la Edad Media, Abd
al-Rahman Ibn Jaldún (1332-1406) señalaba que “Nada hay nuevo bajo el Sol”. Decía que cada tres generaciones había
un cambio de civilización y que cada una de ellas pasaba por una fase de crecimiento, madurez y senilidad. A
caballo entre el siglo XVII y XVIII, Giambattista Vico nos hablaba de los tres
estadios del ciclo de la Historia. A principios del S. XIX, Nicolai Danilevsky,
historiador y economista ruso, decía que la historia humana no era lineal y
progresiva, sino cíclica y
repetitiva. Añadiendo que la Historia la hace la gente y no solo las élites.
Muy crítico con el darwinismo, es el precursor de la concepción pluralista del
devenir social y de la diversidad cultural: “Cada civilización, surge, desarrolla su propia forma, sus propios
valores, enriqueciendo de este modo el tesoro total de los logros culturales
humanos y después perece sin ser continuada en su forma esencial o específica
por ninguna otra sociedad posterior.”
En tiempos más recientes tenemos
a Oswald Spengler, para el que: “Las
culturas son organismos. La Historia universal su biografía”. Lo que en
realidad existe son múltiples sistemas de pensamientos singulares en cada
civilización, por lo que nada hay que pueda llamarse universal. De hecho, una
civilización, es como un individuo que tiene el nivel de conciencia de la media
de los individuos que la conforman. Arnold Toymbee desarrolló la idea que las
civilizaciones son una respuesta de los grupos humanos a los desafíos,
naturales o sociales, que la vida les impone. Cada civilización crece y se
desarrolla cuando su respuesta a ese desafío no solo tiene éxito, sino que
estimula nuevos desafíos; y decae cuando se ve impotente para enfrentarse a ellos.
En la actualidad, sociólogos e
investigadores como Immanuel Wallerstein, principal teórico del análisis del “sistema-mundo”, Niall Ferguson, o Samuel
Huntington, entrarían dentro de las premisas consideradas en la Dinámica Espiral, para la cual, cada entorno
necesita de una determinada manera de pensar y actuar, si quiere que sus individuos
sean ejecutores de las acciones necesarias para su control y desarrollo; o,
simplemente, para sobrevivir. Las condiciones de vida activan nuestras
capacidades cerebrales, las cuales hacen posible que podamos poner en práctica
nuevos niveles de existencia. Esto
nada tiene que ver con la inteligencia. La inteligencia (“Inter-ligare”), es la facultad que tiene nuestra mente para
relacionar cosas, pero la emergencia de nuevos niveles de existencia o de conciencia
no se corresponde con un progreso de nuestra inteligencia. Al relacionar las
cosas, la inteligencia, lo único que puede hacer es advertir que nuestro mundo
se ha convertido en algo extremadamente complejo.
La Dinámica Espiral postula que ninguno de los niveles de existencia que han emergido a lo largo del tiempo, es
mejor o peor que otro, ni superior ni inferior. Todo lo más, lo que podríamos
decir de cualquiera de ellos, es el que se encuentra mejor adaptado a las condiciones
de vida del momento en que surgieron, que otro; pero esto afecta solo a las
circunstancias y no a la cualidad intrínseca de dicho nivel.
Señala Don Beck y Chris Cowan en
el capítulo 1 de su obra “Dinámica
Espiral” que:
“Cada vez que experimentamos los Nuevos Tiempos, la nueva secuencia de
pensamiento, se desarrolla una visión controvertida y revolucionaria de la naturaleza
humana. La síntesis de ideas, perspectivas y teorías resultante conduce a un
estimulante reajuste del concepto de lo que significa ser humano.
Estamos ahora en la séptima expresión de las
secuencias de tiempo/formas-de-pensamiento. Se reanuda la búsqueda de los
mecanismos centrales que forman la naturaleza humana, pero esta ocasión va a
ser revolucionaria. Creemos que el conocimiento y las perspectivas cruciales
para descubrirlas existen ya en las contribuciones de dos grandes pensamientos.
El primero es el esquema expansivo de los Niveles de Existencia Humana
desarrollado por Clare W. Graves… El segundo es el concepto de “memes”,
introducido por el biólogo británico Richard Dawkins y amplificado más tarde
por el psicólogo Mihaly Csikszentmihali. Juntos combinan las lecciones de la
biología molecular y de la neurociencia con la investigación psicológica más
tradiciones.”
Las
sociedades humanas, por lo que sabemos, comenzaron en un nivel en que la única
preocupación era la satisfacción de necesidades elementales de supervivencia:
alimento, sueño, etc. Sería el Meme Beige. Este es también el estadio del bebé
lactante durante algún tiempo. Esto no quiere decir que el bebé sea un homínido, ya que posee potencialidades
que los homínidos aún no tenían (o tal vez si), y porque sus condiciones de
vida también son diferentes.
En el Meme Violeta,
los primeros humanos se agruparon en tribus y desarrollaron lo que se ha
llamado pensamiento animista, como forma de interpretar el mundo que
les rodeaba, un mundo poblado de espíritus. Se correspondería a la edad en que
el niño pequeño cree en amigos
invisibles (hadas, duendes y demás personajillos de los cuentos), hasta que
el Meme Verde
los destierra. Al alcanzar la etapa del Meme Rojo, los grupos humanos desarrollaron
culturas construidas a base de impulsividad y fuerza, mientras que el niño
alcanza la fase del “no”, en la que
se reafirma frente a sus padres a través de la ira y el rechazo.
Esto
es solo un ejemplo para situarnos. Analizaremos las características de cada nivel de existencia que, no lo
olvidemos, se corresponde con un nivel
de conciencia. No olvidar tampoco que, una vez que un nivel ha emergido,
cubre a los anteriores como las capas de una cebolla, sin que los anteriores
desaparezcan.
Este
proceso fluye por la vida de cada uno, al igual que ha fluido y sigue fluyendo
por el desarrollo del ser humano desde sus orígenes. Apenas nos hemos adaptado
a una forma de vida, esta forma cambia como consecuencia de la evolución
natural de la propia existencia. Todo nos impulsa al cambio. Al principio, al
igual que ahora, el objetivo básico era y es subsistir, sobrevivir, para lo
cual es necesario satisfacer nuestras necesidades físicas, como lo hacía el
homínido y, como antes que el, hace toda la naturaleza de la que supuestamente,
al menos nuestro cuerpo biológico, hemos surgido. Más tarde, descubrimos que
junto a otros podemos adquirir seguridad y sobrevivir mejor (es una falacia esa
ley del más fuerte, que desde el siglo XIX impera en
nuestra sociedad occidental). Solo dentro de un grupo, podemos adquirir
identidad (conciencia) propia y desarrollar nuestra fuerza personal, en función
de lo que cada uno tiene en común con el grupo que le integra; éste (el grupo)
proporciona creencias, orden y sentido a nuestra existencia. El impulso no se
detiene ahí, sino que nos empuja a experimentar la satisfacción material y emocional,
primero por el contacto con las cosas materiales y la satisfacción que
proporciona poseerlas y, luego, cuando uno descubre que esto no basta, con la
búsqueda de las relaciones afectivas con los demás.
Llegados a este punto comprobamos,
generalmente con desilusión, que al igual que cada una de las etapas anteriores
fue algo útil en nuestro proceso de desarrollo, también ha dejado una huella
negativa en nosotros y en nuestro entorno. Comenzamos a sentir que ha llegado
el momento de reconstruir; reconstruir al ser humano que somos y al mundo en
que éste vive. Buscamos competencia y desarrollo personal, responsabilidad y
autonomía, creyendo que así se arreglará todo. Aún no es suficiente, porque un
nuevo impulso nace después, el impulso de ensanchar nuestra percepción, el
impulso de ser más incluyentes, que, dentro de nuestra conciencia, además de “lo nuestro”, quepan también “los otros”, los que no son “lo nuestro”; quepan todas las
células-humanas de ese cuerpo colectivo
que es la Humanidad, así como todos los seres vivos que pueblan este planeta
que es nuestro hogar; hacer que todo esto quepa en nuestra conciencia, en
nuestro nuevo nivel de existencia.
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