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El "Uno" y lo "Otro"
“Vivimos en un mundo esencialmente apócrifo, en
un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o construido todo él sobre
supuestos indemostrables (…) Lo apócrifo de nuestro mundo se prueba por la
existencia de la lógica (…) Y el hecho -digámoslo de pasada- de que nuestro
mundo esté todo él cimentado sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible
o consolador. Según se mire.”
(Antonio Machado: “Juan de
Mairena”)
(...)
Hace ya mucho tiempo, en los
poetas persas, encontré una sorprendente imagen de amor, aquella que más conmovió
a mi alma. Es una historia que narra en que consistió en realidad la desobediencia de Lucifer. Cuentan los poetas persas que el Ángel de la Luz, Lucifer,
era el más leal amante de Dios. Le amaba y adoraba tan profundamente y con tal
intensidad, que no podía inclinarse ante nada más que no fuera el propio Dios.
Y, precisamente, en ese gran amor estuvo la causa de su desobediencia. Un día Dios pidió a los ángeles que se postraran
ante el hombre y Lucifer se negó. Por esa desobediencia fue exiliado al lugar
más alejado de Dios, al Ínferos, a
la profundidad de la materia, y condenado a existir allí para siempre, alejado
del objeto de su amor.
¿Cómo creer que alguien que ama con tal intensidad a Otro Ser puede ser castigado
por ello? Más bien creo que el Mal,
si es que tal cosa existe, habría estado en la exclusividad de ese amor. La pregunta sería: ¿puede el amor, aún en
su exclusividad, ser merecedor de un eterno exilio en la abrasadora densidad
del Infierno, donde lo peor, en el caso de Lucifer, o de los que como él amaron
con tal exclusividad, no es el fuego, sino el verse privado de la beatífica
visión de Dios o del objeto de su amor?
¡Cuán
infinitamente doloroso debe ser el exilio de este gran amante que no puede, ni
siquiera por orden de Dios, inclinarse ante ningún otro ser! Los poetas persas
se preguntaron a lo largo de los tiempos: ¿qué horrible dolor alimentará a
Lucifer en su lejana y profunda prisión? Después de mucho meditar, creyeron
conocer la respuesta: el recuerdo del sonido de la Voz de Dios cuando éste le dijo: “¡Márchate!” ¡Tremenda imagen
de agonía espiritual y, a la vez, profundo y angustioso éxtasis de amor!
Machado,
a través de ese personaje apócrifo llamado Juan de Mairena, profesor él y a la
vez discípulo de otro profesor apócrifo llamado Abel Martín, nos deja entrever
un aspecto importante sobre la existencia en nuestra alma de una relación polar:
la relación entre el “Uno” (llámese
a éste Dios, o uno mismo) y los “Otros”
(llámeseles los demás seres humanos).
"El problema del amor al prójimo -habla Mairena a sus alumnos- que
algún día hemos de estudiar a fondo en nuestra clase de Metafísica, nos plantea
agudamente otro que ha de ocuparnos en nuestra clase de Sofística, el de la existencia
real de nuestro prójimo. Porque si nuestro prójimo no existe, mal podremos
amarle. Ingenuamente os digo que la cuestión es grave."
(Antonio Machado. “Juan de Mairena”)
Para
Machado la “trascendencia” implicaba
a Dios y a los demás. Cuenta que entre las obras inéditas de Abel Martín existía
un tratado sobre “La esencial heterogeneidad
del ser.” Se entiende que machado se refiere al ser del hombre. Porque si…
"De lo uno a lo otro es el gran tema de la metafísica.
Todo el trabajo de la razón humana tiende a la eliminación del segundo término.
Lo otro no existe: tal es la fe
racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como
si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente uno y lo
mismo. Pero lo otro no se deja eliminar:
subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los
dientes. Abel Martín con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía
en lo otro, en "la esencial
Heterogeneidad del ser", como si dijéramos: en la incurable otredad que
padece lo uno."
(Antonio Machado. “Juan de Mairena”)
Machado,
por boca de Juan de Mairena, nos habla muy en serio y, además, sabe muy bien de
lo que habla.
“Alguien ha dicho -observó un alumno- que nadie puede dudar sinceramente
de la existencia de su prójimo y que el más desenfrenado idealismo, el del
propio Berkeley, vacila en sostener su famoso principio Esse est percipi [se percibe], más allá de lo
inerte. Del solipcismo se ha dicho que es una concepción absurda e inaceptable,
una verdadera monstruosidad".
(Antonio Machado. “Juan de Mairena”)
Esta objeción es la la que manifiesta Max Scheler en su obra, “Esencia
y Formas de la simpatía” , al tratar el papel del “otro” en la existencia humana. Aunque el profesor de Gimnasia, con carácter oficial y
remunerado, que imparte clases gratuitas de Retórica, y que pretende que sus alumnos aprendan la importancia de
la “duda”, Juan de Mairena, no se
deja impresionar por la objeción del alumno. Para él, el solipcismo [doctrina filosófica que defiende que el sujeto pensante
no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia] es perfectamente
lógico, pero más lógico es aún la consecuencia lógica e inevitable de la Metafísica occidental a partir del racionalismo y del idealismo. A las clases de Juan de Mairena asisten alumnos, de
forma voluntaria, muy jóvenes; y lo hacen, bien por curiosidad, bien porque están interesados. Como profesor, Juan de
Mairena es modesto, puede que algo informal, pero que siempre conversa con sus
alumnos. Alejado de oto dogma, provoca el estupor de sus
alumnos, cuando afirma que él no se encuentra en posesión de ninguna verdad, por ello prefiere mostrarse un tanto escéptico y examinar las cosas antes de manifestarse sobre algo. A todas
luces, Mairena es considerado un profesor heterodoxo, pues su propósito no es el de instruir a
sus alumnos en unas materias determinada, sino “educarlos”; es decir: enseñarles a pensar, a dudar de todo aquello
que “creen” saber. Piensa que toda
auténtica docencia constituye un diálogo entre el profesor y el alumno, porque,
como él mismo argumenta: “las razones no
se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo.” Considera tan
importante la función del diálogo que persuade a sus alumnos para que durante un tiempo se dediquen
solo a “escuchar”, pues, solo cuando se ha aprendido a “escuchar” es posible dar opiniones. y lo más importante, el diálogo
presupone la existencia del “otro”,
y con ello la afirmación de su dignidad. A través del diálogo, no solo enseña a
sus alumnos a reflexionar, sino a pensar que las ideas o las creencias pueden
ser de otra manera, insistiendo en la necesidad de “hablar bien”. En las clases de Gimnasia
rechaza los ejercicios mecánicos y exalta el amor y el interés por la naturaleza
como hábitos saludables.
La
reflexión filosófica de Machado ha surgido de su propio diálogo interno con pensadores tales
como Platón, Descartes, Spinoza, Leibnitz… Es su, más que discrepancia, "contraste" con ellos, lo que le lleva a tomar conciencia de cual es cimiento de su propio pensamiento. Advierte como todo esfuerzo metafísico termina siempre fracaso. Por ello piensa que la metafísica, en su soledad, nunca nos proporcionará una verdad absoluta. Consecuencia lógica de ello es el escepticismo.
Consecuentemente,
su otra voz, Juan de Mairena, se titula escéptico y profesor de Sofística. De ahí que sintetice su pensamiento en la siguiente afirmación "esperamos que no sea verdad nada de lo que pensamos." Pero el
escepticismo de Mairena es exigente. Nada que ver con la actitud
orgullosa del que “está de vuelta de
todo”. Dice:
"Nunca os enseñaré el escepticismo cansino y melancólico de
quienes piensan estar de vuelta de todo. Es la posición más falsa y más
ingenuamente dogmática que pueda adoptarse. Ya es mucho que vayamos a alguna
parte. Estar de vuelta, ¡ni soñarlo!” [Menos todavía con el escepticismo filosófico
como justificación de cualquier otra doctrina.] “Nada más
ruin que un escepticismo inconsciente o una sofística inconfesada que sobre una
negación metafísica, que es una fe agnóstica, pretende edificar una filosofía
positiva". (Antonio Machado. Juan de Mairena)
Para
Mairena (léase Machado), la auténtica actitud
escéptica es la que encuentra en la duda
su propia superación.
"Yo os enseño una duda sincera, nada metódica, por ende, pues si
yo tuviera un método tendría un camino conducente a la verdad y mi duda sería
pura simulación. Yo os enseño una duda integral que no puede excluirse a sí
misma, dejar de convertirse en objeto de duda con lo cual os enseño la única
posible salida del lóbrego callejón del escepticismo". "Aprende a
dudar hijo y acabarás dudando de tu propia duda."
(Antonio Machado. Juan de Mairena)
Este escepticismo, que se refiere a la
suficiencia de la razón para alcanzar sus objetivos últimos, le sirve para
descubrir que, después de todo, el hombre vive y razona también desde sus creencias, pues debajo de cada argumento
racional o metafísico existe una creencia.
"Es muy posible que el argumento ontológico o prueba de la
existencia de Dios no haya convencido nunca a nadie, ni siquiera al mismo San
Anselmo, que según se dice lo inventó. No quiero con esto daros a entender que
piense yo que el buen obispo de Canterbury era hombre descreído, sino que casi
seguramente no fue hombre que necesitase de su argumento para creer en Dios.
Tampoco habéis de pensar que nuestro tiempo sea más o menos descreído porque el
tal argumento haya sido refutado alguna vez, lo cual, aunque fuese cierto no
sería razón suficiente para descreer en cosa tan importante como es la
existencia de Dios."
(Antonio Machado. Juan de Mairena)
El
que ideas y creencias se relacionen no significa que éstas sean un sustituto de
aquellas, que nos ahorre el tener que pensar. En este caso, la “creencia” ha dejado de ser auténtica.
La verdadera creencia no se puede apoyar en la razón, pues la contradice,
aunque necesita ser aceptada por ésta. Tal es la última justificación del
escepticismo, del hombre que razona su propio escepticismo.
Alguien
preguntó a Mairena: ¿por qué han de ser los escépticos los encargados de
investigar nuestras creencias? A lo que Mairena responde:
“…nuestras creencias últimas, a los cuales mi maestro y yo nos referimos,
no son, no pueden ser, aquellos ídolos de nuestro pensamiento que procuramos
poner a salvo de la crítica, mucho menos las mentiras averiguadas que conservamos
por motivos sentimentales o de utilidad política o social, sino el resultado,
mejor diré, los residuos de los más profundos análisis de nuestra conciencia.
Se obtienen, por una actividad escéptica, honda y honradamente inquisitiva, que
todo hombre puede realizar-quien más quien menos-a lo largo de su vida. La
buena fe, que no es la fe ingenua, anterior a toda reflexión, ni mucho menos la
de los pragmatistas, siempre hipócrita, es el resultado del escepticismo, de la
franca y sincera rebusca de la verdad. Cuando subsiste, si algo subsiste, tras
el análisis exhaustivo o que pretende serlo de la razón nos descubre ésta zona
de lo fatal a que el hombre de algún modo presta su asentimiento. Es la zona de
la presencia, luminosa u opaca- tan creencia es el sí como el no- donde habría
que buscar según mi maestro el imán de nuestra conducta."
(Antonio Machado. Juan de Mairena)
Como
Pico de la Mirandolla, Machado si inclina a “creer” en la dignidad del hombre:
"Pero nosotros nos inclinamos más bien a creer en la dignidad del
hombre, y a pensar que es lo más noble en él, el más íntimo y potente resorte
de su conducta. Porque esta misma desconfianza de su propio destino y esta
incertidumbre de su pensamiento, de que carecen acaso otros animales, van en el
hombre unidas a una voluntad de vivir que no es un deseo de perseverar en su
propio ser, sino más bien de mejorarlo. El hombre es el único animal que quiere
salvarse, sin confiar para ello en el curso de la naturaleza. Todas las potencias
de su espíritu tienden a ello, se enderezan a este fin. El hombre quiere ser otro. He aquí lo específicamente
humano. Aunque su propia lógica y natural sofística lo encierran en la más
estrecha concepción solipsística, su mónada solitaria no es nunca pensada como
autosuficiente, sino como nostalgia de lo otro,
paciente de una incurable alteridad. (…) Reparad en que, como decía mi maestro,
sólo el pensamiento del hombre, a juzgar por su misma conducta, ha alcanzado la
categoría supralógica del deber ser o tener que ser lo que no se es, o esa idea
del bien que el divino Platón encarna sobre la del ser mismo y de la cual afirma
con profunda verdad que no hay copia en este bajo mundo. En todo lo demás no
parece que haya en el hombre nada esencial que lo diferencia de los otros
primates.” (Antonio Machado. (Véase Abel Martín, “De la esencial heterogeneidad del ser". Juan
de Mairena)
Surgidos
de la misma sopa cósmica todos
parecemos ser lo “uno y lo mismo”. Frente
a ello, la realidad del “prójimo”
sólo se puede afirmar como una “creencia”.
Lo cual podemos admitir sin ruborizarnos, porque también la Metafísica se apoya, en definitiva, en una “creencia”. En
nuestra civilización y respecto al tema del “otro”, nuestro prójimo,
coexisten dos creencias radicalmente opuestas, la que arranca de la metafísica
griega y lleva al Solipcismo y la
creencia cristiana que postula la existencia del “prójimo”. Este dualismo polar no es diferente de cualquier otro
dualismo de polaridades enfrentadas. Y como cualquier otra polaridad, el “uno” y los “otros”, “yo” y mis “prójimos”, siempre estarán enfrentados,
y destinados a no ser…
En el
Universo manifestado existe una Ley que las tradiciones han formulado como “Ley de Dualidad”, cuyo principio señala
que “Todo es doble”, que “Todo tiene dos polos”, que “Todo evidencia su par de opuestos”,
aunque: “Lo semejante y lo antagónico son
lo mismo; y que “Los opuestos son
idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado”; por ello: “Los extremos se tocan” y por ello
también “Todas las verdades son
semiverdades” y “Todas las paradojas
pueden reconciliarse”.
Estos
“principios” encierran una Enseñanza: En el Universo manifestado físicamente
(eso que las Tradiciones han llamado Creación), la Unidad se manifiesta a través de una polaridad, lo "Uno" y lo "Otro". En este Universo creado o manifestado todo es dual, todo tiene dos caras o dos polos. Los más profundos secretos de la Vida se ocultan detrás de este simple hecho, ya que es la polaridad la que mantiene el ritmo de
la Vida. Si no hubieran Polos Opuestos, la Vida sería imposible.
El
punto básico que hay que comprender al estudiar la polaridad es el siguiente hecho: “Los opuestos, lo "Uno" y lo "Otro" siempre se presenta en el mismo elemento.” Y, sobre todo, “Jamás puede aplicarse esta Ley a elementos
diferentes”.
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