(21)
EL CONOCIMIENTO COMO ADVERSARIO INTERIOR
“Si queremos conocer la situación presente de la humanidad en general y la crisis de nuestra cultura en particular, debemos darnos cuenta del hecho de que hemos tenido éxito y hemos fallado exactamente por la misma razón, a saber, por nuestro modo de racionalidad.” Jerzy A. Wojcie-Chwski (Psicólogo polaco citado por Edgar Morin en El Método. Volumen 3: El Conocimiento del Conocimiento).
Comencemos por definir
la palabra “Conocer” y averiguar que
es el “conocimiento”. Si no sabemos
esto permaneceremos en la “ignorancia”
que es la realidad opuesta al “conocimiento”.
Generalmente, la gente “cree”
conocer, pero la “creencia” no es el
“conocimiento”.
(...)
La palabra “conocer” procede de la palabra latina “cognoscere” que significa conocer todo, conocimiento total. Está
compuesta por el prefijo “con” (todo, junto) y el verbo “(g)noscere”
(conocer); el sufijo “miento”, indica resultado, señalando
que el “conocimiento” es el
resultado de conocer algo en su totalidad.
Es evidente que esta explicación del diccionario no se adapta mucho a las ideas
que solemos tener sobre lo que es el “conocimiento”.
De forma práctica suele entenderse que, la acción y el efecto de “conocer”, hace referencia a la “información” que se obtiene de la “realidad” (sea cual fuere esta). Bien
por experiencia propia, bien por observación de esa realidad, o bien por
comprensión práctica, etc. De hecho, aparte su etimología académica, no existe
una única definición de “conocimiento”,
sino que su significado depende de la “visión”
de las distintas escuelas filosóficas o académicas. Para muchos, “conocimiento” es también sinónimo de “inteligencia”, considerada esta, no en
su verdadero significado etimológico (“inter-ligare”:
unir entre sí, relacionar), sino como “entendimiento”
o “razón natural”.
Sin embargo, muchos
estiman que el “conocimiento” toma
algo (aprehende) de aquello que se
cree conocer, ya sea algo real o abstracto. Por ejemplo, cuando decimos: “te conozco”, “conozco esa casa”, “ya
conozco como funciona esto”, etc., por lo general uno dice que “conoce” algo, porque solo tiene algunos
“datos” superficiales sobre ese
algo. Por ello, cuando se dice: “conozco
a esa persona”, se está queriendo decir que se conoce algunos datos
superficiales de ella como, por ejemplo, su nombre, profesión y algunas cosas
más. Pero si no nos conocemos a nosotros mismos en nuestra totalidad y plenitud,
en el sentido de la máxima del templo de Apolo en Delfos - “Hombre, conócete a ti mismo” -, ¿cómo
podemos decir que “conocemos” a
alguien?
Durante los tres
primeros siglos de nuestra era, un grupo de cristianos se atribuían el ser
poseedores del “conocimiento” (cognoscere); la Iglesia los llamó “gnósticos” (gnosis) como una forma de
ridiculizarlos y mofarse de ellos. El verbo verbo latino “(g)no-sco>nosco, novi, notum”; o del griego “gnóseo”, (re)conozco; de ahí “notio”,
“noción” (tener noción de algo, llegar a conocer más de algo), también
conlleva la noción de “conocer” pero como posibilidad a partir de una noción sobre algo. Fue Sócrates el que
separó el “conocimiento de sí mismo”,
en el sentido délfico, de su relación con el mundo del “espíritu” en el hombre, y lo vinculó solo con referencia al hombre
mismo como ente separado, haciendo de éste un ente “racional”, y, por ello “creemos”
que es la “racionalidad” la que nos
permite “conocer” y, con ello, pensar, evaluar, entender y actuar según determinados principios “objetivos”. Por ello, nuestra “racionalidad”, sujeta a principios “objetivos” de optimidad y firmeza, y
como señala la cita de Jerzy A. Wojcie-Chwski de principio del artículo, lo mismo nos lleva a la salvación o a la destrucción,
pues la “racionalidad”, ya lo decía
Goya, cuando delira, genera monstruos. Hemos olvidado que el latín “ratio” (razón) es la capacidad que posee la mente para establecer relaciones (a través de la inteligencia) entre ideas,
conceptos, pensamientos, juicios e intuiciones a través de la actividad de
pensar. El objeto de la razón no es
descubrir ni postular certezas, sino establecer nuevas conclusiones respecto a
otros conceptos o planteamientos. La “razón”
ha sido despojada de su plena función, al someterla a tres premisas o tres principios considerados lógicos: 1) Un principio de identidad que dice que un concepto es ese
concepto y nada más (A es A); 2) Un principio de no-contradicción que
señala que un concepto no puede ser y no-ser a la vez; 3) Un principio de “tercero
excluido”, formulado por Aristóteles, que señala que entre el “ser” o el “no-ser” de un concepto no cabe nada intermedio (A es A o no-es A; al pan, pan y al
vino, vino).
Pero esto no es lo que
nos dice Parménides. En el fragmento II de su Poema, la diosa (dike) le comunica:
“¡Ea! Yo te diré,
escucha y recibe mi revelación, cuales son las vías de búsqueda, las únicas que
se pueden recorrer:
la una afirma que
el Ser es y el No-Ser no es, es la vía de la persuasión (puesto que acompaña a
la verdad);
la otra dice que
el No-Ser existe y que su existencia es necesaria,
esta, no tengo
reparo en anunciártelo, resulta un camino totalmente negado para el
conocimiento.
Porque no podrás
jamás llegar a conocer el No-Ser -cosa imposible- y ni siquiera expresarlo en
palabras.
… porque el
pensar y el ser son una y la misma cosa…”
Luego, aunque el No-Ser, que existe, no se pueda pensar
ni expresar en palabras, pues su existencia se encuentra al otro lado de
la manifestación del Ser, al otro lado del “espejo”: es lo mismo que el “Ain”,
“Aín Sof” y “Ain Sof Aur” que, en el “Árbol
de la Vida” de los cabalistas, se encuentra detrás, o al otro lado de la
manifestación llamada Kether, el Ser manifestado. Luego, el tercer
principio de la lógica nos lleva a eliminar la mitad del universo y la mitad de
la ecuación humana. De forma equivalente, si la “materia” (un átomo) es la única realidad, la “no-materia” (lo que posibilita la manifestación a través de una
onda cuántica) no puede ser real. Esto obstaculiza la mente de los físicos para
poder establecer una teoría que unifique ambas posturas, sustentadas por la
física materialista y por la física cuántica. Algo hasta ahora imposible, pues,
el No-Ser no puede ser pensado, ni conocido (por los sentidos o sus prolongaciones instrumentales), ni
expresado en palabras, ni siquiera en símbolos, ya que “es un camino totalmente negado para el conocimiento”, le dice la
Diosa a Parménides en su revelación.
“… de esta vía de
investigación [le dice la diosa] yo te aparto,
pero también de
aquella por donde los seres mortales
van errantes,
hombres bicéfalos [los que no
distinguen el Ser de la apariencia fenoménica y “creen” que son o bien no-son lo mismo, es decir, los
consideran opuestos]
que nada saben:
de hecho, la indecisión en sus pechos,
dirige una mente
insensata.
Ellos son llevados,
sordos y ciegos a la vez, hombres sin intelecto,
según los cuales
Ser y No-Ser es lo mismo y no lo mismo
y para quienes
todo tiene una vía
que se dirige en
sentido contrario.”
El “conocimiento” que perseguía Fausto, no es un error; el error está cuando
esa búsqueda se idealiza y se ensalza para adquirir poder, o para quedarse
exclusivamente en eso, en una sublimación objetiva,
sin tener en cuenta que todo depende de cómo ese conocimiento sea vivido. Cuando llega a ser un fin en sí mismo, el
hombre pierde sus raíces y el pensamiento errado sustituye a la vivencia. Lo
mismo ocurre cuando el hombre dedica su vida a perseguir un ideal “espiritual”. Podrá parecernos algo “loable”, pero sea lo que sea que se entienda
por espiritual, si no lo convierte en
vivencia, gastará su vida persiguiendo una ilusión y el tentador habrá vencido. Son muchos los que gastan su energía,
inútilmente, persiguiendo el “conocimiento”
sin llegar a nada; y son muchos los que prescinden de él, porque se les ha dicho
que no sirve para nada. Pero si esa fuerza
adversa, a través de la cual el adversario
se manifiesta, nos obliga a “conocernos”
y, a través de eso que conozco de mí, me transformo,
haciendo uso de mi libertad, habré trascendido
la dualidad y la contradicción. Somos libres para elegir tener una vida “víctima” o una vida “realizada”, y no se trata de elegir
entre el sufrimiento o el bienestar, tampoco entre la impotencia y el poder. Se trata de Ser
Hemos hecho dejación de
nuestro Ser y ya No-Somos, porque el origen de nuestro Ser
se encuentra al otro lado del “velo”,
en eso que creemos que es la “Nada”,
ya que “Nada hay ni habrá fuera del Ser”
(Parménides). Este fin de semana leí en el PAÍS un artículo, que me recomendó
mi hermano, y que reproducía algunas letras de canciones y algunos versos de
Leonard Cohen, fallecido recientemente. Uno de ellos refleja ese estado de
impotencia y frustración, que se apodera de nosotros cuando dejamos de “Ser”, generalmente, sin tener
conciencia de ello. Dice así:
QUIERES DEVOLVER EL
GOLPE Y NO PUEDES
Quieres
devolver el golpe y no
puedes
Quieres
ayudar, pero no puedes
Y la
pistola no dispara
Y la
dinamita no explota
Y el
viento sopla en otra
dirección
Y
nadie te oye
Y la
muerte está en todas partes
Y vas
a morir de todos modos
Y
estás cansado de la guerra
Y no
puedes volver a explicarlo
Ya no
puedes explicarlo
Y
estás atascado detrás de tu casa
Como
un viejo camión oxidado
Que
ya nunca llevará otro
cargamento
Y no
llevas tu vida
Llevas
la vida de otro
Alguien
a quien no conoces ni te
gusta
Y
pronto se acabará
Y es
muy tarde para volver a
empezar
Armado
con lo que ahora sabes
Y
todas tus estúpidas obras
benéficas
Han
armado a los pobres contra ti
Y no
eres quien querías ser
Ni
remotamente él o ella
¿Cómo
voy a salir de esto?
El
lío desordenado el desaliño
Sin
jamás estar limpio ni ser libre
Ensuciado
por el chismorreo y la
publicidad
Estás
cansado y se ha acabado
Y ya
no puedes hacer nada
Para
eso este silencio
Para
eso es esta canción
Y ya
no puedes explicarlo
Y no
puedes ahondar
Porque
la superficie es como el
acero
Y
todas tus buenas emociones
Tus
sutiles percepciones
Tu
famosa comprensión
Se
evaporan en una asombrosa
(Para
ti) irrelevancia
No
recuerdo cuándo
Escribí
esto
Fue
mucho antes del 11 de
Septiembre
La pregunta a hacerse es:
¿por qué no puedo devolver el golpe? ¿Por qué me siento impotente para hacerlo?
Y, sobre todo, ¿qué entiendo por devolver
el golpe? E, igualmente: ¿por qué pienso que he sido “golpeado”? Generalmente algo ha ocurrido que bloquea mi respuesta,
tal vez porque pienso que eso generaría violencia y uno cree ser no violento; o,
tal vez, porque no quiero o me da miedo expresar mi respuesta, una respuesta
que puede ser algo tan sencillo como decir ¡NO!
Ese NO libera la energía de mi sentimiento herido por algo que ha
entrado en mí desde fuera (una palabra, una imagen, la manipulación descarada
de un tertuliano televisivo…). Cuando no se libera esa energía, cuando “me la como”, esta se enquista; lo hace
como frustración, como impotencia y, tarde o temprano, termina somatizándose en
un problema. Nos han enseñado, desde la teta,
que decir ¡NO!, negarnos a
determinadas situaciones, ser disconformes, estar en contra de lo social y
moralmente establecido, bien por la religión o por la sociedad, no es “lo correcto”. Evidentemente, no es lo
correcto para esa “matriz social” o
“matriz colectiva” que nos constriñe,
y en la que estamos inmersos, y que pretende (estoy seguro que ya lo hace)
controlar nuestras vidas. Ponerse en contra de la “matriz social” es algo que produce “miedo”, porque esta es coercitiva, a muchos niveles, y sin
necesidad de usas la violencia física; ni siquiera ejerce la coerción
directamente, sino que lo hace a través de instituciones, opiniones, amigos,
familia, etc. Nos arrebata nuestra fuerza, nuestro poder interior, nuestro
“espíritu”, aquello que nos compete
como Ser Humano: la acción, a fin de
que algo suceda para “crear” (todo
acto de creación es un acto de Amor) algo que sea armónico, o para poner
resistencia a algo que pretende arrebatarme mi poder de acción. Por lo general,
el concepto “impotencia” se usa para
referirse a problemas relacionados con la sexualidad.
Vuelvo al principio.
¿Qué es entonces “conocer”, qué es
el “conocimiento”? A pesar de todas las
etimologías de las Academias, éstas , más que aclararnos la situación, nos
general confusión, y, por ello mismo, eso que llamamos “conocimiento” (sea lo que fuere que esto sea) puede transformarse
en “adversario interior”, o exterior, si lo proyectamos hacia fuera.
Edgar Morin, en el libro anteriormente citado, nos habla de “Lo desconocido del conocimiento”. Lo
expresa de esta manera:
“La noción de
conocimiento nos parece Una y evidente. Pero, en el momento en que se la
interroga, estalla, se diversifica, se multiplica en nociones innumerables,
planteando cada una de ellas una nueva interrogación.
- ¿Los
conocimientos? ¿El saber? ¿Los saberes? ¿La información? ¿Las informaciones?
- ¿La percepción?
¿La representación? ¿El reconocimiento? ¿La conceptualización? ¿El juicio? ¿El
razonamiento?
- La observación?
¿La experiencia? ¿La aplicación? ¿La comprensión? ¿la causalidad?
- El análisis?
¿La síntesis? ¿La inducción? ¿La deducción?
- ¿Lo innato? ¿Lo
adquirido? ¿Lo aprendido? ¿Lo adivinado? ¿Lo verificado?
- ¿La
investigación ¿El descubrimiento? ¿La engramación? ¿El archivar?
- ¿El cálculo?
¿La computación? ¿La cogitación?
- ¿El cerebro?
¿El espíritu? ¿La escuela? ¿La cultura?
- ¿las
representaciones colectivas? ¿Las opiniones? ¿Las creencias?
- ¿La
consciencia? ¿La Lucidez? ¿La clarividencia? ¿La inteligencia?
- ¿La idea? ¿La
teoría? ¿El pensamiento?
- ¿La evidencia?
¿La certidumbre? ¿La convicción? ¿La prueba?
- ¿La verdad? ¿El
error?
- ¿La creencia?
¿La fe? ¿La duda?
- ¿La razón? ¿La
sinrazón? ¿La intuición?
- ¿La ciencia?
¿La filosofía? ¿Los mitos? ¿la poesía?
De este modo, a
partir de una primera mirada superficial, la noción de conocimiento se hace
astillas. Si lo que se quiere más bien es intentar considerarla en profundidad,
se vuelve cada vez más enigmática. ¿Es un reflejo de las cosas? ¿Una
construcción del espíritu? ¿Un desvelamiento? ¿Una traducción? ¿Qué traducción?
¿Cuál es la naturaleza de aquello que traducimos como representaciones,
nociones, ideas, teorías? ¿Captamos lo real o únicamente su sombra?
Comprendemos,
pero ¿comprendemos lo que quiere decir comprender? ¿Captamos o damos
significado, y cuál es el significado de la palabra <<significado>>? Pensamos, pero
¿sabemos pensar lo que quiere decir pensar? ¿Hay algo impensable en el
pensamiento, algo incomprensible en la comprensión, algo incognoscible en el
conocimiento?
Ignorancia,
desconocido, sombra, esto es lo que encontramos en la idea de conocimiento.
Nuestro conocimiento, tan íntimo y familiar para nosotros mismos, nos resulta
extraño y extranjero cuando se le quiere conocer. Y aquí estamos, desde el
comienzo, ante la paradoja de un conocimiento que no solo se desmigaja a la
primera interrogación, sino que descubre también lo desconocido en él mismo,
ignorando incluso qué sea conocer.” (E.
M. o.c., pg. 18-19)
Los que pretenden
reducir el “conocimiento” a una sola
noción, solo intentan manipularnos, controlar nuestro pensar a través de un
significado unívoco de las palabras, de su literalidad. Señala E. Morin que
todo conocimiento contiene en sí mismo una “competencia” o aptitud para producirlo, una “actividad cognitiva” que se efectúa en virtud de esa competencia, y
un “saber” como resultado de las
anteriores actividades. Evidentemente dichas actividades son activadas por nuestra
mente que, al contrario de la
opinión académica y establecida como “verdad”,
no es un subproducto del funcionamiento de nuestro sistema nervioso y de
nuestro cerebro; el cual, ciertamente, es una increíble “máquina” (¿…?) bio-físico-química.
Para mí, y en esto
estoy de acuerdo con Morin, el “conocimiento”
es un “enigma” (él lo llama fenómeno) multidimensional, que no se
puede separar de sus aspectos físicos,
biológicos, mentales, cerebrales, psicológicos, culturales, sociales y espirituales. El problema es que cada
una de estas “dimensiones”,
separadas en fragmentos, ignora el aspecto global de aquello del que forma
parte y al que la etimología del concepto hace referencia. Les recomiendo que
lean el libro de Morin. No es fácil de leer, pero…
Ya se ha establecido
que todos nosotros damos cobijo a un “adversario”
que ejerce una fuerza que está en “contra”.
Nuestro trabajo (trabajo interior lo
llama la psicología esotérica) es que cada uno llegue a ser consciente de “su” adversario
interior, adversario que le es propio. De nada sirve preocuparse por los
adversarios interiores de los demás. Este adversario
suele manifestarse bajo la forma o la
imagen de una tentación que, por lo general, ocurrió en nuestro pasado,
normalmente en nuestra infancia. Igualmente, cada ser humano debe llegar a ser
consciente de “lo divino” (sea lo
que fuere que esto quiera significar) en ella, algo que para cada uno se manifestará
en una forma única. Para llegar a ser conscientes de la “fuerza adversa”, y según la psicóloga Théa Schuster, hay que evitar
dos errores:
El 1º es Rehusar la existencia del Mal como algo
“objetivo”. Al ser algo interior, psicológico y subjetivo,
aunque lo que consideramos el “mal
exterior” sea la exteriorización de nuestro “Mal Interior” proyectado, es en nuestro interior donde se ha de
resolver el problema. Repudiar su existencia es totalmente inútil, pues no
desaparecerá, seguirá ahí dentro. Necesitamos de toda nuestra energía para
llegar a ser conscientes de la “forma”
y el “rostro” que el adversario ha tomado en nuestra interioridad. Rehusarse a aceptar su
existencia, no significa que éste desaparezca; al contrario, al abrigo de lo
prohibido o del tabú, llevará una existencia próspera en la ignorancia de la persona que niega su
existencia.
El 2º es Batirse (entablar combate) contra el Mal. “No hay que resistir al mal” (Mateo V, 39). No hay que dejarse
llevar a un combate contra él, pues eso incrementa su fuerza, su presencia e
importancia. Esta idea se encuentra muy bien expresada en la Guerra de las
Galaxias. Mientras más potencia ponga en enfrentarme al “lado oscuro de la Fuerza”, más se incrementará su poden en mí.
Decir ¡NO! al adversario proyectado externamente, es decir ¡NO! al adversario
interior.
El “adversario”, como arquetipo, como figura
psicológica que canaliza energía psíquica, existe y necesitamos vivir con él y
no contra él. Necesitamos recuperar esa energía a la que llamamos “Mal”, energía que nos pertenece, que es
nuestra, pues constituye nuestra parte “rechazada”.
Asumida, y comprendida, ha de equilibrarse con la parte de nuestra realidad a
la que consideramos “Bien”. El
equilibrio entre ambas, la integración de nuestro Ser y la expresión de su
creatividad en beneficio de la totalidad humana, la Humanidad, representa un
salto cuántico en nuestra conciencia. Es muy importante entender esto. “vivir con el adversario” no es una
actitud pasiva o fatalista, no tiene por qué llevarme a la impotencia y a la depresión.
Exige una visión, un “conocimiento” pleno, realista y propio
de uno mismo. Aceptar que estamos constituidos por una parte “luz” y por una parte “sombra”. Como el electromagnetismo,
donde lo eléctrico es la parte “luz” y lo magnético es la parte “sombra”.
Si funcionan equilibrados tenemos energía útil y creativa. Aunque un poco de lucidez, por si misma, no es suficiente
para vivir con el adversario, pues
éste nos sumerge en el sufrimiento, nos atrapa a través de nuestras ilusiones y
deseos, como una araña atrapa a sus presas en su tela, y nos pierde por las
tentaciones especulares.
Ir al encuentro del “adversario interior” requiere en primer
lugar una gran prudencia. Por ello su aceptación ha de estar libre de todo juicio por nuestra parte. Cada juicio, mejor sería decir “pre-juicio” (lo anterior al juicio),
desemboca en una acusación y una no aceptación de uno mismo, cosa que
constituye un “festín” para el “adversario interior”. Cada vez que una
persona descubre en ella esa “fuerza que
está en contra”, la ve como algo inaceptable desde su consideración de lo
que debe y no debe ser, según ha aprendido y le han enseñado, se autocastiga y
se hunde, bajo el juicio o prejuicio que tiene de sí misma, en una profunda
depresión, e impotencia, al identificarse
con esa fuerza negativa. A veces, el descubrir nuestro “adversario interior”, nos causa una “quemadura” que nos traumatiza para siempre. Entonces, juramos que, nunca más, algo así vivirá en nosotros,
rechazándolo para siempre. Es los dos casos, gana el “adversario”. Así que no basta con querer erradicarlo. Hay que
mirarlo de frente y aceptarlo. Lo importante es la calidad de nuestra mirada. Sin un mínimo de tolerancia y de ternura, es decir, de Amor
y Com-pasión (en el sentido budista
de sentir con), el encuentro con el “adversario interior” es una empresa
demasiado peligrosa y dolorosa para cualquier hombre o mujer. Nuestra mejor
arma se llama “ternura” y “comprensión”; no ternura y comprensión
hacia el adversario, sino hacia uno mismo, a pesar de su presencia. El I Chin o “Libro de los Cambios” lo expresa de esta manera:
“El combate no
debe ser guiado por la violencia. Allí donde el Mal es estigmatizado, recurre a
las armas, y si se le da el gusto de devolverle en golpe, se lleva uno la peor
parte porque se implica en el Odio y en la pasión.”
Así que: ¡Jamás, nunca
jamás, hay que emprender una “cruzada”
contra en “adversario interior”! Es
decir, contra nuestros propios defectos, o nuestra propia ignorancia; tampoco
contra los de los demás. Desde el momento que estamos “contra” nuestra propia realidad, nos hemos convertido en su
víctima.
Cuando descubrimos al “adversario”, porque nos hacemos
conscientes de él, emprendemos un viaje peligroso, un viaje iniciático, como el “Loco”
del Tarot, por ello hemos de prepararlo con determinación, con perseverancia
y con una gran dosis de tolerancia
en el zurrón. Puede que tengamos que aprender lo que es la tolerancia y la benevolencia.
¿Sabemos acaso cómo ser tolerantes y
benévolos con nosotros mismos?
¿Sabemos aceptarnos sin juzgarnos? ¿Qué hacer para sentir en carne propia que
cada uno de nosotros es una manifestación de lo “divino” y no únicamente ese ser que oculta su presencia?
Reflexionaremos sobre ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario