jueves, 1 de noviembre de 2018

LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA (20)


LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA
(20)

EL ADVERSARIO INTERIOR
 
Satán derramando los males sobre Job  (W. Blake)
En nuestra tradición esa figura que “está en contra”, esa fuerza contraria, pero que forma parte de la vida, se llama “DIABLO”.  En el Libro de Job, se llama Satán, el “Tentador”. Se le podría designar también con la palabra “NO” (“no-vida”, “no-sentido”, “no-amor”, “no-estoy de acuerdo”, etc.). Podemos encontrarlo en todas partes (en Supermán, en Espíderman...), como la cualidad opuesta a cualquier concepto, a cualquier cosa, representando su cara oculta, de ahí que también se le llame “sombra”, como señala C.G.Jung. Y, por eso mismo, también le necesitamos.
(...)

Solemos tener la extraña idea de que “lo divino” encarna el “Bien”, y el “diablo”, su “opuesto” encarna el “Mal”; y que mientras el Bien es difícil de alcanzar, el Mal lo tiene “chupaó”, pues no tiene que hacer ningún esfuerzo para acercarse a nosotros.
“Sabed que lo que buscáis os busca incansablemente. Dejaos encontrar. Estad preparados y abiertos para acogerlo. La experiencia de mis últimos años me ha enseñado que el Ser nos busca y que no se trata tanto de ir en pos de su descubrimiento sino de prepararse para su encuentro y dejarse encontrar.” (Dürckheim)
Dürckheim habla de tres situaciones inaceptables para el hombre: el encuentro con la muerte; el absurdo; y el aislamiento. Añade que son situaciones privilegiadas porque en ellas se encuentra la posibilidad de vivir la experiencia de Ser.
En el Libro de Job, estas tres situaciones se encuentran presentes: la oposición al adversario interior puede conducirnos a la muerte, o puede salvarnos a través de esa misma muerte; lo que ocurre cuando Satán se enfrenta a Job es la manifestación de lo “absurdo”, pues son un absurdo nuestras identificaciones con lo que consideramos nuestras posesiones terrenales, aunque sea desde la posición de ser un buen siervo de Dios. Todo lo cual nos lleva al “aislamiento”, como terminó por ocurrirle a Job.
Job-Satán-Dios no son tres realidades separadas, son un solo símbolo, que podemos aplicar a cualquier hombre o mujer en particular, o a la humanidad en general. Job, el “Hombre”, tiene en la esencia de su ser una polaridad interna llamada “Dios” y “Satán”; una polaridad aparentemente opuesta. Podría decirse que son causas o energías primarias preexistentes antes de cualquier manifestación. Aunque en realidad solo existe (es) una sola “cosa”, una sola energía, en estos aparentes polos opuestos, pues la otra es inexistente. Al igual que en la dualidad o polaridad “Luz-Oscuridad”, solo hay “Luz”, pues la “oscuridad” solo es ausencia de “Luz”. Si representamos la “Luz” en una escala de 100 a 0, y vamos bajando en la escala, cada vez habrá menos luz, y esta desaparecerá cuando lleguemos a 0.
Desde hace siglos algunos hombres “saben” que el “adversario” forma parte de la búsqueda espiritual: “el Bien es la raíz del Mal y el Mal es la raíz del Bien” (Lao Tsé). Pero, ¿qué es el Bien y qué es el Mal?
No es fácil responder a esta pregunta, pues la respuesta depende, en gran parte, no de la cultura y de la tradición de quien se hace la pregunta, sino de la consciencia, la cual se “expande” a través de esa “fuerza” llamada AMOR. El Amor, como “fuerza”, nada tiene que ver con lo romántico, sino con la expansión de la consciencia: la abre, la inflama y la hace florecer. Por ello, cualquier cosa que expanda nuestra conciencia en grados cada vez más altos es Amor. Su opuesto es el “Miedo”. Al igual que en la escala de la Luz, 0Amor” es “Miedo”, el cual apaga, constriñe y cierra nuestra conciencia aislándolos de los demás, a los que proyectamos la imagen de nuestro “adversario interno”, la imagen de nuestra sombra. Tanto la “expansión” como la “contracción “de nuestra consciencia se manifiesta tanto hacia nuestro interior como hacia nuestro exterior. A la manifestación de la expansión de la consciencia la llamamos amor propio, iluminación, armonía interior, equilibrio, paz interior… Imaginen como llamaremos a la contracción.
En nuestra cultura, y también en otras, el Mal, es decir, el Miedo, es llamado “pecado” y sería el “obrar” del Diablo, del “Mal-igno”, del Tentador, de Satán. Desde el lado del Mito, todo parece haber comenzado en el Paraíso. Eva fue “tentada” y convenció a Adán a comer del “fruto prohibido” del “conocimiento”. Por ello, cada ser humano, sea esquimal, occidental u oriental, chino o lakota, repite, en su vida, este “pecado original”. La parte femenina de nuestra naturaleza nos impulsa a ampliar nuestra conciencia, simbolizada por la “manzana”. Así que el “tentador” nos separó del Paraíso, un estado de consciencia cercano al de los animales. Separó al hombre de lo “divino” (sea lo que fuere que esto signifique), que representaba el equilibrio de aquel estado. No olvidemos que en el Mito habla en un lenguaje simbólico. Pero ese supuesto “Mal”, permitió al hombre llegar a ser un Ser consciente sí mismo, cuando éste tuvo que evolucionar como “individuo”, después de abandonar la “matriz Paraíso”.
Cada vez que un niño o niña alcanza la edad mal llamada “de la razón”, en la que supuestamente llega a ser consciente de sí mismo, de existir como un “individuo” separado de la “madre” (física o social), y vivir su vida de forma diferente a la forma que ella le ha transmitido, es expulsado del Paraíso. Ha perdido la “sensación” de pertenecer a algo más grande que uno mismo y en la que de forma “no-consciente” se encontraba integrado.
Todos nosotros hemos cometido ese “pecado”, aunque sin saberlo. Todos nos hemos separado del Gran Uno (lo Uno más cercano a nosotros se llama Humanidad). Y todos hemos “sufrido”, en alguna forma, esa separación. Ese sufrimiento no es otra cosa que la llamada de la Voz lacerante del Ser no-vivido en nuestra consciencia, para que advirtamos su presencia. Algunos escuchan la llamada. Otros, como Narciso, presos de la “importancia de sí”, la ignoran, o ni si quiera se dan cuenta de ello. No se trata de volver a sumergirnos en ese estado de fusión primigenia. Cuando el hombre no se reconoce como “receptáculo” de “algo” más grande que él mismo, y que hemos llamado lo divino –para llegar a ser consciente de ello -, pierde al mismo tiempo la conciencia de su individualidad y de la existencia de una consciencia mayor.
El Mito simboliza la “experiencia consciente del Ser”. Otros mitos lo expresan de otra manera. Prometeo, un “Titan”, una fuerza poderosa, robó el “fuego” (la consciencia) a los dioses para ofrecérselo a los hombres porque sentía amor por ellos. Por su acción, Zeus le castigó encadenándolo en la cima del Cáucaso, donde el Águila de Zeus le devoraba en hígado todos los días (no voy a entrar ahora en lo que esto simboliza). Fue el castigo por haberse acercado al conocimiento, ya que es necesario tener consciencia para acceder a los distintos niveles del conocimiento. Este mito nos lleva a plantearnos una pregunta: ¿Existen fuerzas que se oponen a que evolucionemos en la consciencia? Basta observar detenidamente nuestro mundo para responder afirmativamente, fuerzas (no importa cómo se llamen) que actúan como oposición para mantenernos en un estado de esclavitud y de ignorancia a fin de que no evolucionemos, pues, de hacerlo, ellos perderían su control sobre nosotros.
Nuestra consciencia se manifiesta a través de un triple aspecto: el pensamiento, la emoción y la acción. Si trabajamos en armonía y equilibrio, sin contradicciones interna, así se expresarán nuestras consciencias externamente. Así como pensamos, así sentimos y así obramos, interna y externamente. “Tres siendo Uno”, nuestra Gran Triada personal. El pensamiento es nuestro aspecto creador; la emoción, el espíritu, es la cualidad que nos impulsa a la acción; ésta, es lo que hace que, aquello que nuestro pensamiento ha creado, sea manifestado exteriormente y obrado en la realidad externa.
Pero si nuestro adversario interno, aquello que causa división interna en nuestro pensar y en nuestro sentir, se “opone” a este equilibro, nuestras acciones o manifestaciones externas constituirán un “absurdo” que conducirán a aislarnos unos de otros. Ha de quedar claro que “Satán”, el tentador, el adversario interior, no es ningún ser. Nosotros somos un ser. Los humanos que pueblan la galaxia son seres, e, igualmente lo son los seres que no tengan apariencia humana. Y la mayor parte de ellos, según sea su grado de consciencia, existen, tienen su ser, en ese estado de “oposición”, que puede estar en un estado de mayor o menos equilibrio. Cuando un ser tiene miedo, se encuentra en oposición a sí mismo, por lo que piensa y siente, lo que la lleva a actuar de una forma contraria al Amor. Cuando nuestra consciencia esta gobernada y dirigida por el “miedo”, nos encontramos en un estado de “confusión”; es decir, cerrados, constreñidos, llenos de discordia interna y separados de nuestra conciencia y de nuestros semejantes. En ese estado de consciencia es imposible descubrir la “Verdad” (todo lo que se encuentra en armonía con las Leyes del Universo). Y, si solos incapaces de “ver” lo que sucede en nuestro interior, ¿Cómo podremos “ver” lo que sucede fuera de nosotros? No podemos, porque no sentimos amor por uno mismo. Lo demás solo es palabrería.
Cuando el Amor está presente externamente, un estado de consciencia más elevado se activa, propagándose, ya que no nos sitúa en “oposición” a los demás. Cada ser humano contiene en su interioridad, un lugar en el que “lo divino” (sea lo que sea que esto quiera significar) desea habitar. Pero el “adversario” se lo impide. El hombre antiguo, que aún no había alcanzado la conciencia objetivadora, sentía ya al adversario dentro, pero aún sin separar como dos grandes principios antagónicos, por lo que no era consciente de ello. El aparente salvajismo de la naturaleza en la que estaba inmerso era percibido como el lado oscuro y terrible de la Gran Diosa Madre, la misma que, por su lado claro, le nutría, permitiéndole sobrevivir.
El “adversario” no fue nunca invitado al paraíso, porque ya estaba allí desde el principio. Solo que aún no se tenía consciencia de él. Sin él, el hombre nunca hubiera alcanzado la autoconciencia. Para ello fue necesario, y los mitos lo expresan como que la criatura se separa de su “creador” (sea quien fuere éste). Como “separador” y “tentador”, representa el otro polo de la dualidad, y todo “contrario” de algo genera duda. En cada ser humano el “adversario” se expresa a través de cualquier acción, de cualquier pensamiento, de cualquier deseo que se oponga la vivencia esencial. Nos obliga a “elegir” entre el “si” o el “no” a lo largo de nuestro devenir a Ser.
En nuestras sociedades “civilizadas” (¡qué más quisiéramos!), la mayoría de los seres humanos no se dan cuenta de que han cedido a la tentación del adversario, porque revisten esa tentación como la “ley de la mayoría” (“se” hace, “se” piensa, “se” cree…). Aunque para cada ser humano la tentación es diferente: el poder, la seducción, la valoración personal, la riqueza…, incluso se puede ser tentado con la muerte.
Prometeo y Lucifer (los portadores del Fuego y de la Luz, los dos aspectos de nuestra sustancia mental, fueron tentados por los “fuegos artificiales” del conocimiento objetivo, y, tal vez porque quisieron poseerlo, los dos perdieron la unidad de la Unidad Original que estaba en su interioridad. Esta pérdida fue la causa de sus sufrimientos. Lo “divino”, en vez de ser vivido como una realidad “interior”, se transformó en una escala de valores exteriores, imposibles de llevar a la práctica.

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