(20)
EL ADVERSARIO INTERIOR
En nuestra tradición
esa figura que “está en contra”, esa
fuerza contraria, pero que forma parte de la vida, se llama “DIABLO”. En el Libro de Job, se llama Satán, el “Tentador”. Se le podría designar también con la palabra “NO” (“no-vida”, “no-sentido”,
“no-amor”, “no-estoy de acuerdo”, etc.). Podemos encontrarlo en todas partes (en Supermán, en Espíderman...),
como la cualidad opuesta a cualquier concepto, a cualquier cosa, representando
su cara oculta, de ahí que también se
le llame “sombra”, como señala C.G.Jung.
Y, por eso mismo, también le necesitamos.
(...)
(...)
Solemos tener la
extraña idea de que “lo divino”
encarna el “Bien”, y el “diablo”, su “opuesto” encarna el “Mal”;
y que mientras el Bien es difícil de
alcanzar, el Mal lo tiene “chupaó”, pues no tiene que hacer ningún
esfuerzo para acercarse a nosotros.
“Sabed
que lo que buscáis os busca incansablemente. Dejaos encontrar. Estad preparados
y abiertos para acogerlo. La experiencia de mis últimos años me ha enseñado que
el Ser nos busca y que no se trata tanto de ir en pos de su descubrimiento sino
de prepararse para su encuentro y dejarse encontrar.” (Dürckheim)
Dürckheim habla de tres
situaciones inaceptables para el hombre: el encuentro con la muerte; el absurdo;
y el aislamiento. Añade que son
situaciones privilegiadas porque en ellas se encuentra la posibilidad de vivir
la experiencia de Ser.
En el Libro de Job, estas
tres situaciones se encuentran presentes: la oposición al adversario interior puede conducirnos a la muerte, o puede
salvarnos a través de esa misma muerte; lo que ocurre cuando Satán se enfrenta a Job es la manifestación de lo “absurdo”, pues son un absurdo nuestras identificaciones con lo
que consideramos nuestras posesiones terrenales, aunque sea desde la posición
de ser un buen siervo de Dios. Todo lo cual nos lleva al “aislamiento”, como terminó por ocurrirle a Job.
Job-Satán-Dios no son tres realidades
separadas, son un solo símbolo, que podemos aplicar a cualquier hombre o mujer
en particular, o a la humanidad en general. Job, el “Hombre”, tiene
en la esencia de su ser una polaridad interna llamada “Dios” y “Satán”; una
polaridad aparentemente opuesta. Podría decirse que son causas o energías
primarias preexistentes antes de cualquier manifestación. Aunque en realidad
solo existe (es) una sola “cosa”,
una sola energía, en estos aparentes
polos opuestos, pues la otra es inexistente. Al igual que en la dualidad o
polaridad “Luz-Oscuridad”, solo hay “Luz”, pues la “oscuridad” solo es ausencia de “Luz”. Si representamos la “Luz”
en una escala de 100 a 0, y vamos bajando en la escala, cada
vez habrá menos luz, y esta desaparecerá cuando lleguemos a 0.
Desde hace siglos
algunos hombres “saben” que el “adversario” forma parte de la búsqueda
espiritual: “el Bien es la raíz del Mal
y el Mal es la raíz del Bien” (Lao Tsé). Pero, ¿qué es el Bien y qué es el Mal?
No es fácil responder a
esta pregunta, pues la respuesta depende, en gran parte, no de la cultura y de
la tradición de quien se hace la pregunta, sino de la consciencia, la cual se “expande”
a través de esa “fuerza” llamada AMOR. El Amor, como “fuerza”, nada tiene que ver con lo romántico,
sino con la expansión de la consciencia: la abre, la inflama y la hace
florecer. Por ello, cualquier cosa que expanda nuestra conciencia en grados cada
vez más altos es Amor. Su opuesto es
el “Miedo”. Al igual que en la escala de la Luz, 0 “Amor” es “Miedo”, el cual apaga, constriñe y cierra nuestra conciencia aislándolos de
los demás, a los que proyectamos la imagen de nuestro “adversario interno”, la imagen de nuestra sombra. Tanto la “expansión”
como la “contracción “de nuestra consciencia
se manifiesta tanto hacia nuestro interior como hacia nuestro exterior. A la
manifestación de la expansión de la
consciencia la llamamos amor propio, iluminación, armonía interior, equilibrio,
paz interior… Imaginen como llamaremos
a la contracción.
En nuestra cultura, y también
en otras, el Mal, es decir, el Miedo, es llamado “pecado” y
sería el “obrar” del Diablo, del “Mal-igno”, del Tentador,
de Satán. Desde el lado del Mito,
todo parece haber comenzado en el Paraíso. Eva fue “tentada” y convenció a Adán a comer del “fruto prohibido” del “conocimiento”.
Por ello, cada ser humano, sea esquimal, occidental u oriental, chino o lakota,
repite, en su vida, este “pecado original”.
La parte femenina de nuestra
naturaleza nos impulsa a ampliar nuestra conciencia, simbolizada por la “manzana”. Así que el “tentador” nos separó del Paraíso, un estado de consciencia cercano al de los
animales. Separó al hombre de lo “divino”
(sea lo que fuere que esto signifique), que representaba el equilibrio de aquel
estado. No olvidemos que en el Mito habla en un lenguaje simbólico. Pero ese
supuesto “Mal”, permitió al hombre llegar
a ser un Ser consciente sí mismo,
cuando éste tuvo que evolucionar como “individuo”,
después de abandonar la “matriz Paraíso”.
Cada vez que un niño o
niña alcanza la edad mal llamada “de la
razón”, en la que supuestamente llega a ser consciente de sí mismo, de
existir como un “individuo” separado
de la “madre” (física o social), y vivir su vida de forma diferente a la forma
que ella le ha transmitido, es expulsado del Paraíso. Ha perdido la “sensación” de pertenecer a algo más
grande que uno mismo y en la que de forma “no-consciente”
se encontraba integrado.
Todos nosotros hemos
cometido ese “pecado”, aunque sin
saberlo. Todos nos hemos separado del Gran
Uno (lo Uno más cercano a nosotros se llama Humanidad). Y todos hemos “sufrido”, en alguna forma, esa separación.
Ese sufrimiento no es otra cosa que la llamada
de la Voz
lacerante del Ser no-vivido en nuestra consciencia, para que advirtamos su
presencia. Algunos escuchan la llamada. Otros, como Narciso, presos de la “importancia
de sí”, la ignoran, o ni si quiera se dan cuenta de ello. No se trata de
volver a sumergirnos en ese estado de fusión primigenia. Cuando el hombre no se
reconoce como “receptáculo” de “algo” más grande que él mismo, y que
hemos llamado lo divino –para llegar
a ser consciente de ello -, pierde al mismo tiempo la conciencia de su
individualidad y de la existencia de una consciencia mayor.
El Mito simboliza la “experiencia consciente del Ser”. Otros
mitos lo expresan de otra manera. Prometeo, un “Titan”, una fuerza poderosa, robó el “fuego” (la consciencia) a los dioses para ofrecérselo a los hombres
porque sentía amor por ellos. Por su acción, Zeus le castigó encadenándolo en
la cima del Cáucaso, donde el Águila de Zeus le devoraba en hígado todos los
días (no voy a entrar ahora en lo que esto simboliza). Fue el castigo por
haberse acercado al conocimiento, ya
que es necesario tener consciencia para acceder a los distintos niveles del conocimiento. Este mito nos lleva a
plantearnos una pregunta: ¿Existen fuerzas que se oponen a que evolucionemos en
la consciencia? Basta observar detenidamente nuestro mundo para responder
afirmativamente, fuerzas (no importa cómo se llamen) que actúan como oposición para mantenernos en un estado
de esclavitud y de ignorancia a fin de que no evolucionemos, pues, de hacerlo,
ellos perderían su control sobre nosotros.
Nuestra consciencia se
manifiesta a través de un triple aspecto: el pensamiento, la emoción
y la acción. Si trabajamos en armonía
y equilibrio, sin contradicciones interna, así se expresarán nuestras
consciencias externamente. Así como pensamos,
así sentimos y así obramos, interna y externamente. “Tres siendo Uno”, nuestra Gran Triada
personal. El pensamiento es nuestro aspecto creador; la emoción, el espíritu, es
la cualidad que nos impulsa a la acción; ésta, es lo que hace que, aquello que
nuestro pensamiento ha creado, sea manifestado exteriormente y obrado en la
realidad externa.
Pero si nuestro adversario interno, aquello que causa división interna en nuestro pensar y en nuestro sentir, se “opone” a este equilibro, nuestras acciones o manifestaciones externas
constituirán un “absurdo” que
conducirán a aislarnos unos de otros. Ha de quedar claro que “Satán”, el tentador, el adversario
interior, no es ningún ser.
Nosotros somos un ser. Los humanos
que pueblan la galaxia son seres, e,
igualmente lo son los seres que no
tengan apariencia humana. Y la mayor parte de ellos, según sea su grado de
consciencia, existen, tienen su ser,
en ese estado de “oposición”, que
puede estar en un estado de mayor o menos equilibrio. Cuando un ser tiene miedo, se encuentra en
oposición a sí mismo, por lo que piensa
y siente, lo que la lleva a actuar de una forma contraria al Amor. Cuando nuestra consciencia esta gobernada
y dirigida por el “miedo”, nos
encontramos en un estado de “confusión”;
es decir, cerrados, constreñidos, llenos de discordia interna y separados de nuestra conciencia y de nuestros semejantes. En ese
estado de consciencia es imposible descubrir la “Verdad” (todo lo que se encuentra en armonía con las Leyes del
Universo). Y, si solos incapaces de “ver”
lo que sucede en nuestro interior, ¿Cómo
podremos “ver” lo que sucede fuera de
nosotros? No podemos, porque no sentimos amor por uno mismo. Lo demás solo es
palabrería.
Cuando el Amor está presente externamente, un
estado de consciencia más elevado se activa, propagándose, ya que no nos sitúa
en “oposición” a los demás. Cada ser
humano contiene en su interioridad, un lugar en el que “lo divino” (sea lo que sea que esto quiera significar) desea
habitar. Pero el “adversario” se lo
impide. El hombre antiguo, que aún no había alcanzado la conciencia objetivadora,
sentía ya al adversario dentro, pero
aún sin separar como dos grandes principios antagónicos, por lo que no era
consciente de ello. El aparente salvajismo de la naturaleza en la que estaba
inmerso era percibido como el lado oscuro
y terrible de la Gran Diosa Madre, la misma que, por su lado claro, le nutría, permitiéndole
sobrevivir.
El “adversario” no fue nunca invitado al
paraíso, porque ya estaba allí desde el principio. Solo que aún no se tenía
consciencia de él. Sin él, el hombre nunca hubiera alcanzado la autoconciencia.
Para ello fue necesario, y los mitos lo expresan como que la criatura se separa
de su “creador” (sea quien fuere éste). Como “separador” y “tentador”,
representa el otro polo de la dualidad, y todo “contrario” de algo genera duda.
En cada ser humano el “adversario”
se expresa a través de cualquier acción, de cualquier pensamiento, de cualquier
deseo que se oponga la vivencia esencial. Nos obliga a “elegir” entre el “si” o
el “no” a lo largo de nuestro
devenir a Ser.
En nuestras sociedades “civilizadas” (¡qué más quisiéramos!), la
mayoría de los seres humanos no se dan cuenta de que han cedido a la tentación
del adversario, porque revisten esa tentación como la “ley de la mayoría” (“se”
hace, “se” piensa, “se” cree…). Aunque para cada ser humano
la tentación es diferente: el poder,
la seducción, la valoración personal, la riqueza…,
incluso se puede ser tentado con la muerte.
Prometeo y Lucifer (los portadores del Fuego y de la Luz ,
los dos aspectos de nuestra sustancia mental, fueron tentados por los “fuegos artificiales” del conocimiento objetivo, y, tal vez porque
quisieron poseerlo, los dos perdieron la unidad de la Unidad Original que estaba
en su interioridad. Esta pérdida fue la causa de sus sufrimientos. Lo “divino”, en vez de ser vivido como una
realidad “interior”, se transformó
en una escala de valores exteriores, imposibles de llevar a la práctica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario